– ¿Y el mensaje es?
– Depende de la cabeza del público. De sus esperanzas y sueños. Me pregunto cuáles son tus sueños, Dallas.
Y yo los tuyos, pensó ella, pero lo miró con benevolencia.
– Prefiero atenerme a la realidad. Los sueños son engañosos.
– No; son reveladores. La mente, y el inconsciente en particular, son como un lienzo en el que pintamos continuamente. El arte y la música pueden poner muchos colores, muchos estilos. La medicina lo ha comprendido desde hace décadas y los utiliza para tratar y estudiar ciertas enfermedades, tanto psicológicas como fisiológicas.
Ella ladeó la cabeza. ¿Había otro mensaje bajo esas palabras?
– Ahora hablas más como científico que como músico.
– Tengo algo de ambos. Algún día podrás elegir una canción diseñada personalmente para tus ondas cerebrales. Las posibilidades del alterador del ánimo serán infinitas e íntimas. Ésa es la clave, la intimidad.
Ella se dio cuenta de que le estaba soltando un discurso y dejó de bailar.
– No creo que el coste fuera rentable. Además, investigar en tecnología concebida para analizar y coordinar las ondas cerebrales individuales es ilegal. Y por una buena razón: es peligroso.
– En absoluto. Es liberador. Los nuevos procesos, cualquier vertiente del verdadero progreso suele comenzar siendo ilegal. En cuanto al coste, sería alto inicialmente, pero bajaría en cuanto el diseño se adaptara a la fabricación en serie. ¿Qué es un cerebro sino un ordenador, después de todo? Un ordenador analizando un ordenador. ¿Qué hay más sencillo? -Echó un vistazo a la pantalla-. Esas son las primeras notas del último número. Tengo que comprobar el equipo antes de mi entrada. -Se inclinó y la besó en la mejilla-. Deséanos suerte.
– Sí, suerte -murmuró ella, pero tenía un nudo en el estómago.
¿Qué era el cerebro sino un ordenador?, pensó. Ordenadores analizando ordenadores. Programas individualizados diseñados para patrones de ondas cerebrales personales. Si eso era posible, ¿sería también posible incorporar programas de sugestión directamente vinculados al cerebro del usuario? Eve negó con la cabeza.
Roarke jamás habría dado su aprobación. No habría corrido un riesgo tan absurdo. Pero se abrió paso entre la multitud en dirección a él y le cogió del brazo.
– Necesito hacerte una pregunta -dijo en voz baja-. ¿Alguna de tus compañías se ha dedicado a investigar clandestinamente el diseño de unidades de realidad virtual para ondas cerebrales personales?
– Eso es ilegal, teniente.
– Vamos, Roarke.
– No. Hubo un tiempo en que me habría aventurado en un buen número de negocios dudosos. Pero ése no habría sido uno de ellos. Y no -repitió, adelantándose a ella-, mi modelo de realidad virtual tiene un diseño universal, no individual. Sólo los programas pueden ser personalizados para un determinado usuario. Estás hablando de algo de un coste elevadísimo, logísticamente complicado y que supondría demasiados quebraderos de cabeza.
– Eso me figuraba. -Relajó los músculos-. Pero ¿podría hacerse?
Él hizo una pausa, luego se encogió de hombros.
– No tengo ni idea. Tendrías que contar con la colaboración del individuo o tener acceso al escáner de su cerebro. Eso también supone la aprobación personal y el consentimiento de éste. Y entonces… no tengo ni idea -repitió.
– Si pudiera hablar con Feeney a solas. -Eve trató de avisar entre la multitud que daba vueltas al detective experto en electrónica.
– Tómate la noche libre, teniente. -Roarke le deslizó un brazo por la cintura-. Mavis está a punto de actuar.
– Está bien. -Ella se obligó a dejar a un lado la preocupación mientras Jess se acomodaba ante su consola y tocaba unas notas introductorias. Mañana, se prometió, y se puso a aplaudir cuando Mavis apareció bailando en el escenario.
De pronto sus inquietudes se desvanecieron, fundiéndose en el estallido de energía y profunda satisfacción que emanaba de Mavis, mientras las luces, la música y el talento se combinaban en un vertiginoso calidoscopio.
– Es buena, ¿verdad? -Eve le había cogido sin darse cuenta del brazo, como una madre a su niño en el patio de la escuela-. Es algo diferente y extraño, pero bueno.
– Ella es todo eso. -La disonante mezcla de notas, efectos sonoros y voces no serían nunca la música preferida de Roarke, pero se sorprendió sonriendo-. Ha cautivado al público. Puedes relajarte.
– Ya lo estoy.
Él rió y la abrazó aún más.
– Si llevaras botones, te saltarían -le susurró, sin importarle tener que hablarle al oído para hacerse oír. Y ya que estaba allí añadió una sugestiva proposición para después de la fiesta.
– ¿Cómo? -Ella se excitó al oírla-. Creo que ese acto en particular es ilegal en este estado. Consultaré mi código y me pondré en contacto contigo. Corto. -Y alzó un hombro en reacción cuando Roake empezó a mordisquearle y lamerle el lóbulo de la oreja.
– Te deseo -susurró él. Y la lujuria le erizó la piel como un sarpullido apremiante-. Y quiero poseerte ahora mismo.
– No hablas en serio -empezó ella, pero comprobó que sí lo hacía cuando la besó en la boca de un modo frenético y urgente. Se le aceleró el pulso y sintió que le fallaban las piernas. Logró apartarse ligeramente, sin aliento y atónita, y a punto de ruborizarse. No todo el mundo estaba absorto en Mavis-. Contrólate. Estamos en un acto público.
