Bien. Estoy sentada en un coche con un tipo que piensa que es parte de una super sociedad. Y lo extraño es… que medio le creo. La verdad es que tengo la pequeña idea de que hay algunos super héroes ahí afuera, tratando de salvarnos de nosotros mismos. No estoy segura de cómo me siento sobre Diesel siendo uno de ellos.
– Aclaremos esto, -dije a Diesel-. Vas detrás de Ring, ¿cierto? Quieres llevarlo de regreso a Lakewood. Y mientras tanto, estás preocupado por que Sandor esté en peligro.
Diesel se apartó del bordillo, circuló calle abajo, y giró en la esquina.
– Cuando Ring estaba en su apogeo trabajaba con electricidad.
– ¿Qué, como con [9] PSE amp;G?
Diesel se partió de la risa.
– No. Como el Hombre Eléctrico. Podía hacer relámpagos. No sé como lo hacía. Siempre pensé que era un poco presumido, pero diablos, podía hacer mucho daño. No sé que tan peligroso es ahora. Tengo el presentimiento de que trató de destruir la juguetería, pero sólo pudo provocar suficiente electricidad para golpear las cajas de los anaqueles. Y luego adivino que se enfureció y destrozó el letrero del frente de la tienda. Algunas de las cajas en la tienda fueron chamuscadas, así que parece que fue capaz de lanzar un poco de electricidad, pero tal vez no precisas y probablemente de corta duración. Nada para perder el sueño. Los cortes de electricidad son diferentes. Si él es responsable de los cortes eso significa que gana poder de alguna forma. Y no me gusta la manera en que el aire se siente alrededor de la casa de los Sander.
– ¿Crees que Sandor se pondrá en contacto contigo? -Pregunté a Deisel.
– No. Él siempre trabajaba solo. No puedo verlo pidiendo ayuda ahora.
Mi teléfono zumbó en mi bolso.
– Tenías razón sobre el caballo, -dijo Valerie-. No sé en que estaba pensando. Es imposible comprar un caballo tan a última hora. No es como sí los vendieran en [10] Sears. Así es que le conseguí a Mary Alice un libro sobre caballos, y un saco de dormir con dibujos de caballos. Tengo que comprar algo para Mamá ahora. ¿Tienes alguna idea?
– Pensé que le tenías una bata.
– Sí, pero eso no parece mucho. Es sólo una caja que abrir. ¿Qué piensas de un perfume? ¿O una blusa? Y puedo conseguir un camisón de noche para que haga juego con la bata. Y luego algunas zapatillas.
– Tal vez has comprado demasiado por un día, Val. Quizás estás algo… excitada por las compras.
– No puedo detenerme ahora. ¡Apenas tengo algo! Y sólo quedan tres días para hacer compras.
– ¿Cuánto café has bebido hoy, Val? Deberías pensar en reducirlo.
– Tengo que irme, -dijo Valerie. Y cortó.
– Entonces, ¿dónde estabamos? -Pregunté a Diesel.
– Salvábamos el mundo.
– Ah sí. -Personalmente, estaría feliz sólo recogiendo los honorarios por encontrar a Sandy Claws, así podría hacer el pago mínimo en mi tarjeta de crédito.
– ¿Piensas que Connie tenga ya la información del agua y la eléctricidad de Claws?
Llamé a Connie, pero la información no fue de ayuda. Ninguna cuenta adicional para Sandy Claws. Probó con Sandor Clausen. Un gran cero allí también.
Diesel frenó en un semáforo, y vi que sus ojos iban al retrovisor y su boca se apretaba en una línea.
– Tengo un auténtico mal presentimiento.
Diesel hizo un viraje en U y repentinamente hubo un destello de luz en el cielo delante de nosotros. La luz fue seguida de un estruendo bajo, y entonces hubo otro destello y el humo flotó sobre los tejados.
Diesel contempló el humo.
– Ring.
Nos tomó menos de un minuto regresar a la casa de Claws. Diesel estacionó el Jag, y nos unimos al pequeño grupo de personas que se habían reunido en la calle, con los ojos dilatados, y las bocas abiertas por el asombro. No a menudo uno veía relámpagos en esta época del año. No a menudo uno ve el tipo de masacre resultante de un rayo.
La casa de Claws estaba totalmente intacta, pero el Santa de plástico de tamaño natural que había sido atado a la chimenea del vecino de al lado había sido despegado del techo y convertido en una masa amorfa humeante, derretida y roja en la acera. Y el garaje del vecino estaba ardiendo.
– Derritió a Santa, -dije a Diesel-. Es un asunto serio.
Diesel cabeceó incrédulamente.
– Golpeó la casa equivocada. Todos aquellos años de incitar terror y todo lo que baja apenas fríe y funde un poco de plástico. Y ni siquiera lo fundió bien.
– Vi todo lo que sucedió, -dijo una mujer-. Yo estaba en el pórtico, comprobando mis luces, y una bola de fuego bajó en picado del cielo y golpeó el garaje de los Patersons. Y luego una segunda bola entró y golpeó al Santa Claus de la azotea. Nunca he visto nada como eso. ¡Santa sólo salió volando del techo!
– ¿Vio alguien más las bolas de fuego? -preguntó Diesel.
– Había un hombre en la acera, enfrente de la calle de la casa de Elaine y Sandy, pero ya se ha ido. Era un señor mayor, y parecía bastante alterado.
Un coche patrulla llegó, centelleando las luces. Un camión de bomberos lo seguía de cerca y dirigieron las mangueras al garaje.
Elaine estaba en su pórtico. Tenía un abrigo de lana gruesa tirado alrededor de su cuerpo corto, y un rictus beligerante en su boca.
Diesel pasó un brazo a través de mis hombros.
– Bien, compañera, vamos a hablar con Elaine.
Elaine se ciñó más la chaqueta cuándo nos acercamos.
– Viejo tonto loco, -dijo ella-. No sabe cuando detenerse.
– ¿Lo vio usted? -preguntó Diesel.
– No. Oí el chasquido de la electricidad, y supe que estaba aquí. Cuando llegué al pórtico, se había ido. Es propio de él atacar en Navidad, por lo demás. El hombre es el mal puro.
– No es una buena idea que usted se quede aquí, -dijo Diesel-. ¿Tiene algún otro lugar adónde ir? ¿Quiere que le encuentre una casa segura?
Elaine levantó su barbilla una fracción de pulgada.
– No dejaré mi casa. Tengo galletas que hacer. Y alguien tiene que mantener los comederos para pájaros llenos en el patio trasero. Las aves cuentan con ello. He estado cuidando de Sandor desde que mi marido murió, hace quince años, y nunca he tenido que recurrir ni una sola vez a una casa segura.
– Sandor siempre fue capaz de protegerla. Ahora que su poder le falla usted tiene que ser más cuidadosa, -dijo Diesel.
Elaine se mordió el labio inferior.
– Tendrá que perdonarme. Tengo que regresar a mi cocción.
Elaine se retiró a su casa, y Diesel y yo abandonamos el pórtico. El fuego del garaje casi se había extinguido, y alguien, que sospeché era la Sra. Paterson, intentaba despegar a Santa de la acera con una espátula de barbacoa.
Mi teléfono sonó en mi bolso.
– Si es tu hermana otra vez, lanzo tu teléfono al río, -dijo Diesel.
Saqué el teléfono de mi bolso y apreté el botón de apagado. Supe que era mi hermana. Y había una remota posibilidad de que Diesel hablase en serio sobre lanzar mi teléfono al río.
– ¿Ahora qué? -Pregunté a Diesel.
– Lester sabe donde está la fábrica.
– Olvídalo. No vuelvo a la oficina de empleo.
Diesel me sonrió.
– ¿Qué pasa? ¿Al grande y malo cazador de recompensas le da miedo la gente pequeña?
– Esos elfos falsos estaban locos. ¡Y fueron perversos!
Diesel me agitó el pelo.
– No te preocupes. No les dejaré ser malos contigo.
Fantástico.
* * * * *
Diesel se estacionó a media cuadra de la oficina de empleo y nos quedamos mudos contemplando a los vehículos de emergencia delante de nosotros. Un camión de bomberos, una ambulancia, y cuatro coches patrullas. Las ventanas y la puerta principal de la oficina estaban destrozadas, y una silla carbonizada había sido sacada a la acera.
Abandonamos el coche y caminamos hacia una pareja de polis a los que reconocí. Carl Costanza y Big Dog. Se balanceaban en sus talones, con las manos descansando en sus cinturones de servicio, contemplando el daño con la clase de entusiasmo por lo general reservado para mirar la hierba crecer.
– ¿Qué pasó? -Pregunté.
– Fuego. Disturbio. Lo habitual. Está bastante feo allí dentro, -dijo Carl.
– ¿Cuerpos?
– Galletas. Galletas hechas pedazos por todas partes.
Big Dog tenía una oreja de elfo en su mano. La levantó y miró.
– Y estas cosas.
– Es una oreja de elfo, -dije.
– Sí. Estas orejas son todo lo que quedan de esos pequeños infelices.
– ¿Se quemaron? -Pregunté.
– No. Corrieron, -dijo Carl-. ¿Quién habría pensado que esos tipos pequeños podían correr tan rápido? No pude agarrar ni a uno solo. Llegamos a la escena, y ellos salieron como cucarachas cuando enciendes la luz.
– ¿Cómo comenzó el fuego?
Carl se encogió de hombros y alzó la vista hacia Diesel.
– ¿Quién es?
– Diesel.
– ¿Joe sabe de él?
– Diesel no es de la ciudad. -Evasiva-. Trabajamos juntos.
No había nada más que saber sobre la oficina de empleo, así que dejamos a Carl y Big Dog y volvimos al coche. El sol brillaba en algún lugar aparte de Trenton. Las farolas estaban encendidas. Y la temperatura había caído en diez grados. Mis pies estaban mojados por calarse en dos incendios y mi nariz estaba entumecida, congelada como una paleta de helado.
– Llévame a casa, -dije a Diesel-. Estoy acabada.
– ¿Qué? ¿Ninguna compra? ¿Ninguna feliz Navidad? ¿Vas a dejar que tu hermana te deje fuera en la carrera por los regalos?
– Iré de compras mañana. Juro que lo haré.
* * * * *
Diesel detuvo el Jag en mi estacionamiento del edificio y salió del coche.
– No es necesario que me acompañes hasta la puerta, -dije-. Imagino que quieres regresar a la búsqueda de Ring.
– ¡No! He acabado por el día. Pensé que comeríamos algo y luego nos relajaríamos delante de la TV.
Me quedé momentáneamente muda. No era la tarde que yo había planeado en mi mente. Iba a pararme bajo una ducha caliente hasta que estuviera toda arrugada. Luego iba a hacerme un emparedado de mantequilla de maní y de malvavisco. Me gustan la mantequilla de maní y el malvavisco porque eso combina el plato principal con el postre y no implica potes. Tal vez miraría un poco de televisión después de la comida. Y si tenía suerte la vería con Morelli.