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Era lo suficientemente vieja como para comprender que todo lo demás carecía de importancia.

Esta vez el dolor fue mucho más intenso. Pero no tardó en desaparecer. Se marchó inesperadamente, dejándola con una extraña sensación, liviana y juvenil. Rió con alegría. Recordó haber reído y haberse sentido de aquel modo en algún momento, aunque no recordaba cuándo ni dónde.

Pero el canto de los pájaros no cesaba. Cada vez era más alto, más alto aún que el sonido de sus propios pensamientos. Lily comprendió entonces que estaba a punto de morir.

Ya no sentía arrepentimiento, ni miedo, ni dolor, ni tristeza. Sólo amor. La envolvía una paz que ni siquiera habría creído posible.

Pero no podía marcharse todavía.

Alargó un brazo para tocar la mano de Glory, que sonrió sin despertarse.

La noche terminaba y el día empezaba de nuevo. La luz de la mañana empezaba a entrar por la ventana de la habitación del hospital, y los pájaros cantaban con insistencia.

Pero debía despedirse de Santos.

Soñó que lo veía y que lo abrazaba, aunque no supo cómo. Siempre le habían disgustado las despedidas. Los adioses siempre implicaban dejar algo detrás o ser rechazado de algún modo. Pero esta vez fue una despedida dulce, más dulce que ninguna otra. Una despedida llena de promesas.

En su sueño le dijo que no llorara, que no estuviera triste. Después sonrió, se apartó de Santos y caminó hacia una luz. Esta vez, cuando la llamaron los pájaros, se dejó llevar.

Capítulo 50

Al funeral sólo asistieron Santos, Glory, Liz, Jackson y unos cuantos vecinos de Lily. Glory rogó a su madre que asistiera, pero Hope se había negado. Aceptó su decisión, no sin gran dolor porque le habría gustado que su madre fuera capaz de vencer sus miedos.

Desgraciadamente no era capaz. Pensaba que debía perdonar a su madre por algo, y no lo hacía. Resultaba evidente que había cosas en Hope que no llegaba a comprender. Una especie de carencia injustificable.

Glory no derramó ni una sola lágrima. Entre otras cosas porque ya las había derramado todas. Se sentía tan derrotada que temía no tener fuerzas para seguir viviendo.

Débilmente, se llevó una mano a la frente. Los días y las horas transcurridas desde la muerte de su abuela habían resultado un verdadero infierno. Tanto Santos como ella se dedicaron a arreglarlo todo, aunque en realidad fue él quien lo hizo. No en vano había vivido con ella muchos años. Había gozado de una oportunidad que Glory no había tenido.

Esta vez sus ojos se llenaron de lágrimas. Hizo un esfuerzo por mantener la calma. Había perdido a Lily, a una mujer que había llegado a ser muy importante para ella en el corto periodo de tiempo en que estuvieron juntas. Su marcha había dejado un terrible vacío en su interior.

No podía soportar el sentimiento de pérdida, ni librarse de los recuerdos. Recordó la muerte de su padre, su funeral, las palabras del párroco. En muchos aspectos sentía lo mismo que entonces: soledad y abandono. Tal vez porque Lily, al igual que Philip, la había amado sin reservas.

Suspiró y miró a Santos. El también había asistido a la ceremonia sin derramar una lágrima, aunque sabía muy bien cómo se sentía, aunque lo comprendía. Los dos habían querido a Lily.

Santos invitó a todo el mundo a la casa tras la ceremonia. Liz se encargó de la comida y de la bebida, y Glory sabía que Santos le estaba muy agradecido por aquel detalle. Su antigua amiga había permanecido a su lado todo el tiempo, agarrada de su brazo. No la miró ni una sola vez, pero notó que estaba al tanto de cada uno de sus movimientos. Podía notar su desagrado, su desconfianza.

Cada vez que la observaba la asaltaba un terrible sentimiento de culpa.

Uno a uno los invitados se fueron marchando. Liz debía regresar al restaurante; Jackson, al trabajo; y los vecinos a sus casas, porque ya era muy tarde.

Glory empezó a recoger los platos y las copas. Lo llevó todo a la cocina para lavarlo.

– Déjalo -dijo Santos a su espalda-. Ya me ocuparé más tarde.

– No me importa hacerlo.

– Pero a mí sí. Déjalo. No necesito tu ayuda.

– No me molesta. Me gustaría ayudar.

– ¿Por qué, Glory? -preguntó mientras caminaba hacia ella.

– Porque la quería.

Santos no dijo nada durante unos segundos. Permaneció a escasos centímetros de ella. Al cabo de un rato la miró con animosidad.

– ¿Y qué tiene eso que ver con ayudarme a limpiar los cacharros? No vives aquí. Apenas la conocías.

– Pero llegó a ser parte de mi existencia, una parte tan importante que necesitaba…

Glory no terminó la frase. Santos no lo comprendía. Porque no quería comprenderlo, porque no quería interesarse por ella. Le había contado toda la verdad sólo porque pensó que podía ayudar a Lily, no por su bienestar. Y ahora la quería fuera de su vida.

En el fondo comprendía que no podía esperar nada de él. No después de lo que había hecho años atrás. Y se sentía completamente idiota por haber alimentado sueños vanos.

– No has contestado a mi pregunta, Glory. ¿Qué tiene que ver Lily con ayudarme? ¿Es que crees que limpiando los platos estarás más cerca de ella? ¿Es que crees que te ayudará a mitigar tu sentimiento de culpa?

– Muy bien. Si quieres fregar todo tú solo, adelante.

Glory cerró el grifo, se secó las manos y salió de la cocina. Santos la siguió y la agarró del brazo.

