En todo caso, pensó que la vida de Lily no era asunto suyo.
– Hace una noche preciosa -dijo ella-. Siempre me ha gustado esta hora.
Santos apretó los puños. Quería que lo dejara solo, porque su presencia despertaba en él emociones que no podía permitirse. Estaba deseando que se sentara a su lado.
– De pequeña hacía exactamente lo mismo que tú.
– ¿A qué te refieres? -preguntó con irritación.
Lily le recordaba a su madre, y eso lo ponía nervioso.
– Miraba el río y pensaba en los lugares que deseaba conocer -sonrío, mientras se sentaba su lado-. Es curioso. Algunas cosas cambian muy deprisa y otras no cambian nunca.
Víctor no comprendía cómo era posible que lo conociera tan bien. Tenía la impresión de que en tres meses había aprendido a leer sus pensamientos.
– ¿Por qué eres tan buena conmigo?
– ¿Crees que no debería serlo?
– ¡No! -se levantó-. No. No tienes razón alguna para serlo, a menos que quieras algo de mí. Dímelo, Lily. Dime qué quieres.
– Nada, Todd.
– Tonterías -protestó, frustrado-. Me estás utilizando, aunque no sepa para qué.
– Entonces, ¿por qué no te marchas?
Santos no quería admitirlo, pero se sentía a salvo en aquel lugar. Por desgracia, temía que en cualquier momento le clavarían un puñal por la espalda.
– ¿Por qué no tienes amigos, Lily? Nadie te llama, ni viene a visitarte. Y no sales nunca, salvo a pasear.
– ¿Por qué te tratan como si fueras una leprosa? ¿Por qué murmuran los niños cuando te ven? ¿Por qué se cambian de acera sus madres cuando se cruzan contigo? Dímelo, Lily.
Lily no se movió. Sentía un profundo dolor, pero a pesar de todo no intentó negarlo.
Fuera como fuese, Santos se adelantó a su respuesta.
– No, no es necesario que expliques nada. Esta casa era un prostíbulo, y tú la «madame. No me extraña que quieras que esté contigo. Nadie más querría hacerlo.
El joven se arrepintió inmediatamente de lo que había dicho, pero ya no podía arreglar lo que había hecho.
Durante unos segundos, Lily se limitó a mirarlo. Sus ojos estaban llenos de dolor, pero no se debía al comentario del chico, sino a las heridas que le habían infligido otras muchas personas.
– ¿Eso es todo, Todd?
– No, no lo es. ¿Dónde está tu hija? Sé que tienes una porque he visto las fotografías. ¿Es que también piensa que eres una leprosa?
– Eres muy perceptivo. Has acertado con todo -dijo, con ojos llenos de lágrimas-. Soy todo lo que has dicho. Una prostituta solitaria. Y es cierto, mi hija me ha abandonado. Pero te ruego que me perdones ahora. Será mejor que entre en la casa.
Sin más palabras, Lily se levantó y entró en la mansión con la cabeza bien alta.
Santos la miró con un nudo en la garganta. La había herido a propósito porque la quería mucho y porque no deseaba sufrir más tarde.
Se había comportado como un canalla. Aquella mujer había sido muy amable con él. Le había permitido vivir en su casa, le había dado un trabajo y lo había alimentado sin esperar nada a cambio. Y ni siquiera había sido capaz de decir su verdadero nombre.
Sin quererlo, había actuado tan mal como las personas de las que huía.
No lo pensó dos veces. Se levantó y entró en la casa. El enorme vestíbulo estaba vacío. La llamó, pero ella no contestó, así que empezó a buscarla.
Minutos después la encontró en la biblioteca, con la mirada perdida. Tardó unos segundos en atreverse a hablar.
– ¿Lily?
– Por favor, Todd, márchate. Prefiero estar sola.
– Lily… Lo siento.
– ¿Qué es lo que sientes? ¿La verdad?
– Me he comportado de forma inexcusable.
– Sólo has dicho la verdad, Tienes derecho a despreciarme. Hasta mi propia hija me desprecia.
– Te equivocas. Yo no te desprecio. Yo… Lo siento.
– Márchate, Todd. No pasa nada. Estoy bien.
– No, no es cierto. No mereces que te traten así -dijo, con las manos en los bolsillos de los vaqueros-. Y desde luego, no mereces mis mentiras.
Lily se dio la vuelta entonces. Y Santos pudo observar que había estado llorando. Se sintió terriblemente avergonzado.
– No me llamo Todd Smith, sino Víctor Santos. Todo el mundo me llama Santos, excepto mi madre. Pero está muerta. Yo… quería herirte para alejarme de ti. Me gusta estar aquí, me gustas tú y no podía…
Lily caminó hacia él, pero el chico no fue capaz de mantener su mirada. Dulcemente, acarició su mejilla.
– No te preocupes, Víctor, lo comprendo.
Cuando Santos levantó la cabeza supo que Lily había sufrido muchísimo y se reconoció en ella. Maldijo a su hija por haberla abandonado.
Lily pareció leer sus pensamientos.
– Mi hija quería una nueva vida. Una vida limpia, sin arrastrar el pasado de mi familia. Y obviamente no tenía más remedio que olvidarse de mí.
– ¡Excusas! -exclamó, muy enfadado por Lily-. ¡Es indignante!
No podía creer que su hija la hubiera tratado de aquel modo. No lo merecía. El nunca lo habría hecho.
– Lo entiendo, Víctor, entiendo su actitud porque sé muy bien lo que soy.
Santos se odió por las cosas que había dicho. Lily actuaba como si mereciera un castigo por lo que había hecho, como si mereciera que su propia hija la abandonara corno a un perro.
– No te preocupes -continuó ella-. No quiero nada de ti, pero no voy a traicionarte. Me gusta tu compañía. Tal vez sea una egoísta, pero he estado tan sola…
Santos tomó su mano. Por primera vez desde la muerte de su madre sentía que no estaba solo. Había alguien que se preocupaba por él, alguien en quien podía confiar.
Entonces le contó la verdad. Toda la verdad sobre su madre y sobre su padre. Toda la verdad sobre su asesinato y sobre su promesa de vengarla. Compartió con ella sus experiencias y sus sueños, y Lily escuchó con atención y lo animó.
Aquella noche hablaron hasta muy tarde. Al final, Santos se sintió mucho mejor; como si al compartir tantas tragedias se hubiera liberado, en parte, del pasado. Y después, cuando se dieron las buenas noches, ambos supieron que Víctor se quedaría en la casa por propia voluntad.