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"Eso", dije, "es exactamente lo que siento por ti".

Una semana después los viajes al hospital por parte de Jamie se hicieron más constantes, aunque insistía en que no quería quedarse allí toda la noche. "Quiero morirme en casa", era todo lo que decía. Debido a que los doctores no podían hacer algo por ella, no tenían elección excepto aceptar sus deseos.

Por lo menos por el momento.

"He estado pensando en los últimos meses", le dije.

Nos estábamos sentando en la sala, sujetando nuestras manos cuando leíamos la Biblia. Su cara se estaba poniendo más fina, su pelo empezaba a perder su brillo. Todavía sus ojos, esos ojos azul cielo, eran tan encantadores como siempre.

No pienso que alguna vez hubiera visto a alguien así de hermosa.

"He estado pensando en ellos también", dijo.

"Recuerdas, el primer día en la clase de la señorita Garber que fui a hacer la obra, ¿no? ¿Cuando me miraste y sonreíste?".

Asintió con la cabeza. "Sí".

"Y cuando te invité al baile de bienvenida, y me hiciste prometer que no me enamoraría, pero tú sabías que iba a hacerlo, ¿no?".

Tenía una chispa traviesa en su ojo. "Sí".

"¿Cómo lo sabías?".

Se encogió de hombros sin responder, y nos sentamos juntos por algunos momentos, mirando la lluvia cuando caían contra las ventanas.

"¿Cuando te dije que rezaba por ti", me dijo finalmente, "de qué pensabas que estaba hablando?".

La evolución de su enfermedad continuó, apresurándose cuando marzo se acercó. Estaba tomando más medicina para el dolor, y se sentía demasiado enferma de su estómago como para guardar mucha comida. Se estaba poniendo débil, y se daba cuenta de que tendría que ir al hospital para quedarse ahí, a pesar de sus deseos. Fueron mis padres los que cambiaron todo eso.

Mi padre había conducido a casa desde Washington, partiendo apresuradamente aunque el congreso todavía estaba en sesión. Aparentemente mi madre lo había llamado y le había dicho que si no volvía a casa inmediatamente, podría quedarse en Washington para siempre.

Cuando mi madre le dijo lo que estaba ocurriendo, mi padre le dijo que Hegbert nunca aceptaría su ayuda, que las heridas eran demasiado hondas, que era demasiado tarde para hacer algo.

"Esto no es sobre tu familia, o sobre el Ministro Sullivan, o algo que ocurrió en el pasado", le dijo, negándose a aceptar su respuesta. "Esto es sobre nuestro hijo, que se ha enamorado de una pequeña niña que necesita nuestra ayuda. Y tienes que encontrar una manera de ayudarla".

No sé qué le dijo mi padre a Hegbert o qué promesas tuvo que hacer o cuánto al final sería el costo de todo eso. Todo lo que sé es que Jamie estaba rodeada por un equipo costoso muy pronto, le fue proporcionada toda la medicina que necesitaba, y era cuidada por dos enfermeras de tiempo completo mientras un médico le hacía revisión varias veces al día.

Jamie podría quedarse en casa.

Esa noche lloré sobre el hombro de mi padre por primera vez en mi vida.

"¿Te arrepientes de algo?" Le pregunté a ella. Estaba en su cama bajo las sábanas, un tubo en su brazo que le daba el tratamiento que necesitaba. Su cara era pálida, su cuerpo deslucido. No podía siquiera caminar, y cuando lo hacía, tenía que ser ayudada por otra persona.

"Todos tenemos algo de que arrepentirnos, Landon", dijo, "pero he llevado una vida estupenda".

"¿Cómo puedes decir eso?" Lloré, sin poder esconder mi angustia. "¿Con todo lo que te está pasando?"

Apretó mi mano, muy débilmente, y me sonrió tiernamente.

"Esto", reconoció cuando miró alrededor, "podría ser lo mejor".

A pesar de mis lágrimas me reí, me sentía culpable por hacer eso. Se suponía que debía estar apoyándola, no lo contrario. Jamie continuó.

"Pero aparte de eso, he sido feliz, Landon. Realmente. He tenido un padre especial que me enseñó sobre Dios. Puedo mirar atrás y saber que no podía haber tratado de ayudar a las otras personas más de lo que lo hice". Detuvo y observó mis ojos.

"Me he enamorado y tengo a alguien que me corresponde". Besé su mano cuando dijo eso, entonces la sujetó contra mi mejilla.

"No es justo", dije.

No respondió.

"¿Todavía estás asustada?" Pregunté.

"Sí".

"Estoy asustado también", dije.

"Lo sé. Y lo siento".

"¿Qué puedo hacer?" Pregunté desesperadamente. "No sé qué más puedo hacer".

"¿Leerías para mí?".

Asentí con la cabeza, aunque no supe si podría lograr sobrevivir a través de la próxima página sin reventar. ¡Por favor, Señor, dime qué hacer!

"¿Mamá?" Dije más tarde esa noche.

"¿Sí?"

Nos estábamos sentando sobre el sofá de su recámara, el fuego ardiendo ante nosotros. Más temprano ese día en que Jamie se había quedado dormida mientras le leí, y sabiendo que necesitaba descanso, me fui de su habitación. Pero antes de que lo hiciera, la besé suavemente sobre la mejilla. Era algo inofensivo, pero Hegbert había entrado cuando había lo hecho, y había visto las emociones tan opuestas en sus ojos. Me miró, sabiendo que quería a su hija pero también sabiendo que había violado una de las reglas de su casa, una de la que no había sido avisado. Si ella hubiera estado bien, sé que nunca me habría admitido de nuevo en su casa. Pero así pasó, y me dirigí a la puerta.

