Desde que habían estado juntos se sentía atormentada por la añoranza. Lo deseaba. Quería estar con él de nuevo.
Santos se volvió de repente y la miró a los ojos. Glory sabía que podía leer todos sus pensamientos, en su cara y en sus ojos. No intentó ocultarlos; no intentó fingir. Quería que supiera cuánto lo echaba de menos.
Se sentía poderosa, valiente y llena de vida. Una risa incrédula afloró a sus labios, aunque no la dejó escapar. Era posible que la casa la estuviera afectando. Tal vez la lectura de los diarios influyera sobre ella. En cierto modo había cambiado después de leer las vidas de mujeres que tenían valores muy distintos a los que le habían inculcado, que entregaban el cuerpo sin amor y podían encontrarlo repugnante, pero en ningún modo vergonzoso.
O tal vez había conseguido por fin entender sus necesidades.
Llevó una mano al rostro de Santos y lo acarició suavemente, primero en la mejilla y después en la boca.
– Te deseo.
El tomó su mano con la suya.
– Glory, yo…
– No.
Se llevó sus dedos a los labios y los besó, mordisqueándolos. Se sentía sincera. Más sincera que en toda su vida.
La última vez que había sido sincera con un hombre no lo había entendido. Era muy joven y no tenía experiencia. Ahora sabía todo lo que tenía que saber. Sabía satisfacer a su amante.
– Tú también me deseas -murmuró-. Lo sé.
– Sí -dijo Santos excitado-. Sí. Te deseo, pero…
– No -negó con la cabeza-. Nada de peros. Ven.
Lo condujo al interior de la casa, a una de las grandes camas del piso superior. Las ventanas estaban abiertas, y la brisa del Misisipi agitaba las cortinas de encaje. La luz del sol iluminaba el suelo, las paredes y la cama.
Se dejaron caer juntos, bañados por la luz. Los segundos se transformaron en minutos, y después en horas. El tiempo se detuvo y a la vez se les escapaba entre los dedos mientras se exploraban mutuamente.
Glory pidió a Santos lo que quería, y él le dio todo lo que deseaba. Cuando él pedía, ella daba. Fue un acto exquisito y perfecto, tierno y salvaje, frenético y tranquilo. Al final Glory entendió completamente en qué consistía ser una mujer.
Después estaban entrelazados en la cama, empapados en sudor y sin aliento, pero completamente relajados. Santos no se apartó, y Glory se alegró de ello, aunque no albergaba ninguna ilusión con respecto a lo que había ocurrido entre ellos.
Pasó los dedos por su pecho. Le encantaba sentir su carne firme y musculosa.
– ¿Lo sientes? -le preguntó con suavidad.
– No -inclinó la cabeza para mirarla a los ojos-. ¿Y tú?
Glory negó con la cabeza.
– ¿Cómo iba a sentirlo? Ha sido maravilloso.
Santos sonrió, complacido, y volvió a mirar el elaborado medallón del techo.
Glory siguió su mirada.
– Es una casa preciosa, ¿verdad?
– Desde luego. ¿Has decidido qué vas a hacer con ella?
– No. Aún no he llegado tan lejos -apretó la mejilla contra su pecho, pensando en el momento y en el futuro-. Es un sitio con mucha historia. Forma parte de Luisiana. Es una casa especial, única y maravillosa. No debo cambiarla -respiró profundamente-. Las mujeres que vivieron aquí merecen ser recordadas.
– Podrías vivir aquí.
Glory negó con la cabeza.
– Me gustaría, pero está demasiado lejos del hotel. Además creo que me sentiría muy sola.
A no ser que Santos estuviera con ella.
Aquella idea saltó por sí sola a su cabeza, y la apartó en silencio. No le serviría para nada empezar a pensar en compartir la vida con Santos. No le serviría para nada empezar a pensar en el amor. No iba a ocurrir, y si se permitía el lujo de albergar esperanzas terminaría saliendo dañada.
Tenían demasiado pasado para que pudiera haber un futuro.
– ¿Dónde te deja eso? -preguntó Santos, interrumpiendo sus pensamientos.
– También tengo que tomar varias decisiones con respecto al hotel. Tendré que efectuar varios cambios -suspiró-. Cambios que mi padre no habría aprobado.
– El tiempo cambia las cosas, Glory.
– Ya lo sé -apretó los labios contra su hombro para contener las lágrimas-. Pero me habría gustado gestionar el hotel tan bien que no se hubiera visto afectado por ningún cambio. Me gustaría haber podido mantenerlo como fue siempre. Sé que es una tontería.
– Nada de eso -murmuró acariciándole la espalda-. Es una autocomplacencia derrotista. El tiempo lo cambia todo. No te engañes. Si tu padre siguiera con vida, también él habría tenido que hacer ajustes para enfrentarse a los retos actuales.
– Gracias -dijo mirándolo a los ojos-. Eso me hace sentir mejor. Lo quería mucho.
– Ya lo sé -los dedos de Santos se detuvieron-. Tengo que decirte una cosa.
Glory se enderezó, apoyándose en un codo, y lo miró con el ceño fruncido.
– Eso ha sonado muy serio.
– Lo serio que sea depende de tu perspectiva.
– No lo entiendo.
– Sé de dónde sacó tu madre el dinero para salvar el hotel hace diez años.
– ¿De verdad? ¿De dónde?
– Se lo dio Lily.
Santos explicó que el comentario que había hecho el día de la lectura del testamento lo había hecho pensar en la correspondencia que había llevado al hotel tantos años atrás y sobre lo que Hope enviaría a Lily. Tampoco se le había escapado que el nivel de vida de Lily cambió después de aquello. Después le dijo que, buscando entre las pertenencias de Lily, había encontrado tres pagarés, firmados por su madre, en los que se comprometía a devolver la suma de quinientos mil dólares.
