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– ¿Y qué pasó luego? -dije yo.

– Pues que se vino y yo me vine y nada más.

– ¿Nada más? -dijo Moctezuma.

– Nada más, te lo juro. Nos limpiamos, bueno, yo me limpié, me peiné un poco, ella se puso los pantalones y salimos a ver qué pasaba en la fiesta. Ahí nos separamos. Ése fue mi error. Separarme de ella. Yo me puse a hablar con el maestro Berrocal, que estaba solo en un rincón. Luego se nos juntó el poeta Artemio Sánchez y una chava que iba con él, una tipa de unos treinta años que dizque era secretaria de redacción de la revista El Guajolote y yo ahí mismo le empecé a preguntar si no necesitaba poemas o cuentos o textos filosóficos para la revista, le dije que tenía material inédito de sobras, le hablé de las traducciones de mi carnal Moctezuma, y mientras platicaba iba buscando con el rabillo del ojo la mesa de los canapés pues me había entrado un hambre de la chingada, y entonces vi aparecer otra vez a la mamá de María seguida de su papá y un poco más atrás al famoso poeta español y ahí se acabó todo: me pusieron de patitas en la calle y con la advertencia de no volver a pisar nunca más su casa.

– ¿Y María no hizo nada?

– Pues no. No hizo nada. Yo a las primeras me hice como el que no entendía de qué iba el asunto, vaya, como si el asunto no fuera conmigo, pero luego, mano, ya para qué disimular, quedó claro que me iban a echar como a un pinche perro. Me dio pena que me lo hicieran delante del maestro Berrocal, para qué más que la verdad, el cabrón seguro que se estaría riendo por dentro mientras yo retrocedía en dirección a la puerta, pensar que hubo un tiempo en que se podría decir que lo admiraba.

– ¿A Berrocal? Qué pendejo eres, Piel -dijo Pancho.

– La verdad es que al principio se portó bien conmigo. Ustedes de eso saben poco, son del DF, se han criado aquí, yo llegue sin conocer a nadie y sin un puto peso. De eso hace tres años, y tenía veintiuno. Fue como una carrera de obstáculos. Y Berrocal se portó bien conmigo, me acogió en su taller, me presentó gente que me podía enchufar en un trabajo, en su taller conocí a María. Mi vida ha sido como un bolero -dijo de pronto con voz soñolienta Piel Divina.

– Bueno, sigue: Berrocal te miraba y se reía -dije yo.

– No, no se reía, pero por dentro yo creo que se reía. Y Artemio Sánchez también me miraba, pero tenía un pedo tan grande que ni se enteró de qué iba el asunto. Y la secretaria de redacción de El Guajolote, yo creo que era la que más espantada estaba, y no le faltaban motivos porque la cara de la mamá de María era de las que ponen los pelos de punta, les juro que pensé que podía ir armada. Y yo pese a todo retrocedía con lentitud, aunque, carnales, ganas no me faltaban de salir corriendo, y era porque no perdía la esperanza de ver aparecer a María, de que María se abriera paso entre los invitados y entre sus padres y me cogiera del brazo o pasara su mano por mi hombro, María es la única mujer que conozco que no abraza a los hombres por la cintura sino por los hombros, y me sacara de allí de una forma decente, digo, que saliera de allí conmigo.

– ¿Y apareció?

– Aparecer, lo que se dice aparecer, no. La vi, eso sí. Asomó su cabeza, durante un segundo, por entre los hombros y las cabezas de algunos cabrones.

– ¿Y qué hizo?

– Nada, chingada madre, no hizo nada.

– Tal vez no te vio -dijo Moctezuma.

– Claro que me vio. Me miró a los ojos, pero a su manera, ya saben cómo es ella, a veces te mira y es como si no te viera o como si te atravesara con la mirada. Y luego desapareció. Así que yo me dije hoy has perdido, ñero, no la hagas de tos, vete tranquilo. Y comencé a retirarme en forma y en eso que se me abalanza la jija de la chingada de la mamá de María, y yo pensé esta vieja lo menos me patea los huevos o me abofetea, vaya, pensé, se acabó la retirada en orden, es mejor que corra, pero para entonces ya tenía a la muy puta encima de mí, como si me fuera a besar o a morder, y qué creen que me dice…

Los hermanos Rodríguez no dijeron nada, seguramente sabían la respuesta.