No podía criticarlo, no en realidad. Descubrí que pasar el tiempo con Jamie me libró de sentirme lastimado por su comportamiento. Si Jamie me había enseñado algo sobre eso en los últimos pocos meses, me había enseñado que las acciones – no los pensamientos o las intenciones – eran la manera de juzgar a otros, y sabía que Hegbert me dejaría entrar al día siguiente. Estaba pensando en todo eso cuando me senté al lado de mi madre sobre el sofá.

"¿Piensas que tenemos un propósito en la vida?" Pregunté.

Era la primera vez que le había hecho ese tipo de pregunta, pero esos eran tiempos inusuales.

"No estoy segura de comprender lo que me estás preguntando", dijo, frunciendo el ceño.

"Me refiero a ¿cómo sabes qué es lo que se supone que debes de hacer?".

"¿Estás preguntándome sobre pasar el tiempo con Jamie?".

Asentí con la cabeza, aunque todavía estaba perplejo. "Más bien. Sé que estoy haciendo lo correcta, solo que… hay algo que está faltando. Paso el tiempo con ella y hablamos y leemos la Biblia, pero…".

Pausé, y mi madre terminó mi idea por mí.

"¿Piensas que debes hacer más que eso?".

Asentí con la cabeza.

"No sé que otra cosa haya que puedas hacer, cariño", dijo suavemente.

"Entonces, ¿por qué me siento de la manera en que lo hago?".

Se movió un poco más cerca en el sofá, y miramos las llamas juntos.

"Pienso que es porque estás asustado y sientes que debes ayudar, y aunque lo estás tratando de hacer, las cosas continúan poniéndose más y más duras para ustedes dos. Y cuanto más tratas de ayudar, las cosas parecen ponerse más complicadas".

"¿Hay alguna manera de parar ese sentimiento?" Puso su brazo alrededor de mí y me acercó a ella. "No", dijo con voz muy baja, "no la hay".

El día siguiente Jamie no podía salir de cama. Porque estaba demasiado débil para caminar incluso con ayuda de alguien, leímos la Biblia en su habitación. Se quedó dormida en unos minutos.

Otra semana pasó y Jamie empeoraba poco a poco, su cuerpo se debilitaba. Postrada en cama, parecía más pequeña, casi de la misma forma que si fuera una niña pequeña otra vez.

"Jamie", supliqué, "¿qué puedo hacer por ti?".

Jamie, mi dulce Jamie, estaba durmiendo por horas, incluso cuando le hablé. No se movió al sonido de mi voz; sus respiraciones eran rápidas y débiles.

Me senté al lado de la cama y la miré por mucho tiempo, pensando cuánto la quería. Sujeté su mano cerca de mi corazón, sintiendo sus dedos. Parte de mí quería llorar en ese instante, pero en vez coloqué su mano abajo y me giré para mirar hacia la ventana.

¿Por qué?, me preguntaba, ¿por qué mi mundo se había desmoronado tan repentinamente? ¿Por qué le había pasado todo eso a alguien como ella? Me preguntaba si había una lección más grande en lo que estaba ocurriendo. ¿Era todo, como Jaime solía decir, simplemente era parte de el plan del Señor?

¿El Señor quería que yo me enamorara de ella? ¿O eso era algo de mi propia voluntad? Mientras más tiempo dormía Jamie, más sentía su presencia al lado de mí, pero aún así las respuestas a esas preguntas no estaban más claras que antes.

Afuera, la última lluvia matutina había pasado. Había sido un día triste, pero ahora la luz del sol de la tarde un poco atrasada estaba atravesando las nubes. En el aire fresco de primavera vi las primeras señales de la naturaleza volver a la vida. Los árboles fuera estaban echando brotes, las hojas esperando sólo el momento correcto para desenrollarse y abrirse a otra temporada de verano.

Sobre la mesa de noche que estaba junto a su cama vi una serie de artículos que Jamie mantenía muy cerca de su corazón. Había fotografías de su padre, sujetando a Jamie como una niña pequeña y parada fuera de la escuela en su primer día en el kinder; había una pila de tarjetas que niños del orfanato le habían enviado. Suspirando, recordándolos abrí la tarjeta en la cima de la pila.

Escrita con crayón, decía simplemente:

Por favor recupérate pronto. Te extraño.

Estaba firmada por Lydia, la niña que se había quedado dormida en el regazo de Jamie en la Nochebuena. La segunda tarjeta expresaba los mismos sentimientos, pero lo que captó mi atención realmente era la pintura que el niño, Roger, había dibujado. Había dibujado un ave, volando encima de un arco iris.

Quedándome sin habla, cerré la tarjeta. No podía soportar seguir mirando más, y cuando dejé la pila como estaba antes, vi un recorte de periódico, cerca de su vaso de agua. Observé el artículo y vi que era sobre la obra dramática, publicado en el periódico del domingo un día después de que habíamos terminado. En la fotografía encima del texto, vi la única fotografía que alguna vez había sido tomada de nosotros dos.

Parecía que era de hace mucho. Acerqué el recorte a mi cara. Cuando miré fijamente, recordé la manera en que me sentía cuando la había visto esa noche. La miraba con ojos de miope muy atentamente, busqué en ella cualquier señal de que sabía lo qué ocurriría. Sabía que ella estaba al tanto, pero su expresión esa noche no la traicionó para nada. En vez, vi solamente una felicidad radiante. Entonces suspiré y puse el recorte donde estaba.

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