"Landon", me dijo después de contarlo", ¡esto es un milagro!".
"¿Cuánto hay?" Pregunté. Supe exactamente cuánto había.
"¡Casi hay doscientos cuarenta y siete dólares aquí!". Era completamente feliz cuando me miró. Debido a que Hegbert estaba en casa, yo estaba sentado en la sala, y eso es donde Jamie había contado el dinero. Fue apilado en pequeñas torres ordenadas por todo el piso, casi todas eran monedas de veinticinco y de diez centavos. Hegbert estaba en la mesa de la cocina, escribiendo su sermón, e incluso él giró su cabeza cuando escuchó el sonido de su voz.
"¿Piensas que eso es suficiente?" Pregunté inocentemente.
Lágrimas pequeñas estaban corriendo por sus mejillas cuando miró la habitación, todavía no creyendo en lo que estaba viendo justo en frente de ella. Incluso después de la obra, no había sido tan feliz. Me miró.
"Es… realmente maravilloso", dijo, sonriendo. Había más emoción de la que alguna vez había escuchado en su voz antes. "El año pasado, solamente junté setenta dólares".
"Me alegro que resultó mejor este año", dije a través del grumo que se había formado en mi garganta. "Si no hubieras puesto esos botes tan temprano en el año, no podrías haber recolectado tanto".
Sé que estaba mintiendo, pero no me preocupaba. Por una vez, hice lo mejor que pude haber hecho.
No ayudé a Jamie escoger los juguetes – pensaba que ella sabría mejor lo que los niños querrían – de todos modos insistió en que fuera con ella al orfanato en la Nochebuena con el propósito de que pudiera estar ahí cuando los niños abrieran sus obsequios.
"Por favor, Landon", había dicho, y con ella tan emocionada y todo, sólo no tenía el corazón para desairarla.
Así que tres días después mientras que mis padres estaban en una fiesta en la casa del Alcalde, me vestí con una chaqueta y mi mejor corbata y caminé al auto con el regalo de Jamie bajo de mi brazo. Había gastado mis últimos dólares en un suéter bonito porque eso era lo único que se me ocurrió darle. No era exactamente la persona más imaginativa para las compras.
Se suponía que estaría en el orfanato a las siete, pero el puente estaba levantado en el puerto de Morread City, y tuve que esperar hasta que un barco de carga pasara despacio a través del canal. Por consiguiente, llegué algunos minutos tarde. La puerta principal ya estaba cerrada con llave a esas alturas, y tuve que tocar hasta que el Sr. Jenkins me escuchó definitivamente. Él buscó su juego de llaves hasta que lo encontró, y un momento después abrió la puerta. Entré, frotando mis brazos para ahuyentar el frío.
"Ah… Ya estás aquí", dijo con felicidad. "Te hemos estado esperando. Vamos, te llevaré a donde todos están".
Me llevó al salón de recreo, al mismo lugar en que había estado antes. Pausé por sólo un momento para exhalar profundamente antes de entrar definitivamente.
Era incluso mejor de lo que había imaginado.
En el centro de la habitación vi un árbol gigante, decorado con espuma y luces y cientos de arreglos hechos a mano. Debajo del árbol, por todos lados había obsequios envueltos de todos tamaños y formas. Los niños estaban en un semicírculo grande sobre el piso y sentados juntos. Estaban vestidos con sus mejores ropas, – supuse – los niños llevaban pantalón azul marino y camisas blancas mientras que las niñas tenían sus faldas tipo marinera y sus blusas también blancas.
Se veía como si hubieran limpiado porque habría un evento grande allí, y la mayoría de los niños tenían nuevo corte de pelo.
Sobre la mesa al lado de la puerta, había un tazón de galletas, con forma de árboles de navidad y salpicadas con azúcar verde. Podía ver a algunos adultos sentados con los niños; algunos de los niños más pequeños estaban sentados sobre las piernas de los adultos, sus caras embelesadas poniendo atención como si escucharan alguna gran historia sobre la noche de Navidad.
No vi a Jamie, sin embargo, por lo menos no en ese momento. Fue su voz la que reconocí primero. Era la única que leía una historia, y por fin la ubique. Estaba sentada en el piso en frente del árbol con sus piernas dobladas debajo de ella.
Para mi sorpresa, vi que esa noche su pelo se soltaba con holgura, justo como lo tenía la noche de la obra. En lugar del suéter marrón viejo que había visto tantas veces, llevaba uno de cuello en V color rojo que de algún modo acentuaba el color de sus ojos azul cielo. Incluso sin el centellear en su pelo o un vestido blanco y largo ondeando, la visión de ella era arrebatadora. Sin notarlo siquiera, había estado conteniendo la respiración, y podía ver al Sr. Jenkins sonreír mirándome de reojo. Exhalé y sonreí, tratando de recuperar el control.
Jamie pausó solamente una vez para mirar. Me veía estar en la entrada, volvió entonces a leer a los niños. Le tardó otro minuto o más el terminar, y cuando lo hizo, se puso de pie y alisó su falda, caminó alrededor de los niños para abrirse paso hacia mí. No sabiendo dónde quería que fuera, me quedé donde estaba.
Para aquel entonces el Sr. Jenkins ya se habían escabullido.
"Siento que hayamos empezado sin ti", dijo cuándo me habló por fin, "pero los niños estaban tan emocionados".
"Está bien", dije, sonriendo, pensando en lo linda que se veía.
"Estoy tan feliz de que pudieras venir".
"Pues aquí estoy".
Jamie sonrío y extendió su mano hacia la mía. "Ven conmigo", dijo. "Dame una mano con los obsequios".
