[10:27]
Jan Van Dongen y el botones llegan a la recepción. Tras una breve espera, una muchacha los atiende.
– Soy Van Dongen. Me anunciaron que hay un recado para mí.
Ella busca en una lista:
– Van Dongen… Sí, aquí tiene, señor.
Le entrega un sobre cerrado. Van Dongen lo coge y se aleja unos pasos por el lobby. Adentro hay un mensaje.
"Atraviese el Duty-Free Shop y salga del edificio del hotel. Siga por el pasillo que está a su derecha en dirección a la piscina. A partir de los baños de caballeros, comience a contar las baldosas. Deténgase en la baldosa número veintiséis, que tiene pintado un círculo rojo. Espere. Al cabo de unos instantes, un cartel le indicar cómo continuar."
[10:31]
Desde la perspectiva de su coche, Víctor y Bos ven a Van Dongen salir del Duty-Free Shop. Luego gira hacia la derecha y camina como buscando algo en el piso. Arrastra la maleta sobre sus rueditas, con una correa. Ahora lo ven detenerse. Víctor se come las uñas. A Karl Bos se le pinta la sorpresa en la cara cuando un cartel baja de repente, desde el tercer piso, y se detiene exactamente ante los ojos de Van Dongen.
– ¡Mira, mira, un cartel…! ¡Los hijos de puta, ahí est n! -y señala-: Viene de aquella ventana, del tercer piso ¿la ves?
Víctor observa atentamente. Se muestra perplejo.
Bos maldice. Tiene la nariz encendida, muy roja en la punta. A mordizcos ha hecho trizas el mocho de tabaco babeado que está fumando.
[10:32]
Se sobresalta un poco al ver el mensaje, que le queda exactamente a la altura de sus ojos. En grandes letras negras sobre fondo blanco, Van Dongen lee:
CUELGUE LA MALETA AQUI Y MARCHESE
POR DONDE VINO SIN MIRAR ATRAS.
Van Dongen ensarta el asa de la maleta en el enorme anzuelo donde viene sujeto el cartel. Da media vuelta y se aleja hacia el frente del hotel.
La maleta inicia un rápido ascenso hacia el tercer piso.
Algunos turistas que curiosean alrededor de la piscina asisten intrigados a la escena.
Víctor sigue comiéndose las uñas.
Bos, airado y estupefacto, contempla el final de la maniobra. De la ventana surge una mano que coge la maleta por la correa y la introduce en la habitación.
[10:34]
Alicia se apodera de la maleta y la coloca velozmente en el piso. La introduce en la maleta blanca que ubica sobre el carrito. La amarra firmemente con un el stico amarillo que tiene ganchos en la punta.
Desarma y embala los avíos de pesca, pero deja, según instrucciones de Víctor, la base, que le resultaría muy pesada, y los dos bloques de cemento.
Por fin se quita los guantes y sale al pasillo. Con toda calma se dirige hacia un extremo. Alicia sigue disfrazada de gordita gringa, y saluda en silencio, con una sonrisa tímida, a las dos personas que esperan el ascensor.
Van Dongen ha sentido deseos de vomitar y entró al baño. Y cuando atraviesa el lobby hacia la salida, Alicia distingue su narizota. Con sorprendente aplomo, muy segura de su disfraz, ella se detiene a encender un cigarrillo y lo ve salir por la puerta principal para dirigirse hacia el parking.
Lo ve incluso dirigirse, con gran lentitud, hacia el carro de Víctor.
– No me siento bien -declara al detenerse junto a la ventanilla de Bos, y se toca la frente. Se ve muy p lido.
– Vete un rato a la casa -le propone Bos-. ¿Quieres que te acompañe?
– No, no es para tanto. Necesito un sedante y descansar un poco. Nos vemos después del mediodía en la oficina.
[10:42]
Alicia se apea de un taxi en casa de su mam. El taxista la ayuda a bajar la maleta. Alicia ya no trae peluca ni el vestido holgado.
Margarita abre la puerta. El chofer deposita la maleta sobre el umbral de la sala. Alicia le da una propina y entra. Cuando coge la maleta para desplazarla al interior y poder cerrar la puerta, tiene que subir dos peldaños. El esfuerzo de cargar aquel peso la obliga a arquear mucho la cintura.
Margarita la mira con cierta alarma.
– ¿Y esa maleta tan pesada? ¿Qué cargas ahí, chica?
Alicia se esperaba esa pregunta y ya traía preparada la respuesta. Pero se tomó su tiempo.
Sacó sus cigarros, encendió uno, se sentó en una butaca y puso un pie encima de la maleta. Luego el otro, cruzado por encima.
Y con una mirada entre satisfecha y desafiante, a boca de jarro, le espetó:
– ¿Qué tú crees que puedo traer?
Una muda alarma persiste en los ojos inquisitivos de Margarita.
– No tengo la menor idea. Dime ya, niña…
– Si te lo digo no me lo más a creer… Adivina -y le regala una sonrisa triunfal.
Sin ninguna vacilación y mucho aplomo, Margarita adivina:
– ¿Tres millones de dólares?
La sorprendida es ahora Alicia:
– ¡Sí, Mami! Pero…¿cómo es posible? ¿de dónde sacas…?
– Te conozco Alicia. Y me lo esperaba. Sabía que no me lo ibas a anunciar, para no ponerme nerviosa.
Alicia se para y abraza a la madre, y salta y gira sin soltarla…
– Lo conseguimos, mami, lo conseguimos…
Y enseguida se agacha para abrir la maleta mientras Margarita corre un cerrojo en la puerta y baja las persianas que dan al jardín.
