– Glory, tenemos que hablar con tus padres.
– Esta noche no, por favor. Esta noche es demasiado especial. Es nuestra noche, y no quiero arruinarla.
Santos asintió, casi sin aliento. Le habría gustado poner punto final a sus dudas, ser capaz de confiar totalmente en ella. Pero no podía. La vida le había enseñado a desconfiar.
– De acuerdo -murmuró él-. Ya hablaremos sobre ello otro día.
Glory asintió.
Cuando llegaron al vehículo, el joven abrió la puerta para que pudiera entrar. Glory lo miró. Santos notó que estaba preocupada, y besó sus manos.
– Nadie puede hacernos ningún daño, Glory, si creemos realmente el uno en el otro. Mientras lo hagamos estaremos a salvo. Te lo aseguro.
Señora Saint Germaine, hay una chica que quiere verla. Se llama Bebe Charbonnet. Es una de las amigas de Glory de la academia.
Hope reconoció el nombre de inmediato. Frunció el ceño y miró su reloj.
– ¿A esta hora? Qué extraño. Hazla entrar.
Sospechaba que algo raro estaba sucediendo. En los dos días transcurridos desde el baile de máscaras Glory se había comportado de manera extraña. Parecía nerviosa y tenía la impresión de que ocultaba algo. Y ahora se presentaba una compañera de colegio.
La señora Hillcrest indicó a la quinceañera que entrara. Hope la observó. Llevaba el uniforme del colegio, y parecía estar disfrutando. Hope sonrió y se levantó.
– Hola, Bebe. Pasa, por favor.
– Hola, señora Saint Germaine.
– ¿Qué tal está tu madre?
– Muy bien, gracias.
– Salúdala de mi parte.
– Lo haré.
Hope se sentó, pero no la invitó a acomodarse. Tomó un poco de té, se limpió la boca con una servilleta y preguntó:
– ¿Qué puedo hacer por ti?
– Bueno, yo… No sé cómo decírselo. Quiero dejar claro que no estaría aquí si no me preocupara por Glory. Odio ver cómo arruina su vida con un chico como ése.
Hope se puso tensa. Ahora lo comprendía. Era una Pierron, a fin de cuentas, y llevaba la oscuridad en su interior.
– Sigue.
– Fue durante el baile del sábado. Vi cómo se marchaba del hotel a eso de las nueve, con un chico. Se marcharon en un coche.
– ¿A las nueve? Eso no es posible. La vi a las nueve y cuarto. Y más tarde.
– No era ella. Creo que era Liz Sweeney. Liz estaba en el hotel, y no tenía por qué estar allí. Todo lo que sé es que Glory salió, vestida con unos pantalones vaqueros, y que yo misma creí verla más tarde. Aunque en realidad, sólo vi su vestido.
Hope supo de inmediato que su hija le había tendido una trampa con la ayuda de su amiga. Semejante engaño no podía quedar sin castigo.
– Ya veo que te fijaste en muchas cosas el sábado, querida Bebe.
La joven se ruborizó.
– Como he dicho, no estaría aquí si no me preocupara tanto por Glory.
– Por supuesto -murmuró.
No le agradaba nada aquella joven estirada y pomposa. Pero ya encontraría un modo de vérselas con ella más tarde.
– No conozco a ese chico. Parece mayor que ella. De hecho, no parece un chico de nuestra clase. Es diferente.
– Ya veo. ¿Puedes describirlo?
– Es alto, moreno y muy atractivo. Y tiene un aire algo salvaje.
Hope recordó algo que había comentado la secretaria de Philip varias semanas atrás. Al parecer, Glory había estado preguntando por el chico que Lily había enviado al hotel. Un tal Vincent, o Víctor. La secretaria no le había dicho nada, pero de todas formas Glory podía haberlo encontrado.
Entrecerró los ojos. Fuera quien fuese aquel chico, encontraría una forma de controlar a su hija de inmediato. Obviamente, había sido demasiado descuidada con ella.
– Creo que será mejor que vuelvas al colegio, querida Bebe. Gracias por la información. Me ha sido de gran ayuda.
– Me alegra haberla ayudado -declaró con satisfacción, frotándose las manos-. Espero que Glory y Liz no tengan muchos problemas. No me gustaría pensar que soy responsable de…
– No lo pienses más -se levantó, para acompañarla a la puerta-. Yo me ocuparé de todo. Y de todas.
Dos días más tarde, la peor de las pesadillas de Liz se hizo realidad. Estaba en clase de literatura cuando la directora la llamó a su despacho. Cuando llegó, vio que Hope Saint Germaine la estaba esperando.
Las habían descubierto.
Liz observó a la mujer con horror antes de mirar a la hermana Marguerite.
– ¿Quería yerme?
La directora dio un paso hacia delante, con expresión indulgente.
– Entra, Liz, y cierra la puerta.
Liz obedeció, aunque estaba tan asustada que apenas podía respirar. La presencia de Hope Saint Germaine sólo podía obedecer a una razón.
Nerviosa, volvió a mirarlas. No sabía qué iban a hacer con ella.
– Siéntate, querida -dijo la directora.
Liz se sentó frente al escritorio y cruzó las manos sobre el regazo.
– La señora Saint Germaine ha presentado cargos bastante serios contra ti.
– ¿Contra mí? -preguntó asustada.
– Exacto. ¿No sabes por qué?
– No, hermana.
Hope Saint Germaine se aclaró la garganta y dio un paso adelante.
– ¿Me permite, hermana?
La directora dudó antes de asentir.
– De acuerdo.
