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– Parece grandioso, -dije-, pero tengo planes para esta noche. Tal vez otro día.

– ¿Cuáles son tus planes?

– Veré a Morelli.

– ¿Estás segura?

– Sí, -no. No estaba segura. Calculé que la posibilidad era aproximadamente del cincuenta por ciento-. Y quiero darme una ducha.

– Oye, puedes ducharte mientras hago la cena.

– ¿Sabes cocinar?

– No, -dijo-. Puedo marcar.

– De acuerdo, esto es lo que pasa, no me encuentro enteramente a gusto contigo en mi apartamento.

– Pensé que te estabas acostumbrando a lo de Super Diesel.

El viejo Sr. Feinstein pasó arrastrando los pies por delante de nosotros camino a su coche.

– Oye, [11] chicky, -me dijo-. ¿Cómo va eso? ¿Necesitas ayuda? Este tipo parece sospechoso.

– Estoy bien, -dije al Sr. Feinstein-. Gracias por la oferta, en todo caso.

– Mira eso, -dije a Diesel-. Pareces sospechoso.

– Soy un minino, -dijo Diesel-. Aún no te he hecho insinuaciones amorosas. Bien, tal vez un poco en broma, pero nada serio. No te he agarrado… así. -Oprimió sus dedos alrededor de las solapas de mi chaqueta y me tiró hacia él-. Y no te he besado… así. -Y me besó.

Mis dedos se rizaron en mis zapatos. Y el calor partió por mi estómago y encabezó hacia el sur.

Maldita sea.

Él rompió el beso y me sonrió.

– ¿No es como si hubiera hecho algo así, verdad?

Lo empujé con las dos manos por el pecho, pero él no se movió, así que di un paso hacia atrás.

– No habrá besos, ni perderemos el tiempo, ni nada.

Seguro.

Hice un gesto de resignación, giré, y entré en el edificio. Diesel me siguió, y esperamos en silencio el ascensor. Las puertas se abrieron, y la Sra. Bestler me sonrió. La Sra. Bestler es por poco la persona más vieja que he visto alguna vez. Vive sola en el tercer piso, y le gusta jugar al ascensorista cuando está aburrida.

– Subiendo, -señaló.

– Primer piso, -dije.

Las puertas del ascensor se cerraron, y Sra. Bestler recitó, “bolsos de Señoras, taller de Santa, los mejores vestidos”. Ella me miró y sacudió su dedo.

– Sólo quedan tres días para hacer compras.

– Lo sé. ¡Lo sé! -Dije-. Iré de compras mañana. Juro, que iré.

Diesel y yo salimos del ascensor, y la Sra. Bestler empezó a cantar, “comienza a parecerse mucho a la Navidad” cuando bajamos por el pasillo.

– Apuesto que tal vez tiene en verdad ochenta, -dijo Diesel, abriendo mi puerta.

Mi apartamento estaba oscuro, iluminado sólo por el reloj digital azul de mi microondas y el único diodo rojo, parpadeante de mi contestador automático.

Rex corría en su rueda en la cocina. El zumbido suave de su rueda me tranquilizó porque Rex estaba seguro y quizá no había ningún troll oculto en mi armario esta noche. Encendí la luz, y Rex inmediatamente dejó de correr y me miró parpadeando. Dejé caer un par de [12] Fruit Loops en su jaula en la mesa, y Rex fue un campista feliz.

Golpeé el botón de encendido en el contestador automático y me desabotoné la chaqueta.

Primer mensaje.

– Es Joe. Llámame.

Siguiente mensaje.

– ¿Stephanie? Es tu madre. No tienes tu teléfono celular encendido. ¿Pasó algo? ¿Dónde estás?

Tercer mensaje.

– Es Joe otra vez. Soy tapado con este trabajo, y no lo terminaré esta noche. Y no me llames. No siempre puedo hablar.Volveré a llamarte cuando pueda.

Cuarto mensaje.

– Cristo, -dijo Morelli.

