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– Va, va, vaaa… -la consoló Penélope-. ¿Te quieres calmar, Jana? Hay un señor en la fila de al lado que nos está mirando -susurró agachándose un poco mientras hablaba.

– ¡Que se joda!

– ¡Ssssh!, baja la voz, ¿quieres?

– Ese señor cotilla de la fila de al lado… -Jana lo señaló con un dedo acusador.

El hombre se dio cuenta y trató de disimular bajando la vista hacia el periódico que sostenía con dedos inertes. Tenía el cutis del color de la ternera demasiado cocida, y un repentino interés por algún artículo del Financial Times que le hizo embutir la nariz entre sus páginas, tapándose la cara por completo.

– Ése o cualquier otro… -continuó Jana-. Por mí, que los jodan a todos.

– ¡Dios mío!

– Ay, Penélope…

– ¿Qué ocurre?

– Me he peleado con Mauricio.

– Vaya, así que era eso.

– Sí. Eso.

– ¿Y ha sido una pelea importante?

– Bueno… Fue antes de venir a París. Precisamente un día antes. Lo he pasado fatal aquí, tan llena de remordimientos y… Claro que tú dirás que no se me notaba, y es verdad. Es que yo soy una profesional. Cuando trabajo, trabajo, me cambio el chip y ya está. Fuera problemas personales, hola problemas laborales. -Jana se secó las lágrimas y se llevó la mano al pecho, como tratando de aminorar la marcha de su corazón-. Todo ha sido culpa mía. En fin, eso creo. Me gustaría otra copita de champán.

Penélope llamó a la azafata y se la pidió.

– Culpa mía y del horóscopo.

– ¿El… el horóscopo?

– Sí. Ya sabes. El que sale en el periódico. «Mal día para ti, Tauro, hoy te esperan noticias desagradables en tu oficina», o «el sol brilla para Géminis en todo su esplendor. Estarán más activos sexualmente que nunca, atractivos, emprendedores, llenos de ideas…». Ese tipo de cosas.

Penélope tenía la mirada perdida.

– ¿Nunca lees el horóscopo, o qué? -le preguntó Jana.

– Sí, sí. Bueno, alguna vez que otra. No es algo que me llame mucho la atención.

– Pues eso. El horóscopo. Yo me lo tomo muy en serio. -Jana tomó aliento, sacó un espejito de su bolso de mano y empezó a retocarse el maquillaje mientras hablaba-. La verdad es que creo profundamente en la predicción astrológica. Me da mucha tranquilidad leer el horóscopo diariamente. Un buen karma que no veas. Ya sabes que no soy religiosa, no voy a misa, no me he hecho budista como casi todo el mundo que conozco… En fin, que creo que tengo derecho a poder leer el horóscopo diariamente, ¿no?

– Claro, claro.

– No es que sea una de esas pobres chicas supersticiosas, pero estoy convencida de que es mejor no tentar a la suerte. No soy una ignorante. Naaah. Ni mucho menos. Tú me conoces… -Guardó la polvera de nuevo en el bolso-.Tengo estudios universitarios, por Dios. Sé recitar de corrido el nombre de doce recientes premios Nobel en áreas biomédicas y físicas. No todo el mundo sabe hacerlo. No es igual que recordar el último premio Nobel de la Paz, o de Literatura. Los de ciencias nadie se los sabe. Yo, sí.

Penélope levantó una ceja.

– ¿No te lo crees?-preguntó Jana, como si estuviera a punto de llorar de nuevo.

– Sí, por qué no.

La azafata sirvió más champán a Jana, que se lo agradeció con un escueto movimiento afirmativo de cabeza.

– No, veo por tu cara que no te lo crees. Pues mira, te los recitaré. David Baltimore, Renato Dulbecco, Walter Gilbert, David Hubel, Arthur Kornberg, Joshua Lederberg, Susumu Tonegawa, James Watson, Sheldon Glashow, Steven Weinberg, León Lederman y Murray Gell-Mann -enumeró muy solemne; cualquiera hubiera dicho que estaba declamando algún poema enrevesado que sonaba demasiado experimentalista-. ¿No te lo creías, eh?