– ¿Te mentó la madre? -dije tentativamente.

– Me dijo: qué vergüenza, qué vergüenza, sólo eso, pero unas diez veces por lo menos y a menos de un centímetro de mi cara.

– Parece mentira que esa bruja cabrona haya parido a María y a Angélica -dijo Moctezuma.

– Casos más raros se han visto -dijo Pancho.

– ¿Sigues siendo amante de ella? -dije yo.

Piel Divina me escuchó, pero no me contestó.

– ¿Cuántas veces has cogido con ella? -dije yo.

– Ya ni me acuerdo -dijo Piel Divina.

– ¿Pero qué preguntas son ésas? -dijo Pancho.

– Nada, curiosidad -dije yo.

Esa noche me fui muy tarde de la casa de los hermanos Rodríguez (comí con ellos, cené con ellos, posiblemente hubiera podido quedarme a dormir con ellos, su generosidad era ilimitada). Cuando llegué a Insurgentes, a la parada de autobuses, comprendí de pronto que ya no tenía ganas ni fuerzas para la larga y bizantina discusión que me aguardaba en casa.

Poco a poco fueron pasando los autobuses que debía tomar, hasta que finalmente me levanté del bordillo en donde estaba sentado meditando y mirando el tráfico o mejor dicho los faros de los coches que iluminaban mi cara, y emprendí el camino rumbo a la casa de la familia Font.

Antes de llegar llamé por teléfono. Contestó Jorgito. Le dije que llamara a su hermana. Al poco se puso María. Quería verla. Me preguntó dónde estaba. Le dije que cerca de su casa, en la plaza Popocatépetl.

– Espera un par de horas -dijo ella- y luego vienes. No toques el timbre. Salta la barda y entra sin hacer ruido. Te estaré esperando.

Suspiré profundamente, casi le dije que la quería (pero no se lo dije) y luego colgué. Como no tenía dinero para meterme en una cafetería, me quedé en la misma plaza, sentado en un banco, escribiendo mi diario y leyendo un libro con poemas de Tablada que me había dejado Pancho. Al cabo de dos horas justas, me levanté y dirigí mis pasos hacia la calle Colima.

Miré a ambos lados antes de dar un salto y encaramarme sobre la barda. Me dejé caer procurando no estropear las flores que la señora Font (o la sirvienta) cultivaba en aquel lado del jardín. Después caminé en la oscuridad rumbo a la casita.

María me estaba esperando bajo un árbol. Antes de que yo dijera nada me dio un beso en la boca. Su lengua entró hasta la garganta. Olía a cigarrillos y a comida cara. Yo olía a cigarrillos y a comida pobre. Pero las dos comidas eran buenas. Todo el miedo y toda la tristeza que sentía se evaporaron en el acto. En vez de irnos a su casita nos pusimos a hacer el amor allí mismo, de pie bajo el árbol. Para que sus gemidos no se oyeran María me mordió el cuello. Antes de venirme saqué la verga (María dijo ahhhh cuando se la saqué tal vez demasiado abruptamente) y eyaculé sobre la hierba y las flores, supongo. En la casita Angélica dormía profundamente o fingía dormir profundamente, e hicimos otra vez el amor. Y luego yo me levanté, sentía el cuerpo como si me lo estuvieran partiendo y sabía que si le decía que la quería el dolor se iba a ir de inmediato, pero no dije nada y revisé los rincones más alejados, a ver si descubría a Barrios y a la Patterson durmiendo en uno de ellos, pero no había nadie más que las hermanas Font y yo.

