– Nos miró muy serio-. Sé que sería muy difícil para vosotros ir a Bulgaria. Lo haría yo, pero todavía sería más difícil para mí, amigos míos. Como turco, ni siquiera podría asistir a un congreso académico. Nadie odia más a los descendientes del imperio otomano que los búlgaros.
– Oh, los rumanos hacen lo que pueden -le tranquilizó Helen, pero suavizó sus palabras con una sonrisa que arrancó una carcajada a Turgut.
– Pero… Dios mío. -Me recliné contra los almohadones del diván, porque me sentía invadido por una de esas oleadas de irrealidad que cada vez me asaltaban con más frecuencia-. No veo cómo podemos hacerlo.
Turgut se inclinó hacia delante y dejó frente a mí la traducción de la carta del monje.
– Él tampoco lo supo.
– ¿Quién? -gruñí.
– El hermano Kiril. Escucha, amigo mío, ¿cuándo desapareció Rossi?
– Hace más de dos semanas -admití.
– No hay tiempo que perder. Sabemos que Drácula no está en su tumba de Snagov.
Creemos que no fue enterrado en Estambul. Pero… -dio unos golpecitos sobre el papel- aquí tenemos una prueba. De qué, no lo sabemos, pero en 1477 alguien del monasterio de Snagov fue a Bulgaria… o lo intentó. Vale la pena averiguar por qué. Si no encuentras nada, al menos lo habrás intentado. Después podrás volver a casa y llorar a tu mentor con el corazón limpio, y nosotros, tus amigos, honraremos eternamente tu valor. Pero si no lo intentas, siempre te harás preguntas y sufrirás sin encontrar alivio.
Levantó la traducción otra vez y pasó un dedo por encima, y después leyó en voz alta.
– «Es muy peligroso para nosotros demorarnos incluso un día, y estaremos más seguros atravesando las tierras de los infieles que aquí.» Guarda esto en tu maletín, amigo mío. Esta copia es para ti. También está la copia en eslavo, que el religioso amigo del señor Aksoy ha escrito.
Turgut se inclinó hacia delante.
– Además, he averiguado que hay un estudioso en Bulgaria al que puedes pedir ayuda. Se llama Anton Stoichev. Mi amigo Aksoy admira mucho su trabajo, que se ha publicado en muchos idiomas. -Selim Aksoy asintió cuando oyó el nombre-. Stoichev sabe más sobre los Balcanes en la Edad Media que cualquier otro ser vivo, en especial sobre Bulgaria. Vive cerca de Sofía. Has de preguntar por él.
De pronto, Helen se apoderó de mi mano delante de todos, lo cual me sorprendió. Había pensado que guardaríamos nuestra relación en secreto, incluso estando, entre amigos. Vi que la mirada de Turgut siguió aquel breve movimiento. Las arrugas que rodeaban sus ojos y boca se hicieron más profundas, y la señora Bora nos sonrió sin ambages, al tiempo que enlazaba sus manos juveniles alrededor de las rodillas. Estaba claro que aprobaba nuestra unión, y de repente me sentí bendecido por esta gente de corazón bondadoso.
– En ese caso, llamaré a mi tía -dijo Helen con firmeza, y apretó mis dedos.
– ¿A Eva? ¿Qué puede hacer?
– Como ya sabes, puede hacer cualquier cosa. -Helen me sonrió-. No, no sé muy bien qué podrá o querrá hacer, pero ella tiene amigos, al igual que enemigos, en la policía secreta de nuestro país. -Bajó la voz, como a pesar suyo-. Y ellos tienen amigos en todas partes de la Europa del Este. Y enemigos, por supuesto. Todos se espían mutuamente.
Puede que corra algún peligro. Es lo único que lamento. También necesitaremos un gran soborno.
– Bakshish -asintió Turgut-. Por supuesto. Selim Aksoy y yo ya hemos pensado en eso.
