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– No puede ser -repliqué-. Para ti está bien. Pero yo no tengo dinero.

– Me da igual.

– Mírate en el espejo -dije-. Te da igual porque tienes.

– No me atrevo a decírselo a Lou. Tiene sólo quince años.

Me reí.

– ¿Y la tomas por una niña de teta? Tendrías que saber que en las familias en las que hay varias hermanas la más joven lo aprende todo casi al mismo tiempo que la mayor. Si tuvieras una hermana de diez años, sabría tantas cosas como Lou.

– Pero Lou no es más que una niña.

– Claro. Basta ver cómo se viste. Y también los perfumes que se echa son buena prueba de su inocencia. Tienes que decírselo a Lou. Te repito que necesitas a alguien en tu casa que haga de intermediario entre tú y tus padres.

– Preferiría que este intermediario no lo supiera.

Me reí con toda la maldad que fui capaz de encontrar.

– No estás muy orgullosa del tipo que has pescado, ¿eh?

Le empezó a temblar la boca y creí que se echaría a llorar. Se levantó.

– ¿Por qué dices estas maldades? ¿Te gusta hacerme daño? Lo único que quería decir es que tengo miedo…

– ¿Miedo de qué?

– Miedo de que me abandones antes de que nos casemos.

Me encogí de hombros.

– ¿Y te parece que el matrimonio mc retendría, si quisiera abandonarte?

– Si tenemos un hijo, si.

– Si tenemos un hijo no podré conseguir el divorcio, de acuerdo; pero esto no bastará para evitar que te deje si me apetece…

Esta vez se echó a llorar. Se dejó caer de nuevo en la silla e inclinó la cabeza, y las lágrimas se deslizaron por sus mejillas. Me di cuenta de que estaba yendo un poco demasiado aprisa, y me acerqué a ella. Le puse una mano en la nuca y la acaricié.

– ¡Oh, Lee! -dijo ella-. Es todo tan distinto de como yo lo había imaginado. Creía que estarías contento de poder tenerme del todo.

Contesté alguna estupidez, y entonces ella se puso a vomitar. No tenía nada a mano, ni siquiera un trapo, y tuve que correr a la trastienda a buscar la bayeta de la mujer que hacía la limpieza. Supongo que era el niño lo que la ponía enferma. Cuando dejó de hipar, le sequé la cara con su pañuelo. Tenía los ojos brillantes de lágrimas, como lavados, respiraba con fuerza. Se había ensuciado los zapatos, y se los limpié con un pedazo de papel. El olor me molestaba, pero me incliné hacia ella y la besé. Se apretó violentamente contra mí, murmurando incoherencias. Tenía mala suerte con aquella chica. O bebía demasiado o jodía demasiado, pero siempre estaba enferma.

– Tienes que irte ya -le dije-. Vuelve a casa. Cuídate, y el jueves por la noche haces la maleta y te largas. Yo iré el lunes. Ya he pedido la licencia.

Pareció rehacerse de golpe y sonrió, incrédula.

– Lee…, ¿es verdad?

– Pues claro.

– Lee, te adoro… Sabes, vamos a ser tan felices…

Realmente era poco rencorosa. Las chicas no acostumbran a ser tan conciliadoras. La puse en pie y le acaricié los pechos a través del vestido. Se puso tensa y se echó hacia atrás. Quería que siguiera. Yo habría preferido ventilar la habitación, pero ella se aferró a mí y, con una mano, me desabrochó el pantalón. Le levanté el vestido y me la tiré encima de la larga mesa en la que los clientes dejaban los libros que habían estado hojeando; ella tenía los ojos cerrados y parecía muerta. Cuando sentí que se relajaba, seguí hasta que se puso a gemir, y me corrí en su vestido, y entonces se levantó y, llevándose una mano a la boca, vomitó de nuevo.

Luego yo la puse en pie, le abroché el abrigo, la arrastré hasta su coche pasando por la puerta trasera y la instalé al volante. Tenía todo el aspecto dc estar en babia, pero reunió sus últimas fuerzas para morderme el labio inferior hasta hacerme sangrar; yo no me inmuté y contemplé cómo se marchaba. Pienso que el coche, afortunadamente para ella, se sabía el camino.

Luego me fui a casa y me di un baño, para quitarme aquel olor.

CAPÍTULO XVII

Hasta aquel momento no había pensado en las complicaciones que me iba a acarrear la idea de cargarme a las dos tías esas. En el momento en que pensé en ellas me entraron ganas de abandonar mi proyecto y renunciar a todo, y seguir vendiendo libros como si nada. Pero tenía que hacerlo por el chico, y también por Tom, y también por mí mismo. Conocía a tipos que estaban más o menos en mi caso y que olvidaban la sangre que corría por sus venas, se ponían del lado de los blancos en todo momento y no dudaban en golpear a los negros cuando se presentaba la ocasión. A éstos me los habría cargado con un cierto placer, pero había que hacer las cosas poco a poco. Primero las Asquith. Para suprimir a otra gente había tenido treinta y seis ocasiones: los de la banda, por ejemplo, Judy, Jicky, Bill y Betty, pero no tenían ningún interés. No eran lo bastante representativos. Los Asquith iban a ser mi ensayo general. Luego pensaba que podría arreglármelas para cargarme a un tipo importante cualquiera. No un senador, pero algo por el estilo. Pero primero tenía que pensar un poco en la manera de huir una vez muertas esas dos hembras.

Lo mejor sería simular un accidente de automóvil. La policía se preguntaría qué hacían las dos cerca de la frontera, y dejaría de preguntárselo después de la autopsia, cuando se descubriera que Jean estaba embarazada. Lou habría acompañado simplemente a su hermana. Y yo. Yo no tendría nada que ver. Luego, una vez tranquilo y el asunto liquidado, se lo iría a decir a sus padres. Para que supieran que a sus hijas se las había cargado un negro. Esto me obligaría a cambiar de aires durante algún tiempo, y luego sólo tendría que volver a empezar. Era un plan estúpido, pero cuanto más estúpidos mejor salen. Estaba seguro de que Lou se presentaría allí antes de ocho días: la tenía en mis manos. Un paseo con su hermana. Jean conducía, y entonces se mareó. Es normal, estando embarazada. Yo tendría tiempo para saltar. Seguro que allí donde íbamos encontraría un terreno adecuado para esta pequeña representación… Lou iría delante con su hermana, yo detrás. Lou sería la primera, y si Jean soltaba el volante al ver cómo me ocupaba de ella, el trabajo ya estaría hecho.

Pero este asunto del coche no terminaba de gustarme. En primer lugar, no es muy original. En segundo lugar, y sobre todo, todo terminaría demasiado aprisa. Yo necesitaba tiempo para decirles por qué, necesitaba que se vieran en mis manos, que se dieran cuenta de lo que les esperaba.

El coche, de acuerdo, pero luego. Sería el último acto. Por fin lo habla encontrado. Primero las llevaría a un lugar apartado. Y allí me las cargaría. Y les explicarla por qué. Las volvería a meter en el coche, y el accidente. Tan sencillo como el plan anterior y más satisfactorio. ¿Sí? ¿Tanto como eso?

Seguí pensando en todos los detalles durante algún tiempo. Me estaba poniendo nervioso. Y luego deseché todas esas ideas y me dije que las cosas no ocurrirían tal como yo pensaba, y me acordé del chico. Y me acordé de mi última conversación con Lou. Habla logrado despertar en ella algo que se iba volviendo cada vez más preciso. Y por ese algo valía la pena correr el riesgo. Si podía, el coche. Si no, daba igual. La frontera no estaba lejos, y en México no existe la pena de muerte. Creo que todo el tiempo había tenido vagamente en la cabeza este proyecto que ahora tomaba forma, y, de hecho, acababa de darme cuenta a qué correspondía.

Bebí bastante bourbon durante aquellos días. Mi cerebro trabajaba duro. Me agencié más material, aparte de los cartuchos: compré un pico, una pala y una cuerda. No sabia aún si mi último proyecto iba a funcionar. En caso de que así fuera, iba a necesitar la munición de todos modos; en caso contrario, podía serme útil lo demás. Y el pico y la pala eran un seguro para otra idea que se me acababa dc ocurrir. Soy de la opinión de que la gente que prepara un golpe se equivoca al fijarse desde el principio un plan perfectamente estudiado: hay que dejar que el azar actúe un poco. Pero cuando llega el momento propicio, hay que tener a mano todo lo necesario. No sé si era un error no preparar nada preciso, pero es que cada vez que pensaba en esa historia del coche y del accidente me gustaba menos. No había tenido en cuenta un elemento importante, el factor tiempo: tendría mucho tiempo por delante y evité concentrarme en este asunto. Nadie sabía adónde íbamos y pensaba que Lou no se lo diría a nadie, si nuestra última conversación le había producido el efecto deseado. Esto lo sabría tan pronto como llegara.

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