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– Jean-Pierre, amigo mío, aquí Anatoly. ¿Dónde estás?

– Estoy en Atati. Los dos norteamericanos que han capturado no son Ellis y Jane. Repito, no son Ellis y Jane. Son simplemente una pareja de adolescentes tontos que buscan el nirvana. Cambio. -No me sorprende, Jean-Pierre -contestó Anatoly. -¿Qué? -interrumpió Jean-Pierre, olvidando que la comunicación era de una sola banda.

– ,he recibido una serie de informes que aseguran que Ellis y Jane han sido vistos en el valle de Linar. La patrulla que los busca todavía no ha entrado en contacto con ellos, pero les siguen el rastro de cerca. Cambio.

La furia que sentía Jean-Pierre por los hippies se evaporó y volvió a sentir parte de su anterior ansiedad.

– El valle de Linar, ¿dónde queda eso? Cambio.

– Cerca de donde te encuentras tú ahora. Cruza el valle de Nuristán a veinticinco o treinta kilómetros al sur de Atati. Cambio.

¡Tan cerca!

– ¿Estás seguro? Cambio.

– La patrulla que los busca recibió varios informes en los pueblos por los que pasaron. Las descripciones coinciden con las de Ellis y Jane. Y mencionan la presencia de un bebé. Cambio.

Entonces realmente eran ellos.

– ¿Es posible calcular dónde se encuentran en este momento? Cambio.

– Todavía no. Yo me encamino a reunirme con la patrulla. Allí me darán más detalles. Cambio.

– ¿Quiere decir que no te encuentras en Bagram? ¿Y qué sucedió con tu, este, visitante? Cambio.

– Se fue -contestó Anatoly con tono animoso-. En este momento estoy en el aire y a punto de reunirme con la patrulla en un pueblo llamado Mundol. Está situado en el valle de Nuristán, río abajo del punto donde el Linar se une con el Nurisciii y cerca de un gran lago que también se llama Mundol. Reúnete conmigo allí. Pasaremos la noche en el pueblo y por la mañana supervisaremos la búsqueda. Cambio.

– ¡Allí estaré! -exclamó Jean-Pierre, jubiloso. Pero de repente se le cruzó otro pensamiento-. ¿Y qué quieres que hagamos con esos hippies? Cambio.

– Los haré llevar a Kabul para que sean interrogados. Allí tenemos gente que les recordará las realidades del mundo material. Permíteme hablar con tu piloto. Cambio.

– Te veré en Mundol. Cambio.

Anatoly empezó a hablar en ruso con el copiloto y Jean-Pierre se sacó los auriculares. Se preguntó por qué querría Anatoly perder el tiempo interrogando a un par de hippies inofensivos. Obviamente no eran espías. Entonces se le ocurrió que la única persona que realmente sabía si esos dos eran o no Ellis y Jane era él. Era posible -aunque muy poco probable- que Ellis y Jane lo hubieran persuadido de que los dejara ir y que le dijera a Anatoly que su patrulla sólo había capturado a una pareja de hippies.

Ese ruso era un cretino que desconfiaba de todo el mundo.

Jean-Pierre esperó impaciente que Anatoly terminara de hablar con el piloto. Tuvo la impresión de que la patrulla de Mundol se hallaba muy cerca de sus presas. Tal vez al día siguiente, Ellis y Jane serían capturados. En realidad los intentos de la pareja por huir habían sido siempre prácticamente inútiles; pero eso no impedía que Jean-Pierre se preocupara, y seguiría angustiado hasta que ambos estuviesen atados de pies y manos y encerrados en una celda rusa.

El piloto se sacó los auriculares para hablarle.

– Lo llevaremos a Mundol en este helicóptero. El Hip llevará a los demás de regreso a la base.

– Muy bien.

A los pocos minutos habían remontado el vuelo, dejando que los otros se tomaran su tiempo. Ya casi había anochecido y Jean-Pierre se preguntó si les resultaría difícil encontrar el pueblo de Mundol.

La noche cayó con rapidez mientras seguían el cauce río abajo.

Debajo de ellos el terreno desapareció en la oscuridad. El piloto hablaba constantemente por radio y Jean-Pierre supuso que los que estaban en tierra firme en Mundol lo guiaban. A los diez o quince minutos vislumbraron luces poderosas debajo de ellos. Aproximadamente un kilómetro más allá de las luces, la luna resplandecía sobre la superficie de un enorme lago. El helicóptero descendió.

Aterrizó en un prado, cerca de otro helicóptero. Un soldado que los esperaba condujo a Jean-Pierre al pueblo, edificado en la ladera de la montaña. Las siluetas de las casas de madera se destacaban a la luz de la luna. Jean-Pierre siguió al soldado hasta una de ellas. Allí, sentado en una silla plegable y envuelto en un enorme abrigo de piel de lobo, estaba Anatoly.

El ruso se encontraba en un estado de ánimo exuberante. -¡ Jean-Pierre, mi amigo francés, estamos muy cerca del triunfo! -dijo en voz muy alta. Resultaba extraño que un hombre con facciones tan orientales se comportara de esa manera tan espontánea y jovial-, Bebe un poco de café, le hemos agregado vodka.

Jean-Pierre aceptó el vaso de papel que le ofreció la mujer afgana que por lo visto se hallaba al servicio de Anatoly. Se instaló en una silla plegable igual que la del ruso. Parecían sillas del ejército. Si los rusos viajaban con tanto equipo: sillas plegables, café, vasos de papel y vodka, tal vez después de todo no se moverían más rápido que Ellis y Jane.

