Case miró a 3Jane. -No queda mucho tiempo -dijo.
– ¿Para quién, exactamente?
– Para ninguno de nosotros. -Se oyó un ruido seco cuando Hideo cortó el fuste de metal. Maelcum lanzó un gemido.
– En realidad -dijo Riviera-, no te hará demasiada gracia oír a este fracasado artista salido de la cárcel hacer un último y desesperado intento. De lo más desagradable, te lo aseguro. Terminará de rodillas, ofrecerá venderte a su madre, te hará favores sexuales sumamente aburridos…
3Jane echó la cabeza hacia atrás y rió. -¿Crees que no, Peter?
– Los fantasmas van a entrometerse esta noche, señora -dijo Case-. Wintermute va a enfrentarse con el otro. El Neuromante. Será definitivo. ¿Lo sabes?
3Jane alzó las cejas. -Peter ha sugerido algo por el estilo, pero cuéntame más.
– Conocí al Neuromante. Habló acerca de tu madre. Creo que él es como una estructura gigante de ROM, para registrar la personalidad, sólo que se trata de un RAM completo. Las estructuras creen que están allí, como si fueran reales, pero son sólo algo que no deja de funcionar.
3Jane salió de detrás de la silla. -¿Dónde? Describe el lugar, esa estructura.
– Una playa. Arena gris, como plata apagada. Y una cosa de hormigón, una especie de búnker… -Dudó.- Nada raro, sólo viejo, cayéndose a pedazos. Si caminas lo suficiente, llegas a donde estabas.
– Sí -dijo ella-. Marruecos. Cuando Marie-France era una niña, años antes de casarse con Ashpool, pasó un verano sola en esa playa, viviendo en una casa de bloques abandonada. Allí formuló la base de su filosofía.
Hideo se enderezó, metiéndose la pinza en el mono. En cada mano tenía una sección de la flecha. Maelcum cerraba los ojos, la mano apretada alrededor del bíceps.
– Lo vendaré -dijo Hideo.
Case pudo tirarse al suelo antes de que Riviera llegara a apuntarle con la pistola. Los dardos pasaron silbando junto al cuello de Case como insectos supersónicos. Rodó, vio que Hideo giraba, otro paso de danza, la afilada punta de la flecha invertida en la mano, el fuste plano contra la palma y los rígidos dedos. La arrojó nítidamente, por debajo de la mano, la muñeca un borrón de luz. La punta se incrustó en el dorso de la mano de Riviera. La pistola cayó sobre las baldosas un metro más allá.
Riviera gritó. Pero no de dolor. Fue un aullido de rabia, tan pura, tan refinada, que carecía de toda humanidad.
Apretados haces gemelos de luz, agujas rojas como rubíes, salieron como puñales de alrededor del esternón de Riviera.
El ninja gruñó, se tambaleó, se llevó las manos a los ojos, y recobró el equilibrio.
– Peter -dijo 3Jane-, Peter, ¿qué has hecho?
– Ha cegado a tu chico clono -dijo Molly parcamente. Hideo bajó las manos. Case vio unos hilos de vapor que salían de los ojos arruinados y se congelaban sobre la cerámica blanca.
Riviera sonrió.
Hideo volvió a su danza, repitiendo los pasos. Cuando estuvo de pie junto al arco, la flecha y la Remington, la sonrisa de Riviera se había desvanecido. Se inclinó -a Case le pareció que hacía una reverencia- y encontró el arco y la flecha.
– Estás ciego -dijo Riviera, dando un paso atrás.
– Peter -dijo 3jane-, ¿no sabes que puede hacerlo en la oscuridad? Zen. Es así como practica.
El ninja puso la flecha. -¿Me distraerás ahora con tus hologramas?
Riviera estaba retrocediendo, entrando en la oscuridad, más allá de la piscina. Rozó una silla blanca; las patas rasparon el piso. La flecha de Hideo vibró.
Riviera perdió la compostura y echó a correr, arrojándose sobre una sección de la pared baja e irregular. El rostro del ninja tenía una expresión absorta, inundado por un tranquilo éxtasis.
Sonriendo en silencio, fue andando hacia las sombras más allá de la pared, el arma lista en la mano.
– Jane, señora -susurró Maelcum, y Case se volvió, y vio que levantaba el rifle de las baldosas, salpicando sangre sobre la cerámica blanca. Sacudió los mechones y apoyó el grueso cañón en la curva del brazo herido-. Esto te volará la cabeza y ningún doctor de Babilonia podrá arreglarlo.
3Jane miró la Remington. Molly sacó los brazos de los pliegues de la manta rayada, alzando la esfera negra que le encerraba las manos. -Fuera -dijo.- Quítala.
Case se levantó de las baldosas, se sacudió. -¿Hideo podrá atraparlo, aun ciego? -preguntó a 3Jane.
– Cuando era niña -dijo 3Jane-, nos encantaba vendarle los ojos. Acertaba con las flechas en los naipes, a diez metros.
– De todos modos, Peter ya está muerto -dijo Molly-. En doce horas empezará a congelarse. No podrá mover más que los ojos.
– ¿Por qué? -Case se volvió hacia ella.
– Le envenené la droga -contestó-. El efecto es como el mal de Parkinson más o menos.
3Jane asintió. -Sí. Le hicimos el examen médico de rutina, antes de admitirlo. -Tocó la bola de un modo particular y la hizo saltar de las manos de Molly.- Destrucción selectiva de las células de la substancia nigra . Signos de la formación de un cuerpo Lewy. Suda mucho durmiendo.
