– Pues claro -respondió éste.
– ¿Al "Amor y Psique" de Pèlissier? -inquirió Grenouille, encorvándose todavía más.
Un pequeño estremecimiento de susto recorrió el cuerpo de Baldini. No porque se preguntara la razón de que el muchacho conociera aquel detalle, sino por la simple mención del nombre de aquel aborrecido perfume cuya composición no había sabido descifrar.
– ¿Cómo se te ocurre la absurda idea de que yo utilizaría un perfume ajeno para…?
– ¡Vos oléis a él! -silabeó Grenouille-. Lo lleváis en la frente y en un pañuelo empapado que guardáis en el bolsillo derecho de la levita. Este "Amor y Psique" no es bueno, es malo, contiene demasiada bergamota y demasiado romero y le falta esencia de rosas.
– Vaya -dijo Baldini, totalmente sorprendido por el giro y los detalles de la conversación-. ¿Y qué más?
– Azahar, lima, clavel, almizcle, jazmín, alcohol y otra cosa cuyo nombre no conozco, mirad, ¡ahí está, en esa botella! -Y señaló con el dedo hacia la oscuridad. Baldini dirigió el candelero hacia el lugar indicado, siguió con la mirada el índice del muchacho y se fijó en una botella de la estantería que estaba llena de un bálsamo gris amarillento.
– ¿Estoraque? -preguntó.
Grenouille asintió con la cabeza.
– Sí, eso es lo que contiene. -Y se encogió como si sufriera un calambre y murmuró por lo menos doce veces la palabra "estoraque": "Estoraque storaquestoraquestoraque…"
Baldini sostuvo el candelero ante el hombrecillo que graznaba "estoraque" y pensó: o está poseído o es un estafador o ha recibido la gracia del talento. Porque las sustancias mencionadas podían componer el perfume "Amor y Psique" en las proporciones debidas; era incluso muy probable que así fuera. Esencia de rosas, clavel yestoraque… aquella misma tarde había buscado como loco estos tres componentes, junto a los cuales las otras partes de la composición -que también creía haber reconocido- eran los fragmentos que redondeaban el todo. Ahora sólo quedaba la cuestión de averiguar la proporción exacta en que debían mezclarse. A fin de resolverlo él, Baldini, tendría que hacer experimentos durante días y días, un trabajo agotador, casi peor que la simple identificación de las partes, porque ahora se trataba de medir, pesar, anotar y ceñirse a estos cálculos sin la menor desviación, ya que un descuido ínfimo -un temblor de la pipeta, un error en la cuenta de las gotas- podía estropearlo todo. Y cada intento fallido era terriblemente caro, cada mezcla inservible costaba una pequeña fortuna…
Quería poner a prueba al hombrecillo, quería preguntarle la fórmula exacta de "Amor y Psique". Si la conocía con exactitud, en gramos y gotas, significaría que era sin lugar a dudas un estafador que se había apoderado de algún modo de la receta de Pèlissier con objeto de conseguir la entrada y una colocación en casa de Baldini. Si, en cambio, la adivinaba de forma aproximada, se trataría de un genio del olfato y como tal despertaría el interés profesional de Baldini. ¡No era que Baldini se retractara de su decisión de cesar en el negocio! El perfume de Pèlissier no le interesaba como tal; aunque el muchacho se lo mezclara a litros, Baldini no pensaba ni en sueños perfumar con él la piel española del conde Verhamont, pero… pero uno no era perfumista durante toda la vida, ¡uno no se pasaba la vida entera mezclando fragancias para perder en una hora toda su pasión profesional! Ahora le interesaba conocer la fórmula de este condenado perfume y, más aún, poner a prueba el talento de este misterioso muchacho que le había olido un perfume en la frente. Quería saber qué se ocultaba detrás de aquello. Sentía simplemente curiosidad.
– Por lo visto tienes una nariz muy fina, muchacho -dijo cuando Grenouille hubo terminado sus graznidos, volviendo hacia la mesa y dejando sobre ella el candelero con movimientos pausados-, muy fina, no cabe duda, pero…
– Tengo la mejor nariz de París, "maitre" Baldini -interrumpió Grenouille con voz gangosa-. Conozco todos los olores del mundo, todos los de París, aunque no sé los nombres de muchos; pero puedo aprenderlos. Todos los olores que tienen nombre no son muchos, sólo algunos miles y yo los aprenderé. Jamás olvidaré el nombre de este bálsamo, estoraque, el bálsamo se llama estoraque, se llama estoraque…
– ¡Cállate! -gritó Baldini-. ¡No me interrumpas cuando hablo! Eres descarado y presuntuoso. Nadie conoce mil olores por el nombre. Ni siquiera yo conozco mil nombres, sino sólo algunos centenares, porque en nuestro negocio no hay más de varios cientos, ¡todo lo demás no son olores, sino hedores!
Grenouille, que durante su larga e impetuosa intervención casi se había desdoblado físicamente y en su excitación había llegado a hacer girar los brazos como aspas de molino para prestar más énfasis a sus "todos, todos", volvió a encorvarse de repente ante la réplica de Baldini y permaneció en el umbral como un sapo negro, acechando sin moverse.
