– ¿Qué clase de insensatos son Vuestras Mercedes, que así se regocijan de lo que puede traernos calamidades, y las traerá de seguro si no se pone remedio? -Nadie le respondió, sino con miradas y rostros sorprendidos, y él continuó-: No sólo los protocolos de la corte se oponen a semejante disparate, sino que también lo impiden las leyes de Dios y de la Iglesia. El varón puede acceder a la mujer con fines de procreación y, si sus humores se lo exigen, para calmarlos, pero jamás con intenciones livianas, como lo sería la de contemplar desnuda a la propia esposa.
Lucrecia, al verse solitaria, se había incorporado al grupo.
– ¡Pues bien que miraba el Rey a Marfisa desnuda, cuando se despertó, esta mañana, mientras ella dormía!
El caballero de la mano al pecho se volvió hacia ella.
– No es lo mismo, señorita ignorante, mirar a una prostituta, que para eso está, cine a la esposa, recibida en santo sacramento, por muy francesa que sea, porque, aunque las francesas son livianas por naturaleza, al atravesar los Pirineos se contaminan de nuestras virtudes y aceptan nuestras costumbres y protocolos. El cuerpo de la esposa es sacrosanto; se le puede tocar, mas no mirar.
– ¡Pues hay dedos que tienen ojos! -respondió desvergonzadamente Lucrecia; y el caballero de la mano al pecho la miró con desprecio tan fulminante, que la muchacha, apretando el velo con la mano, salió pitando del corro y de la plaza, y se perdió en la calle Mayor, hacia la Puerta del Sol.
– Ya será una pelandusca -dijo alguien; y otro desconocido, aunque de muy buen porte, corroboró:
– ¡Una pelandusca cuya voz no me es desconocida! Juraría que es la criada de Marfisa.
Todo el mundo se volvió hacia él, incluido el caballero de la mano al pecho, y todos pensaron que quien conocía así a la criada, no debía desconocer al ama. Y le tuvieron envidia. El caballero bien portado saludó y se fue. El corro comenzó a deshacerse, tal para aquí, tales para acullá. El clérigo llamado don Luis se marchó en compañía de un par de incondicionales.
– Y esa décima, don Luis, ¿está ya concluida?
– Me arrebató la inspiración ese imbécil de la mano al pecho, pero les aseguro que no pasará de esta noche su conclusión. ¡Pues no faltaba más!