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Desde entonces he vuelto muchas veces a Portway Studios. Ha cambiado de dueños hace unos años, y ahora vende todo tipo de pequeñas artesanías: cerámicas, platos, animales de arcilla. En aquel tiempo eran dos grandes salas blancas donde exponían sólo pintura, magníficamente dispuesta, con grandes espacios entre cuadro y cuadro. El letrero de madera que colgaba entonces de la entrada sigue siendo el mismo. En fin, volviendo a aquel día, Rodney dijo que si nos quedábamos esperando en medio de aquella pequeña calle tranquila, sin duda despertaríamos sospechas, así que decidimos entrar en la galería, donde al menos podríamos fingir que contemplábamos las pinturas.

Al entrar vimos que la mujer a la que seguíamos estaba hablando con otra mujer mucho mayor de pelo plateado, que parecía al frente del negocio. Estaban sentadas a ambos extremos de un pequeño escritorio cercano a la puerta, y no había nadie más en la galería. Ninguna de las dos mujeres nos prestó atención cuando pasamos ante ellas; nos dispersamos y tratamos de hacer como que nos fascinaban aquellos cuadros.

Lo cierto es que, a pesar de lo interesada que yo estaba en la posible de Ruth, empecé a disfrutar de las pinturas que veía y de la absoluta paz del lugar. Era como si nos hubiéramos alejado cientos de kilómetros de High Street. Las paredes y los techos eran de color verde menta, y aquí y allá se veía un retazo de red de pesca o un trozo podrido de un barco encastrado en lo alto de la pared, al lado de las molduras. Las pinturas -óleos en su mayoría, en azules y verdes oscuros- eran también de tema marinero. Puede que fuera el cansancio, que se apoderaba súbitamente de nosotros -estábamos de viaje desde antes del alba-, pero yo no fui la única que se sumió en una especie de ensueño. Íbamos todos de un lado para otro, y nos quedábamos mirando un cuadro tras otro, y sólo ocasionalmente hacíamos algún que otro comentario en voz baja («¡Venid, mirad éste!»). Y durante todo el tiempo oíamos charlar a la posible de Ruth y a la mujer de pelo plateado. No hablaban en voz muy alta, pero en aquel lugar su conversación llenaba todo el espacio. Hablaban de un hombre que ambas conocían, de que no tenía la menor idea de cómo tratar a sus hijos. Y poco a poco, mientras escuchábamos lo que decían, y les echábamos una mirada de vez en cuando, algo empezó a cambiar. Me sucedió a mí, y estaba segura de que también les estaba sucediendo a mis compañeros. Si lo hubiéramos dejado después de ver a la mujer a través del ventanal de su oficina, incluso si la hubiéramos perdido mientras la perseguíamos por la ciudad, habríamos podido volver a las Cottages con una exultante sensación de triunfo. Pero ahora, en aquella galería, la mujer era demasiado cercana, mucho más cercana de lo que en realidad habríamos querido. Y cuanto más la oíamos hablar y más la mirábamos, menos parecida a Ruth la veíamos. Era una sensación que fue acrecentándose en nosotros de forma casi imperceptible, y podría asegurar que Ruth, absorta en una pintura del otro extremo de la sala, la estaba experimentando tanto como cualquiera de nosotros. Y probablemente por eso nos demoramos tanto en aquella galería; estábamos posponiendo el momento en que tendríamos que conferenciar sobre el asunto.

Entonces, de pronto, vimos que la mujer se había ido, y seguimos allí de pie, evitando mirarnos a los ojos. Pero ninguno de nosotros había pensado continuar el seguimiento de la posible de Ruth, y a medida que transcurrían los segundos era como si estuviéramos poniéndonos de acuerdo, sin palabras, en cómo veíamos ahora la situación.

Al final la mujer de pelo plateado se levantó del escritorio y le dijo a Tommy, que era el que más cerca estaba de ella:

– Es un trabajo especialmente atractivo. Ese cuadro es uno de mis preferidos.