Hemos encontrado veinte mil liras que podéis utilizar. Y aunque no puedo acompañaros, amigos míos, os prestaré toda la ayuda posible, al igual que el señor Aksoy.
Yo le estaba mirando fijamente, y también a Aksoy, sentados muy tiesos delante de
nosotros, olvidados sus cafés, muy serios y erguidos. Algo en sus caras (la de Turgut grande y rubicunda, la de Aksoy delicada, ambos de ojos penetrantes, los dos tranquilos pero muy despiertos) me resultó de repente familiar. Me invadió una sensación indescriptible. Por un segundo, la pregunta aleteó en mi boca. Después agarré la mano de Helen con más fuerza (aquella mano fuerte, dura, ya amada) y escudriñé los ojos oscuros de Turgut.
– ¿Quiénes sois? -pregunté.
Turgut y Selím intercambiaron una mirada, y dio la impresión de que se comunicaban algo en silencio. Después Turgut habló en voz baja y clara.
– Trabajamos para el sultán.
Helen y yo nos quedamos de piedra. Por un segundo, pensé que Turgut y Selim debían estar confabulados con algún poder oscuro, y resistí la tentación de agarrar mi maletín y el brazo de Helen y huir del apartamento. ¿Cómo, salvo mediante el ocultismo, podían estos dos hombres, a quienes había considerado mis amigos, trabajar para un sultán muerto hacía mucho tiempo? De hecho, hacía mucho tiempo que todos los sultanes estaban muertos, de manera que aquel al que se refería Turgut ya no podía ser de este mundo. ¿Nos habrían mentido en otros asuntos?
La voz de Helen interrumpió mi confusión. Se inclinó hacia delante, pálida, con los ojos muy abiertos, pero su pregunta fue serena, y eminentemente práctica, teniendo en cuenta la situación. Tan práctica que, al principio, tardé un momento en comprenderla.
– Profesor Bora -dijo lentamente-, ¿cuántos años tiene?
El hombre sonrió.
– Ay, querida madame, en el caso de que me esté preguntando si tengo quinientos años, la respuesta es, por suerte, no. Trabajo para la Majestad y Refugio Espléndido del Mundo, el sultán Mehmet II, pero nunca tuve el incomparable honor de conocerle.
– Entonces, ¿qué demonios estás intentando decirnos? -estallé. Turgut sonrió de nuevo y Selim cabeceó con semblante bondadoso.
– No tenía la intención de revelaros esto -dijo Turgut-. No obstante, nos habéis
otorgado vuestra confianza en muchas cosas, y como habéis hecho una pregunta tan perspicaz, nos explicaremos. Nací de la manera más normal en 1911, y espero morir de la manera más normal, en mi cama, en…, bien, digamos en 1985. -Lanzó una risita-. Sin embargo, mi familia siempre vive mucho, mucho tiempo, de modo que padeceré la maldición de estar sentado en este diván cuando sea demasiado viejo para ser respetable. -
Pasó un brazo alrededor de la señora Bora-. El señor Aksoy también tiene la edad que representa. No tenemos nada de raro. Lo que os contaremos, el secreto más profundo que podemos confiar a alguien, y que debéis conservar en secreto pase lo que pase, es que pertenecemos a la Guardia de la Media Luna del sultán.
– Creo que no he oído hablar de ella -dijo Helen, con el ceño fruncido.
– No, madame profesora, es imposible. -Turgut miró a Selim, quien escuchaba con paciencia, intentando seguir nuestra conversación, sus verdes ojos serenos como un estanque-. Creemos que nadie ha oído hablar de nosotros, excepto nuestros propios miembros. Se trata de una guardia secreta que fue formada con hombres del cuerpo de élite de los jenízaros.
De repente, me acordé de aquellos rostros juveniles, pétreos y de ojos brillantes, que había visto en los cuadros del palacio de Topkapi, con sus apretadas filas agrupadas cerca del trono del sultán, lo bastante cerca para saltar sobre cualquier asesino en potencia, o sobre cualquiera que hubiera perdido el favor del sultán.
