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– De acuerdo con las circunstancias, deberías estar agradecida a Graystone porque quiera casarse contigo -afirmó Claudia con expresión adusta-. Otros hombres podrían considerar un comportamiento tan liberal por parte de la mujer antes del matrimonio como una grave falta de virtud.

– Más bien lo que impresionó a Graystone fue su propio comportamiento. Pobre hombre. Sabes que es muy estricto en relación al decoro. Estaba bastante enfadado consigo y creyó que corría el riesgo de volver a caer en la tentación antes de que pasaran los cuatro meses de compromiso. Por ese motivo hay tanto trajín esta mañana y nos preparamos para una boda tan especial.

– Comprendo. -Claudia vaciló-. Augusta, ¿te sientes desdichada por el modo como sucedieron las cosas?

– No del todo, pero te confieso que me siento nerviosa -admitió Augusta-. Preferiría contar con cuatro meses para saber en qué situación me encuentro. No estoy segura de que me ame. La otra noche no dijo una sola palabra de amor… -Se interrumpió, acalorada.

Claudia compuso una expresión asombrada.

– ¿Que no te ama?

– Tengo mis dudas. Afirma que ese sentimiento no le interesa. Y además, yo tampoco estoy segura de lograrlo. Eso es lo que más me asusta del matrimonio. -Augusta miró afligida por la ventana-. Ansío tanto que me ame… Sería tranquilizador.

– En la medida en que fuera un buen esposo, no tendrás motivos para quejarte -dijo Claudia con rigidez.

– Eso que dices es muy propio de una Ballinger de Hampshire.

– En nuestro ambiente, pocas personas se casan por amor. Todo lo que podemos pedir es respeto mutuo y cierto grado de afecto. Muchas parejas no cuentan siquiera con eso. Lo sabes muy bien, Augusta.

– Sí, pero a lo largo de los años he alimentado algún sueño. Deseaba un matrimonio como el de mis padres: desbordante de amor, de risas y de calidez. No sé si lo lograré con Graystone. He descubierto que guarda una parte oculta de sí.

– Qué extraño es lo que dices.

– No puedo explicarlo, Claudia. Sólo sé que una parte de su ser permanece en las sombras. Últimamente he comenzado a pensarlo.

– Sin embargo, te sientes atraída, ¿verdad?

– Desde el principio -admitió Augusta-. Y eso no habla a favor de mi inteligencia. -Dejó la taza con un tintineo-. Además, tiene una hija. No la conozco y no dejo de preguntarme si le gustaré.

– Augusta, sueles gustar a la gente.

Augusta parpadeó.

– Es muy bondadoso de tu parte. -Esbozó una sonrisa valerosa-. Pero dejemos esta penosa conversación. Mañana me casaré y eso es todo. Tendré que sacar de ello el mejor partido posible, ¿no crees?

Claudia vaciló y luego se inclinó hacia delante y habló en un susurro premioso:

– Augusta, si te asusta la idea de casarte con Graystone, tendrías que hablar con papá. Sabes que te quiere mucho y no te obligaría a hacerlo contra tu voluntad.

– Creo que ni siquiera el tío Thomas podría convencer a Graystone de que suspendiera la boda. Está decidido y tiene una gran fuerza de voluntad. -Augusta movió la cabeza, apesadumbrada-. De cualquier manera, ya es tarde para retroceder, ahora soy una «mercancía defectuosa», una mujer caída. Sólo queda agradecer que el hombre partícipe en mi caída desee hacer lo que corresponde.

– Pero tú también eres voluntariosa y nadie puede obligarte si no quieres… -Claudia se interrumpió y la miró fijamente-. ¡Ah, caramba! Lo que pasa es que estás enamorada de Graystone, ¿no es así?

– ¿Tan obvio es?

– Para los que te conocemos bien -le aseguró Claudia con dulzura.

– Qué alivio. No creo que a Graystone le gustara una esposa enferma de amor, lo sentiría como una pesada carga.

– De modo que para hacer honor a la reputación de los miembros de tu familia te sumergirás de cabeza en este matrimonio… -Claudia adoptó un aire reflexivo.

Augusta se sirvió otra taza de té.

