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A las seis vino Melecio. Estuvimos recargando hasta las diez. Insiste en que lo del Pavo es una mina. Veremos. Por de pronto llevamos 75 tiros por barba. Para Reyes le pediré a la madre una canana de pinzas. La que tengo está para tirarla. Le pregunté a Melecio por la reunión del Ayuntamiento y me dijo que el alcalde está emperrado en formar una orquesta, pero que saltan muchas pegas. Él quiere que una sociedad con elementos fijos la sostenga. Dice Melecio que eso es difícil porque en la ciudad no hay afición, y que ya es un dato que entre cien mil habitantes no haya un solo chelo. Hay que empezar por buscarle fuera y eso es un renglón. Le pregunté cómo se llamaría la cosa y él dijo que eso depende. Luego hablamos de la boda de Tochano y le dije lealmente que estaba escamado, porque en el café nadie se explica y yo sigo sin recibir invitación. Por lo visto la boda está fijada para el treinta, porque Tochano y la Paula quieren comer las uvas en la Puerta del Sol. Me preguntó por Anita y le dije que no nos vemos desde el jueves, pero que había empezado con el sistema de mano dura y tente tieso, y ella se había puesto de monos. Después le dije que se parecía a una artista de cine y él dijo que a todos, cuando novios, se nos hace que la novia se parece a una artista de cine, sólo que en mejor. Le pregunté que si la Amparo también y él me dijo que si no me había fijado que la Amparo tiene las mismas facciones que la Joan Bennet. Quedamos en oír misa de siete en los Agustinos. Le dije a Melecio que el Pavo subirá a la estación a las nueve en la serret. Al marchar me preguntó Melecio a qué artista se parecía la Anita y le dije que a la Pier Angeli. Se quedó frío y yo le confesé que no la conocía y que qué tal estaba, y él respondió lealmente que ni carne ni pescado.

7 diciembre, domingo

Lo del Pavo es un monte de encina apañadito y abierto. Se tira superior de la parte de la corta. Eso no quita para que yo hiciera poca carne. Al Pavo todo se le volvía decir que me creía mejor escopeta. Y es que el pelo se me da mal. Prefiero la pluma cien veces. El Pavo me prometió que a la tarde iríamos a las perdices. Pero a la tarde empezó a caer un aguanieve muy fina que nos quitó de cazar. El Pavo nos llevó a casa del guarda y preguntó si había llegado la garrafa. A mí no se me iba del pensamiento el conejo que se me embocó con las patas rotas. Y la Doly como una lela ladrando a las nubes. El Pavo empezó a ponerle pegas al vino, pero a mí me sabía bueno. Dijo el guarda que ahora todas las cosas tienen un sabor raro, por los abonos. Melecio dijo que sí y el guarda cogió humos y dijo que entre un huevo de sus gallinas y un huevo de granja hay más diferencia que entre un filete de ternera y otro de caballo. Melecio dijo que le gustaba la carne de caballo, y el Pavo que no podía tragar la liebre. Yo le dije que no la habría comido bien preparada y que un día le subiría a casa a comer una liebre como Dios manda. El Pavo aceptó. Dijo Melecio que la madre, si quisiera, podría ganar cuartos como cocinera en un hotel de postín. A las cinco escampó y salimos un rato a las perdices. Cogimos la lindera para meterlas dentro. Junto al monte había unos tipos excavando los majuelos. Después de mucho patear no vimos ni sombra de ellas. Yo marré dos conejos que se me metieron en los pies.

Camino de la estación vimos el bando en un barbecho. Las zorras no se espantaron de la serret. Llevaba la escopeta armada y tiré apuntando con cuidado. Quedé dos y esto me quitó el mal humor. En la estación me dijo el Pavo que el 14 salen para Marruecos. Luego me dijo que me había visto con la chavala de la buñolería y que estaba buena. Me gibó que me hablara así e hice como si no le oía. El Pavo tiene el cochino vicio de hablar así de todas las mujeres. Tocamos a cinco conejos y una perdiz por barba. En el tren dijo Melecio que el monte está bien de caza, pero que no es para tanto. De acuerdo. Mañana, la Virgen, subiremos en las burras a lo de Miranda.

8 diciembre, lunes

El día ha estado de nieve. Hicimos dos altos al ir y dos al volver para no quedarnos entumidos en el sillín. Dicen que es una ola de frío que viene de la Siberia. El Pepe se cachondea y dice que todo lo malo viene ahora de la Siberia. No le falta razón. Yo no me quité los guantes, aunque Melecio me advirtió que gato con guantes no caza. De salida se me largó una rabona por llevar la escopeta en el seguro; lo puse un momento para orinar y luego me olvidé de quitarlo. La tiré en París. La tía zorra bien puede decir que nació hoy. Es bonito lo de Miranda y un buen sitio de liebres. Si tuviera tablillas sería un paraíso. Claro que si tuviera tablillas ni Melecio ni yo tendríamos que hacer allí. Melecio hizo un bonito tiro a una torcaz. Sobre las dos se puso a nevar, y Melecio dijo que podíamos volvernos. Me resistí porque aún no había hecho nada. Cara al viento la cellisca nos cegaba. El matacabras zumbaba entre los chaparros y era un espectáculo ver los troncos blancos de un lado y del otro negros. La nieve cuajó a escape porque caían copos como platos. Melecio, inclinado contra el viento con la escopeta en la mano, parecía un cromo. En un tiento a la bota, me dijo Melecio que si salía un jurado podía buscarnos un escarmiento. Le pregunté la razón y él dijo que la ley llama a los días de nieve días de fortuna y está prohibido cazar. El que hizo esa ley no vio volar las perdices en lo de Miranda con la cellisca.