Tommy se volvió hacia ella y dejó escapar una risa. Entonces, cuando corrí a socorrerle, la dama preguntó:

– ¿Sois estudiantes de Arte?

– No exactamente -dije, antes de que Tommy pudiera responder-. Somos…, bueno, aficionados.

La mujer de pelo plateado nos dirigió una sonrisa radiante, y se puso a contarnos que el artista cuya obra estábamos contemplando era pariente suyo, y nos detalló su carrera hasta la fecha. Ello, al menos, tuvo el efecto de sacarnos de aquella especie de trance en el que estábamos inmersos, y todos nos agrupamos en torno a la mujer para escuchar lo que decía, tal como habríamos hecho en Hailsham si un custodio se hubiera puesto a hablarnos. Al ver nuestra reacción, la mujer de pelo plateado siguió hablando, y nosotros seguimos asintiendo con la cabeza y soltando exclamaciones mientras nos contaba dónde habían sido pintados aquellos cuadros, los días en los que al artista le gustaba trabajar, y cómo algunos los había pintado sin boceto previo. Luego su discurso llegó a una especie de final natural, y todos dejamos escapar sendos suspiros, le dimos las gracias y nos fuimos.

La calle era tan estrecha que no pudimos caminar normalmente en un buen trecho, y creo que todos lo agradecimos. No bien nos alejábamos de la galería en fila india, pude ver cómo Rodney, unos pasos más adelante, extendía teatralmente los brazos como si estuviera tan lleno de júbilo como en los primeros momentos de nuestra llegada a la ciudad. Pero no resultaba en absoluto convincente, y en cuanto llegamos a una calle más amplia nos paramos para reagruparnos.

Estábamos de nuevo cerca de un acantilado. Y, al igual que antes, si mirabas por encima del pretil veías unos senderos que zigzagueaban por la pendiente hasta llegar al mar, sólo que ahora al fondo veías también el paseo marítimo con hileras de puestos de madera.

Estuvimos unos momentos contemplando aquella vista, dejando que el viento nos golpeara en la cara. Rodney seguía tratando de mostrarse alegre, como si hubiera decidido no permitir que nada de lo que hubiera podido pasarnos pudiera echar a perder aquel viaje. Le estaba señalando a Chrissie algo en la lejanía, sobre la superficie del mar, pero ella apartó la mirada de él y dijo:

– Bien, creo que todos estamos de acuerdo, ¿no? Ésa no es Ruth. -Soltó una risita y puso una mano sobre el hombro de Ruth-. Lo siento. Todos lo sentimos. Pero no podemos culpar de nada a Rodney, la verdad. No era tan descabellado. Tenéis que admitir que cuando la vimos a través de aquel ventanal parecía…

Dejó la frase en suspenso, y volvió a tocar el hombro de Ruth.

Ruth no dijo nada, pero esbozó un pequeño encogimiento de hombros, casi como para conjurar el tacto de la mano de su amiga. Miraba hacia lo lejos con los ojos entrecerrados, más hacia el cielo que hacia el mar. Yo sabía que estaba disgustada, pero alguien que no la hubiera conocido tan bien habría supuesto que simplemente estaba pensativa.

– Lo siento, Ruth -dijo Rodney, al tiempo que también le daba un golpecito en el hombro.

Sin embargo, tenía una sonrisa en el rostro, como si ni por asomo pensara que alguien pudiera censurarle por su error. Era la forma de disculparse de alguien que ha querido hacerte un favor y no ha tenido éxito.

Recuerdo que, al mirar entonces a Chrissie y a Rodney, pensé «sí, son buena gente». Se estaban portando amablemente al tratar de alegrar a Ruth. Al mismo tiempo, sin embargo, recuerdo que sentí también -a pesar de que eran ellos los que la estaban consolando, mientras Tommy y yo seguíamos callados- cierto resentimiento hacia ellos en nombre de Ruth. Porque, por mucho que se solidarizaran con ella, veía que en su interior se sentían aliviados. Aliviados porque las cosas hubieran resultado como habían resultado; porque se hallaban en posición de consolar a Ruth en lugar de haber quedado relegados en caso de unas esperanzas renovadas de su amiga. Se sentían aliviados por no tener que afrontar, más descarnadamente que nunca, la idea que les fascinaba y les mortificaba y les asustaba a un tiempo: la existencia de todo tipo de posibilidades para los alumnos de Hailsham y ninguna para ellos. Recuerdo que pensé entonces en lo diferentes de nosotros que eran en realidad Chrissie y Rodney.