– Ha llegado el momento de que nos dejemos de juegos, jovencita -declaró-. Lo sé todo. Sé que has estado ayudando a mi hija para engañarme. Sé que has estado mintiendo por ella, sirviéndole de coartada.
Había sucedido. Y Liz sabía que tanto ella como su amiga tendrían que enfrentarse a serios problemas. Miró a la directora, impotente.
– Has estado facilitando una aventura entre mi hija y un chico totalmente inadecuado para ella. ¿No es cierto? -preguntó Hope, en tono acusatorio-. Y es posible que fueras tú quien la animara. Es posible que todo esto haya sido idea tuya.
– ¡No! -protestó-. No es cierto. No fue así. Lo prometo.
– Entonces, ¿por qué no nos dices la verdad? -sonrió Hope, sin calidez alguna-. No queremos acusarte de forma injusta.
Liz respiró profundamente. Se sentía enferma. Deseó no haber ayudado nunca a Glory. Deseó no saber lo que había sucedido la noche del baile, poder mentir sobre todo aquel asunto. Pero tenía la impresión de que Hope Saint Germaine lo sabía todo. Si mentía de nuevo y la descubrían su posición sería mucho peor.
– ¿Y bien? ¿Ayudaste a mi hija?
– Sí, señora -murmuró.
– El sábado pasado, ¿te pusiste el vestido de mi hija para que ella pudiera marcharse de la fiesta sin que yo lo notara?
– Sí, señora.
La hermana Marguerite suspiró, decepcionada.
– Hiciste una promesa, Elizabeth -intervino-. Creíamos en ti. ¿Cómo has podido traicionar nuestra confianza?
– Lo siento, hermana, no fue mi intención.
– Tienes idea de por qué te he llamado a mi despacho,
– Las condiciones de tu beca están bien claras. No podemos permitir un comportamiento inmoral.
Liz se levantó, muerta de miedo.
– ¡No lo sabía! No quería hacer nada que fuera…
– Tranquilízate, Liz -dijo la madre de Glory-. Si nos dices toda la verdad tal vez sea posible convencer a la directora para que sea indulgente contigo.
Liz asintió y se sentó de nuevo.
– De acuerdo. ¿Qué quiere saber?
– Empieza por el principio. Empieza cuando Glory conoció a ese chico.
Liz asintió de nuevo y empezó a hablar. Cuando terminó, Hope se llevó una mano al pecho, pálida.
– ¿Estás diciendo que mi hija y ese chico…?
La hermana Marguerite la interrumpió.
– Elizabeth Sweeney, ¿insinúas que han mantenido relaciones? ¿Es eso lo que estás insinuando?
– Sí -contestó en un susurro.
La monja se santiguó. Hope permaneció en silencio.
– No lo sabía -dijo Liz entre lágrimas-. Sólo lo supe más tarde. Si me hubiera dicho lo que planeaba, me habría negado a ayudarla. Tienen que creerme.
– ¿Cómo vamos a creerte? -preguntó Hope-. Has demostrado ser una mentirosa. Y ahora mi hija y ese canalla…
– Santos no es un canalla. No lo es, señora Saint Germaine. Es un chico inteligente, y una buena persona. Estudia en la universidad de Nueva Orleans, y en cuanto cumpla los veintiún años se hará policía.
– Basta, Elizabeth -intervino la monja-. Creo que será mejor que…
– ¡Deben creerme! Santos ama a Glory. Quería que Glory se lo contara a usted, señora Saint Germaine, y a su marido. No creía que fuera correcto que…
– Pero lo hizo de todas formas.
– Sólo porque Glory se lo rogó. Hasta se pelearon por ello -declaró, mientras se limpiaba la nariz-. Yo misma intenté convencerla para que se lo contara.
– Pero no quiso escuchar, ¿verdad? Qué apropiado.
– Tenía miedo. Dijo que usted no lo aprobaría, que haría cualquier cosa para romper su relación.
– ¿Y qué otra cosa podría haber hecho? Ese Santos es despreciable. Un chico que se dedica a seducir a jovencitas inocentes.
– El no es así. Si lo conociera, si hablara con él…
– Ya lo he hecho y sé qué clase de persona es -dijo, mientras se ponía sus guantes de cuero-. ¿Pensaste alguna vez en contárnoslo a la directora y a mí? ¿Pensaste alguna vez que Glory no se estaba comportando de forma correcta, que necesitaba la ayuda de sus supuestas amigas?
– Soy su amiga. Y tenía que ayudarla. Ella ama a Santos.
– No permitiré que Glory arruine su vida como tantas otras chicas -declaró Hope, con mucha beligerancia-. Ella es diferente. Sucumbe fácilmente a la tentación. Me aseguraré de que no vuelva a ocurrir. No importa lo que tenga que hacer.
Liz se estremeció y se apretó contra su asiento, aterrorizada. Sintió lástima por su amiga. Vivir con aquella mujer debía ser un verdadero infierno.
Hope miró entonces a la monja.
– No creo necesario expresar lo molesta que estoy con esta situación. Glory asiste a su academia para librarse de las malas influencias. Philip y yo donamos una suma más que generosa a la institución, y espero que arregle la situación de inmediato. ¿Está claro?
– Tendremos que considerar todas las posibles soluciones. No me gustaría actuar de forma apresurada.
– ¿Apresurada? Si lo prefiere, seré yo quien actúe de forma apresurada.
– Me encargaré de todo, señora Saint Germaine.
Liz contuvo la respiración, casi histérica. La madre de Glory había prometido que haría lo posible para que la directora fuera indulgente con ella. Pero en lugar de eso, estaba haciendo todo lo posible para que la expulsaran. Era una mentirosa y una bruja que se las había arreglado para que traicionara a su mejor amiga.