De regreso, la Doly se puso de muestra junto a un chaparro. Al acercarme vi que algo aleteaba en el suelo. Era una chocha-perdiz que debió hincar el pico en la tierra para chupar el jugo y la sorprendió la helada. Debía llevar tiempo allí, porque el animal estaba aterido. Llamé a Melecio, la sacamos con cuidado y nos pusimos en camino. A poco de llegar empezó a molestarme el vientre. Creí que era una necesidad, pero no. Me metí en la cama con una botella de agua caliente y se me pasó.

La madre no hace más que decir que si estamos locos, salir al campo con este tiempo.

9 diciembre, martes

El Mele quiere conservar viva la chocha-perdiz. La ha puesto en un cajón con tierra hasta la mitad para que chupe los jugos. Le advertí a Melecio que estos animales no admiten el cautiverio, pero él respondió que no quiere quitarle ese gusto al chico. La Doly anda encalabrinada con el pájaro.

Esta noche tuvo un percance el correo de Irún. Estuvieron hasta las tantas trabajando a la luz de los focos para dejar libre la vía.

Pasé dos horas en la terraza contemplando los trabajos.

12 diciembre, viernes

Don Basilio me llamó esta mañana a su despacho y me dijo que había tratado con don Rafael el asunto de la Conserjería. Se me paró en seco el corazón. Luego me dijo que por encima de su voluntad estaban los treinta y cinco años de servicios del señor Moro, y yo le dije que me parecía justo. Me aclaró que al señor Moro le restan dos años y unos meses de vida activa, y que al cabo de ellos volveríamos a hablar. El que no se consuela es porque no quiere. Pero, anda, que vaya él a decirle a la madre que aguarde todo ese tiempo. Ya iba a largarme, cuando me dijo que acababa de despedir al sereno que encendía la calefacción del Centro, porque apandaba carbón. Me ofreció el puesto por doscientas mensuales. Antes de dejarme hablar me hizo ver la necesidad de encender la caldera a las cinco de la madrugada para que las aulas estén templadas para las primeras clases. Acepté a ojos cerrados, y cuando se lo comuniqué a la madre, dijo que Dios aprieta, pero no ahoga. Yo la advertí que lo malo será en los meses de calor, cuando nos quiten los cuarenta barbos. La madre se echó a reír y me dijo que ya de chico era igual, y que el día que se abría la veda lloraba pensando en el día en que habría de cerrarse. Hasta después de vacaciones no empezaré con la calefacción.

Melecio me dijo esta tarde que ha habido otra reunión en el Ayuntamiento. El alcalde está decidido a traer un chelo de donde sea. La Prensa habla hoy del asunto y dice que nuestra ciudad necesita una agrupación así, que ya existe en localidades menos pobladas. El alcalde quiere tenerlo todo liado para primero de año. A Melecio le ofreció el puesto de flauta. Él dice que no, pero le gusta que se acuerden de él más que comer con los dedos.

La chocha-perdiz la pringó anteanoche. El Mele, el hombre, anduvo toda la noche hecho un lloraduelos hasta que se cansó y se quedó dormido.

Estuve donde Anita, pero no salió. No sé qué demonios le pasa. Si espera que yo le baile el agua, está fresca.

14 diciembre, domingo

Ha caído una nevada de órdago. Teníamos todo liado para ir a lo de Presa, pero hubo que desistir. Las máquinas quitanieves anduvieron todo el día afanando en la estación. Por la tarde estuve en el café. Al marchar, Tochano me llamó aparte y me dijo que si no me ha mandado invitación es porque entre nosotros sobra la etiqueta, y que ya sé que me espera el 30 en San Andrés, a las once. Le di las gracias y luego le pregunté a Melecio si le mandó a él invitación. Dice que sí. Decididamente yo no voy a la boda en estas condiciones, ya que no hay razón para que Tochano vaya a guardar etiqueta con él y no conmigo. Uno no será un duque, ¡qué coño!, pero tiene su amor propio.

16 diciembre, martes

Don Basilio me dio esta mañana una participación de cinco duros para el sorteo de Navidad. El número es el 31.165. La madre dice que es bonito, pero lo que hace falta es que toque. Dice la madre que si nos cae el gordo pedirá permiso a don Basilio para hacer obras en la cocina. Yo ya le he dicho a Melecio que si toca hay que comprar un cacharro. Estoy harto de pedalear y aguardar en las estaciones.

Al volver del estanco me tropecé este mediodía con el de Francés y la de Alemán. Iban haciendo boberías. Ella dijo adiós, pero él lo mismo que si pasase un perro. Y no es aquello de que no me haya visto, puesto que yo iba de uniforme.

A la noche cambié con Melecio un duro de lotería. El del taller de Melecio es el 5.444. Quedamos en salir mañana para comprar el regalo a Tochano.

17 diciembre, miércoles

Compramos una panera que dice la Amparo es de mucho gusto. Fundimos ciento setenta del ala. Esto de los regalos de boda es un atraso.

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