– Víctor, has llegado a tiempo de escuchar la historia sobre el primer recital de piano de Glory.
Santos caminó hacia ella y tomó su mano.
– Estás preciosa -la besó en la mejilla.
– Me siento muy bien. El médico dice que me dará el alta muy pronto. Tal vez mañana.
– ¿Mañana? ¿Tan pronto? Vaya, eso es magnífico.
– Soy más dura de lo que creía.
– Desde luego -rió-. Nunca pensé lo contrario.
– Bandido… Te asustaste tanto que estuviste a punto de desmayarte varias veces.
Lily se volvió entonces a Glory y le contó que en cierta ocasión, después de averiguar que Santos se escapaba por la noche para ver a una chica, había cerrado a cal y canto toda la casa. A las tres de la madrugada había tenido que llamar a la puerta para que lo abriera.
– Se sorprendió tanto -rió Lily-. Empezó a dar la vuelta a la casa, buscando una ventana que estuviera abierta. Pero al final no tuvo más remedio que llamar al timbre de la entrada principal.
– No pensé que lo supiera -confesó Santos-. Di la vuelta a toda la maldita casa porque ya no estaba seguro de cuál era la ventana que había dejado abierta.
La anécdota llevó a otra anécdota y al cabo de un rato todos reían alegremente. Pero al cabo de un rato, Lily se durmió.
– Si quieres marcharte -dijo entonces Santos-, yo me quedaré aquí.
– No, me quedaré un rato. El hotel va bien. Si ocurre algo me llamará mi ayudante.
– Ojalá pudiera decir lo mismo del departamento de policía.
Habían pasado nueve semanas desde el último asesinato y Santos temía que el criminal actuara de nuevo. Hasta los medios de comunicación lo sospechaban.
Debía encontrarlo. Debía averiguar si era el mismo canalla que había matado a su madre.
– ¿Qué ocurre? -preguntó Glory-. ¿Ha ocurrido algo?
– No. Ese es el problema.
– Si necesitas marcharte le diré a Lily que…
– No, estaré un rato más. Voy a llamar a Jackson y a tomar un café. ¿Quieres algo?
– No, gracias.
– Si se despierta llámame.
– Lo haré.
Al salir al pasillo, Santos se detuvo. Durante unos minutos había olvidado quién era Glory. Había reído con ella y se habían divertido juntos. Pero no podía confiar en una mujer así. Era el enemigo.
– ¡Santos!
Santos levantó la mirada, sorprendido. Liz se dirigía hacia él, con un tiesto en las manos.
– Liz, ¿qué estás haciendo aquí?
– He venido a ver a Lily. ¿Es mala hora?
– No, por supuesto que no. Pero está durmiendo.
Santos no le había contado a Glory que mantenía una relación con Liz. No era asunto suyo. Pero por desgracia tampoco le había contado a Liz que Glory pasaba a menudo por el hospital.
– Vaya… Últimamente no te veo demasiado.
– Entre el infarto de Lily y el trabajo he pasado unas semanas horribles.
Santos sabía que sólo era una excusa. Por alguna razón no había deseado verla desde el infarto de Lily.
– Lo comprendo. Recuerdo lo que viví cuando mi padre estuvo en el hospital -dijo ella-. Pero te echaba de menos.
– Cuando se ponga bien todo volverá a la normalidad.
– ¿Qué tal está?
– Mejor. Mucho mejor, de hecho. Es posible que le den el alta mañana.
– ¿Bromeas? Es maravilloso.
– Es increíble. Pensé que iba a perderla.
– Me alegro por ti. Si quieres, le enviaré algo de comida del restaurante para que no tenga que cocinar. Házmelo saber.
– Lo haré, gracias.
– Si puedo hacer cualquier otra cosa, dímelo. En fin, tengo que volver. El negocio me llama.
– ¿Qué tal van las ventas de hamburguesas? -preguntó, bromeando.
– Bien, por desgracia. Temo por la salud de nuestros ciudadanos.
Santos rió encantado.
– Me alegra que hayas venido, Liz. Le diré a Lily que viniste.
Se inclinó sobre ella y la besó durante unos segundos.
En aquel momento sucedió lo inesperado. La puerta de la habitación se abrió. Glory se asomó y dijo:
– Santos, se ha despertado…
Al contemplar la escena, se ruborizó.
– Oh, lo siento, no sabía que estuvieras acompañado.
– ¿Se ha despertado? -preguntó Santos, apartándose de Liz.
– Sí, pensé que te gustaría saberlo. ¿Liz? ¿Liz Sweeney? Oh, Dios mío, ¿eres tú? -preguntó al reconocerla.
– Hola, Glory.
– No puedo creer que seas tú. ¿Qué tal te han ido las cosas?
– Bien -respondió, irritada-. Pero no gracias a ti.
Glory palideció. Abrió la boca para decir algo, pero no lo hizo. Santos casi lo sintió por ella, pero de inmediato recordó lo que había sucedido en el pasado. Glory había utilizado a Liz y había destrozado su existencia.
– Yo… le diré a Lily que… perdonadme.
Segundos después, regresaba a la habitación.
– ¿Cómo has podido, Santos? Pensé que no aparecías por el estado de salud de Lily. Pero no era por ella, ¿verdad?
– No es lo que crees, Liz.
– Dijiste que no te interesaba.
– Y no me interesa. Ha venido a ver a Lily, nada más.
– Ya. Lástima que no conociera a Lily.
– No la conocía hasta hace una semana. Es la abuela de Glory.
Liz lo miró con incredulidad.
– No puedes estar hablando en serio.
– Completamente. Es la abuela de Glory. Nadie lo sabía, menos yo. Hope Saint Germaine se encargó de que nadie lo supiera.
