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La mirada de Lucas, que escapaba por la ventana, fue atraída por la leve sombra que huía abajo. Cuando Zofia montó en su coche, le pareció que lo miraba directamente a los ojos. Las luces traseras del Ford desaparecieron a lo lejos. Lucas agachó la cabeza.

– ¿No tiene nunca arrebatos, Terence?

– ¡No soy yo quien va a provocar esa huelga! -repuso éste saliendo del despacho.

Lucas no quiso que Ed lo acompañara y se quedó solo.

Las campanas de Grace Cathedral dieron las doce. Lucas se puso la gabardina y metió las manos en los bolsillos. Al abrir la puerta, acarició con la yema de los dedos la tapa del librito del que no se separaba. Sonrió, contempló las estrellas y recitó:

– Haya en el firmamento de los cielos lumbreras para separar el día de la noche… y que sirvan de señales para separar la luz de las tinieblas.

»Y vio Dios que esto era bueno.

Y atardeció y amaneció…

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