Pasamos la siguiente hora haciendo solo eso, y miramos cuando los niños los abrieron uno por uno. Jamie había ido de compras por todo el pueblo, recogiendo algunas cosas para cada niño, obsequios individuales que nunca habían recibido antes. Los obsequios que Jamie compró no eran los únicos que los niños recibieron, sin embargo – tanto el orfanato como las personas que trabajaban allí habían comprado algunas cosas también. Cuando tiraban el papel alrededor de la habitación era toda una locura, habían gritos de deleite por todos lados. A mí, al menos, me pareció ver que todos los niños habían recibido más de lo que esperaban, y se dedicaban a agradecerle a Jamie una y otra vez.
Cuando por fin todos los obsequios de todos los niños fueron abiertos, la atmósfera empezó a calmarse. La habitación fue ordenada por el Sr. Jenkins y una mujer a quien no conocía, y algunos de los niños más pequeños estaban empezando a quedarse dormidos debajo del árbol. Algunos de los más grandes ya se habían ido a sus habitaciones con sus obsequios, y habían apagado las luces. Las luces del árbol hicieron una sensación etérea con el tocadiscos que había sido puesto en la esquina y que en ese momento hacía sonar la canción de "Noche de Paz". Todavía estaba sentado sobre el piso junto a Jamie, que estaba abrazando a una niña que se había quedado dormida en su regazo. Debido a toda la conmoción, no habíamos tenido una oportunidad de hablar realmente, algo que no nos había importado mucho. Estábamos mirando fijamente las luces del árbol, y me preguntaba qué estaba pensando Jamie. A decir verdad, no lo sabía, pero tenía una expresión tierna sobre ella. Pensé – no, la conocía tanto – que ella estuvo contenta por como todo había salido, y en el fondo, yo también. Ya hasta este punto esa era la mejor Nochebuena que yo alguna hubiera pasado.
Le eché un vistazo. Con las luces sobre su cara, se veía tan bonita como nunca antes la había visto.
"Compré algo para ti", dije al fin. "Un obsequio, quiero decir". Hablé despacio así que no despertaría a la pequeña, y esperé que no se notara el nerviosismo en mi voz. Dejó de ver el árbol para mirar hacia mí, sonriendo sin hacer ruido. "No tenías que hacer eso". Manteniendo su voz baja también, y parecía casi musical.
"Lo sé", dije. "Pero quería hacerlo". Había guardado el obsequio en otro lado, y lo busqué para dárselo, le di el obsequio envuelto lindamente.
"¿Podrías abrirlo para mí? Mis manos están un poco ocupadas ahora mismo". Miró a la pequeña niña, y luego a mí.
"No tienes que abrirlo ahora, si no quieres" Dije, encogiendo los hombros, "no es problema".
"No seas absurdo", dijo. "Solamente lo abriría en frente de ti".
Para aclarar mi mente, miré el obsequio y empecé a abrirlo, empezando con la cinta con el propósito de no hacer mucho ruido, abriendo el papel hasta que se viera la caja. Después de terminar, levanté la tapa y jalé el suéter, sujetándolo para mostrárselo. Era marrón, igual al que generalmente usaba.
Pero pensé que podía usar uno nuevo.
Comparado con el placer que había visto antes no esperaba una gran reacción de su parte.
"¿Lo ves?, eso es todo. Te dije que no era mucho", dije. Esperé que no estuviera desilusionada por eso.
"Es hermoso, Landon", dijo seriamente. "Me lo pondré la próxima vez que te vea. Gracias."
Nos sentamos silenciosamente por un momento, y otra vez empecé a mirar las luces.
"También te traje algo, a ti", murmuro Jamie. Miró hacia el árbol, y mis ojos persiguieron su mirada fija. Su obsequio todavía estaba debajo del árbol, parcialmente escondido, y lo busqué para tomarlo. Era rectangular, flexible, y un poco pesado. Lo traje hacia mí y lo sujeté sin tratar de abrirlo siquiera. "Ábrelo", dijo, mirándome.
"No puedes darme esto", dije jadeando. Ya sabía qué estaba dentro, y no pude creer lo qué había hecho. Mis manos empezaron a temblar. "Por favor", me dijo con la voz más amable que alguna vez había escuchado, "ábrelo. Quiero que lo tengas".
Forzosamente abrí el paquete despacio. Cuando estaba definitivamente libre del papel, lo sujeté suavemente, con miedo de dañarlo. Lo miré fijamente, me fasciné, y despacio pasé mi mano por encima, pasando mis dedos por encima – de pronto las lágrimas llenaron mis ojos. Jamie extendió la mano y la apoyó en la mía. Estaban tibias y blandas.
Le eché un vistazo, no sabiendo qué decir. Jamie me había dado su Biblia. "Gracias por hacer lo que hiciste", me dijo con voz muy baja. "Fue la mejor Navidad que alguna vez he tenido".
Me volteé sin responder y extendí la mano hasta donde había dejado mi copa de ponche. El coro de "Noche de Paz" todavía estaba sonando, y la música llenó la habitación. Tomé un sorbo del ponche, pues trataba de aliviar la resequedad repentina en mi garganta. Cuando bebí, todas las veces que había estado con Jamie estaban inundando mi mente. Pensé en el baile de bienvenida y lo que había hecho por mí esa noche. Pensé en la obra dramática y qué angelical se veía ese día. Pensé en las veces en que la había acompañado a casa y cómo la había ayudado a recoger los botes y las latas llenas de los peniques para los huérfanos.