Después nos pusimos a hablar y Angélica se despertó y encendimos la luz y estuvimos hablando hasta tarde. Hablamos de poesía, de Laura Damián, del premio homónimo y de la poeta muerta, de la revista que pensaban sacar Ulises Lima y Belano, de la vida de Ernesto San Epifanio, de cómo sería la cara de Huracán Ramírez, de un pintor amigo de Angélica que vivía en Tepito y de los amigos de María de la Escuela de Danza. Y después de mucha plática y muchos cigarrillos Angélica y María se durmieron y yo apagué la luz y me metí en la cama y mentalmente le hice el amor a María otra vez.

20 de noviembre

Militancias políticas: Moctezuma Rodríguez es trotskista. Jacinto Requena y Arturo Belano fueron trotskistas.

María Font, Angélica Font y Laura Jáuregui (la ex compañera de Belano) pertenecieron a un movimiento feminista radical llamado Mexicanas al Grito de Guerra. Allí se supone que conocieron a Simone Darrieux, amiga de Belano y propagandista de cierto tipo de sadomasoquismo.

Ernesto San Epifanio fundó el primer Partido Comunista Homosexual de México y la primera Comuna Proletaria Homosexual Mexicana.

Ulises Lima y Laura Damián planeaban fundar un grupo anarquista: queda el borrador de un manifiesto fundacional. Antes, a los quince años, Ulises Lima intentó ingresar en lo que quedaba del grupo guerrillero de Lucio Cabañas.

El padre de Quim Font, también llamado Quim Font, nació en Barcelona y murió en la batalla del Ebro.

El padre de Rafael Barrios militó en el sindicato ferrocarrilero clandestino. Murió de cirrosis.

El padre y la madre de Piel Divina nacieron en Oaxaca y, según dice el mismo Piel Divina, murieron de hambre.

21 de noviembre

Fiesta en casa de Catalina O'Hara.

Por la mañana hablé con mi tío por teléfono. Me preguntó cuándo pensaba volver. Siempre, le dije. Tras un silencio embarazoso (seguramente no entendió mi respuesta, pero no quiso admitirlo), me preguntó en qué estaba metido. En nada, le dije. Esta noche te quiero ver en casa como Dios manda, dijo, o atente a las consecuencias, Juan. Detrás de él escuché llorar a mi tía Martita. Por supuesto, le dije. Pregúntale si se está drogando, le dijo mi tía, pero mi tío dijo ya te oye y luego me preguntó si tenía dinero. Para camiones, dije y ya no pude hablar más.

En realidad no me quedaba dinero ni para camiones. Aunque luego las cosas tomaron un giro imprevisto.

En casa de Catalina O'Hara estaban Ulises Lima, Belano, Müller, San Epifanio, Barrios, Bárbara Patterson, Requena y su novia Xóchitl, los hermanos Rodríguez, Piel Divina, la pintora que comparte el taller con Catalina, además de mucha gente desconocida y de la que no había oído hablar, que aparecieron y desaparecieron como un río oscuro.

Cuando María, Angélica y yo hicimos acto de presencia la puerta estaba abierta y al entrar sólo vimos a los hermanos Rodríguez que estaban sentados en la escalera que da al segundo piso compartiendo una bacha de marihuana. Los saludamos y nos sentamos a su lado. Creo que nos esperaban. Después Pancho y Angélica subieron y nosotros nos quedamos solos. De la parte de atrás de la casa llegaba una música siniestra, aparentemente tranquilizadora, es decir con sonidos de pájaros, patos, ranas, el viento, el mar, incluso pisadas de personas sobre tierra o hierba reseca, pero que en conjunto resultaba sobrecogedora, como la música de fondo de una película de terror. Luego llegó Piel Divina, besó a María en la mejilla (yo miré para otro lado, hacia una pared llena de grabados de mujeres o de sueños de mujeres) y se puso a conversar con nosotros. No sé por qué, tal vez por timidez, mientras ellos hablaban (Piel Divina era un asiduo de la Escuela de Danza, estaba en la onda de María) paulatinamente me fui desconectando, ensimismando, y me puse a pensar en los extraños hechos que había vivido esa mañana en casa de los Font.

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