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– No. -Jess sonrió, comprendiendo la reacción de ella-. De esposa de Roarke. -Oh, a ella le traía sin cuidado eso, pensó divertido. Era una mujer que quería que la valoraran por sí misma-. Tu marido tiene una gran influencia, Dallas.

– Sé muy bien qué tiene Roarke. -No era exactamente cierto. Eve no tenía ni idea de hasta dónde llegaban sus propiedades y operaciones. No quería saberlo-. ¿Qué quieres de él?

– Sólo una fiesta -se apresuró a responder Leonardo.

– ¿Una qué?

– Una fiesta para Mavis.

– Por todo lo alto -terció Jess con una sonrisa-. De las que rompen.

– Un acontecimiento. -Leonardo miró a Jess con afecto-. Un escenario, por así decirlo, donde Mavis pueda conocer gente y actuar. No le he comentado la idea por si te oponías. Pero pensamos que si Roarke pudiera invitar… -Se hizo evidente su embarazo cuando ella lo miró a los ojos-. Bueno, conoce a mucha gente.

– Gente que compra discos, va a clubes, busca espectáculos. -Jess le dedicó una sonrisa cautivadora-. ¿Más vino?

En lugar de ello, Eve dejó a un lado la copa que apenas había tocado.

– Quieres que organice una fiesta. -Temiendo una trampa, escudriñó el rostro de ambos-. ¿Eso es todo?

– Más o menos. -Leonardo la miró esperanzado-. Nos gustaría presentar el disco durante la fiesta y que Mavis actuara también en directo. Sé que es mucho gasto, y estoy más que dispuesto a pagar…

– No será el dinero lo que le preocupe. -Eve reflexionó, tamborileando en el brazo de la silla-. Hablaré con él y me pondré en contacto con vosotros. Supongo que querréis que sea pronto.

– Lo antes posible.

– Me pondré en contacto -repitió Eve, poniéndose de pie.

– Gracias, Dallas. -Leonardo se inclinó para besarle en la mejilla-. Ya no te molestamos más.

– Será un gran éxito -predijo Jess-. Sólo necesita un empujoncito. -Sacó un disco del bolsillo-. Es una copia de la maqueta. -Una copia especialmente amañada para la teniente, pensó él-. Echale un vistazo.

Eve sonrió, pensando en Mavis.

– Lo haré.

Una vez a solas en el piso de arriba, Eve programó el Autochef y se encontró con un humeante plato de pasta y lo que sin duda era una salsa recién hecha a base de tomates y hierbas de la huerta. Nunca dejaba de asombrarle todo lo que Roarke tenía a su disposición. Lo devoró mientras se llenaba la bañera, luego decidió echar en el agua sales aromáticas que él le había comprado en París.

Pensó que olían como su luna de miel, ostentosa y romántica. Se sumergió en una bañera del tamaño de una pequeña piscina y suspiró. Vacía la mente antes de ponerte a pensar, se ordenó al tiempo que abría el panel de mandos empotrado en la pared. Ya había cargado el disco maqueta en la unidad del cuarto de baño y la encendió para verlo en la pantalla de la pared.

Se sumergió en el agua caliente y espumosa, se recostó con una segunda copa de vino en la mano, y meneó la cabeza. ¿Qué demonios estaba haciendo ella allí? Eve Dallas, una policía que se había hecho a sí misma; una niña sin nombre que había sido encontrada en un callejón, abandonada y violada, con un asesinato a cuestas que había borrado de su memoria.

Hasta hacía un año ese recuerdo había permanecido fragmentario y su vida había sido trabajo, supervivencia y más trabajo. Su cometido era hacer justicia a las víctimas, y era buena en ello. Eso le había bastado. Ella se había encargado de que le bastara.

Hasta que apareció Roarke. Seguían desconcertándola los destellos que lanzaba el anillo en su dedo.

Él la quería. La deseaba. Él, el competente, exitoso y enigmático Roarke, incluso la necesitaba. Eso era aún más desconcertante. Y dado que ella al parecer no lograba dar con una respuesta, tal vez con el tiempo aprendería a aceptarlo.

Bebió un sorbo de vino, se sumergió un poco más en el agua y pulsó el botón del mando a distancia.

Al instante el color y el sonido irrumpieron en la habitación. Eve bajó el volumen antes de que le estallaran los tímpanos. Entonces Mavis cruzó la pantalla como un torbellino, tan exótica como un duende, tan potente como un whisky con hielo. Su voz era un alarido, pero resultaba atractiva, y le iba tanto como la música que Jess había compuesto a propósito para ella.

Era un tema ardiente, despiadado, salvaje. Muy propio de Mavis. Pero mientras Eve lo asimilaba, cayó en la cuenta de que el sonido y el espectáculo habían sido pulidos. Siempre había algo centelleante cuando se trataba de un trabajo de Mavis, pero ahora había un brillo que antes no estaba.

Los valores de producción, supuso ella. La orquestación. Y alguien que había tenido la vista de reconocer un diamante bruto, y el talento y voluntad de pulirlo.

La opinión que le merecía Jess mejoró. Tal vez le había parecido un muchacho engreído exhibiendo su complicada consola, pero era evidente que sabía cómo hacerla funcionar. Más aún, comprendía a Mavis. Valoraba lo que era y lo que quería hacer, y había descubierto el modo de que lo hiciera bien.

Eve rió para sí y levantó la copa para brindar por su amiga. Al parecer iban a ofrecer una fiesta por ella.

