D ice el maestro: Cuando decidimos actuar, es natural que surjan conflictos inesperados. Es natural que surjan heridas en el transcurso de estos conflictos. Las heridas se curan: quedan las cicatrices, y esto es una bendición. Estas cicatrices permanecen con nosotros el resto de la vida, y nos van a ayudar mucho. Si en algún momento, por comodidad o por cualquier otra razón, la voluntad de volver al pasado es grande, basta con mirar hacia ellas. Las cicatrices nos mostrarán la marca de los grilletes, nos recordarán los horrores de la prisión, y continuaremos caminando hacia adelante.
E n su epístola a los Corintios, san Pablo nos dice que la dulzura es una de las principales características del amor. No lo olvidemos nunca: el amor es ternura. Un alma rígida no permite que la mano de Dios la amolde según Sus deseos. El viajero caminaba por una pequeña carretera del norte de España cuando vio a un campesino acostado en un jardín. -Está usted aplastando las flores -dijo. -No -respondió él-. Intento sacarles un poco de su dulzura.
D ice el maestro: Reza todos los días. Incluso sin Palabras, sin peticiones, sin entender por qué, Haz de la oración un hábito. Si al principio fuese Difícil, proponte a ti mismo: «La próxima semana rezaré todos los días.» Y renueva esta promesa cada siete días. Acuérdate de que no sólo estás creando un lazo más íntimo con el mundo espiritual; también entrenas tu voluntad. Es a través de ciertas prácticas como Desarrollamos la disciplina necesaria para el verdadero combate de la vida. No sirve de nada olvidar la promesa y al día siguiente rezar dos veces. Tampoco sirve de nada rezar siete oraciones en un día y pasar el resto de la semana pensando que has cumplido tu tarea. Ciertas cosas han de ocurrir en la medida y el ritmo apropiados.
U n hombre malo, al morir, se encuentra un ángel a la puerta del infierno. El ángel le dice: -Basta con que hayas hecho algo bueno en esta vida, y eso te ayudará. El hombre responde: -Nunca he hecho nada bueno en esta vida. -Piensa bien -insiste el ángel. Entonces, el hombre recuerda que, una vez, mientras andaba por un bosque, vio una araña en su camino, y la rodeó, evitando pisarla. El ángel sonríe y un hilo de araña desciende de los cielos, permitiendo que el hombre suba hasta el Paraíso. Otros condenados aprovechan para subir también. Pero el hombre se gira y empieza a empujarlos, pues tiene miedo de que el hilo se rompa. En ese momento el hilo cede, y el hombre cae de nuevo al infierno. -Qué pena -el hombre oye decir al ángel-.Tu egoísmo transformó en mal lo único bueno que has hecho.
D ice el maestro: El cruce de caminos es un lugar sagrado. Allí el peregrino ha de tomar una decisión. Por eso, los dioses suelen dormir y comer en los cruces. Donde las carreteras se cruzan, se concentran dos grandes energías, el camino que será escogido y el camino que será abandonado. Ambos se transforman en un solo camino pero simplemente por un pequeño período de tiempo. El peregrino puede descansar, dormir un poco, incluso consultar a los dioses que viven en los cruces, pero nadie puede quedarse allí para siempre: una vez hecha la elección, es preciso seguir adelante, sin pensar en el camino que se dejó de recorrer. O el cruce se transforma en maldición.
E n el nombre de la Verdad, la raza humana cometió sus peores crímenes. Hombres y mujeres fueron quemados. La cultura de civilizaciones enteras fue destruida. Los que cometían pecados de la carne eran mantenidos a distancia. Los que buscaban un camino diferente eran marginados. Uno de ellos, en nombre de la «verdad», acabó crucificado. Pero, antes de morir, dejó la gran definición de la Verdad. No es lo que nos da certeza. No es lo que nos da profundidad. No es lo que nos hace mejores que los demás. No es lo que nos mantiene en la prisión de los prejuicios. La Verdad es lo que nos hace libres. -Conoceréis la Verdad, y la Verdad os liberará -dijo Él.
U no de los monjes del monasterio de Sceta cometió una falta grave, y llamaron al ermitaño más sabio para que la juzgase. El ermitaño se negó, pero insistieron tanto que acabó yendo. Antes, sin embargo, cogió un caldero y lo agujereó por varios sitios. Después, llenó el caldero de arena y se encaminó hacia el convento. El prior, al verlo entrar, le preguntó qué era aquello. -Vine a juzgar a mi prójimo -respondió el ermitaño-. Mis pecados se escurren detrás de mí, como se escurre la arena de este caldero. Pero como no miro hacia atrás y no me doy cuenta de mis propios pecados, ¡me llamaron para juzgar a mi prójimo! Los monjes desistieron del castigo en ese mismo momento.
E staba escrito en la pared de una pequeña iglesia en los Pirineos: «Señor, que esta vela que acabo de encender sea luz y me ilumine en mis decisiones y dificultades.»Que sea fuego para que Tú quemes en mí el egoísmo, el orgullo y las impurezas.»Que sea llama para que Tú calientes mi corazón y me enseñe a amar.»No puedo quedarme mucho tiempo en Tu iglesia pero, dejando esta vela, un poco de mí mismo permanece aquí. Me ayuda a prolongar mi oración en las actividades de este día. Amén.»