Al ver los fajos de cien dólares que ocupan todo el espacio, Alicia sonríe satisfecha. Va a coger uno, pero detecta una rosa roja en lo alto y se la lleva a la nariz, sonriente. Piensa que si viene de Víctor, es una delicadeza y muy original.
– Chica, aquí en la sala no. Guarda eso ya, me pones nerviosa.
En eso tocan a la puerta.
– ¿No te digo? -susurra Margarita-. Cierra eso ya y sácalo de aquí.
Mientras Alicia arrastra la maleta sobre sus rueditas, hacia un desván que queda debajo de la escalera, Margarita espía por la ventana.
– Es Leonor. ¡Cómo jode! -comenta en voz baja y abre uno de los dos postiguitos de la puerta-. Dime, Leo…
– Nada, es que vi entrar a Alicia y como hace tanto que no nos vemos…
Alicia decide enfrentar a Leo y se acerca al hueco del postigo.
– Ay, no te pongas brava, chica, pero ven en otro momento… Llegué sólo a bañarme y tengo que volver a salir enseguida.
Cinco minutos después, con una toalla al hombro, camino a la ducha, Alicia sonríe al recordar la ocurrencia de la flor y lo comenta con Margarita.
– Verdad que Víctor tiene a veces detalles encantadores…
Ya en pleno baño, enjabonada, ojos cerrados, oye entrar a su madre, que descorre la cortina y le pasa un inalámbrico.
– Disculpa, es Víctor. Dice que es muy urgente.
Alicia se vuelve, cierra la ducha, se seca las manos y coge el teléfono:
– Sí, dime… Sí, de maravilla, verdes, apiladitos, divinos… ¿Cómo? Sí, ¿por qué negarlo, es lo que más me gusta en el mundo?
Escucha unos momentos y suelta una risa fresca.
– Pero lo que más me gustó es la flor que me pusiste adentro…
Oye un instante y hace un pequeño mohín, desilusionada:
– Ah, ¿el narizón? ¡Vaya, qué atento! Yo me había hecho la ilusión de que fueses tú. ¿Cómo? Okey, termino de bañarme y salgo a llamar.
[11:05]
Tras comerse un bocadito y tomar un vaso de leche en salida de baño, Alicia se viste con unos jeans y un pulóver, y se dirige a una cabina telefónica de la calle 42. Desde allí llama a la GROOTE INTERNATIONAL INC.
Tras presentarse nuevamente como Myriam en su inglés gangoso, pide de hablar con el Sr. Karl Bos, a quien informa que ya han recibido el dinero y que todo está en orden. Con respecto a la devolución del secuestrado, deben esperar un llamado por la noche, pero no en la oficina. Llamarán a casa de Bos, o de Van Dongen o de Víctor King. En ese llamado se les dirá dónde deben ir a recoger al Sr. Groote.
Bos intenta protestar por la demora, pero Myriam le explica que para seguridad de los secuestradores, el traslado de Groote desde su cautiverio a un lugar público, se efectuará en condiciones de nocturnidad. Y le colgó sin más.
Víctor le pidió hacer aquel llamado porque quería escurrirse de la oficina. Si Groote no sería devuelto hasta la noche, se justificaba que Víctor también pudiese pretextar agotamiento y no acudir a la empresa en todo el resto del día. No quería tener que fingir ante Van Dongen y Bos la ansiedad y nerviosismo crecientes, de los que inevitablemente serían víctimas ellos, cuando pasaran las horas y nada se supiera de Groote.
[12:50]
Un aguacero tropical se desploma sobre la ciudad. Alicia espera en la puerta de su casa. Tiene listo un paraguas y la maleta a su lado, sobre la loza del zaguán.
Mientras el Chevrolet de Víctor se estaciona, ella abre el paraguas. Víctor baja de prisa, coge la maleta y la introduce en el asiento de atrás. Cuando se sienta al volante, Alicia ya está instalada a su lado.
Ruedan en silencio unos segundos, y al doblar hacia la Avenida Primera, Víctor estaciona el carro, sonríe orgulloso y le ofrece sus dos palmas en alto. Ella las golpea con las suyas y suelta una carcajada. El lanza un silbido triunfal y la abraza. Ella lo besa en la boca y se le acurruca en el pecho. l la estrecha unos instantes y enseguida se desprende:
– ¡Jujuuy! -y Víctor sacude ahora los puños-. Ganamos, puta madre… Con los pinches millones ya nadie nos va a chingar la vida…
Ella le sigue la corriente y se burla de sus mejicanadas:
– Es la mera verdá, cuate…-y lo besa con ardor, y lo abraza, ávida de acción inmediata…
Él la aparta delicadamente.
– Ahora no, Alicia… Primero tenemos que platicar un poco y ver cómo vamos a deshacernos del… del…
– Sí, chico, del bulto -dice Alicia, que ya ha renunciado al desahogo en el carro, y se reacomoda el pelo y sus ropas-. Bien ¿cuál es el plan, ahora?
– Deshacernos de él, antes de que denuncien su desaparición y la policía intervenga… Y lo mejor es hacerlo hoy mismo…
– ¿Hoy mismo?
– Sí, apenas anochezca…
[13:15]
Llegados a Siboney, Víctor descarga la maleta y la deposita en medio de la sala. La abre y los ojos le brillan de codicia. Pero como hiciera Alicia, sonríe al ver la flor, la coge y la huele.
– Pensé que la habrías guardado en tu casa.
Alicia, coge la flor y se queda mir ndola desilusionada.
– Hubiera preferido que me la enviases tú…
Víctor cierra la maleta, condescendiente: