Llegué a casa en un estado de excitación extrema, nada me haría ahora conciliar el sueño, también podía haberme marchado tras dejar a la puta en su esquina y así sólo habría conjeturado, una distracción, un pasatiempo, conjeturar es sólo un juego mientras que haber visto es serio y a veces un drama, no hay la consolación de la incertidumbre en ello hasta que no pasa el tiempo. Pero me había visto a mí mismo con la mujer en mi coche y eso me bastaba para verla también ahora con el médico conyacente, o cofollador es más propio, quizá él sí tuviera que darle miedo. Puse la televisión como la puse dos años y medio después en Conde de la Cimera sin saber qué hacer mientras una mujer agonizaba a mi lado y yo no daba mucho crédito ni me preocupaba excesivamente, bien es verdad que tampoco ella podía dar crédito; y como la puso Solus en su palacio esa misma noche en que padeció de insomnio y se salió de su dormitorio para no molestar y llamar así al sueño ante una pantalla, en mi caso es un gesto normal cuando llego a casa por la noche tarde, supongo que es un gesto normal de los que vivimos solos y además somos nadie, miramos qué ha ocurrido en el mundo durante nuestra ausencia, como si no estuviéramos siempre nosotros ausentes del mundo. Ya era muy tarde y sólo un par de canales seguían emitiendo, y lo primero que vi en uno de ellos fue a un caballero con armadura que encomendaba su alma a Dios de rodillas ante una tienda de campaña, se trataba indudablemente de una película y era en color y desde luego no nueva, los mejores programas siempre de madrugada, cuando casi nadie puede verlos. Inmediatamente cambió la escena, y entonces se vio a otro hombre acostado y vestido, un rey, pensé al ver las mangas de su camisa con muchos volantes, un rey que padecía insomnio o acaso dormía con los ojos abiertos, estaba asimismo en una tienda de campaña, aunque echado boca arriba en una verdadera cama con su almohada y sus sábanas, no recuerdo mucho pero recuerdo eso. Y entonces se le fueron apareciendo uno tras otro fantasmas sobreimpresionados en un paisaje, tal vez el campo de una futura o inminente batalla: un hombre, dos niños, otro hombre, una mujer y otro hombre por último que agitaba los puños en alto y sólo gritaba como quien clama venganza, todos los demás en cambio con rostros dolientes y desolados, los cabellos emblanquecidos y palabras amargas pronunciadas por sus pálidos labios que parecían estar leyendo en voz baja más que diciendo, no siempre pueden hablarnos sin dificultades los que ya son fantasmas. Aquel rey estaba haunted o bajo encantamiento, o más exactamente estaba siendo kaunted o hanté aquella noche por sus allegados que le reprochaban sus propias muertes y le deseaban desgracias para la batalla del día siguiente, le decían cosas horribles con las voces tristes de quienes han sido traicionados o muertos por aquel que amaban: 'Mañana en la batalla piensa en mí', le decían los hombres y la mujer y los niños, uno tras otro, 'y caiga tu espada sin filo: desespera y muere'. 'Pese yo mañana sobre tu alma, sea yo plomo en el interior de tu pecho y acaben tus días en sangrienta batalla: caiga tu lanza.' 'Piensa en mí cuando fui mortal: desespera y muere', le repetían uno tras otro, los niños y la mujer y los hombres. Recuerdo bien todas esas palabras, y sobre todo las que le decía la mujer, la última en dirigírsele, su mujer fantasma por cuyas mejillas corrían lágrimas: 'Esa desdichada Ana, tu mujer', le decía, 'que nunca durmió una hora tranquila contigo, llena ahora tu sueño de perturbaciones. Mañana en la batalla piensa en mí, y caiga tu espada sin filo: desespera y muere.' Y ese rey se incorporaba o despertaba aterrado chillando tras estas visiones de la noche horrenda y yo también me espanté al verlas y al oír su aullido desde la pantalla; sentí un escalofrío -es la fuerza de la representación, supongo- y cambié de canal con el mando a