– Adivino que somos sólo tú y yo, -dijo Diesel, sonriendo abiertamente-. Lo bueno es que estoy aquí. Así no estarás sola.

Y la parte terrible era que él tenía razón. Tenía un pie en la cuesta escabrosa de la depresión Navidadeña. La Navidad se me escurría. Cinco días, cuatro días, tres días… y delante de mis propios ojos, la Navidad vendría y pasaría sin mí. Y tendría que esperar todo un año para poder comprar cintas, y borlas, bastones del caramelo, y ponche de Navidad.

– La Navidad no es cintas, borlas y regalos, -dije a Diesel-. La Navidad es sobre la buena voluntad, ¿no?

– Falso. La Navidad es sobre regalos. Y Árboles de Navidad. Y fiestas de oficina. Caray, no sabes mucho, ¿cierto?

– ¿En serio crees eso?

– Aparte de todo el blah, blah, blah religioso, en lo cual no entraremos… Pienso que la Navidad es lo que sea que te hace feliz. Eso es en lo que en realidad creo. Cada uno decide lo que quiere de la Navidad. Luego todo el mundo se absorbe en hacer que eso suceda.

– ¿Suponte que cada año fallas por completo? ¿Suponte que cada año fastidias la Navidad?

Él dobló su brazo alrededor de mi cuello.

– ¿Fastidias la Navidad, niña?

– Parece que no puedo ponerme a ello.

Diesel miró alrededor.

– Lo noté. Ninguna guirnalda de un verde mierda. Ni ángeles, ni [13] Rudolphs, ni [14] kerplunkers o tartoofers.

– Solía tener algunos adornos, pero mi apartamento explotó y todos se hicieron humo.

Diesel sacudió la cabeza.

– ¿No odias cuándo pasa eso?

* * * * *

Me desperté sudando. Tenía una pesadilla. Faltaban sólo dos días para Nochebuena, y yo todavía no compraba ni un solo regalo. Me di un golpe mental. Esto no era una pesadilla. Era verdad. Dos días para Navidad.

Salté de la cama y corrí a toda prisa al cuarto de baño. Me di una ducha rápida y me dejé el pelo húmedo. ¡Mierda! Lo domé con algo de gel, me vestí con mis vaqueros habituales, botas, y camiseta, y fui a la cocina.

Diesel estaba recostado contra el fregadero, con una taza de café en la mano. Había una bolsa blanca de la panadería en el mostrador, y Rex estaba despierto en su jaula, abriéndose camino sin prisa al centro de una rosquilla de jalea.

– Buenos días, bonita, -dijo Diesel.

– Faltan sólo dos días para Navidad, -dije-. ¡Dos días! Y quiero que ceses de dejarte caer en mi apartamento.

– Sí, seguro, eso va a pasar. ¿Le has dado tu lista a Santa? ¿Has sido traviesa?

Era demasiado temprano para poner los ojos en blanco, pero hice uno de todos modos. Me serví café y tomé una rosquilla.

– Fue lindo que trajeras rosquillas, -dije-. Pero Rex conseguirá una cavidad en su colmillo si se la come entera.

– Progresamos, -dijo Diesel-. No gritaste cuando me viste. Y no comprobaste el café y las rosquillas en busca de algún veneno extraterrestre.

Yo miré hacia abajo el café y me atacó el pánico.

– No pensaba, -dije.

Media hora más tarde estábamos en una calle lateral con una buena vista del edificio de apartamentos de Briggs. Briggs iba a trabajar hoy. E íbamos a seguirlo. Él nos conduciría a la fábrica de juguetes, localizaría a Sandy Claws, le pondría las esposas, y luego lograría celebrar la Navidad.

Exactamente a las ocho quince, Randy Briggs se pavoneó fuera de su edificio y entró en un coche especialmente acondicionado. Encendió el motor y salió del estacionamiento, dirigiéndose hacia la Ruta 1. Lo seguimos un par de coches atrás, manteniendo a Briggs a la vista.

