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– No, planchando. Te ríes, pero ayer mismo oí que nuestro Sultán había dado órdenes de que te cortaran el cuello. ¿Estás casado?

– Sí.

– ¡Siempre me encuentran los casados! -dijo la mujer con un gesto sacado de Mi querida prostituta -. Pero no importa. Lo que importa son las Líneas Férreas del Estado. ¿Qué equipo crees que será el campeón este año? ¿Adonde crees que vamos a llegar así? ¿Cuándo crees que los militares dirán «ya basta» a esta anarquía? ¿Sabes? Estarías mejor si te cortaras el pelo.

– Nada de alusiones personales -contestó Galip-. Está feo.

– Pero ¿qué he dicho yo ahora? -respondió la mujer con una falsa sorpresa, abriendo enormemente los ojos y pestañeando como Türkán Soray-. Sólo te he preguntado si recuperarías mi coche si te casabas conmigo. No, si te casarías conmigo si recuperabas mi coche. Voy a darte la matrícula: 34 CG 19… «El 19 de mayo de Samsum salió y a toda Anatolia salvó.» Un Chevrolet del 56.

– ¡Hablame del Chevrolet! -le dijo Galip.

– Bueno, pero dentro de poco van a llamar a la puerta. Se acaba la visita.

– En turco es cita.

– ¿Perdón?

– El dinero no importa -respondió Galip.

– Opino lo mismo -dijo la mujer-. Mi Chevrolet 56 era del rojo de mis uñas. Una está rota, ¿no? Quizá mi Chevrolet también se haya estrellado contra algo. Antes de que ese miserable de mi marido se lo regalara a esa puta, vanía aquí cada día en mi coche. Pero ahora sólo lo veo por la calle en el coche, vaya. A veces lo veo dando la vuelta a la plaza de Taksim con un conductor y a veces en el muelle de Karakov esperando pasajeros con otro. A la mujer le gusta el coche y lo hace pintar cada día. Un día miro y de repente mi Chevrolet es de color castaño, al día siguiente le han puesto niquelados y faros nuevos y es color café con leche. Al otro día lo han adornado con flores, le han colocado una muñeca en el morro y es un coche de novia color rosa. En eso, una semana después, miro y lo han pintado de negro y dentro hay seis policías con bigotes también negros. ¿Que no te parece un coche de policía? Si hasta escribe «policía» encima, es imposible equivocarse. Por supuesto, cada vez le cambia la matrícula para que yo no me dé cuenta.

– Por supuesto.

– Por supuesto -continuó la mujer-. Los policías y los conductores son amantes de la mujer, pero ¿crees que el cornudo de mi marido ve lo que tiene delante? Un día se marchó y me abandonó tal cual. ¿Te han abandonado a ti así alguna vez? ¿A cuántos estamos hoy?

– A doce.

– ¡Cómo pasa el tiempo! Y tú, mira, sigues haciéndome hablar. ¿O es que quieres algo especial? Dime, me has gustado, eres un hombre formal, no importa. ¿Llevas mucho dinero encima? ¿De verdad eres rico? ¿O eres un verdulero como Izzet? No, abogado. Pregúntame una adivinanza, vamos a ver, señor abogado… Bueno, yo te la preguntaré: ¿en qué se diferencian el Sultán y el puente del Bósforo?

– No lo sé.

– ¿Y en qué se diferencian Atatürk y Mahoma?

– No lo sé.

– ¡Te rindes muy fácilmente! -le dijo la mujer. Se apartó del espejo de la cómoda en el que se estaba mirando y susurró al oído de Galip las respuestas entre risitas. Luego rodeó el cuello de Galip con sus brazos-. Casémonos -murmuró. -Vayámonos a la montaña de Kaf. Seamos el uno del otro. Seamos distintos. Tómame, tómame, tómame.