distancia, me fui al segundo que aún emitía y en él había otra película antigua, esta era en blanco y negro y de aviones, Spitfires supermarinos y Stukas y Hurricanes y Messerschmitts 109 y también algún Lancaster, el nombre de la dinastía de los dos Enriques; la Batalla de Inglaterra tal vez, de eso trataba, la que permitió a Winston Churchill una de sus frases más célebres: 'Nunca en el campo del conflicto humano tantos debieron tanto a tan pocos', se cita siempre abreviada, como también aquella de 'sangre, sudor y lágrimas', de la que se omite la palabra 'esfuerzo'. Stukas y Junkers bombardearon Madrid durante nuestra guerra, sobre todo estos últimos, la población los llamaba 'pavas' por lo lento que se acercaban con sus cargas devastadoras por este mismo cielo que veía desde mi ventana, los cazas republicanos eran 'ratas' en cambio, veloces Migs rusos y viejos Curtiss americanos. Me sentí más cómodo en ese mundo no sobrenatural de combates aéreos y más cercano en el tiempo, aquellos otros personajes con armadura y volantes del canal primero tendrían sin duda más próxima la utilización del verbo ge-licgan o los sustantivos ge-for-liger y ge-bryd-guma en los que me había obligado a pensar esa noche y que quizá me hubiera inventado, no más próximo lo que significaban: no quería verlos, quienes quiera que fuesen, prefería permanecer en mi siglo y en una muerte bélica, aunque quizá en el otro canal se estuviera ya librando otra batalla y las nuevas muertes también fuesen bélicas y no asesinatos de hombres y una mujer y niños. Estuve viendo los aviones mientras dudaba, pero mientras los veía se me quedaron en la cabeza resonando y flotando las maldiciones de los fantasmas de aquella escena de insomnio o turbulento sueño, y por eso pensé o más bien me acordé de ellas mucho tiempo más tarde, cuando en la habitación del niño de Marta Téllez choqué en la oscuridad con algo y vi colgando del techo los aviones de miniatura que seguramente habían pertenecido a su padre, más y mejores que los que yo tuve nunca en mi infancia, los aviones pendientes de hilos que cada noche se preparaban perezosamente para un cansino combate nocturno, diminuto, fantasmal e imposible que nunca tenía lugar o lo tenía siempre en mi insomnio y mis turbulentos sueños.
Lo que ocurrió esas dos noches lo tengo grabado, todo ha dejado rastro.
Dudaba si llamar a Celia, eran altas horas y si estaba en casa lo más probable era que durmiera, hacía cuatro o cinco meses que no sabía de ella más que indirectamente y ojalá no hubiera sabido nada, yo no la llamaba y ella a mí ya tampoco, no podría explicar la quiebra de mi actitud y el repentino impulso sin contarle cuanto me había ocurrido, sin decirle que la razón de mi intempestiva llamada era que creía haber estado con ella hasta poco antes, haberle abierto la puerta del coche y haberle dado dinero en la calle, habérmela llevado a un rincón solitario para que se lo ganase: decirle que creía haber follado con ella, me tomaría por loco si respondía. Y sin embargo es difícil resistirse a llamar por teléfono cuando se ha considerado hacerlo, como conseguir un número siempre tienta a hacer uso de él al instante, aquel había sido el mío no hacía tanto. Eran más de las tres y los Spitfires encañonados y perseguidos por Messerschmitts volaban por la pantalla cuando descolgué y marqué, sin permitirme ya más vacilaciones. Si respondía Celia sabría al menos que ella no era Victoria y que no estaba en peligro, no le habría dado tiempo a zafarse de la mano del médico y regresar a casa, y además su noche aún podía no haber acabado; pero si no respondía sería peor, mi inquietud crecería y lo haría por dos motivos o dos temores: que en verdad fuese Celia Victoria y que le hubiese ocurrido algo malo, algo tan malo que un día tuviera que aparecerse en mi insomnio o mis sueños para decirme lo que ya sólo en ellos podría decirme: 'Esa desdichada Celia, tu