– Bueno, -dije a Diesel-. Suspendiste levitación y obviamente no puedes hacer la cosa del relámpago. ¿Cuál es tu especialidad? ¿Qué instrumentos tienes en tu cinturón de uso general?

– Te lo dije, soy bueno en localizar a las personas. He desarrollado la percepción sensorial. -Me perforó con la mirada-. Apuesto que no pensaste que sabía palabras superiores como esas.

– ¿Algo más? ¿Puedes volar?

Diesel apagó un suspiro.

– No. No puedo volar.

Briggs permaneció en la Ruta 1 por poco más de una milla y luego salió. Giró a la izquierda en la esquina y entró en un pequeño complejo industrial. Pasó tres negocios antes de entrar en un estacionamiento contiguo a un edificio de un piso de ladrillo rojo de tal vez 1500 m. cuadrados. No había ningún letrero anunciando el nombre o la naturaleza del negocio. Un soldado de juguete en la puerta era la única decoración.

Dimos a Briggs media hora para entrar en el edificio e instalarse. Luego cruzamos el estacionamiento y nos abrimos paso entre las puertas de cristales dobles de la pequeña recepción. Las paredes estaban alegremente pintadas en amarillo y azul. Había varias sillas alineadas contra una pared. La mitad eran grandes y la mitad pequeñas. El límite del área de recepción estaba delimitado por un escritorio. Detrás del escritorio había un par de cubículos. Briggs estaba sentado en uno de ellos.

La mujer detrás del escritorio nos miró a Diesel y a mí y sonrió.

– ¿Puedo ayudarles?

– Buscamos a Sandy Claws, -dijo Diesel.

– El Sr. Claws no está esta mañana, -dijo la mujer-. Quizás pueda ayudarle yo.

Briggs levantó la cabeza súbitamente ante el sonido de la voz de Diesel. Nos miró y líneas de preocupación fruncieron su frente.

– ¿Lo espera más tarde hoy? -Pregunté.

– Es difícil de decir. Él mantiene su propio horario.

Dejamos el edificio, y llamé y pregunté por Briggs.

– No me llames aquí, -dijo Briggs-. Este es un trabajo estupendo. No quiero que me lo fastidies. Y no voy a ser tu informante, tampoco. -Y colgó.

– Supongo que podríamos mantener bajo vigilancia el edificio, -dije a Diesel. Quise hacer eso tanto como sacarme un ojo con un palo ardiendo.

Diesel empujó su asiento hacia atrás y estiró las piernas.

– Estoy muy cansado, -dijo-. Trabajé el turno de noche. Podrías tomar el primero.

– ¿El turno de noche?

– Sandor y Ring tienen una larga historia en Trenton. Recorrí algunos viejos lugares predilectos de Ring después de que te dejé anoche, pero no encontré nada.

Él cruzó sus brazos sobre el pecho y casi al instante pareció dormirse. A las diez treinta mi teléfono celular sonó.

– Oye, amiga, -dijo Lula-. ¿Qué estás haciendo?

Lula se encarga de los archivos en la oficina de fianzas. Fue una prostituta en una vida anterior, pero desde entonces ha enmendado su estado. Su guardarropa se ha quedado más o menos igual. Lula es una mujer grande que le gusta el reto de comprar ropas que son dos tallas demasiado pequeñas.

– No mucho, -dije-. ¿Qué haces tú?

– Voy de compras. Dos días para Navidad y no tengo nada. Voy al centro comercial Quakerbridge. ¿Quieres que te lleve?

[11] Chicky: Usado como un diminutivo o nombre cariñoso, sobre todo para llamar a las aves. (N. de la T.)


[12] Fruit Loops: Cereal redondo y hueco de colores, con sabor a frutas. (N. de la T.)


[13] Rudolph: Reno de nariz grande y roja, que conduce el equipo que tira el trineo de Santa. (N. de la T.)


[14] Palabras inventadas por el Dr. Seuss, del cuento "Cómo el Grinch robó la Navidad". (N. de la T.)


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