– Quiero una respuesta.

– No, no es cierto. Quieres una pelea. Y no pienso deshonrar la memoria de Lily con una pelea. Déjame pasar.

– Ya no puedes hacer nada, Glory. No puedes hacer nada para mitigar el dolor de Lily, para eliminar todos los años que estuvo sola. Es demasiado tarde.

En cierto modo, Santos había leído sus pensamientos. Pero no necesitaba que le dijera que no podía hacer nada.

Se apartó de él.

– No tengo ninguna razón para sentirme culpable. Es culpa de mi madre, no mía. Yo nunca le habría hecho a Lily lo que ella…

– ¿Estás segura? ¿Estás segura de que no eres como ella?

– ¡Maldito canalla! -estalló al fin-. ¡No sabía que tuviera una abuela! Me mintió, me engañó. ¡Y no puedes imaginar lo que eso duele! ¡No puedes imaginar lo que se siente cuando has perdido…!

Glory no terminó la frase. Sus ojos se llenaron de lágrimas. No podía seguir peleándose con Santos. Si lo hacían terminarían arrepintiéndose de ello. Y a Lily no le habría gustado.

– No podemos seguir así, Santos -continuó-. Sé lo que has sufrido. Sé que la amabas y que la echarás de menos. Yo también la quería. Y tanto que…

– No tienes ni idea de lo que siento! No dejas de repetirlo, pero no tienes ni idea. Tienes una madre, una familia. Lily era como mi madre, y ahora ya no tengo a nadie. Así que vuelve con tu mamá y déjame solo.

Santos quería destrozarla. La habría desintegrado en el aire de haber podido, y Glory lo notó. Sin embargo, no estaba dispuesta a permitírselo.

– Lily era mi abuela. Y me quería. No permitiré que lo olvides. Y no permitiré que me digas que pertenecí a…

– No lo hiciste. Era nuestra vida. No puedes comparar diecisiete días, que es el tiempo que ha pasado desde que la viste por primera vez, con diecisiete años.

– Maldito cerdo… No lo entiendes porque no quieres comprenderlo. No quieres creer que la quería porque ni siquiera quieres compartir conmigo el amor por ella.

– ¿Tan segura estás, princesa? -la tomó de ambas manos-. Te conozco bien, y sé que eres toda frialdad. Eres una manipuladora y una mentirosa como tu madre. Eres incapaz de amar.

– ¡Basta! ¡Eso no es cierto! -gritó histérica.

– Supongo que sólo estás aquí para ver si te caen algunas migajas, pero puedes ahorrarte el tiempo, porque no hay mucho.

Glory lo empujó con fuerza y empezó a golpearlo.

– ¡Eso no es cierto! ¡Yo la quería! Pero estás tan enfadado conmigo que no te das cuenta. La quería, maldito canalla.

– Nunca has amado a nadie, salvo a ti misma.

– Eso no es cierto. ¡Yo te amaba!

Santos no la soltó en ningún momento. Glory intentó librarse de nuevo, pero sólo consiguió que los dos acabaran en el suelo. Su antiguo amor se colocó de inmediato sobre ella para inmovilizarla.

– Admítelo. No me amaste nunca. Sólo fui una diversión para ti. Pobre niña rica, siempre tan aburrida, tan incomprendida por todos.

– ¿Qué esperabas que hiciera?

Glory lo golpeó entre las piernas y Santos la soltó al sentir el dolor. Pero volvió a apresarla antes de que tuviera tiempo de huir.

– Esperaba que creyeras en mí. Esperaba que permanecieras a mi lado.

Glory empezó a llorar.

– Tenía dieciséis años. Había perdido a mi padre aquella noche. Lo había perdido todo. Y estaba sola. Tan sola…

– Me tenías a mí, pero eso no era suficiente, ¿verdad? No podía serlo para una niña rica.

Glory negó con la cabeza, llorando.

– No te tuve nunca. No confiaste nunca en mí. Nunca me quisiste. Sólo deseaba que me amaras para…

Santos se inclinó sobre ella y la besó con fuerza, frotándose contra su cuerpo mientras tanto, como si quisiera hacer que pagase de alguna forma por el pasado. Por el dolor que le había causado.

Unos segundos más tarde se apartó de ella y la soltó. Pero Glory no salió corriendo, como cabía esperar. Se agarró a su pelo y cerró las piernas alrededor de la cintura de Santos.

Lo deseaba. Y se trataba de un sentimiento que no tenía nada que ver con hacer el amor. Necesitaba sentirlo en su interior. Necesitaba algo mucho más duro, mucho más básico.

– Glory, maldita sea, yo…

Glory lo besó apasionadamente, con hambre acumulada en diez largos años.

Empezó a quitarle la ropa, y él hizo lo mismo con ella. Aunque no fue fácil. Glory se había puesto un vestido y él llevaba un traje. Pero al final lo consiguieron.

Una vez desnudos, Santos la penetró. Glory gritó, pero no de dolor.

Fue algo muy animal. No hubo caricias, ni besos, ni palabras cariñosas, ni sonidos de placer o de afecto. Era como el acto culminante después de diez años de odio, de deseo y de desesperación. Sin palabras estaban diciéndose todas las cosas que siempre habían querido decirse. Y muchas dolían demasiado, tanto que apenas podían soportarlo.

Cuando terminaron, Glory se apartó sin querer mirarlo a la cara. Lo que había comenzado como una expresión de ira había terminado siendo pura pasión. Y se arrepentía amargamente. Se había comportado como un animal en celo, y no sabía cómo iba a ser capaz de mirarlo a los ojos, o de mirarse en un espejo.

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