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Las últimas palabras de esta desgraciada mujer cuyo testimonio acabamos de llevar a vuestros oídos, queridos radioescuchas-me refiero a la ex visitadora Maclovia-han puesto dramáticamente el dedo en la llaga de un asunto trágico y doloroso que retrata, mejor que una fotografía o una película en tecnicolor, la idiosincrasia del personaje que luce en su prontuario la gris hazaña de haber creado en Iquitos la más insospechada y multitudinaria casa de perdición del país y, tal vez, de Sudamérica. Porque, en efecto, es cierto y fehaciente que el señor Pantaleón Pantoja tiene una familia, o mejor dicho tenía, y que ha venido llevando una doble vida, hundido por una parte de la ciénaga pestilencial del negocio del sexo y, por otra parte, aparentando una vida hogareña digna y respetable, al amparo de la ignorancia en que tenía a sus seres queridos, su esposa y su menor hijita, de sus verdaderas y pingües actividades. Por un día se hizo la luz de la verdad en el infeliz hogar y la ignorancia de su esposa siguió el espanto, la vergüenza y, con justísima razón, la ira. Dignamente, con toda la nobleza de madre ofendida, de esposa engañada en lo más sagrado de su honor, tomó esta honesta dama la determinación de abandonar el hogar mancillado por el escándalo. En el aeropuerto “Teniente Bergerí”, de Iquitos, para dar testimonio de su dolor y para acompañarla hasta la escalerilla de la moderna aeronave Faucett que habría de alejarla por los aires de nuestra querida ciudad, ¡ESTABA EL SINCHI!: breves arpegios, sonido de motor de avión que be, baja y queda como fondo sonoro.

– Muy buenas tardes, distinguida señora. ¿Es usted la señora Pantoja, no es cierto? Encantado de saludarla.

– Sí, yo soy. ¿Quién es usted? ¿Y eso que tiene en la mano? Gladicyta, hijita, cállate, me rompes los nervios. Alicia, dale su chupón a ver si se calla esta criatura.

– El Sinchi, de radio Amazonas, a sus órdenes, respetable señora. ¿Me permite robarle unos segundos de su precioso tiempo para una entreviste de cuatro palabras?

– ¿Una entrevista? ¿A mí? Pero a cuento de qué.

– De su esposo, señora. Del celebérrimo y muy conocido Pantaleón Pantoja.

– Vaya a hacerle la entrevista a él mismo, señor, yo no quiero saber nada de esa personita ni de su celebridad, que me da risa, ni de esta ciudad asquerosa que espero no volver a ver ni en pintura. Un permisito, por favor. Retírese de ahí, señor, no ve que puede darle un pisotón a la bebita.

– Comprendo su dolor, señora, y nuestros oyentes lo comprenden y sepa que cuenta con toda nuestra simpatía. Sabemos que sólo el sufrimiento puede empujarla a referirse de esa manera ofensiva a la Perla del Amazonas, que no le ha hecho nada. Más bien su esposo le está haciendo mucho daño a esta tierra.

– Perdóname, Alicita, ya sé que tú eres loretana, pero te juro que he sufrido tanto en esta ciudad que la odio con toda mi alma y no volveré nunca, tendrás que venir tú a verme a Chiclayo. Mira, se me llenan otra vez los ojos de lágrimas y delante de todo el mundo, Alicia, ay qué vergüenza.

– No llores, Pochita linda, no llores, ten carácter. Y yo idiota que no traje pañuelo. Dame, pásame a Gladycita, yo te la tengo.

– Permítame ofrecerle mi pañuelo, distinguida señora. Tenga, por favor, le suplico. No se avergüence de llorar, el llanto es a una dama lo que el rocío a las flores, señora Pantoja.

– Pero qué quiere usted aquí todavía, oye Alicia, qué tipo tan cargoso. ¿No le he dicho que no le voy a dar ningún reportaje sobre mi marido?. Que no le será por mucho tiempo, además, porque te juro, Alicia, llegando a Lima voy donde el abogado y le planteo el divorcio. A ver si no me dan la custodia de Gladycita con las porquerías que está haciendo aquí ese desgraciado.

