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– Este lugar es peor que las catacumbas -comentó Roshan-. ¿Por qué demonios este piso es tan condenadamente bajo? Hace siglos que la gente no mide metro y medio.

– Probablemente ésta era una zona restringida -respondió Michael-. Quizá alber-gue parte del sistema de pesos que compensan la bóveda. Procura no tropezar. A lo mejor se viene todo abajo.

– ¿Eso es una broma?

– Sí -repuso escuetamente Michael.

– Es el tercer chiste que te oigo contar en seis años -comentó Roshan-. Y es el peor.

Michael no se molestó en contestar y siguió avanzando lentamente a través de aquel paradójico pantano elevado en las alturas. El hedor de las aguas corrompidas empezaba a martillearle el cerebro y comenzó a contemplar la posibilidad de sugerir que diesen la vuelta de nuevo y descendiesen a otro nivel, puesto que dudaba que nada ni nadie se ocultase en aquel lodazal inexpugnable.

– ¿Michael? -preguntó la voz de Roshan, perdida unos metros más atrás.

El joven se volvió y advirtió la silueta de Roshan encorvada junto a un tramo oblicuo de una gran viga metálica.

– Michael -dijo Roshan en tono desconcertado-, ¿puede ser que esta viga se esté moviendo o son ilusiones mías?

Michael supuso que su amigo también había inhalado aquellos vapores putrefactos demasiado tiempo y se dispuso a abandonar definitivamente el subnivel cuando escuchó un fuerte estruendo en el otro extremo del piso. Ambos se volvieron al unísono y clavaron los ojos el uno en el otro. El sonido estalló de nuevo, esta vez con movimiento, y los dos muchachos observaron que algo avanzaba hacia ellos a gran velocidad, sumergido en el fango y levantando a su paso una estela de desperdicios y agua sucia que se estrellaban contra el techo bajo. Los dos muchachos, sin esperar un segundo, se lanzaron a toda prisa hacia la puerta de salida, avanzando tan rápidamente como podían hacerlo, agachados y sorteando una capa de barro y agua de treinta centímetros.

Antes de que pudieran alejarse más de unos pocos metros de allí, el objeto sumergido les rebasó a toda velocidad, describió una curva cerrada a su alrededor y enfiló de nuevo en línea recta en dirección a ellos. Roshan y Michael se separaron y cada uno corrió en direcciones opuestas, tratando de distraer la atención de lo que fuera que les estaba dando caza implacablemente. La criatura oculta bajo el lodo se dividió en dos mitades y cada una de ellas se lanzó en una vertiginosa persecución tras los muchachos.

Michael, Jadeante y perdiendo el resuello, se volvió medio segundo a comprobar si aún le seguían y sus pies impactaron con un escalón sumergido en el barro. Su cuerpo cayó sobre la superficie cenagosa y las aguas fétidas le engulleron. Cuando emergió y abrió los ojos mordidos por el escozor, una columna de lodo se alzaba lentamente frente a él, semejante a una figura de chocolate caliente vertida desde una jarra invisible. Michael se arrastró entre el barro y sus manos resbalaron de nuevo, dejándole tendido sobre el lodo.

La figura de barro desplegó dos largos brazos a cuyo extremo brotaron dedos largos y combados en grandes anzuelos de metal. Michael asistió aterrado a la formación de aquel siniestro golem y contempló que del tronco se alzaba una cabeza, en cuyo rostro se dibujaron unas grandes fauces surcadas de colmillos largos y afilados como cuchillos de caza. La figura se solidificó al instante y la arcilla seca desprendió una cortina de vaho. Michael se incorporó y escuchó que la estructura de lodo crujía, mientras cientos de grietas se extendían sobre ella. Las fisuras del rostro se expandieron lentamente y los ojos de fuego de Jawahal se encendieron sobre él. La arcilla seca se desplomó en un mosaico de infinitas piezas. Jawahal asió a Michael por la garganta y acercó al muchacho a su rostro.

– ¿Eres tú el dibujante? -preguntó Jawahal alzando a Michael en el aire.

Él asintió.

– Bien -dijo Jawahal-. Tienes suerte, hijo. Hoy verás cosas que mantendrán tu lápiz ocupado durante el resto de tu vida. Suponiendo, claro está, que vivas para dibujarlas.