mujer, que nunca durmió una hora tranquila contigo, llena ahora tu sueño de perturbaciones'. O lo llena de encantamientos y maldiciones por haberla dejado marchar de mi vida y también de aquella noche, esta noche en que pude traérmela a casa bajo otro nombre y así salvarla. Llamar era un error, por tanto, y aun así lo hice: sonó el primer timbrazo, un segundo y también un tercero, aún no era demasiado tarde para colgar y quedarme en la duda. Saltó el contestador y oí su voz grabada: 'Hola, este es el 5496001. Ahora no estoy en casa, pero si quieres dejar un mensaje hazlo después de oír la señal. Gracias.' Tuteaba a quien llamase, cosa propia de jóvenes, ella lo era, como Victoria. Oí dos o tres pitidos breves de llamadas previas acumuladas y luego la señal larga, y decidí hablar por miedo, a diferencia de aquella otra vez en que había marcado mi antiguo número mientras me desvestía sentado a los pies de la cama, una noche melancólica o abatida. 'Celia', dije, '¿estás ahí?', los contestadores mienten muy a menudo. 'Soy yo, Víctor, ¿no estás ahí? Quizá estás dormida y con el sonido del teléfono bajo, no sé', estaba diciendo lo que deseaba que fuera el caso cuando se cumplió ese deseo y la voz no grabada de Celia me interrumpió, estaba en casa y había descolgado al oírme, luego no era Victoria y aún no, aún no, pensé en seguida, aún no porque estaba viva. 'Víctor, ¿pero tú tienes idea de qué hora es?', dijo. 'Aún no', pensé, como aún no había llegado la hora del piloto de aquel Spitfire supermarino MK XII que aún veía el mundo desde lo alto y huía.
Su voz sonaba despierta, yo conozco su voz dormida como recuerdo su rostro sin maquillaje y dormido, la pregunta parecía más un reproche formal que verdadero, no la había arrancado del sueño, era seguro. '¿Qué pasa?', añadió. Yo no había preparado un pretexto verosímil, cómo podía prepararlo si no lo había, y el estado de excitación me tenía aturdido, así que dije para ganar tiempo: 'Hay una cosa de la que quiero hablar contigo. ¿Puedo ir a verte un momento?' '¿Ahora?', contestó ella. '¿Estás loco? ¿Pero tú sabes la hora que es?' 'Sí, lo sé', dije, 'pero es urgente. No estabas dormida, ¿verdad? No suenas dormida.' Hubo un breve silencio, y antes de contestar dijo: 'Espera un segundo', podía ser el segundo necesario para alcanzar un cenicero si había encendido un cigarrillo, aunque no oí el mechero, que suele oírse a través del teléfono, a veces se oyen hasta las caladas de los que fumamos. 'No, no estaba dormida, pero no puedes venir ahora.' '¿Por qué? No será mucho rato, te lo aseguro.' Celia volvió a callar un instante, le oí un suspiro de exasperación. 'Víctor', dijo, y ya supe entonces, pues nunca nos conceden lo que pedimos cuando nos llaman por nuestro nombre, 'pero tú te das cuenta. Hace meses que no quieres saber de mí, hace meses que no nos vemos ni hablamos, y de pronto me llamas a las tres y media de la madrugada y pretendes que te reciba. Pero tú qué te crees.' Ese tipo de frase siempre desarma, 'pero tú qué te crees', tenía razón, no dije nada, aunque aún no eran y media, miré el reloj y entonces ella añadió gratuitamente, lo hizo por joder sin duda porque yo ya no iba a insistir, no hacía falta decírmelo: 'Además, no puedes venir ahora porque no estoy sola'. 'Ah, no', dije yo como un bobo. Celia dejó que la frase surtiera su efecto, no es lo mismo imaginar lo que antes o después ocurre que saberlo cuando está ocurriendo; luego habló de nuevo, con más simpatía: 'Llámame mañana a última hora de la mañana y hablamos de lo que sea. Si quieres quedamos a comer. ¿Eh? ¿De acuerdo? Me llamas mañana'. Ahora fui yo quien dijo por joder lo que dije: 'Mañana seguramente será demasiado tarde'. Y colgué sin despedirme. Me quedé apaciguado un momento, vi a un piloto con bigotito que elevaba la mirada al cielo y decía: '¡Mitch! ¡No pueden con los Spitfires, Mitch! No pueden con ellos', me pareció David