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Lo quería todo. Más de lo que nunca tendría con él.

– Me gustaría volver a verte. Me gustaría volver a… estar contigo. Así -se acercó a él y respiró profundamente, más asustada de lo que había estado en mucho tiempo-. ¿Es eso posible, Santos?

– Depende.

– ¿De qué?

– De ti. De lo que estés dispuesta a aceptar de mí. De Cuánto sea suficiente -inclinó la cabeza y capturó su boca en un breve beso-. Lo que yo siento no va a cambiar. Hasta la próxima, princesa.

Capítulo 56

Hope bajó por el débilmente iluminado pasillo. El rancio olor de la decadencia le revolvía el estómago. Contuvo la respiración, pero el hedor seguía asfixiándola, y se dio cuenta, horrorizada, de que era su propio olor el que corrompía el aire.

Cerró fuertemente los ojos, con la cabeza llena de la imagen de sí misma y el hombre retorciéndose en la cama, enredándose como dos serpientes. Se había entregado al placer profano de sus manos y su boca, y después había blandido el látigo, para castigarlo por sus pecados.

Pero la bestia seguía pidiendo más. Un gemido de terror escapó de sus labios, y se llevó la mano a la boca para contener el siguiente. Últimamente quería siempre más, por mucho que cediera a su poder.

Por culpa de Santos.

En lo alto, la luz se filtraba entre las contraventanas cerradas. Se envolvió fuertemente en el echarpe. Estaba convencida de que triunfaría el bien. No podía ser de otra forma.

Si no era así, estaría perdida.

Se acercó a la luz. Unos pasos más y estaría fuera de aquel lugar abandonado de Dios, y tal vez la bestia se aplacaría. contó los pasos hasta que llegó a la puerta y salió apresuradamente.

El aire fresco le aclaró la cabeza, aunque no podía dejar de temblar. Respiró profundamente y corrió a su coche, con la esperanza de que nadie la viera. No había sido capaz de esperar a que llegara la noche a esconderla. La bestia no quería esperar, ni siquiera una hora más.

Llegó al coche y se metió dentro. Sólo entonces se permitió un momento de calma. Tal y como esperaba, la luz del sol había vencido sobre la oscuridad, y su cabeza había recuperado el silencio. Se aferró fuertemente al volante y apoyó la cabeza en las manos. Cerró los ojos.

Los días y semanas que habían transcurrido desde que Víctor Santos apareciera en su puerta para amenazarla habían sido una pesadilla. Después de hablar con su abogado había hecho lo que le pidió el policía, siguiendo cada una de sus instrucciones al pie de la letra, aunque era algo que la ponía enferma. A ojos de todo el mundo había desempeñado el papel de pobre víctima, de hija amantísima que, para salvar su vida, había huido de una madre a la que adoraba.

De forma sorprendente, sus amigos y conocidos, ya fueran de negocios o personales, habían estado a su lado, aunque sabía las habladurías que se habrían extendido como la pólvora por la alta sociedad de Nueva Orleans. Delante de ella aplaudían su valor. Delante de ella la comprendían, y afirmaban compartir sus sentimientos.

Pero vio las miradas que intercambiaban cuando creía que ella no los veía; vio el horror y la repugnancia en sus ojos. Toda su vida había cambiado. Hasta el padre Rapier la miraba con otros ojos.

Estaba convencida de que todo el mundo la despreciaba por ser descendiente de una casta de rameras, y que la consideraban marcada por el pecado.

El autodominio del que se enorgullecía en el pasado, en el que siempre había confiado, la abandonaba cada vez más a menudo.

Abrió los ojos. La luz del sol la cegó, pero acogió el dolor de buen grado. Se miró la palma de la mano derecha, enrojecida y magullada por el látigo. Deseaba haber oído el dolor de Víctor Santos rompiéndole los tímpanos. Deseaba haberlo castigado a él. El odio que le profesaba no tenía límite. Ardía en su interior con tanta intensidad que le quemaba la piel.

Santos estaba convencido de que había ganado. Creía que la había vencido. Podía oír su diversión, su risa de victoria. Glory y él se veían. Su hija no la había apoyado en la humillación. Glory no entendía, no veía. La bestia debajo de la bella fachada. Como siempre había ocurrido, consideraba su misión enseñarle la verdad, salvarla.

Se estremeció cuando un escalofrío recorrió su columna. Haría pagar a Víctor Santos. Tenía amigos, gente que la ayudaría a cambio de un precio. Gente que siempre la había ayudado.

Haría que Víctor Santos se arrepintiera de haberse atrevido a acorralar a Hope Saint Germaine.

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