En su estudio del centro Jess revisaba el disco maqueta. Esperaba de todo corazón que Eve lo viera. Si lo hacía, su mente se abriría a los sueños. Le habría gustado saber cuáles iban a ser, adónde la llevarían. De este modo podría ver lo mismo que ella. Podría documentarlo, revivirlo. Pero su investigación aún no le había permitido descubrir el camino que conducía a los sueños. Algún día, pensó. Algún día.

Los sueños volvieron a sumir a Eve en la oscuridad y el miedo. Al principio eran confusos, luego asombrosamente claros hasta desparramarse de nuevo como hojas al viento. Soñaba con Roarke, y eso era sedante. Contemplando una explosiva puesta de sol con él en México, haciendo el amor en el agua oscura y burbujeante de una laguna. Lo oyó susurrarle al oído mientras la penetraba, instándola a dejarse llevar. Simplemente dejarse llevar.

De pronto se convertía en su padre, que la sujetaba, y ella era una niña indefensa, herida, asustada.

Por favor, no…

Allí estaba el olor a dulce y alcohol que él desprendía. Demasiado dulce, demasiado fuerte. Lo olía y se echaba a llorar, y él le cubría la boca con la mano para acallar sus gritos mientras la violaba.

«Nuestras personalidades son programadas en el momento de la concepción.» La voz de Reeanna acudió flotando, fría y segura. «Somos lo que somos. Nuestras decisiones son tomadas al venir al mundo.»

Y ella era una niña, encerrada en una horrible habitación fría que olía a basura, orina y muerte. Y tenía las manos manchadas de sangre.

Alguien la sostenía, sujetándola por los brazos, y ella luchaba como un animal salvaje, como lucharía una niña desesperada y aterrorizada.

– No, no, no…

– Shhh, Eve, es un sueño. -Roarke la abrazó y la meció en sus brazos mientras el sudor de Eve le manchaba la camisa y le partía el corazón-. Estás a salvo.

– Te maté. Estás muerto. Quédate muerto.

– Despierta.

Él le besó la sien, tratando de hallar el modo de tranquilizarla. Si hubiera podido, habría retrocedido en el tiempo y asesinado alegremente lo que la atormentaba.

– Despierta, cariño. Soy Roarke. Nadie va a hacerte daño. Ha muerto -murmuró cuando ella dejó de forcejear y empezó a temblar-. Y nunca volverá.

– Ya estoy bien. -Siempre le humillaba ser sorprendida en medio de una pesadilla.

– Pues yo no. -Él siguió sosteniéndola, acariciándola, hasta que ella dejó de temblar-. Ha sido una pesadilla.

Ella mantuvo los ojos cerrados y trató de concentrarse en el olor que él desprendía, limpio y varonil.

– Recuérdame que no me meta en cama después de unos maravillosos espaguetis con especias. -Eve se dio cuenta de que él estaba vestido y que las luces del dormitorio estaban bajas-. Aún no te has acostado.

– Acabo de entrar. -Él le secó una lágrima de la mejilla-. Sigues pálida. -Le destrozaba verla así y su voz se volvió tensa-. ¿Por qué demonios no tomas al menos un tranquilizante?

– No me gustan. -Como de costumbre, la pesadilla le había dejado un ligero dolor de cabeza. Sabiendo que él se daría cuenta si la miraba con mucho detenimiento, se apartó-. Hacía tiempo que no tenía ninguna. Semanas enteras. -Más serena, se frotó los ojos cansados-. Esta era muy confusa y extraña. Tal vez fuera el vino.

– O el estrés. El trabajo acabará contigo.

Ella ladeó la cabeza y consultó el reloj que él llevaba en la muñeca.

– ¿Y quién acaba de llegar de la oficina a las dos de la madrugada? -Eve sonrió, deseando borrar la preocupación reflejada en los ojos de Roarke-. ¿Has comprado algún pequeño planeta últimamente?

– No, sólo unos satélites insignificantes. -Roarke se levantó, se quitó la camisa y arqueó una ceja al ver la expresión con que ella le miraba el pecho desnudo-. Estás demasiado cansada.

– Tú puedes hacer todo el trabajo.

Riendo, él se sentó para quitarse los zapatos.

– Muchas gracias, pero ¿qué tal si esperamos a que tengas fuerzas para participar?

– ¡Cielos, eso es tan de casados! -Pero se deslizó debajo de las sábanas, agotada. El dolor de cabeza la rondaba.

Cuando él se acostó a su lado, ella descansó la cabeza en su hombro.

– Me alegro de que estés en casa.

– Yo también. -Roarke le acarició el cabello con los labios-. Ahora duerme.

– Sí. -A Eve le tranquilizaba sentir los latidos de su corazón bajo la palma de la mano. Sólo que se sentía ligeramente avergonzada de necesitarlo, de necesitar que él estuviera allí-. ¿Crees que somos programados al nacer?

– ¿Cómo dices?

– Simple curiosidad. -Eve se sumía ya en el sueño crepuscular, y habló despacio y con voz pastosa-. ¿Es el azar, la dotación genética, lo que se cuela con los huevos y el esperma? ¿En qué nos convierte eso a ti y a mí, Roarke?

– En supervivientes -respondió él, pero sabía que ella dormía-. Hemos sobrevivido.

Permaneció despierto largo rato escuchándola respirar y contemplando las estrellas. Cuando creyó que ella dormía sin interrupción, la imitó.

A las siete la despertó un comunicado de la oficina del comandante Whitney. Esperaba la llamada. Tenía dos horas para preparar el informe que debía exponerle.

No le soprendió encontrar a Roarke ya en pie, vestido y tomando café mientras revisaba los informes de la bolsa en su monitor. Ella le dedicó un gruñido, su acostumbrado saludo de buenos días, y se llevó el café a la ducha.

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