Se besaron con el mismo aire de comedia. ¿Tenía algo aquella mujer que recordara a Rüya? No, pero Galip se sentía feliz. Al caer en la cama, la mujer hizo algo que le recordó a Rüya pero no exactamente como ella. Cada vez que Rüya le introducía la lengua en la boca Galip pensaba que su mujer se había convertido de repente en una persona completamente distinta y aquello le inquietaba. Cuando la imitación de Türkán Soray introdujo su lengua, que era más larga y pesada que la de Rüya, en la boca de Galip, no lo hizo con una cierta sensación de triunfo, sino con dulzura y como si bromeara y entonces Galip sintió que no era la mujer que tenía en sus brazos la que se convertía en otra totalmente distinta, sino él mismo y aquello lo excitó. La mujer le rechazaba continuando con su representación y, como ocurría en aquellas escenas de besos nada realistas de las películas nacionales, comenzaron a rodar de un extremo al otro de la enorme cama, uno arriba, el otro abajo, primero uno encima, luego el otro. «¡Me estás mareando!», dijo la mujer imitando a algún fantasma ausente y aparentando estar de veras mareada. Galip comprendió por qué ella había considerado necesaria aquella escena del dulce rodar cuando notó que desde aquel extremo de la cama se les veía reflejados en el espejo. Mientras la mujer se desnudaba y después hacía lo mismo con Galip observaba con placer la imagen en el espejo. Luego ambos contemplaron en el espejo hasta hartarse las habilidades de la mujer, como si observaran a una tercera persona, como los miembros del jurado de una competición de gimnasia que evalúan los ejercicios obligatorios de una participante, aunque bastante más divertidos. En un momento en que Galip no miraba al espejo la mujer dijo meciéndose con los silenciosos muelles de la cama: «Los dos nos hemos convertido en personas distintas. ¿Quién soy yo? ¿Quién soy? ¿Quién soy?», le preguntó, pero Galip no le dio la respuesta que ella quería escuchar. Se había abandonado completamente. Oyó cómo la mujer decía «Dos por dos, cuatro» que le susurraba «¡Escucha, escucha, escucha!» y que hablaba usando el pasado inferencial, como si contara un sueño o un cuento, de un cierto sultán y de su desgraciado príncipe heredero.

– ¡Y qué si yo soy tú y tú eres yo! -le dijo la mujer mientras se vestían-. ¡Tú has sido yo y yo tú! -le sonrió con una mirada astuta-. ¿Te ha gustado Türkán Soray?

– Sí.

– Entonces sálvame de esta vida, sálvame, sácame de aquí, llévame contigo, vayamos a otro lugar, huyamos, casémonos, comencemos una nueva vida.

¿A qué película, a qué obra pertenecía aquel fragmento? Galip se encontraba indeciso. Quizá aquello fuera lo que realmente quería la mujer. Le había dicho a Galip que no creía que estuviera casado porque ella conocía bien a los hombres casados. Si se casaban, si Galip conseguía recuperar el Chevrolet del 56, saldrían juntos de paseo por el Bósforo, comprarían obleas con miel en Emirgan, contemplarían el mar en Tarabya, comerían en Büyükdere.

– No me gusta Büyükdere -repuso Galip.

– Entonces le estás esperando en vano -respondió la mujer-. Nunca vendrá.

– No tengo prisa.

– Yo sí -contestó ella testaruda-. Me da miedo no poder reconocerlo cuando llegue. Me da miedo verlo después de que lo haya visto todo el mundo. Me da miedo quedarme la última.

– ¿Quién es Él? -preguntó Galip.

La mujer sonrió de forma misteriosa.

– ¿Es que no ves películas? ¿Es que no te sabes las reglas del juego? ¿Es que crees que en este país dejan vivos a los que sueltan cosas así por su boca? Yo quiero seguir viva.

Mientras le contaba la historia de una amiga que había desaparecido misteriosamente, pero que sin ninguna duda había sido asesinada y su cadáver arrojado al Bósforo, alguien comenzó a llamar a la puerta. La mujer guardó silencio. Cuando Galip salía de la habitación la mujer susurró a sus espaldas:

– Todos Lo esperamos, todos, todos Lo esperamos.

14. Todos Lo esperamos

«Me gustan con pasión las cosas misteriosas.»