Alí -dijo Molly, y las diez cuchillas resplandecieron un instante. Se apartó la manta de las piernas para dejar al descubierto la escayola hinchada-. Es la meperidina. Encargué a Alí que me hiciera un lote especial. Que acelerara los tiempos de reacción a temperaturas más altas. N-metil-4-fenil-1236 -cantó, como un niño recitando los pasos de una rayuela-, tetra-hidro-piridina.
– Una bomba -dijo Case.
– Sí -dijo Molly-, una bomba de tiempo de las buenas.
– Qué espanto -dijo 3Jane, y soltó una risita.
El ascensor estaba abarrotado. Case se apretaba, pelvis con pelvis, contra 3Jane, el cañón del Remington bajo el mentón de la chica, que sonrió, frotándose contra él. -Quieta -dijo Case, desanimado. El seguro del rifle estaba puesto, pero no quería hacerle daño, y ella lo sabía. El ascensor era un cilindro de acero, de menos de un metro de diámetro, diseñado para un solo pasajero. Maelcum tenía a Molly en sus brazos. Ella le había vendado la herida, pero era obvio que le dolía llevarla. Las caderas de Molly empujaban la consola y la estructura contra los riñones de Case.
Subieron hasta salir de la gravedad, hacia el eje, los núcleos.
La entrada al ascensor había sido camuflada junto a las escaleras que daban al pasillo, otro detalle del decorado de la cueva de piratas de 3Jane.
– No creo que debiera deciros esto -dijo 3Jane, estirando el cuello para separarse del cañón del rifle-, pero no tengo la llave que abre la habitación que buscáis. Nunca la he tenido. Una de las rarezas victorianas de mi padre. La cerradura es mecánica y sumamente compleja.
– Una cerradura Chubb -dijo Molly, con la voz ahogada por el hombro de Maelcum-, y tenemos la maldita llave, no te preocupes.
– ¿Todavía te funciona el chip? -le preguntó Case. -Son las ocho y veinticinco, p.m., maldita hora de Greenwich -dijo ella.
– Nos quedan cinco minutos -le dijo Case, cuando la puerta se abrió de golpe detrás de 3Jane. La joven saltó
hacia atrás en una lenta voltereta que abultó los pálidos pliegues del djellabá.
Estaban en el eje, el núcleo de Villa Straylight.
MOLLY SACÓ LA LLAVE, aún en el lazo de nailon.
– ¿Sabéis? -dijo 3Jane, estirándose hacia adelante, interesada-, tenía la impresión de que no había duplicados. Mandé a Hideo que buscase entre las cosas de mi padre después de que tú lo mataras. No pudo encontrar el original.
– Wintermute se las arregló para que quedase bien metida en el fondo de un cajón -dijo Molly, introduciendo con cuidado la llave Chubb en la abertura dentada de la puerta lisa y rectangular-. Mató al chiquillo que la puso allí. -La llave giró fácilmente al primer intento.
– La cabeza -dijo Case-, hay un panel en la parte de atrás de la cabeza. Tiene zircones. Sácalo. Es donde tengo que conectar.
Y entonces entraron.
– ¡Cristo! -dijo el Flatline arrastrando la voz-, tú sí que te lo tomas con calma, ¿no es así, muchacho?
– ¿Está listo el Kuang?
– Listo para el despegue.
– Bien. -Case activó el siinestim.
Y se encontró mirando hacia abajo, por el ojo bueno de Molly, a una demacrada figura de cara blanca que flotaba en posición fetal, con una consola de ciberespacio entre los muslos, una cinta de trodos plateados encima de los ojos velados y ensombrecidos. La depresión de las mejillas del hombre estaba acentuada por la barba de un día, es rostro pegajoso de sudor.
Se estaba mirando a sí mismo.
Molly tenía la pistola de dardos en la mano. La pierna le palpitaba con cada latido, pero aún podía maniobrar en gravedad cero. Maelcum flotaba cerca, el delgado brazo de 3Jane sujeto por una mano grande y morena.
Una cinta de fibra óptica describía una elegante espiral entre la Ono-Sendai y una abertura cuadrada en la parte posterior de la terminal nacarada.
Movió de nuevo el interruptor.
– El Kuang Grado Mark Once se pone en marcha en nueve segundos. Cuenta : siete, seis, cinco…
El Flatline tecleó hacia arriba, en un ascenso impecable: la superficie abdominal del tiburón de cromo negro pasó en un destello infinitesimal de oscuridad.
– Cuatro, tres…
Case tuvo la extraña impresión de encontrarse en el asiento del piloto de una avioneta. Una superficie oscura y plana resplandeció de golpe frente a él con una reproducción perfecta en el teclado de la consola.
– Dos, y largamos …
Una arremetida contra paredes verde esmeralda, jade alabastrino; una sensación de velocidad superior a cualquiera que hubiera conocido en el ciberespacio… El hielo de la Tessier-Ashpool se hizo añicos ante el empate del programa chino, una perturbadora impresión de fluidez sólida, como si unos fragmentos de espejo se torciesen y alargasen al caer…
– Dios mío -dijo Case, sobrecogido: el Kuang se torcía y retorcía por encima de los campos sin horizonte de la Tessier-Ashpool, un infinito paisaje urbano en neón, una complejidad que lastimaba los ojos, un brillo de piedra, cortante como una hoja de afeitar.
– Eh, mierda -dijo la estructura-, eso es el edificio de la RCA ¿No conoces el viejo edificio de la RCA?
El programa Kuang se zambulló entre las resplandecientes espiras de una docena de torres de información: cada una una réplica en neón azul del rascacielos de Maniatan.
– ¿Habías visto una resolución tan alta? -preguntó Case.