– No lo comprendo.
Santos le explicó toda la historia. Al final, Liz lo miró y dijo:
– Ya veo. Y desde que sufrió el infarto, ¿has estado aquí con Glory?
– ¿Con Glory? No. Digamos que hemos compartido el mismo espacio. Apenas nos hablamos.
– Pero no me lo dijiste. ¿Por qué?
– Porque sabía que reaccionarías así.
– ¿Quieres decir que me pondría celosa, que empezaría a sospechar, que me excedería?
– ¿Es que puedes culparme por ello? No decir la verdad es igual que mentir. Y mentir es una manera como otra cualquiera de decir que uno se siente culpable por algo. Pero supongo que ya deberías saberlo, siendo policía.
– No es así, Liz.
Sin embargo, Santos sabía que Liz estaba en lo cierto.
– Dime una cosa, Santos. ¿Tengo razón para sentirme celos?
– No.
– Tus palabras dicen una cosa, pero tus ojos, otra, Te amo, y lo sabes. No quiero perderte. Pero no estoy dispuesta a aceptar ciertas cosas.
– ¿Qué estás diciendo?
– Quiero que te comprometas conmigo. Quiero saber que tenemos un futuro -dio un paso hacia él-. Algún día, hasta me gustaría tener hijos, una familia. Y me gustaría que fuera contigo.
A Santos le habría gustado poder tranquilizarla. Se sentía muy cómodo a su lado, pero no estaba enamorado de ella, y no quería hacerle daño.
– Liz, no sé muy bien lo que quiero. No estoy seguro de querer lo mismo que tú.
Los ojos de Liz se llenaron de lágrimas. Pero no derramó ni una sola.
– Tendrás que tomar una decisión. Pero no ahora. Comprendo que no es buen momento para ti. Sin embargo, tendrás que pensarlo. Yo creo que hacemos una buena pareja.
Dio un paso hacia él, puso las manos en su pecho y alzó la cabeza para mirarlo.
– Creo que podríamos ser felices -continuó-. Ni siquiera necesito saber que será algo inmediato. Pero tampoco puedo aceptar una incertidumbre constante, Te amo, Santos. Sé que no sientes lo mismo por mí, pero también sé que podrías llegar a sentirlo. Te prometo que no haría nada que pudiera herirte. Siempre estaré a tu lado. Podríamos tener una familia feliz.
Santos tomó sus manos y dijo:
– Sí.
– Me gustaría poder decirte lo que esperas que diga. Pero no puedo. Al menos, ahora.
– Lo comprendo. No obstante, debes comprender que no puedo seguir así. La pelota está en tu tejado, detective.
– De acuerdo, Liz, lo pensaré.
Liz le dio un beso, se dio la vuelta y se marchó.
Santos la miró mientras se alejaba. Pero no pensaba en ella, sino en Glory, en lo que se sentía al estar enamorado.
Frunció el ceño y regresó a la habitación de Lily. Glory estaba en la ventana, mirando hacia la calle. No podía ver su rostro, pero su inquietud y su palidez eran evidentes.
– ¿Cuánto tiempo ha estado despierta?
– Sólo unos minutos. Preguntó por ti. Le dije que regresarías enseguida.
– Gracias.
– Santos, siento mucho lo ocurrido. No quería interferir.
– Lo sé. Olvídalo.
Glory se aclaró la garganta.
– Entonces, ¿sales con Liz?
Santos la observó con curiosidad. Se preguntó si sentiría lo mismo que él. El triángulo que formaban había cambiado sustancialmente con los años.
– Sí.
– Tiene muy buen aspecto. Ha crecido bastante.
– Como todos.
– No quería herirla -confesó, con ojos llenos de lágrimas-. No quise herir.., a nadie.
Santos se encontró paralizado entre el rencor y el dolor que le producía su tristeza. Pero pensó que era una simple estratagema. En Glory Saint Germaine no había nada dulce, ni vulnerable.
– Seguro que no. Pero eso no cambia el hecho de que hiciste mucho daño a ciertas personas.
– ¿Como a ti?
– Sí, como a mí -respondió, mientras avanzaba hacia ella, furioso-. ¿Es lo que querías oír? ¿Querías oír que me hiciste daño, que me rompiste el corazón? ¿Te sientes mejor ahora, Glory?
– No -acertó a contestar-. Me siento muy mal.
– Me alegro.
Santos quiso alejarse de ella, pero Glory lo tomó del brazo.
– Yo también perdí muchas cosas. Pagué un precio que ni siquiera puedes imaginar.
Santos apartó su mano.
– Todos estos años no te han servido para nada. Aún eres la misma niña rica y mimada que sólo piensa en sí misma. Pobrecilla, has sufrido tanto…
– Eres un cerdo.
– No es la primera vez que me lo dicen.
Santos caminó hacia la puerta y se detuvo un instante para mirarla.
– ¿Sabes una cosa, Glory? Puedo imaginar perfectamente el precio que pagaste. Porque yo también lo pagué. Y por tu culpa.
Una vez más los pájaros despertaron con sus cantos a Lily. Y una vez más, la llamaron. Lily abrió los ojos y sonrió. Su querida Glory se había quedado dormida en la silla que había junto a la cama. La luz de la lamparita iluminaba su encantador rostro. Las dos semanas pasadas en su compañía habían sido las mejores de su vida. Deseaba que su hija llegara a perdonarla, pero entendía sus motivos.
Miró a su nieta y se dio cuenta de que no temía la muerte. Su vida había sido más completa que las vidas de muchas personas. Gracias a Santos, y al final gracias también a Glory, había conocido el amor.