– Como es natural -continuó Baldini-, hace tiempo que estoy enterado de que el "Amor y Psique" se compone de estoraque, esencia de rosas y clavel, además de bergamota y extracto de romero, etcétera. Para averiguarlo sólo se necesita, como ya he dicho, una nariz muy fina y es muy posible que Dios te haya dado un buen olfato, como a muchísimos otros hombres, sobretodo a tu edad. Sin embargo, el perfumista -y aquí Baldini levantó el índice y sacó el pecho-, el perfumista necesita algo más que un buen olfato. Necesita un órgano olfativo educado a lo largo de muchas décadas, que le permita descifrar los olores más complicados sin equivocarse nunca, incluyendo los perfumes nuevos y desconocidos. ¡Una nariz semejante -y se dio unos golpecitos en la suya con el índice- no se "tiene", jovencito! Una nariz semejante se conquista con perseverancia y aplicación. ¿O acaso podrías tú decirme ahora mismo la fórmula exacta de "Amor y Psique"? ¿Qué me contestas? ¿Podrías?
Grenouille guardó silencio.
– ¿Podrías al menos adivinarla aproximadamente? -inquirió Baldini, inclinándose un poco para ver mejor al sapo que estaba junto a la puerta-. ¿Sólo poco más o menos, a ojo? ¿Podrías? ¡Habla, si eres la mejor nariz de París!
Pero Grenouille continuó callado.
– ¿Lo ves? -dijo Baldini, irguiéndose, entre satisfecho y desengañado-. No puedes. Claro que no. ¿Cómo ibas a poder? Eres como una persona que adivina por el sabor de la sopa si contiene perifollo o perejil. Está bien, ya es algo, pero no por eso eres un cocinero. En todas las artes, como en todas las artesanías, ¡aprende bien esto antes de irte!, el talento sirve de bien poco si no va acompañado por la experiencia, que se logra a fuerza de modestia y aplicación.
Iba a coger el candelero de la mesa cuando la voz a presión de Grenouille graznó desde la puerta:
– No sé qué es una fórmula, "maitre", esto no lo sé, pero sé todo lo demás!
– La fórmula es el alfa y omega de todo perfume -explicó Baldini con severidad, porque ahora quería poner fin a la conversación-. Es la indicación, hecha con rigor científico, de las proporciones en que deben mezclarse los distintos ingredientes a fin de obtener un perfume determinado y único; esto es la fórmula. O la receta, si comprendes mejor esta palabra.
– Fórmula, fórmula -graznó Grenouille, enderezándose un poco ante la puerta-; yo no necesito ninguna fórmula. Tengo la receta en la nariz. ¿Queréis que os haga la mezcla, maestro, ¿queréis que os la haga? ¿Me lo permitís?
– ¿Qué dices? -gritó Baldini, alzando bastante la voz y sosteniendo el candelero ante el rostro del gnomo-. ¿Qué mezcla?
Por primera vez, Grenouille no retrocedió.
– Todos los olores que se necesitan están aquí, todos aquí, en esta habitación -dijo, señalando hacia la oscuridad-. ¡Esencia de rosas! ¡Azahar! ¡Clavel! ¡Romero…!
– ¡Ya sé que están aquí! -rugió Baldini-. ¡Todos están aquí! Pero ya te he dicho, cabezota, que no sirven de nada cuando no se tiene la fórmula!
– ¡…Y el jazmín! ¡El alcohol! ¡La bergamota! ¡El estoraque! -continuó graznando Grenouille, indicando con cada nombre un punto distinto de la habitación, tan sumida en tinieblas que apenas podía adivinarse la sombra de la estantería con los frascos.
– ¿Acaso también puedes ver de noche? -le gritó Baldini-. No sólo tienes la nariz más fina, sino también la vista más aguda de París, ¿verdad? Pues si también gozas de buen oído, agúzalo para escucharme: Eres un pequeño embustero. Seguramente has robado algo a Pèlissier, le has estado espiando, ¿no es eso? ¿Creías, acaso, que podías engañarme?
Grenouille se había erguido del todo y ahora estaba todo lo alto que era en el umbral, con las piernas un poco separadas y los brazos un poco abiertos, de ahí que pareciera una araña negra aferrada al marco de la puerta.
– Concededme diez minutos -apremió, con voz bastante fluida y os prepararé el perfume "Amor y Psique". Ahora mismo y en esta habitación. "Maitre", concededme cinco minutos!
– ¿Crees que te dejaré hacer chapuzas en mi taller? ¿Con esencias que valen una fortuna? ¿A ti?
– Sí -contestó Grenouille.
– Bah! -exclamó Baldini, exhalando todo el aire que tenía en los pulmones. Entonces respiró hondo, contempló largo rato al arácnido Grenouille y reflexionó. En el fondo, es igual, pensó, ya que mañana pondré fin a todo esto. Sé muy bien que no puede hacer lo que dice, es imposible, de lo contrario, sería aún más grande que el gran Frangipani. Pero ¿por qué no permitirle que demuestre ante mi vista lo que ya sé? Si no se lo permito, a lo mejor un día en Mesina -con la edad uno se vuelve extravagante y tiene las ideas más estrambóticas- me asalta el pensamiento de no haber reconocido como tal a un genio del olfato, a un ser superdotado por la gracia de Dios, a un niño prodigio… Es totalmente imposible; todo lo que me dicta la razón dice que es imposible, pero tampoco cabe duda de que existen los milagros. Pues bien, cuando muera en Mesina, en mi lecho de muerte puede ocurrírseme esta idea: Aquel anochecer en París cerraste los ojos a un milagro… ¡Esto no sería muy agradable, Baldini! Aunque este loco eche a perder unas gotas de esencia de rosas y tintura de almizcle, tú mismo las habrías malgastado si el perfume de Pèlissier no hubiera dejado de interesarte. ¿Y qué son unas gotas -a pesar de su elevadísimo precio- comparadas con la certidumbre del saber y una vejez tranquila?