Entonces Tommy dijo:

– No veo por qué puede importar tanto. Nos hemos divertido un montón.

– Puede que tú sí te hayas divertido un montón, Tommy -dijo Ruth en tono frío, con la mirada aún fija en algún punto de la lejanía-. No pensarías lo mismo si al que hubiéramos estado buscando hubiera sido tu posible.

– Seguro que sí -dijo Tommy-. No creo que sea tan importante. Encontrar a tu posible, a la persona de donde sacaron el modelo que utilizaron contigo. No entiendo qué puede variar eso.

– Gracias por tu profunda contribución al asunto -replicó Ruth.

– Pues yo creo que Tommy tiene razón -dije yo-. Es tonto suponer que vas a tener la misma vida que tu modelo. Estoy de acuerdo con Tommy. Nos hemos divertido mucho. No tendríamos que ponernos tan serios.

Y alargué también la mano para tocar en el hombro a Ruth. Quería que comprobase el contraste de mi tacto con el de Chrissie y Rodney, y deliberadamente elegí el mismo punto donde lo habían hecho ellos. Esperé alguna reacción, alguna señal de que aceptaba la comprensión de Tommy y mía de un modo distinto a como aceptaba la de los veteranos. Pero no hizo ningún gesto, ni siquiera el pequeño encogimiento de hombros con que había reaccionado ante Chrissie.

A mi espalda oí a Rodney paseándose de un lado a otro y haciendo ruidos para dar a entender que se estaba quedando helado ante el fuerte viento.

– ¿Qué tal si vamos a visitar a Martin? -dijo-. Su apartamento está allí mismo, detrás de esas casas.

Ruth suspiró de pronto y se volvió hacia nosotros.

– Para ser sincera -dijo-, he sabido desde el principio que era una tontería.

– Sí -dijo Tommy con viveza-. Nos hemos divertido un montón.

Ruth le dirigió una mirada irritada.

– Tommy, por favor, cállate de una vez con lo de la maldita diversión. Nadie te escucha. -Luego, volviéndose hacia Chrissie y Rodney, prosiguió-: No quise decirlo cuando me hablasteis por primera vez de esa mujer. Pero lo cierto es que no era viable. Jamás, jamás utilizan a gente como esa mujer. Pensad un poco. ¿Por qué iba a querer prestarse a ser modelo de nadie? Todos lo sabemos, así que ¿por qué no lo asumimos? No se nos modela de ese modo…

– Ruth -corté con firmeza-. Ruth, cállate.

Pero ella siguió hablando:

– Todos lo sabemos. Se nos modela a partir de gentuza. Drogadictos, prostitutas, borrachos, vagabundos. Y puede que presidiarios, siempre que no sean psicópatas. De ahí es de donde venimos. Lo sabemos todos, así que por qué no decirlo. ¿Una mujer como ésa? Por favor… Sí, Tommy. Un poco de diversión. Divirtámonos un poco fingiendo. Esa otra mujer mayor de la galería, su amiga, ha pensado que éramos estudiantes de Arte. ¿Creéis que nos habría hablado así si hubiera sabido lo que somos realmente? ¿Qué creéis que habría dicho si se lo hubiéramos preguntado? «Perdone, pero ¿cree usted que su amiga ha hecho alguna vez de modelo para una clonación?» Nos habría echado de la galería. Lo sabemos, así que sería mejor que lo expresáramos con claridad. Si queréis buscar posibles, si queréis hacerlo como es debido, buscad en la cloaca. Buscad en los cubos de basura. Buscad en los retretes, porque es de ahí de donde venimos.

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