Anatoly pareció leerle los pensamientos.

– Traje algunos pequeños lujos en mi helicóptero -confesó sonriendo-. Como comprenderás, la K G B tiene su dignidad.

Jean-Pierre no alcanzó a descifrar la expresión de su rostro y no supo si hablaba en broma o no. Cambió de tema.

– ¿Cuáles son las últimas novedades?

– Hoy nuestros fugitivos decididamente pasaron por los pueblos de Bosaydur y de Linar. En algún momento de esta tarde, la patrulla perdió a su guía. Probablemente el individuo decidió volver a su casa. -Anatoly frunció el entrecejo, como si le molestara ese pequeño cable suelto; después reanudó su historia-. Por suerte encontraron otro guía casi inmediatamente.

– Sin duda empleando tu habitual y altamente persuasiva técnica de reclutamiento -dijo Jean-Pierre.

– No, extrañamente no fue necesario. Me dicen que éste es un verdadero voluntario. Está aquí, en alguna parte del pueblo.

– Por supuesto que es más posible que se presenten como voluntarios aquí en Nuristán -reflexionó Jean-Pierre-. Ellos prácticamente no se encuentran involucrados en la guerra y además tienen fama de carecer totalmente de escrúpulos.

– Este nuevo guía asegura haber visto a los fugitivos hoy, antes de unirse a nosotros. Pasaron a su lado en el punto donde el Linar desemboca en el Nuristán. Los vio doblar hacia el sur, rumbo a este lugar.

– ¡Magnífico!

– Esta noche, después de que la patrulla llegó aquí, a Mundol, nuestro hombre interrogó a algunos pobladores y se enteró de que esta tarde habían pasado dos extranjeros con un bebé, rumbo al sur.

– Entonces no cabe ninguna duda -agregó Jean-Pierre, con satisfacción.

– Absolutamente ninguna -enfatizó Anatoly-. Mañana los apresaremos. Te lo aseguro.

Jean-Pierre se despertó acostado sobre un colchón inflable -otro de los lujos de la K G B- colocado sobre el suelo de tierra de la casa. Durante la noche el fuego se había apagado y el aire había sido frío. La cama de Anatoly, instalada en el otro extremo del cuartito, estaba desierta. Jean-Pierre ignoraba dónde habrían pasado la noche los dueños de la casa. Después que les proporcionaron comida y la sirvieron, Anatoly les ordenó que se fueran. Trataba a todo Afganistán como si fuese su reino personal. Y tal vez lo fuera.

Jean-Pierre se sentó y se restregó los ojos. Entonces vio a Anatoly de pie en el umbral de la puerta y mirándolo especulativamente.

– ¡Buen día! -saludó Jean-Pierre.

– ¿Alguna vez has estado aquí antes? -preguntó Anatoly, sin mas preámbulo.

El cerebro de Jean-Pierre todavía seguía nublado por el sueño. -¿Dónde?

– En Nuristán -replicó Anatoly con impaciencia. -No.

– ¡Qué extraño!

A Jean-Pierre ese estilo enigmático de conversación le resultó irritante a una hora tan temprana.

– ¿Por qué? -preguntó con tono irascible-. ¿Por qué te resulta extraño?

– Hace unos instantes estuve conversando con el nuevo guía. -¿Cómo se llama?

– Mohammed, Muhammad, Mahomet, Mahmoud, uno de esos nombres que tienen cientos de individuos como él.

– ¿Y en qué idioma hablaste con un nuristaní?

– En francés, en ruso, en dar! y en inglés, la mescolanza habitual. Me preguntó quién había llegado anoche en el segundo helicóptero. Yo contesté: Un francés que puede identificar a los fugitivos, o algo así. Me preguntó tu nombre y se lo dije: quería seguirle el juego hasta averiguar por qué le interesaba tanto. Pero no me hizo más preguntas. Fue casi como si te conociera.

– ¡Imposible!

– Supongo que sí.

– ¿Y por qué no se lo preguntas?

No es propio de Anatoly mostrarse tan inseguro, pensó Jean-Pierre.

– No tiene sentido interrogar a un individuo hasta haber establecido si tiene algún motivo para mentirte.

Dicho lo cual, Anatoly salió.

Jean-Pierre se levantó. Había dormido en camisa y ropa interior. Para salir se puso los pantalones y las botas y después se colocó el abrigo sobre los hombros.

Se encontró en una tosca galería de madera desde donde se contemplaba todo el valle. Abajo, el río serpenteaba entre los prados, ancho y perezoso. Hacia el sur desembocaba en un lago largo y angosto, bordeado por montañas. El sol todavía no había salido. La niebla que se cernía sobre el agua oscurecía el extremo más lejano del lago. Era un paisaje agradable. Jean-Pierre recordó que ésa era la zona más fértil y populosa de Nuristán; el resto era desértico.

Después notó con aprobación que los rusos habían cavado una letrina de campaña. La costumbre de los afganos de utilizar para eso los arroyos de los que sacaban el agua para beber era el motivo por el cual todos sufrían de parásitos intestinales. Los rusos realmente pondrán orden en este país en cuanto lo controlen, pensó.

Se dirigió a la pradera, utilizó la letrina, se lavó en el río y obtuvo una taza de café de un grupo de soldados que estaban alrededor de una fogata.

La patrulla estaba lista para partir. La noche anterior, Anatoly decidió que dirigiría la búsqueda desde allí, permaneciendo en constante contacto con sus hombres. Los helicópteros estarían listos para llevarlos a él y a Jean-Pierre a unirse a la patrulla en cuanto avistaran a los fugitivos.

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