Dio la impresión de que Turgut había leído mis pensamientos, porque asintió.
– Ya veo que has oído hablar de los jenízaros. Bien, amigos míos, en 1477, Mehmet el Magnífico y Glorioso llamó a veinte oficiales de la máxima confianza, los más cultos del cuerpo, y les habló en secreto del nuevo símbolo de la Guardia de la Media Luna. Se les confió una misión que debían cumplir, aun a riesgo de sus vidas, si fuera necesario. Esa misión era impedir que la Orden del Dragón infligiera más tormentos a nuestro gran imperio, y perseguir y matar a sus miembros donde los encontraran.
Helen y yo respiramos hondo, pero por una vez caí en la cuenta antes que ella. La Guardia de la Media Luna se formó en 1477: ¡el año en que los monjes llegaron a Estambul! Intenté descifrar el rompecabezas mientras preguntaba:
– Pero la Orden del Dragón fue fundada mucho antes, en 1400, por el emperador
Segismundo, ¿no es cierto?
Helen asintió.
– En 1408, para ser exactos, amigo mío. Por supuesto. Hacia 1477, los sultanes tenían un gran problema con la Orden del Dragón y sus guerras contra el imperio. Pero en 1477, su Gloria el Refugio del Mundo decidió que tal vez se producirían incursiones peores todavía de la Orden del Dragón en el futuro.
– ¿Qué quiere decir?
La mano de Helen estaba inmóvil en la mía, y fría.
– Ni siquiera nuestros estatutos lo aclaran bien -admitió Turgut-, pero estoy seguro de que no es ninguna casualidad que el sultán formara la Guardia pocos meses después de la muerte de Vlad Tepes. -Juntó las manos como si fuera a rezar, aunque recordé que sus antepasados habrían rezado postrados con la cara pegada al suelo-. La carta fundacional dice que Su Magnificencia fundó la Guardia de la Media Luna para perseguir a la Orden del Dragón, el enemigo más despreciado de su majestuoso imperio, a través del tiempo y el espacio, más allá de mares y tierras, incluso más allá de la muerte.
Turgut se inclinó hacia delante, con los ojos brillantes y la melena plateada alborotada.
– Sostengo la teoría de que Su Gloria presentía, o incluso conocía, el peligro que Vlad Drácula podía representar para el imperio después de su muerte, de la muerte de Drácula.
– Se echó el pelo hacia atrás-. Como hemos visto, el sultán también fundó en esa época su colección de documentos sobre la Orden del Dragón. El archivo no era secreto, pero lo utilizaban en secreto nuestros miembros, y aún lo hacemos. Y ahora, esta maravillosa carta que Selim ha encontrado, y su canción tradicional, madame… Más pruebas de que Su Gloria tenía buenos motivos para preocuparse.
Mi cerebro bullía de preguntas.
– Pero ¿cómo llegasteis, tú y el señor Aksoy, a ingresar en esta Guardia?
– La condición de miembro pasa de padres a primogénitos. Cada hijo recibe su… ¿Cómo se dice en inglés…? Su iniciación a la edad de diecinueve años. Si un padre tiene hijos indignos, o carece de ellos, deja que el secreto muera con él. -Turgut recuperó por fin su taza de café abandonada, y la señora Bora se apresuró a llenarla-. La Guardia de la Media Luna era un secreto tan bien guardado que hasta los demás jenízaros ignoraban que algunos de sus miembros pertenecían a dicho grupo. Nuestro amado fatih murió en 1481, pero su Guardia continuó. Los jenízaros detentaron a veces un gran poder, bajo sultanes más débiles, pero guardamos el secreto. Cuando el imperio desapareció por fin, incluso de Estambul, nadie sabía de su existencia, y continuamos. El padre de Selim Aksoy guardó a buen recaudo nuestra carta fundacional durante la primera Gran Guerra, y Selim se encargó de ello durante la última. Ahora se halla en su poder, en un lugar secreto, como manda nuestra tradición.