– ¿Y entonces que pasará?
– Dejo de existir, después de eso. Ceso.
– Para mí está bien -dijo Case.
– Claro. Pero ten cuidado, Case. Mi, ah…, mi otra parte nos está siguiendo la pista, parece. Una zarza ardiente se parece mucho a otra zarza ardiente. Y Armitage está comenzando a irse.
– ¿Qué quieres decir?
Pero la habitación recubierto de paneles empezó a doblarse en una docena de ángulos imposibles, cayendo por el ciberespacio como una gana de origami.
– ¿ESTÁS TRATANDO DE BATIR mi récord, hijo? -preguntó el Flatline-. Tú cerebro estuvo muerto otra vez, cinco segundos.
– Agárrate fuerte -dijo Case, y movió el interruptor de simestim.
Ella estaba acuclillada, en la oscuridad, las palmas de las manos contra hormigón áspero.
CASE CASE CASE CASE. El display digital pulsaba el nombre en caracteres alfanuméricos; Wintermute le informaba sobre la conexión.
– Bonito -dijo ella. Se balanceó sobre los tobillos y se frotó las manos, haciendo crujir los nudillos-. ¿Por qué te demoraste?
AHORA MOLLY AHORA.
Ella apretó la lengua contra los dientes de abajo. Uno se movió apenas, activando los amplificadores de los microcanales; el movimiento aleatorio de fotones en la oscuridad se convirtió en una pulsación de electrones; el áspero hormigón de alrededor era ahora pálido y granulado. -De acuerdo, cariño. Ahora salimos a jugar.
El escondite resultó ser una especie de túnel de servicio. Ella salió, reptando, por una ornamentada rejilla abisagrada de bronce manchado. Él alcanzó a verle los brazos y las piernas, y se dio cuenta de que llevaba puesto otra vez el traje de policarbono. Bajo el plástico, sintió la tensión familiar del cuero delgado y apretado. Tenía algo colgado bajo el brazo, en un arnés o una funda. Molly se puso de pie, abrió la cremallera del traje y tocó el plástico ajedrezado de una culata de pistola.
– Oye, Case -dijo, apenas dando voz a las palabras-,.me estás escuchando? Te contaré algo… Una vez anduve con un chico. A veces me recuerdas… -Se volvió para vigilar el pasillo. – johnny, se llamaba.
El vestíbulo, bajo y abovedado, tenía docenas de estanterías de museo contra las paredes, cajas con frentes de cristal de aspecto arcaico. Parecían estar fuera de lugar, contra las curvas orgánicas de las paredes del vestíbulo, como si las hubiesen ordenado allí obedeciendo a alguna razón ya olvidada. Opacos apliques de bronce sostenían globos de luz blanca a intervalos de diez metros. El suelo era irregular. Cuando ella echó a andar por el pasillo, Case vio cientos de alfombras y pequeños tapetes puestos en el suelo, como al azar. En ciertos sitios había hasta seis, uno encima del otro; el suelo era una suave colcha de retazos de lana tejida a mano.
Molly prestó poca atención a los armarios y a lo que éstos contenían, lo cual lo irritó; tuvo que contentarse con las miradas poco interesadas de Molly, que le permitieron observar brevemente fragmentos de cerámica, armas antiguas, un objeto con tantos clavos herrumbrados incrustados en él que era irreconocible, pedazos de tapices rasgados…
– Este johnny, sabes, era inteligente; un chico muy listo. Comenzó su carrera de receptor de datos en Memory Lane: tenía circuitos en la cabeza y la gente le pagaba para esconder allí información. Los Yakuza estaban detrás de él, la noche en que le conocí, y yo me encargué del asesino que ellos habían enviado. Fue más suerte que otra cosa, pero me lo saqué de encima, y después de eso, todo fue dulce y caramelo, Case. -Apenas movía los labios. Case sentía cómo ella formaba las palabras; no necesitaba escucharlas en voz alta.- Armamos un monitor para poder leer las huellas de todo lo que él había alma. cenado alguna vez. Registramos todo en una cinta y empezamos a controlar a nuestros clientes selectos, exclientes. Yo era agente, guardaespaldas y perro guardián. Me sentía muy feliz. ¿Has sido feliz alguna vez, Case? Él era mi muchacho. Trabajábamos juntos. Socios. Haría unas ocho semanas que yo me había largado de la casa de títeres cuando lo conocí… -Hizo una pausa, dio una brusca media vuelta, y siguió adelante. Más armarios lustrosos de madera; los lados de los muebles eran de un color que le hacía pensar en alas de cucaracha.
»Íntimo, dulce, marchábamos perfectamente. Como si nadie pudiese herirnos. Yo no iba a permitir que eso ocurriera. Supongo que los Yakuza todavía querían el pellejo de johnny. Porque yo había matado al hombre de ellos. Porque johnny los había quemado. Y los Yak pueden darse el lujo de ir muy despacio, viejo: son capaces de esperar años y años. Te dan una vida entera, sólo para que cuando vengan a quitártela tengas más que perder. Son pacientes como las arañas. Arañas Zen.
»Entonces, yo no lo sabía. O si lo sabía, pensaba que no seria nuestro caso. Quiero decir… Cuando eres joven, crees que eres único. Yo era joven. Entonces llegaron, cuando nosotros estábamos pensando que tal vez ya habíamos trabajado bastante, que era hora de terminar con todo, irnos a Europa tal vez. Ninguno de los dos sabía bien qué haríamos allá, sin nada que hacer. Pero vivíamos bien entonces, cuentas orbitales suizas, y una madriguera llena de juguetes y muebles. Le quita el gusto amargo a tu trabajo.