– Sí, Jana. Te he creído. No era necesario que…

– Lo que trato de decirte es que soy una chica juiciosa y competente. Hago bien mi trabajo, ¿no? Tú puedes dar fe de ello, porque no sólo soy tu ayudante y tu secretaria, además te sirvo los cafés, me ocupo de que tu declaración de la renta esté entregada dentro de plazo, de que tengas siempre un par de medias de repuesto en la oficina y, si hace falta, te compro los tampax. Y soy capaz de tener relaciones sentimentales maduras y equilibradas con los hombres.

– No lo dudo.

– Pero el horóscopo para mí es algo así como… como mi guía espiritual diaria. Incluso dejé de fumar gracias al horóscopo.

– Ah, ¿sí?

– Sí. Un buen día de hace cuatro meses abrí el periódico, como cada mañana, y leí: «Géminis, ¿cuándo piensas dejar el tabaco? Hoy te plantearás la posibilidad de abandonar ese vicio enfermizo para siempre, y lo conseguirás. Tú siempre consigues lo que te propones». De modo que yo me dije, ¿y por qué no? Al fin y al cabo el tabaco es una auténtica mierda.

– Produce cáncer de pulmón.

– Bueno, a mí lo del cáncer de pulmón no me importa mucho, pero no estaba dispuesta a tolerar ni un día más ese mal aliento. El tabaco es algo de lo más maloliente en cuanto una se fija un poco.

– Sí, también.

– Así que dejé el tabaco aquel mismo día. Simplemente, cuando acabé de desayunar no me fumé el cigarrito mañanero. Y hasta hoy. No he vuelto a probarlo. Ni siquiera sé cómo pude fumar alguna vez, visto desde aquí. Y mi aliento huele a rosas todos los días, no a chimenea atascada.

– Pues vaya, es estupendo, Jana.

– Me consuela, Penélope. Quiero decir, el horóscopo. La vida es tan insegura que, si cuando me levanto de la cama para ir a trabajar no pudiera leer mi horóscopo y saber así lo que me va a ocurrir a lo largo del día, me daría un patatús. Me moriría mientras mojo las galletas en mi café con leche. Nunca me han gustado las sorpresas.

– No me digas. -Penélope se estiró la blusa y trató de encajar las rodillas debajo de la bandeja de su asiento.

– No. Porque suelen ser todas malísimas. En fin, la mayoría.

– No exageres.

– Bueno, el caso es que, como tú sabes, Mauricio y yo vivimos juntos desde hace cinco meses. -Jana le dio un sorbito esta vez a su copa-. Es tan guapo, tan atento, tan… Claro, es Virgo con ascendente Leo, dentro de él hay orden y fuerza animal a la vez. Es un chico tan independiente y tan seguro como yo. Cuando nos conocimos, enseguida congeniamos. A mí me gustaba muchísimo vivir sola, y él estaba encantado de vivir solo, así que nos fuimos a vivir juntos. Y hasta hoy. Bueno, hasta hace unos veinte días…

– ¿Qué pasó? -preguntó Penélope, resignada.

– Entonces ocurrió. La catástrofe, Penélope, te lo juro. Porque la cosa es que, evidentemente, desde que estoy con Mauricio, además de leer mi horóscopo cada día, también leo el suyo. Y esa horrible mañana, me levanté encantada de la vida, como casi todos los días menos cuando me va a venir el período, abrí el periódico, leí mi horóscopo. No tenía nada de particular. Entonces leí el suyo. Y ocurrió la tragedia.

Hizo una pausa para crear tensión dramática.

– ¿Qué pasó? -se sintió obligada a interesarse Penélope, de nuevo.

– ¿Quieres saber lo que decía exactamente?

– Exactamente, sí.

– Pues decía: «Virgo, si vives en pareja puede que hoy te plantees abandonarla, o al menos engañarla, porque conocerás a otra persona que te arrastrará a una pasión enloquecedora como nunca antes la habías conocido. Ha llegado tu momento en el amor. Esa persona será la más especial de tu vida, tanto que te hará perder el juicio si no tienes cuidado». Eso decía. -Las lágrimas asomaron tímidamente de nuevo a los grandes ojos de la joven-. Estuve a punto de desmayarme sobre mi tazón de Winnie the Pooh.

– Bueno, sólo apuntaba a una posibilidad. Decía «puede que», ¿no es cierto?

– Puede que, sí -asintió Jana, parecía una niña pequeña y desamparada en un mundo de gigantes malos-. Mauricio es modelo, ese día estaba en Nueva York desfilando. Ya sabes en qué mundo se mueven los modelos. La mayor parte del tiempo están rodeados de culos perfectos, miradas lúbricas y chicas con brazos de dos metros de largo terminados en garras. Son frágiles. Cualquiera lo sería viviendo como ellos viven. Mauricio es tan guapo. Siempre pensé que era una suerte tener un novio tan guapo y que no fuese marica. Ese día enloquecí. Lo llamé a Nueva York, pero por supuesto no estaba en su hotel. Ni siquiera sé qué hora era allí. Hablé con él al día siguiente, cuando me llamó a casa por la noche, ya muy tarde, creo que para él serían las seis de la mañana. O sea, que no se había acostado todavía.

– Tendría el jet lag . Esos viajes de cuatro días cruzando el océano trastornan el sueño de cualquiera -la tranquilizó Penélope.

– Sí, o eso o me había estado poniendo los cuernos por ahí.

– Cuando tengas varias opciones para elegir, te aconsejo que escojas la mejor. No te quedes siempre con la mala. Eso te hará sufrir de forma gratuita. Y es absurdo sufrir gratuitamente cuando ya tenemos tantos sufrimientos que nos cuestan un montón. -Penélope se echó el pelo para atrás, detrás de los hombros. Tenía una hermosa melena rubia que le llegaba un poco más arriba de la cintura.

– El caso es que apenas pude soportar los celos, y cuando volvió a casa tres días después, yo ya estaba histérica de los nervios.

– 0h, no.

– Oh, sí. Me comporté con él de mala manera. No paré de hacer alusiones irónicas a la aventura que había tenido. Él no se daba por enterado, me decía una y otra vez: «¿Jana, te encuentras bien?, puedo llamar a mi médico». Un maestro del disimulo.

– Quizás no disimulaba, cariño.

Jana negó con la cabeza, tristemente.

– Entonces yo decidí pagarle con la misma moneda. Pero no tenía ánimos para salir por ahí a buscar un lío sólo por despecho. La verdad es que, a lo largo de nuestra relación, yo lo engañé una vez. Al principio. Cuando todavía lo nuestro no era muy sólido, y más que por deseo, que no lo sentía, por debilidad, por tontear un poco, porque me sentí halagada por el tipo, que era impresionante. Un fotógrafo americano. Pero te aseguro que esas experiencias de sexo esporádico y rápido con auténticos desconocidos no están hechas para mí. No disfruto nada. Cuando llevas un tiempo con un hombre pues, bueno, tienes confianza con él y en la cama todo es mejor. Puedes decirle: «Por aquí, ve por aquí. Eso me gusta, sí». O: «No, no tires por ahí, tío, que te estás equivocando. No me toques ahí porque me estás poniendo los pelos como escarpias y no le veo la gracia al asunto». Pero cuando haces el amor con alguien que acabas de conocer, o que ya conoces, pero con el que nunca te has acostado… ¡Ja! Tienes que aguantarle toda clase de torpezas y cosas repugnantes y babosas que él cree que te hacen delirar de placer cuando en realidad de lo que te dan ganas es de cagarte en su madre. Tienes que disimular con unos quejiditos estúpidos y hacerle creer que has acabado para que él se dé prisa y termine de fastidiarte y… Y al final, acabas teniendo fama de ser una puerca calenturienta, aficionada a los polvos rápidos. -Jana hizo un gesto de repulsión-. En fin, que no me gusta nada el sexo ocasional. Una no puede ir de polla en polla, porque eso a la larga resulta ser un juego de la oca bastante agotador y proclive a los chancros infecciosos.

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