Él soltó una breve carcajada.
– Crees que lo que hago se hace solo, ¿verdad? Me limito a sentarme, tocar unas notas y listo. Es duro. Es un trabajo arduo y agotador.
– Y estás muy orgulloso de tu trabajo, ¿verdad? Vamos, Jess, estabas a punto de contármelo antes. -Eve se levantó y rodeó el escritorio para sentarse en el borde-. Te morías por contármelo. Por contárselo a alguien. Lo increíble que es, la satisfacción que te produce crear algo tan asombroso, para después tener que guardártelo.
Él volvió a coger la copa y recorrió con los dedos el largo y delgado pie.
– Esto no era exactamente lo que me había imaginado. -Bebió un sorbo y consideró las consecuencias… y las ventajas-. Mavis dice que puedes ser flexible. Que no sigues al pie de la letra los códigos y procedimientos.
– Oh, puedo ser flexible, Jess. -Cuando hay motivos que lo justifiquen, pensó-. Explícate.
– Bueno, digamos que si hubiera inventado una técnica para introducir subliminales individualizados, alteradores del ánimo que actuaran sobre las ondas cerebrales personales, sería increíble. La gente como Roarke o como tú, con vuestros contactos y base financiera, y vuestra influencia, por así decirlo, podríais pasar por alto unas cuantas leyes anticuadas y hacer un gran fortunón. Revolucionar la industria del entretenimiento personal.
– ¿Es una propuesta?
– Hipotéticamente -dijo él e hizo un ademán con la copa-. Las industrias de Roarke disponen de las instalaciones apropiadas para llevar a cabo la investigación y desarrollo, y de la mano de obra y los créditos necesarios para emprender algo así y sacarlo adelante. Y me parece que una policía inteligente podría hallar el modo de saltarse alguna ley para que todo marchara sobre ruedas.
– Por Dios, teniente, parece que tú y Roarke sois la pareja perfecta -exclamó Peabody con una sonrisa que no le alcanzó los ojos-. Hipotéticamente.
– Y Mavis el conducto -murmuró Eve.
– Eh, olvídate de Mavis. Ya tiene lo que quería. Después de esta noche va a despegar.
– ¿Y crees que eso la compensa de haber sido utilizada para llegar a Roarke?
Él volvió a encogerse de hombros.
– Los favores se pagan, cielo. Y me he dedicado de pleno a ella. -En los ojos de Jess volvía a haber un brillo entre malicioso y divertido-. ¿Disfrutaste con la demostración informal de mi sistema hipotético?
No muy segura de ser capaz de disimular su rabia, Eve volvió a sentarse tras su escritorio.
– ¿Demostración?
– La noche que tú y Roarke vinisteis al estudio para ver la grabación. Me pareció que los dos estabais muy ansiosos por marcharos y estar a solas. -Su sonrisa se hizo más amplia-. ¿Queríais revivir la luna de miel?
Ella mantuvo las manos detrás del escritorio hasta lograr abrir los puños. Echó un vistazo a la puerta del despacho de Roarke que comunicaba con el suyo, y se sobresaltó al ver parpadear la luz verde del monitor.
Los estaba observando. Eso no sólo era ilegal, sino peligroso en esas circunstancias, pensó ella. Se volvió hacia Jess. No podía permitirse romper el ritmo.
– Pareces tener un interés exagerado en mi vida sexual.
– Ya te lo he dicho, Dallas. Me fascinas. Eres una mujer inteligente y llena de determinación, con una cabeza llena de espacios oscuros. Me pregunto qué ocurriría si abrieras esos espacios. Y el sexo es la llave maestra. -Se inclinó hacia adelante y la miró a los ojos-. ¿Con qué sueñas, Dallas?
Ella recordó las horribles pesadillas de la noche que había visto el disco de Mavis. El disco que él le había dado. Le temblaron las manos.
– Hijo de perra. -Se levantó despacio y apoyó las manos en el escritorio-. Te gusta hacer demostraciones, ¿eh, cabrón? ¿Es eso lo que Mathias fue para ti? ¿Una demostración?
– Ya te lo he dicho. No sé quién es.
– Es posible que necesitaras un técnico autotrónico para perfeccionar tu sistema. Luego lo probaste con él. Prepara el patrón de sus ondas cerebrales, de modo que las programaste dentro. ¿Le diste instrucciones para que se fabricara una soga y se la colocara alrededor del cuello, o dejaste que él escogiera el método?
– Te has salido de órbita.
– ¿Y Pearly? ¿Qué relación tiene con todo esto? ¿Se trataba acaso de una declaración política? ¿Mirabas hacia el futuro? Eres un auténtico visionario. El se habría opuesto a la legalización de tu nuevo juguete, así que ¿por qué no utilizarlo con él?
– Para el carro -dijo él levantándose-. Estás hablando de asesinato. Por Dios, ¿intentas involucrarme en un asesinato?
– Y luego Fitzhugh. ¿Necesitabas un par de demostraciones más o simplemente le cogiste el gusto? Te sentías poderoso matando sin mancharte las manos de sangre, ¿eh, Jess?
– Nunca he matado a nadie.
– Y Devane era un chollo, con todos los medios de comunicación allí. Tenías que verlo. Apuesto a que disfrutaste haciéndolo. Que te excitaste viéndolo. Como te excitaste al pensar qué ibas a empujar a Roarke esta noche con tu maldito juguete.
– Eso es lo que te sulfura, ¿no? -Furioso, Jess se inclinó sobre el escritorio. Esta vez su sonrisa no era cautivadora sino feroz-. Quieres herirme porque influí sobre tu marido. Deberías darme las gracias. Apuesto a que follasteis como salvajes.
Eve le golpeó en la mandíbula impulsivamente. Jess cayó de bruces con los brazos abiertos, y el telenexo voló por los aires.
– Maldita sea -jadeó ella.
Peabody habló con voz fría y serena por encima del zumbido de la grabadora.
– Que conste en acta que el individuo ha amenazado físicamente a la teniente durante el interrogatorio. A continuación el interrogado perdió el equilibrio y se dio con la cabeza contra el escritorio. En estos momentos parece aturdido.
Eve no pudo hacer otra cosa que mirar a Peabody mientras ésta se ponía de pie, se acercaba a Jess y lo levantaba cogiéndolo por el cuello de la camisa. Lo sostuvo de pie unos instantes como si considerara su estado. Le fallaban las rodillas y tenía los ojos en blanco.
– Afirmativo -declaró, y lo dejó caer en una silla-. Teniente Dallas, creo que su grabadora se ha estropeado. -A continuación Peabody derramó su café en el aparato de Eve para estropear de verdad los chips-. La mía sigue funcionando y bastará para continuar informando sobre este interrogatorio. ¿Estás herida?
– No. -Eve cerró los ojos y recuperó el control-. No, estoy bien, gracias. El interrogatorio se interrumpe a la una y media. El individuo Jess Barrow será llevado al centro médico Brightmore para ser examinado y tratado, y allí permanecerá hasta las nueve de la manana, hora en que este interrogatorio se reanudará en comisaría. Oficial Peabody, ocúpese del traslado. El interrogado será retenido para ser interrogado por cargos pendientes.
– Sí, teniente. -Peabody se volvió hacia la puerta del despacho de Roarke cuando ésta se abrió. Le bastó con.mirarlo a la cara para darse cuenta de que podía haber problemas-. Teniente -empezó a decir con cuidado de mantener la grabadora boca abajo-. Hay interferencias en mi comunicador y su telenexo podría haberse estroeado cuando el interrogado cayó al suelo. Pido permiso para utilizar la otra habitación para llamar a los asistentes sanitarios.
– Adelante -respondió Eve, y suspiró al ver a Roarke entrar y Peabody salir a grandes zancadas-. No tenías ningún derecho a espiar el interrogatorio -empezó.
– Lamento discrepar. Tengo todo el derecho. -Él bajó la vista hacia la silla donde Jess gemía y cambiaba de postura-. Está volviendo en sí. Quisiera estar unos minutos a solas con él.
– Escucha, Roarke…
Él la interrumpió con una mirada glacial.
– Ahora mismo, Eve. Déjanos solos.
Ése era el problema, decidió ella. Ambos estaban tan acostumbrados a dar órdenes que ninguno de los dos las encajaba bien. Pero recordó la mirada afligida de Eve cuando él se había apartado de ella. Ambos habían sido utilizados, pero Roarke había sido la víctima.
– Tienes cinco minutos. Eso es todo. Y te lo advierto. En la grabación aparece levemente herido. Si tiene, señales de golpes me las achacarán a mí, lo que podría poner en peligro el caso.
Roarke esbozó una sonrisa mientras la cogía del brazo y la acompañaba hasta la puerta.
– Confía en mí, teniente. Soy un hombre civilizado.
Cerró la puerta en sus narices y echó la llave. Sabía cómo causar grandes tormentos a un cuerpo humano sin dejar rastro, se dijo.
Se acercó a Jess, lo levantó de la silla y lo zarandeó hasta que abrió los ojos.
– ¿Estás despierto y consciente? -masculló.
Jess tenía la espalda empapada en sudor. Su vida estaba en peligro, y lo sabía.
– Quiero un abogado.
– No estás tratando con polis, sino conmigo. Al menos durante los próximos cinco minutos. Y ahora no tienes derechos ni privilegios.
Jess tragó saliva y trató de conservar la calma.
– No puedes ponerme la mano encima. Si lo haces, la responsabilidad caerá sobre tu mujer.
Roarke curvó los labios y le dio un puñetazo en el estómago.
– Voy a demostrarte lo equivocado que estás.
Sin apartar los ojos de Jess, se agachó, le agarró el miembro y se lo retorció. Le dio cierta satisfacción ver cómo le caían gotas de sangre por la cara y torcía la boca como un pez boqueando. Con el pulgar le apretó la tráquea hasta que se le desorbitaron los ojos.
– ¿No es repugnante verte conducido por tu polla? -Le retorció el miembro por última vez antes de dejar que se desplomara en la silla y se acurrucara como un renacuajo-. Ahora hablemos -añadió con tono agradable-. De asuntos personales.
Fuera en el pasillo, Eve se paseaba arriba y abajo, mirando cada pocos segundos hacia la gruesa puerta. Sabía que si Roarke había conectado la insonorización, Jess podía estar aullando a pleno pulmón, que ella no lo oiría.
Si lo mataba… Por Dios, si lo mataba, ¿cómo iba a resolver el caso? Se detuvo horrorizada. Tenía la obligación de proteger a ese cabrón. Había unas leyes. No importaban los sentimientos personales, había unas leyes.
Se dirigió a la puerta, tecleó el código de la cerradura y resopló cuando éste fue rechazado.
– Maldita sea, Roarke.
Él la conocía demasiado bien. Con pocas esperanzas se dirigió al otro extremo del pasillo e intentó abrir la puerta que comunicaba al despacho. Pero también le fue negada la entrada.
Se acercó al monitor y conectó la cámara de seguridad de su despacho, pero descubrió que él también le había impedido el acceso.