Niven y le hablaba a algún muerto; luego los aviones se encaminaron hacia un sol atravesado de nubes y apareció escrita la sentencia de Churchill, la batalla terminaba y cambié de canal de nuevo, con curiosidad repentina o prisa por saber ahora qué batalla y película era la otra, en color y de época y con fantasmas y reyes, pero me encontré con que también había acabado, no podría saberlo. En su lugar unas niñas raquíticas hacían gimnasia enrolladas a unas cintas danzantes, los comentarios corrían a cargo de unas exigentes lesbianas a las que todo parecía malo. Las miré y escuché unos minutos (miré a las niñas y escuché a las lesbianas) y volví al canal de los combates aéreos, me quedé horrorizado: allí había dado comienzo una retransmisión religiosa (no me sé el santoral, ignoro el motivo) y unos fieles feísimos cantaban a voz en cuello en una iglesia El Señor es mi pastor y otras baladas pontificias. Apagué el aparato y busqué el periódico para mirar en la programación de qué dos películas había visto fragmentos, pero la asistenta me lo había tirado, había venido ese día en mi ausencia y me lo tira todo antes de tiempo como le hacen al Solitario en Palacio y así lo malquistan, según descubrí mucho más tarde. Y fue entonces cuando mi breve apaciguamiento tocó a su fin, no duró nada porque mi cabeza casi nunca descansa y sin cesar concibe y maquina: 'Si Victoria no era Celia y Celia está acompañada', pensé, 'también Celia y no sólo Victoria me está haciendo sujeto del verbo y objeto del parentesco antiguo, y yo a mi vez la he hecho a ella conyacente esta noche de la puta Victoria que tanto se le parece, lo mismo regirán el verbo o los sustantivos para las mujeres'. Y supongo que fue la sensación de estar siendo doble sujeto o doble ge-bryd-guma al mismo tiempo -una sensación desasosegante- lo que me hizo pensar más lejos, y este pensamiento nuevo fue peor todavía y barrió de golpe el efecto parcialmente tranquilizador de mi llamada, tranquilizador tan sólo respecto a mis dos temores: Celia había cogido el teléfono y estaba en casa, pero antes de que yo empezara a dejar mi mensaje en el contestador habían sonado dos o tres pitidos que indicaban llamadas previas acumuladas, luego era probable que cuando me lo cogió Celia acabara de entrar por la puerta con su acompañante y aún no le hubiera dado ni siquiera tiempo a escuchar esos recados previos. Volvía a ser posible por tanto que Celia fuera Victoria y que ella y el médico hubieran decidido ir a casa de ella -un hombre casado- y hubieran llegado en ese mismo instante, poco después que yo a la mía, quizá tras dar una vuelta por la ciudad sin tráfico o tras el rápido alto en una calle recogida, abandonadas las prisas del hombre. Y si eso era así, si el acompañante o médico estaba ahora con ella, en ese caso no había pasado el peligro y era aún no para Celia y para Victoria, aún no, aún no, pero quién sabía mañana o dentro de un rato, 'los que me conocen callan, y al callar no me defienden'. Ya no podía volver a llamarla porque todo era posible y ese es el precio de la incertidumbre, habría sido ridículo y me habría ganado su enfurecimiento y sus improperios. Estaba en un estado en que no tenía sentido intentar dormir, tenía que dejar pasar tiempo, al menos el tiempo de un polvo o eran dos simultáneos, más o menos el mismo tiempo, en realidad no duran tanto, media hora, una hora con los preámbulos, con una puta menos, no hay preámbulos, tal vez más con una amada, más aún con alguien nuevo o la vez primera, todo se prolongó demasiado con Marta Téllez, por eso no llegué a establecer el parentesco o vínculo con Deán ni con aquel Vicente grosero y despótico, con ellos en realidad no lo tengo, yo creo, aunque sí la sensación explicable de haberlo adquirido esa noche, no fue por nuestra voluntad si no lo adquirí ni lo tengo ni lo tendré ya nunca por suerte, no por la voluntad de Marta ni por la mía.