U n amigo del viajero decidió pasar algunas semanas en un monasterio del Nepal. Una tarde entró en uno de los muchos templos del monasterio, y encontró a un monje, sonriendo, sentado en el altar. -¿Por qué sonríe usted? -le preguntó al monje. -Porque entiendo el significado de los plátanos -dijo el monje, abriendo una bolsa que llevaba, y sacando un plátano podrido de su interior-. Ésta es la vida que pasó y no fue aprovechada en el momento preciso, ahora es demasiado tarde. Acto seguido, sacó de la bolsa un plátano todavía verde. Se lo enseñó y volvió a guardarlo. -Ésta es la vida que todavía no ha ocurrido, hay que esperar el momento preciso -dijo. Finalmente, sacó un plátano maduro, lo peló y lo compartió con mi amigo, diciendo: -Éste es el momento presente. Aprende a vivirlo sin miedo.
B aby Consuelo había salido con el dinero justo para llevar a su hijo al cine. El muchacho estaba muy animado, y a cada momento preguntaba cuánto tiempo tardarían en llegar. Al parar junto a un semáforo, vio a un mendigo sentado en la acera, sin pedir nada. -Dale todo el dinero que llevas -escuchó que le decía una voz. Baby argumentó que le había prometido a su hijo que lo llevaría al cine. -Dáselo todo -insistió la voz. -Puedo darle la mitad, mi hijo entra solo, y yo lo espero a la salida -dijo ella. Pero la voz no quería discusión. -Dáselo todo. Baby ni tan siquiera tuvo tiempo de explicárselo al niño: paró el coche y le dio todo el dinero que llevaba al mendigo. -Dios existe, y usted me lo ha demostrado -dijo el mendigo-. Hoy es mi cumpleaños. Estaba triste, avergonzado de estar siempre pidiendo. Entonces decidí no pedir nada y pensé: si Dios existe, me hará un regalo.
U n hombre pasa por una aldea, en pleno temporal, y ve una casa que está ardiendo. Al acercarse, ve a otro hombre, con fuego hasta en las cejas, sentado en la sala en llamas. -¡Eh, tu casa está ardiendo! -dice el peregrino. -Ya lo sé -responde el hombre. -¿Entonces por qué no sales? -Porque está lloviendo -dice el hombre-. Mi madre me dijo que con la lluvia se puede coger una neumonía. Zao Chi comenta sobre la fábula: «Sabio es aquel hombre que consigue cambiar de situación cuando se ve forzado a ello.»
E n ciertas tradiciones mágicas, los discípulos dedican un día al año o un fin de semana, si fuese necesario, a entrar en contacto con los objetos de su casa. Tocan cada cosa y preguntan en voz alta: -¿Realmente necesito esto? Cogen los libros de la estantería: -¿Volveré a leer este libro algún día? Miran los recuerdos que guardaron: -¿Aún considero importante el momento que este objeto me hace recordar? Abren todos los armarios: -¿Cuánto tiempo hace que tengo esto y no lo he usado? ¿Lo voy a necesitar? Dice el maestro: Las cosas tienen energía propia. Cuando no se utilizan, acaban por transformarse en agua estancada dentro de casa, un buen lugar para mosquitos y podredumbre. Es preciso estar atento, dejar que la energía fluya libremente. Si conservas lo que es viejo, lo nuevo no tiene espacio para manifestarse.
U na antigua leyenda peruana habla de una ciudad donde todos eran felices. Sus habitantes hacían lo que querían y se entendían bien, menos el alcalde, que vivía triste porque no había nada que gobernar. La prisión estaba vacía, el tribunal nunca se utilizaba, y la notaría no daba beneficio, porque la palabra valía más que el papel. Un día, el alcalde mandó venir trabajadores de lejos, que cerraron con vallas el centro de la plaza principal; se oyeron martillos golpeando y sierras cortando madera. Al cabo de una semana, el alcalde invitó a todos los ciudadanos a la inauguración. Solemnemente, las vallas fueron retiradas, y apareció… una horca. La gente comenzó a preguntarse qué hacía allí aquella horca. Con miedo, empezaron a acudir a la justicia para cualquier cosa que antes se resolvía de común acuerdo. Recurrían al notario para registrar documentos que antes eran sustituidos por la palabra. Y volvieron a escuchar al alcalde, por miedo a la ley. La leyenda dice que la horca nunca fue usada. Pero bastó su presencia para cambiarlo todo.
E l psiquiatra alemán Viktor Frank describe su experiencia en un campo de concentración nazi: «… en medio del castigo humillante, un preso dijo: "¡Ah, qué vergüenza si nuestras mujeres nos viesen así!" El comentario me hizo recordar el rostro de mi esposa y, en el mismo instante, me sacó de aquel infierno. La voluntad de vivir volvió, diciéndome que la salvación del hombre es para y por el amor.»Allí estaba yo, en medio del suplicio y, aun así, capaz de entender a Dios, porque podía contemplar mentalmente el rostro de mi amada.»El guardia nos mandó pasar a todos, pero no obedecí, porque no estaba en el Infierno en aquel momento. Aunque no pudiese saber si mi mujer estaba viva o muerta, eso no cambiaba nada. Contemplar mentalmente su imagen me devolvía la dignidad y la fuerza. Incluso cuando se lo quitan todo, un hombre aún tiene la bienaventuranza de recordar el rostro de quien ama, y eso lo salva.»
D ice el maestro: De aquí en adelante, y a lo largo de unos cientos de años, el universo boicoteará a los que tienen prejuicios. La energía de la Tierra necesita ser renovada. Las ideas nuevas necesitan espacio. El cuerpo y el alma necesitan nuevos desafíos. El futuro llama a nuestra puerta y todas las ideas, excepto las que envuelven prejuicios, tendrán la oportunidad de surgir. Lo que sea importante quedará; lo que sea inútil desaparecerá. Pero que cada uno juzgue simplemente las propias conquistas: no somos jueces de los sueños de nuestro prójimo. Para tener fe en nuestro camino, no es preciso demostrar que el camino del otro es equivocado. El que actúa así, no confía en sus propios pasos.