Aquel colegio sólo era el principio. Cuando terminara los estudios en la academia podría obtener una beca en la institución que deseara. Tendría todo lo que siempre había soñado.
La madre y los niños que habían entrado salieron del servicio. Liz sonrió a modo de saludo. Segundos después de que se marcharan, apareció Glory.
Al verla, contuvo la respiración. Llevaba un precioso vestido. No sólo parecía una princesa. Parecía la princesa que Liz habría querido ser.
– Llegas tarde.
– Estaba esperando el momento adecuado para marcharme.
– Y tú madre?
– Está jugando a las cartas con unas amigas. Ni siquiera me ha mirado en toda la noche -respiró profundamente-. Esto va a ser muy divertido. Toda una aventura.
– Estoy muy asustada…
Glory rió. Las dos jóvenes entraron en uno de los servicios y se cambiaron la ropa. Glory había solucionado el problema de sus distintos cabellos por el sencillo procedimiento de hacerse un moño, de manera que tuvo que hacerle otro a su amiga. Cuando terminó, la ayudó a ponerse la máscara.
– Estás fantástica -dijo Glory.
– ¿De verdad? -preguntó, sintiéndose de nuevo como la Cenicienta -. Es el vestido más bonito que he visto nunca. Ha debido costar una fortuna.
– Puedes quedártelo. Yo sólo quiero una cosa: a Santos. Esta noche se harán realidad todos mis sueños.
Liz miró a su amiga con intensidad. A juzgar por su aspecto resultaba evidente que estaba a punto de suceder algo importante.
– Suéltalo de una vez. ¿Qué secreto escondes?
Glory abrió la boca como si estuviera dispuesta a confesarlo, pero no lo hizo. Llevó a su amiga frente a un espejo y la obligó a mirarse. Liz no podía creer lo que veían sus ojos.
– ¿Soy yo de verdad?
– Claro que sí. Y estás preciosa.
– Pero no me parezco nada a ti, ni siquiera con la máscara.
– Te pareces lo suficiente. Sin embargo, debes mantenerte alejada de mis padres.
– No te preocupes. No pensaba acercarme. Sobre todo, a ella.
Glory le dio su bolso, que iba a juego con el vestido.
– Toma. El carmín está dentro, y también un cepillo. Si alguien se acerca demasiado a ti, tose y corre al servicio.
– No puedo creer que esté a punto de hacer algo así.
– Todo saldrá bien. No temas.
– Ten cuidado, Glory. Asegúrate de que nadie te ve al salir.
– No me verá nadie -declaró, mientras apretaba la mano de su amiga-. Recuerda, no te acerques a mi madre. Limítate a dejarte ver de lejos de vez en cuando para que esté tranquila.
– ¿Y qué hay de tu padre?
– Ya te he dicho que estará en el bar toda la noche. Basta con que no aparezcas por allí.
– Estoy tan asustada… Pero debo admitir que también emocionada.
– Lo sé. Siento lo mismo que tú -la abrazó-. Te quiero, Liz. Eres la mejor amiga del mundo. Ya sabes, te veré aquí mismo a las once y media.
– No llegues tarde, por favor.
– No lo haré.
Caminaron hacia la puerta. Una vez allí, Liz se asomó al pasillo para asegurarse de que no había nadie. Pero Glory la tomó de la mano y tiró de ella.
– ¿Qué sucede?
Glory estaba a punto de llorar.
– ¿Crees que Santos me ama? -preguntó-. Tengo que saber si estoy haciendo lo correcto.
La inocente pregunta de su amiga fue como un puñetazo en el estómago para Liz. Pero a pesar de todo consiguió controlarse.
– Por supuesto que sí. Cuando te mira, yo…
Liz se detuvo un instante. Cuando Santos la miraba sentía un profundo dolor. Deseaba que la amara alguien como él. Y temía que nadie lo hiciera, nunca. No sería nunca una princesa, ni conocería jamás a un príncipe azul.
– Cuando te mira, noto lo mucho que te quiere -continuó-. Está locamente enamorado de ti.
– Entonces, ¿por qué no me lo ha dicho? -preguntó, casi entre lágrimas-. Si supiera que me ama podría enfrentarme a todo. Incluso a mi madre.
Liz no supo darle una respuesta. Glory se marchó a su cita con Santos y ella se dirigió al salón de baile. Sólo entonces se preguntó qué habría querido decir al confesar que no estaba segura de estar haciendo lo correcto. Sólo entonces se preguntó por lo que pensaba hacer su amiga.
Hope salió del salón de baile. Su corazón latía con rapidez. Bajo el vestido que se había puesto, el corsé apretaba tanto que apenas podía respirar. Pero agradecía el dolor.
Merecía ser castigada. Era débil, y mala. Merecía el castigo, de modo que empezó a rezar. Pero la voz de la oscuridad seguía hablando, exigiendo un pago, una satisfacción, exigiendo que la alimentara.
Tomó el ascensor y bajó en el quinto piso. Avanzó por el pasillo sin temor a que la descubrieran. Si alguien la veía, siempre podría explicar que había pagado una habitación para descansar un rato. Todo el mundo sabía que no se encontraba muy bien desde hacía una semana.
Se acercó a la habitación. Le parecía que el corsé apretaba más a medida que avanzaba. Cuando llegó a la número 513, se detuvo y respiró profundamente. Su contacto, un hombre tan inteligente como rudo, se habría encargado de todo. Ya lo había hecho muchas veces.
En la puerta había una tarjetita que indicaba que no se molestara por ningún motivo. En cualquier caso llamó. La esperaban.
Del interior llegó un sonido que no parecía humano. La puerta se abrió y Hope entró al interior de la oscura habitación, que sin embargo no se encontraba vacía.
Cerró y echó la cadena. Acto seguido, se quitó el vestido, lo dobló con cuidado y caminó hacia la cama.
Mientras se aproximaba, distinguió la silueta en el lecho. El hombre estaba desnudo y atado a los barrotes con cintas de terciopelo.
Con un gemido gutural, se abalanzó sobre él.
Santos estaba en la entrada de la casa, observando la piscina de Glory. A la luz de la luna la encontraba muy atractiva. Una suave bruma se alzaba desde la superficie del agua, creando un aire íntimo y mágico en la zona.
Había dudado sobre la conveniencia de ir a la casa de los padres de Glory, pero ella había insistido en que se encontraban en la fiesta de disfraces y en que los criados tenían la noche libre, y ahora se alegraba. Estar con ella tranquilamente, sin preocupaciones de ninguna clase, había sido maravilloso.
Respiró profundamente. Aún podía oler el aroma de su amada, pegado en su piel.
La amaba. Y ni siquiera sabía cómo había sucedido.
Miró hacia atrás. La puerta del baño seguía cerrada. Podía oír el ruido del agua de la ducha. Llevaba allí más tiempo del que en su opinión habría necesitado para arreglarse el pelo y maquillarse otra vez.
– Maldita sea -murmuró.
Sabía que la había herido. Glory estaba esperando una declaración de amor, desde hacía bastante tiempo. Y ahora, después de haber hecho el amor, lo desearía aún más.
Se metió las manos en los bolsillos del pantalón. No sabía cómo había permitido que las cosas llegaran tan lejos. Pero ella se había mostrado tan entregada, tan dulce y apasionada que no había podido contenerse. Había perdido su virginidad con él, y Santos ya no estaba dispuesto a perderla.
En aquel instante la puerta del baño se abrió. La luz iluminó el pabellón de la piscina.
Un segundo más tarde, Glory apareció ante él.
– Hace una noche muy bonita.
– Desde luego. Si viviera aquí, creo que me pasaría la vida en este sitio.
Glory murmuró algo que no pudo entender antes de inclinarse sobre él. Santos notó que estaba temblando y la abrazó.
– ¿Tienes frío?
– No.
Acarició su cabello. Habría sido capaz de hacer cualquier cosa por ella, de enfrentarse a cualquier demonio, de hacer todo tipo de concesiones.
La amaba tanto que estaba asustado.
No obstante, aún no confiaba en ella. Era demasiado joven, demasiado privilegiada. Procedían de dos mundos demasiado diferentes.
Por si fuera poco, Glory aún no había hablado con sus padres. Si lo hubiera hecho no habría temido entregarle su corazón, no habría dudado. Y hasta que lo hiciera no podría confesarle su amor.
– Estás muy silenciosa esta noche -dijo él.
– Supongo que sí.
– ¿Es que te arrepientes?
– No. ¿Y tú?
– ¿Cómo podría? No había vivido nada tan maravilloso en toda mi vida.
– ¿Has estado con muchas chicas?
– Con algunas -respondió, eligiendo las palabras con cuidado.
– ¿Y te gustaban? ¿Había alguna que te gustara especialmente? -preguntó, insegura.
– No, en absoluto. No eran como tú.
Glory lo miró durante unos segundos. Acto seguido, declaró:
– No lo siento en absoluto. No lo siento.
Santos respiró profundamente, emocionado, mientras intentaba contemplar su relación con cierta perspectiva. Por desgracia ya era demasiado tarde.
– Me alegro -murmuró.
Santos no había imaginado que pudiera establecerse un lazo tan profundo y maravilloso entre un hombre y una mujer. No había conocido a ninguna pareja tan unida como ellos. Sólo lamentaba que Glory no fuera mayor. De ese modo podrían casarse y marcharse lejos.
– ¿En qué estás pensando?
– ¿Por qué lo preguntas?
– Porque has suspirado -contestó ella.
– ¿De verdad? Bueno, pensaba en quimeras.
– No te comprendo.
Santos sonrió.
– Una de mis asistentes sociales repetía todo el tiempo que debía dejar de soñar con imposibles y asumir la realidad. No era precisamente una mujer muy dulce.
– Creo que yo la habría odiado.
– Yo la odiaba. Pero ahora ya no importa.
– ¿Y en qué tipo de quimeras estabas pensando?
– Pensé que lo sabías.
– Lo sé -dijo, con tristeza.
– Glory, no pasa nada.
– ¿De verdad?
– Las cosas son como son. ¿A qué hora tienes que volver?
– A las once y media. Le prometí a Liz que nos veríamos en el servicio.
– Casi es la hora.
– Entonces será mejor que nos vayamos -suspiró-. Debe estar a punto de sufrir un infarto.
Santos acarició su cabello y la besó de forma apasionada.
– Ojalá que no tuviéramos que despedirnos esta noche.
– Si pudiéramos…
– Feliz Navidad, Glory.
– Feliz Navidad, Santos.
Los dos jóvenes empezaron a caminar hacia el coche.
– ¿Estás segura de que no te vio nadie? ¿Estás segura de que tu madre no sospecha nada?
– No me vio nadie, y no, mi madre no sospecha. Ni siquiera se fijó en mí, gracias a Dios.