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Agarró un puño y trató de abrirlo; era peor que la manopla de fierro de un guerrero medieval, era la garra de una bestia con razones secretas para no rendirse. El petrolero lanzó un segundo pitazo, más gutural que el primero. El cambujo abrió la mano, sonriendo como las cabecitas alegres de La Venta. No había nada sobre la piel color de rosa de la palma marcada con líneas que prometían vida y fortuna eternas al mozo del hotel.

El cambujo hizo girar sus ojos redondos para mirar hacia el buque. Félix luchó contra el segundo puño. La escalerilla comenzó a retirarse del muelle hacia la puerta de babor del tanquero. Félix tomó el machete abandonado y lo atravesó de canto sobre la garganta del cambujo.

– Abre el puño o primero te corto la cabeza y luego la mano.

El cambujo abrió el puño. Allí estaba el anillo de Bernstein. Pero faltaba la piedra transparente como un vidrio. Félix se levantó rápidamente, levantó del cuello de la camisa al cambujo y palpó nerviosamente el cuerpo, la camisa, el pantalón de su adversario. Lo soltó, como el buque soltaba amarras.

Liberado, el cambujo corrió de regreso a Coatzacoalcos pero Félix ya no se preocupó por él. Un punto luminoso del buquetanque oscuro le raptó la mirada, una claraboya en el castillo de popa alumbrada doblemente por una luz blanca, tan fuerte como la de un reflector, y por un rostro brillante como una luna, enmarcado por el óvalo de la ventanilla, un rostro inolvidable e inconfundible, con el corte de pelo de fleco y ala de cuervo que resaltaba la blancura luminosa de la piel, los diamantes helados de la mirada, el perfil aguileño cuando la mujer de la ventana movió la cabeza.

La escalerilla estaba a medio camino entre el muelle y la portezuela abierta a babor. Félix guardó el anillo en la bolsa del pantalón y corrió desesperadamente con el machete en la mano, saltó para alcanzar la escalerilla, rozó apenas con el filo las gruesas cuerdas que colgaban de los peldaños. Un gringo pecoso, cuarentón, con la fisonomía borrada por los labios delgados y la nariz de manazo, le gritó desde la puerta:

– Hey, are you nuts?22

– ¡Déjeme subir! Let me on! -gritó Félix.

El gringo rió.

– You drunk or somethin'? 23

– The woman, I mun see the woman you have on board! 24

– Shove off, budy, no dames don't travel on tankers.25

– Goddamit, I just saw her…26

– O.K., greaser, go back to your tequila?27

– Fuck you, gringo.28

El gringo rió y las pecas le bailaron.

– Meet me in Galveston and we'll fuck the shit out of each other. So long, greaser.29

22. Oye, ¿estás chiflado?

23. ¿Estás borracho o algo?

24. La mujer, debo ver a la mujer que viaja a bordo.

25. Lárgate, cuate, en los tanqueros no viajan mujeres.

26. Carajo, acabo de verla.

27. Okey, grasiento, regresa a tu tequila. 28. Jodete, gringo.

29. Búscame en Galveston y nos sacamos la mierda. Nos vemos, grasiento.

Terminó de recoger la escalerilla y le hizo un gesto obsceno con el dedo a Félix.

Félix se lanzó desesperadamente contra la parte del buque aún acodada al muelle y de un machetazo intentó, como un Quijote inverosímil, cortarle el cuerpo al gigante en lento movimiento. Al desplazarse el buque, el filo del machete rayó la pintura fresca y dejó una larga herida luminosa.

El tanquero removió las aguas turbias del Golfo de México. La noche de mangos podridos y tabachines en flor se evaporó junto con los charcos del aguacero. Félix leyó la inscripción en la popa del buquetanque, S. S. Emmita, Panamá, y vio la bandera de cuatro campos y dos estrellas que flotaba lentamente en la pesada atmósfera.

No vio más que el rostro de Sara Klein asomado a la claraboya, suspendido allí como una luna de papel.

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