– Pues vayámonos de aquí. -Él estaba excitado, dolorosamente empalmado. Dentro de él había un lobo listo para abalanzarse sobre ella-. Hay un montón de habitaciones privadas en esta casa.
Ella se habría echado a reír si no hubiera percibido la urgencia que vibraba dentro de él.
– Domínate, Roarke. Es el gran momento de Mavis. No vamos a encerrarnos en un cuarto de baño como un par de adolescentes cachondos.
– Ya lo creo que sí. -Medio ciego, la condujo entre la multitud mientras ella balbuceaba una protesta.
– Es una locura. ¿Qué eres, un robot de placer? Puedes contenerte perfectamente un par de horas.
– Al demonio. -Roarke abrió de golpe una puerta y la empujó dentro de lo que era realmente un cuarto de baño-. Tiene que ser ahora, maldita sea.
Ella se golpeó la espalda contra la pared, y antes de que pudiera emitir siquiera un grito de asombro, él le subió las faldas y la penetró.
Estaba seca, desprevenida, atónita. Él la estaba saqueando, y eso era lo único que podía pensar en esos momentos mientras se mordía el labio inferior para contener el llanto. Él fue brusco y poco delicado, y le reavivó el dolor de las contusiones al empujarla contra la pared con cada embestida. Aun cuando ella trataba de apartarlo, él siguió penetrándola, sujetándola por las caderas, arrancándole un grito de dolor.
Ella podría haberlo detenido ya que había recibido un entrenamiento concienzudo. Pero éste se había desanecido dando paso a una profunda angustia. No veía el rostro de Roarke, pero no estaba segura de reconorlo si lo veía.
– Roarke, me estás haciendo daño… -El miedo le hizo temblar la voz.
Él murmuró algo en un idioma que Eve no entendió y que nunca había oído, de modo que dejó de forcear, le aferró los hombros y cerró los ojos a lo que taba ocurriendo entre ambos.
Él siguió penetrándola, sujetándole las caderas para mantenerla abierta, jadeándole al oído. La folló brutalmente y sin rastro de la delicadeza o el dominio tan propios de él.
No podía parar. Aun cuando una parte de su mente retrocedía horrorizada ante lo que estaba haciendo, él sencillamente no podía parar. La urgencia era como un cáncer que lo devoraba y tenía que satisfacerla para sobrevivir. En un recóndito rincón de su mente oía una voz ansiosa y jadeante: más fuerte, más deprisa. Más. Lo animaba y lo apremiaba, hasta que, con una última y cruel embestida, se descargó.
Ella esperó. Era hacerlo o caer al suelo. Él temblaba como un hombre febril, y ella no sabía si tranquilizarlo o darle una paliza.
– Maldita sea, Roarke. -Pero al verlo apoyar una mano contra la pared para mantener el equilibrio, empezó a preocuparse-: Vamos, ¿qué te pasa? ¿Cuántas copas has bebido? Vamos, apóyate en mí.
– No. -Una vez satisfecha la urgencia, a Roarke se le despejó la mente. Y los remordimientos le causaron un nudo en el estómago. Sacudió la cabeza para combatir el mareo y se apartó de ella-. Por Dios, Eve. Lo siento. Lo siento muchísimo.
– No te preocupes.
Roarke estaba blanco como el papel. Ella nunca lo había visto enfermo o asustado.
– Debería llamar a Summerset o a alguien. Tienes que acostarte.
Él le apartó con delicadeza las manos que le acariciaban y retrocedió hasta que dejaron de tocarse. ¿Cómo podía soportar que lo hiciera?
– Por el amor de Dios, te he violado. Acabo de violarte.
– No, no lo has hecho -replicó ella, esperando su tono de voz fuera tan efectivo como una bofetada-. Sé muy bien qué es una violación. No me has violado, aunque te has mostrado demasiado entusiasta.
– Te he hecho daño. -Cuando ella alargó una mano, él levantó las suyas para detenerla-. Maldita sea, Eve, estás magullada de la cabeza a los pies, y yo te arrincono contra la pared de un jodido cuarto de baño y te utilizo. Te he usado como un…
– Ya basta. -Ella dio un paso adelante y al ver que él negaba con la cabeza, añadió-: No te apartes de mí, Roarke. Eso sí me dolería. No lo hagas.
– Necesito un minuto -respondió él frotándose la cara. Seguía aturdido y mareado, y peor aún, algo fuera de sí-. Cielos, necesito una copa.
– Lo que me lleva a preguntarte de nuevo cuánto has bebido.
– No lo suficiente. No estoy borracho, Eve. -Dejó caer las manos y miró alrededor. Un cuarto de baño. ¡Por el amor de Dios, un cuarto de baño!-. No sé qué me ha ocurrido, qué se ha apoderado de mí… Lo siento.
– Eso ya lo veo. -Pero ella seguía sin tener una visión de conjunto-. No paras de repetirlo. Es extraño. Como liomsa.
La mirada de Roarke se ensombreció.
– Es gaélico. Significa mío. No he vuelto a hablar en gaélico desde que era niño. Mi padre lo utilizaba a menudo cuando estaba… borracho. -Vaciló antes de acariciarle la mejilla-. He sido tan brusco contigo. Tan poco delicado.
– No soy uno de tus jarrones de cristal, Roarke. Puedo soportarlo.
– No de este modo. -Él pensó en los quejidos y protestas de las prostitutas del callejón que le llegaban a través de las delgadas paredes y lo perseguían cuando su padre se las llevaba a la cama-. Nunca así. No he pensado en ti. No he tenido ninguna consideración, y eso no tiene excusa.