Y ya adentro, mientras la puerta baja, se dan un beso demorado.
A pedido de Víctor, ella no se había quitado los shorts de pedalear, y durante el trayecto hasta la finca, se había dejado el torso desnudo. Al doblar en la plazuela de las Muñequitas, vuelta de rodillas hacia él, comienza a rozarle el antebrazo con sus senos erectos.
El siente sus vellos erguirse y le pone una mano en los labios.
Ella sabe lo que quiere y le lame las yemas con esmero.
Cuando las tiene húmedas, él comienza a deslizarlas sobre las puntas de los pezones.
En esos jugueteos llegan. Y entran.
– ¿Ves? -dice él, al pasar del garaje a la cocina-. Nadie nos vio entrar; nadie nos verá salir.
Al pasar a la sala, los recibe un fulgor verdoso que viene del piso. Víctor aprieta un botón y una persiana automática se eleva. Ella descubre que el fulgor proviene de un estanque, en cuyo interior hay tres peldaños, en medio de una sala suntuosamente dispuesta, con muebles modernos.
En un ángulo, una fuente emerge entre rocas naturales y forma el estanque que luego desagua en una acequia sinuosa y atraviesa la sala en diagonal. El agua muy verde y lúcida, corre bajo baldosas transparentes y árboles bonzai, que crecen en pozos de luz, hasta desaparecer por el ángulo opuesto. Alicia se siente volátil. ¡Qué original!
Los seis metros de una pared, hasta dos de altura, están cubiertos por un espejo corrido; y la pared opuesta, por un librero repleto, del piso al techo.
Hay cuadros abstractos, un par de jarrones asimétricos, una enorme fotografía en blanco y negro, una escultura grande de jade y otra más pequeña de mármol.
Salvo los jarrones, todo es abstracto. La foto y las estatuas no figuran nada concreto, pero sugieren quehaceres y formas del amor en ejercicio.
– Ven, te muestro la casa.
En la planta alta, tres alcobas con sendos baños, un saloncito y una terraza. Abajo, la sala del estanque y un comedor contiguo a la enorme cocina, muy bien equipada; a la derecha, un estudio y otra alcoba, ambos con baños independientes.
– ¡Uyyy! Aquí se puede dar un baile para cincuenta personas…
Cuando regresan a la sala, él abre un ventanal que da a un extenso césped, muy cuidado, con rboles añosos y una piscina al fondo.
Mientras ella se asoma a observar el jardín, Víctor manipula algo en lo alto de un librero, y luego enciende un equipo de compactos.
Comienza a oírse una guaracha.
Ante el espejo, ella se pone a bailarla, provocativa. Él viene por detrás y la coge de la cintura.
Ella se da vuelta y lo obliga a bailar. Él comienza a seguirla con bastante desenvoltura.
– Sigues bien el ritmo -le dijo ella-. Pero eres un poco rígido y no tienes ni idea de bailar guaracha. Mira: ponme atención.
Cinco minutos después, él la arrastra urgido a un rincón, donde hay un amplio sofá. Ella prefiere el piso alfombrado. Insiste en cabalgarlo, para enseñarle a bailar guaracha.
Decúbito supino, Víctor pierde inmediatamente su rigidez y aprende a quebrar la cadera.
Cuando logra su primer orgasmo de aquella noche, ya ha penetrado también el alma folklórica de la guaracha, como si hubiera nacido en un barrio de La Habana.
Y para gran sorpresa de Alicia, él proyecta un video que le tomara con una cámara oculta. El equipo ha captado perfectamente la cabalgata danzaria en aquel rincón.
– ¡Coño! Eso si que no… -protesta Alicia.
Él la tranquiliza. Si tuviera malas intenciones no le haría ver el video. Simplemente, él goza y se excita mucho por los ojos, y tiene el antojo de hacerle el amor otra vez, mientras contempla la acción de sus nalgas soberbias, al compás de la música, en el monitor.
Ella comprende, no muy convencida todavía, pero sí, claro…
Y él promete regalarle el casette o destruirlo en cuanto lo vean.
Poco después, mientras disfruta el beso de la boa (creación y nomenclatura de Alicia), Víctor comienza a dilatarla por detrás, con demorada pericia digital.
Sabiendo lo que vendrá, ella se mosquea y le hace un hociquito:
– ¡Culívoro!
Cuando la hubo dilatado suficientemente, se coloca un preservativo y la posee, en efecto, por vaso indebido, con la vista fija en el video.
Ella no sintió dolor. Y al ver en el video sus propias nalgas y cintura en acción, sintió un río en la vagina. Se excitó como nunca. Porque nunca se había visto desde ese ángulo. Y por primera vez logró un disfrute en aquella posición, que normalmente la mortificaba y solía rehusar.
Fue algo nuevo. ¿Narcisismo, tal vez?
En todo caso, un sentimiento de exquisita perversidad.
Por fin encontraba un tipo que le enseñaba algo.
Y cuando Víctor, para derramarse, cambió de vaso sin variar su posición cuadrúpeda, ella inició un orgasmo a tirones, con grititos entrecortados. Y al sentirlo por fin muy caliente, en el útero, soltó amarras y lo acompañó en el crescendo de sacudones y gemidos, en absoluta simultaneidad con lo que ocurría en la danza del video.
Al resucitar Alicia, él fumaba boca arriba. Estiró un brazo, sacó el video del equipo y se lo entregó.
Alicia le sonrió lánguida, satisfecha.
– Con tu sentido natural del ritmo y un par de lecciones más, vas a enloquecer a las cubanas.
– A mí no me interesa el ritmo ni las cubanas: me interesas tú.