»El primero que enviaron era de los mejores. Reflejos increíbles, injertos, más estilo que diez hampones comunes. Pero el segundo era, no sé, como un monje. Un clono. Un asesino de piedra, hasta la última célula. Era parte de él, la muerte, aquel silencio; lo envolvía como una nube… -La voz de Molly se apagó, el corredor se había bifurcado en dos idénticas escaleras descendentes. Ella fue por la de la izquierda.
»Una vez, yo era una niñita, estábamos ocupando ¡legalmente una casa, cerca del Hudson, y las ratas eran enormes. Por los productos químicos que llevaban dentro. Eran tan grandes como yo; y una noche una de ellas había estado escarbando debajo de la casa donde vivíamos. Cuando ya era casi de madrugada, alguien vino acompañando a un hombre viejo que tenía costuras en las mejillas y los ojos rojos. Traía un paquete de cuero grasiento, como los que se utilizan para guardar herramientas, para que no se herrumbren. Lo abrió: tenía un viejo revólver y tres cartuchos. El viejo puso una bala en el cargador y empezó a caminar de un lado a otro. Nosotros nos quedamos contra las paredes.
»Iba y venía. De brazos cruzados, cabizbajo, como si se hubiese olvidado del arma. Atento a los ruidos de la rata. No hacíamos ningún ruido. El viejo daba un paso. La rata se movía. La rata se movía, y él daba otro paso. Una hora así, y luego pareció recordar el revólver. Lo apuntó hacia el suelo, sonrió y apretó el gatillo. Volvió a hacer su paquete y se fue.
»Más tarde me metí debajo del suelo. La rata tenía un agujero entre los ojos. -Molly estaba mirando las puertas selladas que había a intervalos a lo largo del pasillo.- El segundo, el que vino por Johnny, era como aquel viejo. No era viejo, pero era así. Mataba igual que él. -El pasillo se ensanchó. El océano de suntuosas alfombras ondulaba suavemente bajo una enorme araña de cristal cuyo cairel más bajo llegaba casi al suelo. Un tintineo de cristal cuando Molly entró en el vestíbulo. TERCERA PUERTA A LA IZQUIERDA, titiló el display.
Ella giró a la izquierda, evitando el árbol invertido de cristal. -Lo vi sólo una vez. Cuando entraba en la casa. Él salía. Vivíamos en una fábrica restaurada, muchas jóvenes promesas de la Senso /Red, ese tipo de cosa. El sistema de seguridad ya era bueno, y yo lo había reforzado. Sabía que Johnny estaba allá arriba. Pero aquel hombrecito me llamó la atención cuando salía. No dijo una palabra. Bastó con que nos miráramos para que yo entendiera. Un hombrecito común, ropa común, sin ningún orgullo, humilde. Me miró y se metió en un taxi. Yo lo supe. Subí y encontré a Johnny sentado junto a la ventana, con la boca entreabierta, como si estuviese a punto de hablar.
La puerta que Molly tenía enfrente era antigua, una plancha tallada de teca tailandesa que parecía haber sido aserrada en dos para ajustarla al dintel. Bajo un dragón rampante había un rudimentario cerrojo mecánico de chapa inoxidable. Ella se arrodilló, sacó de un bolsillo interior un pequeño hatillo de apretada gamuza negra, y seleccionó un pico fino como una aguja. -Después de eso, no volví a encontrar a nadie que me gustara.
Insertó el pico y trabajó en silencio, mordisqueándose el labio inferior. Parecía guiarse por el mero tacto, los ojos desenfocados; la puerta era una borrosa mancha de madera clara. Case escuchó el silencio del vestíbulo, puntuado por el tenue tintineo de la araña de cristal. ¿Velas? Straylight era una contradicción. Recordó la historia de Cath acerca de un castillo con estanques y nenúfares, Y las cuidadas palabras de 3Jane que la cabeza recitara musicalmente. Un lugar que había crecido sobre sí mismo. Había en Straylight un ligero olor a humedad, un ligero olor a perfume, como en una iglesia. ¿Dónde estaban los Tessier-Ashpool? Él había esperado encontrarse con una pulcra colmena de actividad disciplinada, pero Molly no había visto a nadie. El monólogo de ella había hecho que se sintiera incómodo; nunca le había contado tanto acerca de sí misma. Aparte de la historia del cubículo, rara vez había dicho algo que indicase tan siquiera que había tenido un pasado.
Molly cerró los ojos. Se oyó un ruido. Más que escucharlo, Case lo sintió. Le hizo recordar los cerrojos magnéticos de la puerta del cubículo de Molly, en la casa de títeres. La puerta se había abierto para él, pese a que llevaba el chip equivocado. Había sido cosa de Wintermute, manipulando el cerrojo como había manipulado el microligero automático y el jardinero robot. El sistema de cerraduras de la casa de títeres era una subunidad del sistema de seguridad de Freeside. Este sencillo cerrojo mecánico plantearía un verdadero problema a la IA, ya que requería algún tipo de autómata, o bien un agente humano.
Molly abrió los ojos, guardó el pico en la gamuza, enrolló el paquete cuidadosamente, y lo metió de nuevo en el bolsillo. -Eres un poco como él -dijo-. Creéis que nacisteis para correr. Creo que lo que hacías en Chiba era una versión más burda de lo que harías en cualquier parte. A veces la mala suerte te hace esas jugadas: te reduce a los rudimentos. -Se levantó, se estiró y se sacudió.- Sabes, pienso que el hombre que Tessier-Ashpool mandó tras Jimmy, el muchacho que robó la cabeza, tiene que ser el mismo a quien los Yak encargaron que matase a Johnny. -Sacó la pistola de dardos de la funda y puso el cañón en automático.