– No entiendo -Glory respiró profundamente, sin dar crédito a sus oídos-. ¿Quieres decir que mi madre te debe medio millón de dólares?
– Sí y no. Le he ofrecido un acuerdo.
– Un acuerdo -repitió Glory-. ¿Quieres decir que ya has hablado con ella de esto?
– Sí, después de consultar a un abogado.
– Ya veo -se sentó y se pasó una mano por el pelo, sin sorprenderse al ver que temblaba-. ¿Cuánto hace que encontraste esas notas?
– Dos semanas.
Glory se volvió para mirarlo a los ojos.
– Y me lo dices ahora. Muy amable, Santos. Muchas gracias por el voto de confianza.
– Tenía motivos para no decírtelo antes.
Aquello le hizo daño, porque decía mucho sobre su relación. Mejor dicho, demostraba que no tenían ninguna relación. Simplemente se habían acostado juntos un par de veces.
El sexo no era lo mismo que el amor. No constituía una relación. Y desde luego no era lo que habían compartido tantos años atrás.
Era lo que Glory quería, pero no lo tendría nunca. Se mordió el labio, negándose a llorar. No quería reconocer cuánto le dolía que no confiara en ella, que no la considerase lo suficiente para decirle que su madre le debía quinientos mil dólares.
– ¿Y antes de esto? -señaló con un gesto la cama revuelta-. ¿No crees que tenías la obligación moral de decírmelo antes de acostarte conmigo?
Santos la examinó con la mirada.
– ¿Eso habría cambiado algo?
Glory alzó la vista al techo. Tal vez no habría cambiado nada antes, pero después, en aquel momento, le parecía que la diferencia era abismal. Si se lo hubiera dicho no le dolería tanto que no podía soportarlo.
Hundió los dedos en las sábanas.
– ¿A eso has venido?
Le rogó en silencio que no fuera así, que le dijera que había ido a verla porque pensaba en ella, porque quería verla y estar a su lado.
– Sí.
Glory respiró profundamente y bajó los pies de la cama.
– He sido tan idiota que he pensado que venías por otros motivos.
– No te pongas así.
Se sentó y alargó una mano hacia ella, pero Glory se levantó de la cama, llevándose la sábana. Se envolvió cuidadosamente en ella y se volvió para mirarlo.
– ¿Se puede saber qué trato has ofrecido a mi madre? ¿Qué te pague un sesenta por ciento? ¿Un cuarenta?
Santos entrecerró los ojos.
– ¿Por qué iba a hacer algo así, Glory? Pidió el dinero prestado a Lily, dejándola en la ruina. Le prometió que se lo devolvería y no lo hizo. Lily me legó esos pagarés. Quería que yo los tuviera.
Glory se puso tensa.
– Por supuesto -dijo con frialdad-. Tienes derecho a su herencia -se puso la camiseta y volvió a mirarlo a los ojos-. Tengo cosas que hacer. Será mejor que te vayas.
Santos la miró furioso.
– ¿Se puede saber qué te pasa, princesa? ¿Es que crees que debería perdonar la deuda a tu madre porque tienes un buen polvo?
– Vete al infierno.
Se volvió y caminó hacia el cuarto de baño. Santos la siguió, y consiguió detener la puerta cuando ella estaba a punto de cerrarla en sus narices.
– ¡Fuera de aquí! -dijo tapándose, a pesar de que un momento atrás estaban los dos desnudos.
– A diferencia tuya y de tu madre, el dinero no significa nada para mí. Le he dicho que le perdonaré la deuda si reconoce públicamente a Lily. Ese es el trato que le he ofrecido.
Glory lo miró con incredulidad, atónita. No podía dar crédito a sus oídos.
– No querrás decir que vas a olvidarte de…
– Eso es exactamente lo que quiero decir -rió con amargura-. No me importan nada el dinero, ni el hotel, ni nada que pudiera sacar de esto. No me gustó la forma en que tu madre trató a Lily. Le hizo mucho daño. Y estoy dispuesto a obligarla a resarcirla por lo que hizo, aunque vaya a costarme medio millón de dólares.
Se volvió y empezó a alejarse. Glory lo miró, con el corazón en un puño. Le tendió la mano.
– Lo siento.
Santos se detuvo, pero no se volvió.
– ¿Qué es lo que sientes?
– Te he juzgado mal. Estaba enfadada, y dolida porque no hubieras confiado en mí. Me ha hecho daño que no me dijeras antes lo que habías averiguado.
– ¿Debería decírtelo, Glory? -se volvió para mirarla-. ¿Debería confiar en ti?
Ella levantó la cabeza.
– Sí.
– ¿Es que tú confías en mí? ¿Crees en mí? -negó con la cabeza cuando ella abrió la boca, probablemente para contestar que sí-. No creo. Ni siquiera tengo la impresión de que hayas creído en mí realmente. Si hubieras creído en mí… -se tragó las palabras-. Olvídalo.
– ¿Cómo puedo demostrarte que te equivocas? -dio un paso hacia él-. Quiero demostrártelo.
Santos la miró sin pestañear.
– No creo que puedas, Glory. Probablemente es demasiado tarde para eso.
Se le formó un nudo en la garganta. Hizo un esfuerzo para tragárselo. Ya no era una adolescente de dieciséis años; era una mujer. Y sabía lo que quería. Quería a Santos. Quería ser su amante. Quería mantener una relación con él.