– Al principio, las cosas serán difíciles. Sólo deseo no tener que seguir los pasos de una esposa que fue un dechado de virtud como dicen de mi antecesora. Las comparaciones siempre me han parecido odiosas y en mi caso es probable que se hagan.

Claudia hizo un gesto comprensivo.

– Imagino que te resultará difícil vivir de acuerdo con las pautas de la primera señora Graystone. Catherine Montrose era un modelo de virtudes femeninas. No obstante, Graystone te ayudará en alcanzar el nivel de la difunta.

Augusta se encogió de hombros.

– Sin duda. -Durante unos momentos reinó el silencio en la biblioteca y sólo se escuchaba el estrépito de los baúles que eran arrastrados en la planta superior-. Me preocupa que, en las próximas semanas, no pueda visitar a Sally. Está muy enferma y estaré inquieta por su salud.

– Nunca he aprobado del todo tu relación con esa dama ni con el club que dirige -dijo Claudia marcando las palabras-, pero sé que la consideras una buena amiga y si quieres, iré a verla una o dos veces por semana mientras estés ausente. Después te escribiré para informarte.

Augusta sintió un considerable alivio.

– Claudia, ¿harás eso por mí?

Claudia enderezó los hombros.

– No veo por qué no pueda hacerlo. Imagino que le gustará recibir mis visitas en tu ausencia y a ti te aliviará de tu preocupación.

– Claudia, no sabes cuánto te lo agradezco. Podríamos ir esta misma tarde y aprovecharía para presentaron.

– Pero tienes que preparar el viaje.

Augusta rió.

– Tengo tiempo para hacer una visita y ésta no me la perdería por nada del mundo. Creo que te llevarás una sorpresa, Claudia. No sabes lo que te pierdes.

Peter Sheldrake se sirvió clarete del botellón del que bebía Harry y observó a su amigo.

– ¿Que investigue la vida de Lovejoy? ¿Lo crees necesario?

– Me resulta difícil explicarlo, pero no me gustó la manera como enredó a Augusta en su desagradable jueguecito.

Peter se encogió de hombros.

– Tal vez sea desagradable, pero estarás de acuerdo en que no es raro. Los hombres como Lovejoy suelen hacerlo. Por lo general, sólo buscan divertirse con esposas ajenas. Si mantienes a Augusta lejos de él, estará segura.

– Aunque parezca increíble, Augusta ha aprendido la lección en lo relativo a Lovejoy. Si bien es algo imprudente, no es tonta y no volverá a confiar en ese sujeto. -Harry pasó un dedo por el lomo del libro apoyado sobre el escritorio.

El volumen, titulado Observaciones acerca de la «Historia de Roma» de Livy, era una obra breve de su propia autoría. Se había publicado recientemente y el conde estaba satisfecho, aunque no obtuviera el clamoroso éxito de la última novela de Waverley o de un poema épico de Byron. Augusta lo hallaría en extremo aburrido, pero Harry se consoló pensando que escribía para un público diferente.

Peter lanzó a Harry una mirada especulativa y, presa de inquietud, se acercó a la ventana.

– Si crees que la señorita Ballinger ha aprendido la lección, ¿qué te preocupa?

– El instinto me dice que en los crueles jueguecitos de Lovejoy hay algo más que el simple deseo de flirtear o de seducir a Augusta. La estratagema era calculada. Además, cuando fui a verlo se apresuró a señalar que Augusta era esposa poco apropiada para mí.

– ¿Piensas que intentara chantajearte? Quizá creyera que pagarías mucho más que las mil libras por el documento de Augusta para mantener oculto el asunto. Tienes la reputación de ser demasiado estricto, si no te importa que lo diga.

– No te prives de decirlo; Augusta me lo repite siempre que puede.

Peter rió entre dientes.

– Sí, me lo imagino. Es una de las razones por las que la muchacha te beneficiará. Pero volviendo a Lovejoy, ¿qué esperas descubrir?

– Ya te lo he dicho. No lo sé. Intenta averiguarlo. Al parecer, nadie sabe mucho acerca de ese sujeto. Incluso Sally admite que ese hombre es un misterio.

– Sana o enferma, Sally sería la primera en enterarse de algo. -Por un instante, Sheldrake pareció pensativo-. Quizá debería pedirle colaboración en esta investigación. Le encantará la idea, le recordará viejos tiempos.

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