– Justamente, de eso mismo nos atrevíamos a esperar una declaración suya, aunque fuera muy breve, señor Pantoja. Porque usted no ignora, por lo visto, el insólito negocio en que

– Váyase, váyase de una vez si no quiere que llame a la policía. Ya me está llegando a la coronilla, le advierto, no estoy de humor para aguantar malacrianzas en este momento.

– Mejor no lo insultes, Pochita, si te ataca en su programa qué va a decir la gente, más habladurías. Por favor, señor, compréndala, ella está muy mortificada, se está yendo de Iquitos, no tiene ánimos para hablar por radio de su viacrucis. Usted tiene que entenderlo.

– Por supuesto que lo entendemos, estimable señorita. Sabedores de que la señora Pantoja se disponía a partir debido a las actividades poco recomendables a que se dedica el señor Pantoja en esta ciudad y que han merecido la reprobación enérgica de la ciudadanía, nosotros

– Ay que vergüenza, Alicia, si todo el mundo está enterado, si todo el mundo lo sabía menos yo, qué tal boba, qué tal idiota, lo odio a ese bandido, como ha podido hacerme eso. No le volveré a hablar nunca, te juro, no dejaré que vea a Gladycita para que no la manche.

– Cálmate, Pocha. Mira, ya están llamando, ya parte tu avión. Que pena que te vayas, Pochita. Pero tienes razón, hija, se ha portado tan mal ese hombre que no merece vivir contigo. Gladycita, amorosa, un besito a su tía Alicia, besito, besito.

– Te escribo llegando, Alicia. Mil gracias por todo, no sé qué hubiera hecho sin ti, has sido mi paño de lágrimas estas semanas tan horribles. Ya sabes, no le vayas a decir nada a Panta ni a la señora Leonor hasta dentro de dos o tres horas, no sea que llamen por radio y hagan regresar el avión. Chau, Alicia, chaucito.

– Muy buen viaje, señora Pantoja. Parta usted con los mejores deseos de nuestros oyentes y con nuestra comprensión generosa por su drama que es también, en cierto modo, el de todos nosotros y el de nuestra querida ciudad.

Breves arpegios. Avisos comerciales en disco y cinta: 30 segundos. Breves arpegios.

Y en vista de que el reloj Movado de nuestros estudios señala que son ya las 18 horas 30 minutos exactas de la tarde, debemos cerrar nuestro programa, con este impresionante documento radiofónico que patentiza como, en su negra odisea, el señor de Pantilandia no ha vacilado en llevar dolor y quebranto a su propia familia, igual que lo viene haciendo con esta tierra cuyo único

delito ha sido recibirlo y darle hospitalidad. Muy buenas tardes, queridos oyentes. Han escuchado ustedes Compases del vals " La Contamanina "; suben, bajan y quedan como fondo sonoro.

¡ LA VOZ DEL SINCHI!

Compases del vals " La Contamanina "; suben, bajan y quedan como fondo sonoro.

Media hora de comentarios, críticas, anécdotas, informaciones, siempre al servicio de la verdad y la justicia. La voz que recoge y prodiga por las ondas las palpitaciones de toda la Amazonía. Un programa vivo y sencillamente humano, escrito y radiado por el conocido periodista Germán Láudano Rosales, EL SINCHI, que propala diariamente, de lunes a sábado, entre 6 y 6 y 30 de la tarde, Radio Amazonas, la primera emisora del Oriente Peruano.

Compases del vals " La Contamanina "; suben, bajan y se cortan totalmente.

Noche del 13 al 14 de febrero de 1958

Resuena el gong, el eco queda vibrando en el aire y Pantaleón Pantoja piensa: "Se ha ido, te ha abandonado, se ha llevado a tu hija" Se halla en el puesto de mando, las manos apoyadas en la baranda, rígido y sombrío. Trata de olvidar a Pochita y a Gladys, se esfuerza por no llorar. Ahora, además, está sobrecogido de terror. Ha vuelto a resonar el gong y él pensa: "Otra vez, otra vez,

el maldito desfile de los dobles otra vez." Transpira, tiembla, su corazón añora los veranos cuando podía correr a hundir la cara en las faldas de la señora Leonor.

Piensa: "Te ha dejado, no veras crecer a tu hija, jamás volverán." Pero, haciendo de tripas corazón, se sobrepone y concentra en el espectáculo.

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