Ella lo miró, halagada.
Estuvo a punto de abalanzarse en sus brazos. Se obligó a contener aquel insólito impulso de entrega. Sintió miedo.
Pero tuvo el suficiente buen tino para coger el cassette y guardarlo en su bolso.
– ¿Ahora? Nada: hablándote por teléfono y cortándome las uñas. No, las de los pies. ¡Coño, mami, deja de preguntar boberías! Sí, una mansión. De todo, hasta piscina. ¡Qué va! Modernísimo, todo electrónico, puras teclas y botones. Sí sí, para él solo. No, en la otra casa hay dos viviendas independientes, una para el jefe de Víctor y otra para huéspedes de la empresa. Y Víctor también se muda para ahí cuando viene su mujer. Sí, me ha hablado de ella pero sin entrar en detalles, como lo más natural. Nada, Mami, tú sabes que yo no soy celosa. No, ella está ahora en Europa, pero regresa pronto. Anj, una mucama viene un par de veces por semana a limpiar las dos casas. ¿Víctor? Generalmente come afuera o se cocina él mismo. Sí sí, es un gourmet de altura. También, lo habla perfecto, pero con un acento raro. El dice que así se habla en el Québec. Sí, vivió como cinco años en Montréal. No, en la casa de al lado no he estado, pero me dijo que hay una cancha de squash y una sauna… ¿Alberto? ¡Uy!, se me había olvidado que venía… No, espera, si vuelve a llamar dile que estoy en exá menes y me fui a casa de una amiga al campo y que no puedo verlo hasta el sábado… No no no, todos mis amigos saben muy bien que me pongo bravísima si me interrumpen el estudio… Eso, invítalo a almorzar el sábado en casa; y a Otto le dices lo mismo, y que me llame el domingo al mediodía… No fastidies, mami, tú no tienes que preocuparte. Yo sé como tratar a los tipos. Cuanto menos tiempo les dediques más se calientan. ¿Víctor? Mientras esté con él no quiero ver a nadie. Por supuesto, mami, es el mejor que he tenido, y el mejor amante, potente, imaginativo… Sí, por lejos, y es guapo, amable, cocina de maravilla… No, ahora fue un momento hasta el otro apartamento. ¿Qué dices? Ja, ja, ja… ¿Y a ti qué te importa? Ay, chica, normal, ja ja ja. Mira que eres puta, mami… Sí, está encantado con mis clases de baile y quiere que vayamos esta noche al Palacio de la Salsa. No, nadie me va a reconocer… Además, ni Alberto ni Otto frecuentan salas de baile. ¡Qué va! La mujer tiene aquí una colección de pelucas… ¿Él? Fue al lado a buscar leña para un asado que quiere hacer en la barbecue. Ay, Mami ¿hasta cuándo quieres que te lo repita? No, no he conocido a nadie mejor. Pero tiene un grave inconveniente, y es que me gusta demasiado. Siempre he soñado con vivir al lado de un hombre así, y me da mucho miedo enamorarme. Me sentiría indefensa.
Víctor penetra con paso rápido en su doble mansión del barrio de Siboney. Pero no por la casa del estanque, donde introdujo a Alicia, sino por la entrada de la vivienda contigua.
– ¡Yuhú, Elizabeth! Where are you?
Se quita la chaqueta y sube los peldaños hacia la planta alta.
Abre una puerta y penetra en la penumbra de una amplísima alcoba. Hay una sola fuente de luz: el reflejo azulado de un televisor encendido, en un rincón del cuarto.
Sobre la cama, un bulto arrebujado bajo las s banas, del que sólo emerge una larga cabellera rubia, le da la espalda.
Al lado de la cama hay un cenicero atiborrado de colillas y una botella de vodka destapada, sobre el piso. Víctor se sienta al borde de la cama y sacude levemente el hombro de la durmiente.
– ¿Elizabeth?
No contesta.
Víctor tantea sobre la cama en busca del telemando. Sobre la pantalla, una foto fija anuncia el final de un programa porno.
Víctor apaga la TV, pone el telemando en la cama, descorre una cortina y la habitación se llena de luz.
Se acerca al bulto arrebujado y le mumura al oído:
– Good news, Eli: I think I've found the broad we were looking for. (Buenas noticias, Eli: creo que di con la tipa que andamos buscando.)
Elizabeth, adormecida aún, se da vuelta en la cama. Molesta por la luz, se tapa los ojos con la sábana, y hunde la cara entre las piernas de Víctor.
Con la voz muy ronca y pastosa, comenta:
– Are you sure?
– Yeah, sure… She's the one we need. In a few days you'll see her in action.
En Cayo Largo, un buzo filma imágenes subacuáticas del arrecife coralino. Lleva acualones a la espalda y emplea una videocámara de 8 milímetros.
Rocas, peces multicolores, sobre el fondo blanco, arenoso, de la plataforma caribeña. De repente, el buzo aminora la velocidad de ascención, para tomar desde abajo el cuerpo de una bañista topless que nada de espaldas primero, y luego estilo pecho. Él asciende, la sorprende, juguetean un poco y luego se le aparea por debajo.
Ahora nadan juntos, él bajo el agua, boca arriba y hacia atrás. Ella a flor de agua, boca abajo y hacia adelante.
Cuando emerge el buzo, ambos nadan hacia un yate en cuyo casco de proa se lee: RIEKS GROOTE.
Un marinero negro está colocando una escalerilla de soga y peldaños de madera. El marinero, inclinado sobre la baranda, recibe las patas de rana y los tanques de oxígeno. Y cuando el hombre se quita la careta, la gran nariz de Van Dongen vuelve a robarse la escena.