Roshan corrió hacia la puerta de salida sintiendo el latigazo de la adrenalina por sus venas como un reguero de gasolina encendida. Cuando apenas le separaban dos metros de la vía de escape, saltó y cayó de bruces sobre la superficie nítida y libre de barro de la galería de distribución. Al incorporarse, su primer impulso fue el de seguir corriendo hasta que su corazón se deshiciese en mantequilla. El instinto adquirido en sus años previos a ingresar en el St. Patricks como ladronzuelo callejero en la jungla de Calcuta no se había extinguido.

Sin embargo, algo le detuvo. Había perdido el rastro de Michael cuando ambos se habían separado en el interior del subnivel y ahora ni siquiera escuchaba los gritos de su amigo corriendo desesperadamente por su vida. Roshan ignoró las advertencias que profería su sentido común y se acercó de nuevo hasta la entrada del subnivel. No había señal de Michael ni de la criatura que los había perseguido. Roshan sintió algo parecido al impacto de un puño de acero en el estómago al comprender que su perseguidor había ido tras Michael y que, gracias a eso, él estaba ahora sano y salvo. Se asomó al interior y trató de encontrar de nuevo a su amigo.

– ¡Michael! -gritó con fuerza. Sus palabras se perdieron sin respuesta. Roshan suspiró abatido mientras se preguntaba cuál sería su siguiente paso: ir a buscar a los demás y abandonar a Michael en aquel lugar o entrar a por él. Ninguna de las alternativas parecía ofrecer grandes visos de éxito, pero alguien había decidido ya por él. Dos largos brazos de lodo emergieron de la puerta a ras de suelo, dos proyectiles dirigidos a sus pies. Las garras se cerraron sobre sus tobillos. Roshan intentó liberarse de la presa pero los dos brazos tiraron de él con fuerza, derribándole y arrastrándole de nuevo al interior del subnivel como un niño haría con un juguete roto.

De los cinco muchachos que habían prometido reunirse bajo el reloj en media hora, el único en acudir a la cita fue Ian. Nunca la estación le había parecido tan desierta como en aquel momento. La angustia que le producía la incertidumbre del destino de Seth y de sus amigos le asfixiaba sin remedio. Aislado en aquel lugar fantasmal no era difícil imaginar que él era el único que todavía no había caído en las garras de su siniestro anfitrión.

Ian escrutó nerviosamente la estación desolada en todas direcciones, preguntándose qué debía hacer: esperar allí inmóvil o ir en busca de ayuda en mitad de la noche. La llovizna que se filtraba empezaba a formar pequeñas goteras que caían desde alturas insondables. Ian tuvo que hacer una llamada a la serenidad para apartar de su mente la idea de que aquellas gotas que se estrellaban sobre los raíles no eran sino la sangre de su amigo Seth, balanceándose en la oscuridad.

Por enésima vez, alzó la vista hacia la bóveda con la vana esperanza de adivinar algún indicio del paradero de Seth. Las agujas del reloj mostraban su sonrisa fláccida y las gotas de la lluvia se deslizaban lentamente sobre la esfera formando canalillos brillantes entre las cifras en relieve. Ian suspiró. Sus nervios empezaban a traicionarle y supuso que, si no obtenía un signo inmediato de la presencia de sus amigos, se internaría él mismo en la red subterránea tras los pasos de Ben. No se le antojaba una idea particularmente inteligente, pero la baraja de alternativas estaba más desprovista de ases que nunca. Fue entonces cuando escuchó el chasquido de algo acercándose desde la boca de uno de los túneles y respiró aliviado, al comprobar que no estaba solo.

Se aproximó al extremo del andén y observó la forma incierta que afloraba bajo el dintel del túnel. Un incómodo cosquilleo le recorrió la nuca. Una vagoneta se acercaba lentamente, impulsada por la inercia. Sobre ella se distinguía una silla y en ella, inmóvil, una silueta con la cabeza oculta en una capucha negra. Ian tragó saliva. La vagoneta desfiló lentamente frente a él hasta detenerse completamente. Permaneció clavado en el suelo contemplando la figura paralizada y se sorprendió dando voz temblorosa a la sospecha que albergaba en su corazón.

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