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– Se comprobó.

– Sí, pero no le creí de todas formas. Tuvo la oportunidad de hacerlo, y frecuentaba prostitutas. Además, se pasa la vida en el barrio francés.

– Se hundió enseguida cuando lo interrogamos. Nuestro asesino, o nuestra asesina, es una persona mucho más fría. Ese chico habría hecho cualquier cosa por librarse de nosotros, hasta confesarse culpable. Te digo que no es él.

– No lo sé. Aún creo que debimos… Oh, vaya. No mires ahora, compañero. Se acercan problemas. Y creo que llevan grabados tu nombre.

Santos miró hacia atrás. Glory se dirigía hacia él, con evidentes signos de irritación. Sin quererlo, notó cómo la miraban todos los hombres de la comisaría y no le extrañó. Era muy atractiva, aunque escondiera un corazón de hielo. Parecía un diamante entre baratijas, un perro con pedigrí entre docenas de perros callejeros.

Santos sonrió divertido. Obviamente, quería su cabeza.

– ¡Cómo te has atrevido! -exclamó al llegar al escritorio-. ¿Cómo has sido capaz de interrogar a mis empleados de ese modo?

– Buenos días -dijo Santos-. ¿A qué debo el placer de tu visita?

– Basta de tonterías. Te prohibí que interrogaras a mis empleados sin consultármelo antes. ¿Quién te dio la autoridad para desafiarme?

– ¿Desafiarte?

– Creo que será mejor que me aparte -intervino Jackson-. No me gustaría verme en mitad de un fuego cruzado. La metralla puede llegar a ser muy peligrosa.

Santos lo miró, furioso, antes de volver a concentrarse en Glory.

– En primer lugar, no tienes ningún derecho a darme instrucciones de ninguna clase -declaró el detective-. Como funcionario público que soy haré lo necesario para llegar al fondo de este caso. Y en segundo lugar hablamos con Pete durante su tiempo libre, no durante las horas de trabajo. De modo que lárgate de aquí.

– Que no puedas encontrar al asesino no te autoriza a presionar a un pobre chico inocente. En lugar de molestar a adolescentes te sugiero que salgas a la calle a encontrar a ese maníaco.

En la enorme sala se hizo el silencio. Santos estaba demasiado furioso como para describir lo que sentía. Se levantó y caminó hacia ella. Se detuvo tan cerca que Glory tuvo que alzar la cabeza para mirarlo.

– ¿Y cómo sabes que Pete no es el asesino? ¿Qué pasaría si tienes a un criminal en plantilla?

– Eso es ridículo. Es un hombre encantador. Un empleado modelo.

– Claro, y supongo que los clientes confían en él.

– Desde luego.

– Sobre todo las mujeres. Confían en él, y les gusta. ¿No es verdad?

Glory palideció. Era cierto, pero insistió en defenderlo.

– Lo has presionado durante horas, sin abogado alguno que lo defendiera. Habéis hecho todo lo que podíais salvo acusarlo directamente.

– ¿Para qué diablos íbamos a leerle sus derechos? No estaba detenido, ni hay cargos contra él. Eran simples preguntas. ¿No es cierto, Jackson?

– Lo es.

– No necesitaba un abogado, Glory. Y desde luego, no pidió ninguno. Si lo hubiera hecho, se lo habríamos concedido de todas formas. Es su derecho. Y es la ley.

– Si yo fuera tú borraría ese gesto arrogante de tu cara. Los dos sabemos que le recomendasteis que no llamara a un abogado, que lo convencisteis de que si lo hacía sería tanto como declararse culpable. Y en realidad sólo es un chico solitario y vulnerable.

– ¿Hicimos tal cosa, Jackson? -preguntó Santos.

– No que yo recuerde, compañero. Tal vez esté pensando en otro detective. O tal vez haya visto demasiadas películas.

– No insultéis mi inteligencia. No estoy dispuesta a admitir más presiones, ni más juegos. La próxima vez llevaré el caso a los tribunales.

– No vayas tan deprisa, princesa -espetó Santos, mirándola directamente a los ojos-. ¿Es que tu empleado se siente culpable de algo? ¿Por qué estaba tan nervioso?

– No estaba nervioso. Simplemente estaba inquieto por vuestras acusaciones.

– Perdóneme, señorita -intervino Jackson de nuevo-. No lo acusamos de nada. Nos limitamos a hacer preguntas. Es nuestro trabajo.

– Tal vez no lo hicierais directamente, pero lo hicisteis -dijo ella, mirando a Santos-. Cualquiera se habría asustado.

– Yo diría que sientes debilidad por ese chico -observó Santos-. Suena como si le pagaras por algo más que por aparcar coches.

– ¡Cómo te atreves! ¿Cómo te atreves a insinuar que…?

– ¿Y qué te hace estar tan segura de su inocencia? ¿Tal vez lo conoces? ¿Tal vez conoces al asesino de Blancanieves?

– Oh, por favor…

Glory se apartó de él, pero Santos la tomó del brazo y la detuvo.

– No tienes idea de con quién estamos tratando. Como mucha gente, crees que los asesinos son personas de aspecto extraño, personas en cuyos ojos se ve claramente un monstruo. Pero no es así en absoluto. Se trata de un monstruo, sí, pero de un monstruo que camina entre nosotros, desapercibido. Una persona fría, brutal y calculadora. Una máquina de matar, sin compasión ni respeto por la vida humana.

Santos notó su miedo y sintió cierta satisfacción. Quería asustarla. Sus acusaciones eran tan arrogantes y tan injustificadas que merecía un castigo, aunque fuera mínimo. Por el presente, y por el pasado.

– Pero no se trata de un monstruo que podamos identificar por su aspecto -continuó-. Es un manipulador nato. Alguien que necesita hacernos creer que es absolutamente inocente. Todo un ejemplo como persona. O un empleado modélico.

Glory estaba tan pálida que Jackson decidió intervenir.

– Santos…

Santos levantó una mano para detenerlo.

– Pete tuvo la oportunidad. Vive en el barrio francés y le gustan las… chicas de la calle. Por otra parte, trabaja durante la noche y puede salir y entrar cuando quiera. Puede utilizar los coches de los clientes cuando le apetezca. Vehículos de los que sabe que no se utilizarán en varias horas.

– ¿Estás diciendo que Pete es el asesino?

– No. Sólo estoy diciendo que no tienes derecho a venir aquí a decirnos cómo debemos hacer nuestro trabajo. Nos tomamos muy en serio nuestra profesión, y te aseguro que somos bastante buenos. Así que si no tienes nada más que decir, princesa, yo no tengo tiempo para tonterías. He de encontrar a un asesino.

– No me llames así.

– ¿Prefieres que te llame «alteza»?

– Vete al infierno.

Glory se dio la vuelta y se alejó de él. Mientras lo hacía miró sin querer las fotografias que ocupaban el escritorio y se asustó tanto que dio un paso atrás.

Jackson se levantó de la silla y se acercó a sostenerla por si se desmayaba.

– ¿Por qué no se sienta un momento?

Glory se recobró enseguida. Santos pudo notar perfectamente sus esfuerzos por recobrar la compostura, por colocarse de nuevo la ridícula armadura con la que se defendía del mundo. Unos segundos atrás la había visto tal y como había sido. Apasionada, llena de vida. Le había recordado a la chica de la que se enamoró.

– Gracias, detective Jackson. Me encuentro bien. Y ahora, si me permite…

Glory se marchó muy estirada. De todas formas, Santos sospechó que aquella noche no conciliaría el sueño. Las imágenes de las chicas muertas la perseguirían. De hecho, a veces también lo perseguían a él.

– Glory -dijo-, en cuanto a tu empleado…

Glory se detuvo un momento y lo miró.

– Está limpio -continuó Santos, sabiendo que había ganado la batalla-. Pensé que te gustaría saberlo.

– Eres un cerdo.

El detective sonrió y se llevó la mano, como saludo, a un ala de sombrero imaginaria.

– Siempre a tu servicio.

Capítulo 44

Lily despertó con los cantos de los pájaros. Suavemente, se desperezó y abrió los ojos. A juzgar por la suave luz acababa de amanecer.

Se levantó de la cama con cierta dificultad y se dirigió al balcón que daba al jardín central del edificio. Sonrió, abrió las puertas y salió para admirar el nuevo día.

Por alguna razón la luz matinal le recordaba su juventud. Recordó muchas mañanas del pasado, muchos detalles: el suave y dulce olor del aire; el rocío; el aroma de un desayuno caliente; la calidez del sol en el rostro.

Los pájaros continuaban cantando. Parecían ángeles.

La ráfaga de frío fue tan repentina que por un momento pensó que era enero en lugar de junio. Acto seguido pensó que debía tratarse de una especie de frío interno, pero no era así. Tenía frío de verdad. Se frotó los brazos y los encontró húmedos, sudorosos como si hubiera estado trabajando en el jardín.

Los pájaros cantaban y ella se estaba muriendo.

Lo sabía, aunque no supiera cómo. Lo intuía con una claridad absoluta.

Miró hacia el patio central intentando ver los pájaros que cantaban, pero no pudo distinguirlos.

Entró de nuevo y salió del dormitorio sin molestarse siquiera en ponerse unas zapatillas y una bata. Podía oler el café y oír el sonido que producía al pasar las páginas de un periódico. Santos no dormía mucho, ni profundamente. Sus demonios personales le habían robado la tranquilidad tiempo atrás.

Avanzó lentamente hacia la cocina. El frío era casi insoportable. Deseó que Santos encontrara a alguien. Una amante, una compañera, una esposa. Deseaba que encontrara a alguien que lo amara tanto como para que no volviera a sentirse solo. La vida era demasiado corta. Había que vivirla de forma intensa, disfrutarla al máximo.

Lo encontró en la cocina. Estaba sentado a la mesa, tomando un café y leyendo la prensa, con la cabeza inclinada. Lo miró y pensó que era muy fuerte y atractivo. Un gran hombre en todos los sentidos. Sintió tal orgullo que durante un momento el frío cedió. Pero no era su madre. No lo había traído al mundo.

Sin embargo, siempre había sido un hijo para ella. Al menos lo amaba como si lo fuera, como si lo hubiera tenido en sus brazos siendo un bebé, como si hubiera mamado de sus propios pechos, como si hubiera nacido de su propio cuerpo.

Si el cielo existía, hablaría con su verdadera madre cuando llegara. Le hablaría de él.

– ¿Santos?

– Buenos días -sonrió al mirarla-. Te has levantado muy pronto.

– Hay algo que necesito que hagas por mí. Ciertas cosas que debo decirte.

Santos frunció el ceño y la observó con intensidad como si notara que algo andaba mal.

– Lily, ¿te encuentras bien?

Súbitamente, Lily dejó de sentir su brazo izquierdo. Fue una sensación inquietante y terrible, que sin embargo no le robó su paz interior.

– Debo decírtelo antes de que… antes de que sea demasiado tarde.

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