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– ¿Donde lo dejaste?

– A tres cuadras de aquí. No problem. Ojal alguien se lo robe esta noche. ¿Y a tí cómo te fue en la morgue?

Víctor no le responde.

– ¿Tendrías la amabilidad de responderme? ¿Todo bien?

– Todavía no lo sé. El narizón Van Dongen se marchó de Cuba sin decir nada. Ni a su mujer.

Alicia, muy alarmada, se vira para mirar a los ojos de Víctor.

– ¿Y eso? Por cierto ¿tú miraste bien el contenido de la maleta?

– Eso mismo iba a preguntarte yo… Porque nos distrajimos con la flor y al final no miramos…

– Tú piensas que el narizón pudo hacernos alguna trampa…

– No me imagino cómo. Parece imposible; pero me da muy mala espina que se haya marchado sin decir nada a nadie…

[22:26]

El Chevrolet entra en la finca. Ambos se apean con premura y van hacia el armario donde han guardado la maleta con los tres millones.

Víctor la carga, la deposita encima de un sof y se apresura a abrirla, ante la ansiosa expectativa de Alicia. Cuando los fajos vuelven a desplegarse ante su vista, cuidadosamente ordenados, coge uno al azar y le desliza el pulgar sobre un extremo.

Con un grito y un poderoso movimiento de rabia, Víctor rompe el fajo, deja caer una cascada de papeles en blanco, y lanza el resto contra el piso. Entre horribles imprecaciones en inglés, coge otro, y otro, y todos son fraudulentos.

De pronto, se pone ambas manos en la cintura y se queda mirando a Alicia, como dispuesto a agredirla.

– No puedo creer que tú…

La apunta con un dedo y avanza hacia ella, pero se detiene, con la mano en alto y el entrecejo fruncido. Mira de reojo a la maleta y de pronto, en dos zancadas regresa junto a ella, coge dos fajos, uno del fondo y otro de arriba, y los examina muy de cerca. Vuelve a lanzarlos contra el piso y se coge la cabeza…

Mientras golpea y patea lo que tiene por delante, comienza a gritar in crescendo, con los puños en alto:

– Son of a bitch!… Son of a bitch!… The focking son of a bitch!

Alicia lo mira con severidad, pero no parece impresionada.

– Me haces el favor de calmarte y decirme qué está pasando…

Victor demora en reaccionar. Finalmente baja los brazos en un gesto de impotencia.

– Discúlpame, Alicia… Por un momento pensé que entre tú y tu madre habrían cambiado los billetes…

– Por Dios, qué ridiculez… ¿En qué tiempo?

Víctor coge un fajo y le muestra la cinta transparente que lo envuelve por el medio:

– Y aunque tuvieras todo el tiempo, estas cintas fajadoras, con esta inscripción, no existen en Cuba. Pertenecen a un banco holandés y fueron traídas de Venezuela hace pocos días. Y el número más alto que introdujimos en la maleta, era el 300. En cambio, estas comienzan en el 301 y llegan al 600. Eso, sólo pudo hacerlo alguien de la oficina, que tenía otra maleta igual…

Alicia lo mira fija y fríamente:

– ¿Y yo no tengo derecho a pensar que tú te complotaste con Van Dongen para trampearme a mí?

40

Una mesa muy bien puesta, para tres. Vajilla fina, copas de cristal, mantelería elegante, flores. Alicia y Margarita visten de noche. Alicia repasa con una servilleta el borde de una copa y la mira al trasluz, mientras la madre ordena varios cubiertos al lado de cada plato.

– ¿Y tú has descartado que Víctor pueda estar de acuerdo con el narizón?

– Totalmente. Si eran cómplices desde un principio, ¿para qué me necesitaban? Yo hubiera sido sólo un estorbo, y hasta un peligro para ellos…

– Quizá no fueran cómplices al principio, pero sí después…

– Olvídate, mami, eso es imposible… Yo he estado al lado de Víctor todo el tiempo y no hubo nada sospechoso en su conducta… Aquí lo único que hay que hacer es olvidarse de Víctor, del narizón, de Cuba e irnos con Fernando a la Argentina.

Margarita la mira preocupada:

– Ay, m'hija, no sé, así, tan de golpe… Yo ya no tengo edad para aventuras… Tú crees que Fernando pueda…

– Y si no puede, podr, él o el que sea. Eso es asunto mío. Pero tú no me vas a abandonar ahora, cuando más te necesito…

Suena el timbre de calle y Margarita se apresura a abrir. En la puerta está Fernando, con un ramillete de flores.

– Adelante, bienvenido -le sonríe Margarita, obsequiosa.

41

Alicia vio por última vez a Víctor el 20 de noviembre, una semana después de haberse deshecho del cadáver. Víctor la llamó para pedirle las llaves del carro.

Ella condujo hasta el punto donde se dieran cita, un bar de Miramar, dentro de un patio a cielo abierto.

Cuando Alicia lo vio sentado a una mesa, sintió una mezcla de tristeza y rencor, y el deseo de alejarse de él de inmediato, corriendo, y para siempre.

l la invitó a un trago en su mesa.

– Gracias, no puedo.

Ella puso las llaves sobre la mesa sin mirarlo, se dio vuelta y se alejó sin despedirse. Vestía otra vez como una estudiante.

Del parqueo del local salía en ese momento un negro gordo en una moto. Ella le pidió botella y él hombre se la dio gustoso.

Víctor la vio alejarse montada atr s, con el pelo recogido. Se había hecho una cola de caballo con un pompón rojo en la punta. Cuando la moto dobló en la salida, el pompón saltarín se le sacudió varias veces a uno y otro lado de la nuca.

Víctor la siguió con la vista, pero ni siquiera en ese momento, cuando quedó de perfil, se volvió para despedirse de él.

Se sintió muy solo y víctima de una injusticia del destino. El pinche destino que todo lo enreda y hace que la gente se conozca a destiempo.

Tomó su whisky, pidió otro, doble, y encendió un cigarro.

Y volvió a pensar cómo pudo hacer Van Dongen para preparar y entregar la maleta con los billetes falsos. La posibilidad de un cambiazo del dinero bueno por el falso en aquel momento, habría requerido que un cómplice de Van Dongen, Carmen por ejemplo, estuviera esper ndolo con una maleta idéntica allí mismo…

¡Bah, absurdo…! Van Dongen no supo que la entrega iba a ser en el Tritón hasta que Bos se lo dijera adentro del ascensor, cuando ya iban bajando. Imposible que hubiera podido avisar nada a nadie…

¿Y por qué no pensar que Van Dongen hubiera escondido en el maletero de su carro, una maleta idéntica, repleta de papeles sin valor? Tuvo dos días para prepararla…

Víctor recordó que el día en que pagaron el rescate, él había arrastrado la maleta hasta el carro de Van Dongen para cargarla en el maletero. Y recordaba haber visto el maletero vacío. Pero quizá Van Dongen había preparado un doble fondo…

A una semana de pensar y repensar obsesivamente en todos los detalles, no veía otra posibilidad. En todo caso, ya nada podía hacer él.

¿Recuperar el dinero?

Imposible.

¿Urdir una venganza?

¿Para qué? Vengarse no es propio de personas inteligentes.

Víctor era buen perdedor. En esta vida había que aprender a perder, porque siempre hay alguien que te pone banderillas. Y el que se enfurece cuando se las ponen, es tan bruto como un miura.

Lo que sí lo fastidiaba ahora, era aquel desaire de Alicia. Nunca se imaginó que le doliera tanto.

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