Cartas , DOSTOYEVSKI

Todos Lo esperamos. Todos llevamos siglos esperándolo. Algunos de nosotros Lo esperamos mientras, agobiados por la multitud del puente de Gálata, contemplamos con tristeza las aguas de un azul plomizo del Cuerno de Oro; otros mientras echamos leña a la estufa incapaz de calentar la casa de dos habitaciones en el barrio de las murallas; otros mientras subimos las escaleras interminables de un edificio griego en algún callejón de Cihangir; otros mientras, en alguna ciudad perdida de Anatolia, resolvemos el crucigrama de un periódico de Estambul aguardando a que llegue la hora de reunirnos con los amigos en la cervecería; y otros mientras imaginamos que montamos en los aviones, entramos en los iluminados salones o abrazamos los hermosos cuerpos de los que habla y cuyas fotos publica ese mismo periódico. Lo esperamos cuando caminamos melancólicos por las aceras cubiertas de barro llevando paquetes hechos con periódicos cien veces leídos, bolsas de un plástico tan barato que consiguen que las manzanas que contienen huelan a sintético o redecillas de la compra que nos dejan en la palma de la mano y en los dedos marcas moradas. Todos Lo esperamos poseídos por un ansia insaciable cuando regresamos de los cines en los que hemos visto las aventuras de hombres que cada sábado por la noche rompen botellas y ventanas y mujeres extraordinariamente bellas, o de la calle del burdel en el que nos hemos acostado con putas que han aumentado nuestra sensación de soledad, o de las cervecerías en las que nuestros despiadados amigos se han burlado de nosotros por nuestras pequeñas obsesiones, o de la del vecino en la que ni siquiera hemos podido escuchar a gusto la obra de teatro de la radio porque no había manera de que sus ruidosos niños se durmieran. Algunos de nosotros decimos que aparecerá en oscuros rincones de barrios periféricos donde niños desvergonzados rompen las bombillas de las farolas con sus tirachinas, otros ante las tiendas de los pecadores que venden Lotería Nacional, Quinielas, revistas de mujeres desnudas, juguetes, tabaco, preservativos y todo tipo de chucherías. Aparezca donde aparezca, sea en los establecimientos de vendedores de albóndigas donde niños pequeños amasan carne doce horas al día, sea en los cines donde miles de miradas se convierten en una sola que se consume en un mismo deseo, sea en las verdes colinas donde pastores puros como ángeles se dejan llevar por el embrujo de los cipreses de los cementerios, todos dicen que el afortunado que lo vea primero lo reconocerá de inmediato y comprenderemos que ha terminado la espera, larga como la eternidad y breve como un abrir y cerrar de ojos, y que ha llegado la hora de la salvación.

Sobre este tema el Corán sólo está claro para aquellos que saben interpretar las letras (aleya número 97 de la azora «Al Isra», la aleya número 23 de la azora «Az-Zumer» donde se afirma que Dios ha revelado el Corán «doble y parecido a sí mismo»). Según el libro Los orígenes y la Historia , escrito trescientos cincuenta años después del descenso del Corán por el autor hierosolimitano Mutahhar Ibn Tahir, la única prueba de todo esto son las palabras de Mahoma sobre «alguien que señalará el camino, de nombre, apariencia u oficio similares a los míos» o los testimonios de aquellos que sirven de fuente a este u otros hadices parecidos. Sabemos que Ibn Battuta menciona brevemente en sus Viajes , otros trescientos cincuenta años después, que los shiíes esperaban su aparición y realizaban ceremonias en la cripta de la tumba de Hakim-ul Wakt en Samarra. Treinta años más tarde, según lo que Firuz Shah le dictó a su secretario, en las calles amarillas y polvorientas de Delhi había miles de infelices que Lo esperaban, así como esperaban su revelación del misterio de las letras. También sabemos que en la misma época Ibn Jaldun se ocupa en su Prolegómenos de los hadices relativos a su aparición expurgándolos uno a uno de fuentes shiíes extremistas y que se detiene en otro punto: con Él aparecerá el Deccal, el Diablo o, si preferimos usar el punto de vista y la expresión occidental, el Anticristo, y que, en ese día de Juicio Final y salvación, Él matará al Deccal.

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