«Tengo que decirte una cosa, tengo que decirte una cosa» -¿de qué? ¡decímela de una vez!- «Tenes que tener cuidado de una cosa? -¿de qué cosa?- «¿Es muy oscura la cuadra de tu casa?» – bastante ¿por qué? – «¿y tu casa cómo es? ¿tiene zaguán o es de esas que tiene el jardín delante con un portón?» – mi casa tiene un pasillo largo y ahí están las puertas de los departamentos, pero no hay zaguán, hay como un jardín delante, y un portoncito, claro- «tenes que tener cuidado, Esther» -¿de Héctor? ¿por qué decís eso? ¿no es un caballero acaso?- «no es eso ¡y no le vayas a decir nada!» -¿qué es entonces?- «vos no sabés lo que te puede pasar con un muchacho en el oscuro» -¡vuelta a lo mismo!- no sólo lo tratas de sinvergüenza a él sino que también de… milonguita a mí! ¿estás loco o qué te pasa? Y en eso quedamos.
Ya se ocupó el banco de Umansky, por suerte es una chica, parece simpática, es hija de rusos, pero no judía, el padre era cosaco del zar y se escaparon con la madre cuando la revolución. ¿Qué le habrá hecho la madre a Cobito Umansky? Ahora estará ya en Paraná, el asqueroso, voy a poder estar tranquila si se me subió la pollera o no, que no está ese repugnante mirando. Yo creo que no hay vergüenza más grande que ser expulsado de un colegio, pero escupirle la ropa al celador y ponerle heces en los zapatos sólo se le podía ocurrir a Umansky. Hasta mañana, cuadernito de hojas flamantes, blancas, pudorosas (guay de que te lean, sé que no te gustaría, lo sé, lo sé, y por eso te escondo entre un gordo texto de Zoología y una carpeta de Castellano), hasta mañana… mi cuaderno, hasta mañana… amigo.
Sábado – Todo se acabó. No pudo ser.
Mi barrio está quedo en la noche, estas humildes cortinas de cretona me dejan ver la calle a través de sus flores tan extravagantes como descoloridas. Papá dice que en la fábrica no se puede pasar cerca de las máquinas donde imprimen la cretona por el olor de esas tintas ordinarias, sin agregar que todos los desperdicios los usan para cretona. Todo es cuestión de destino en la vida, a una tela tan ordinaria yo no me explico para qué le hacen dibujos tan locos de flores que si existen deben ser de especies tropicales muy raras, pero los colores salen, todos borroneados y una tela tan finita que se transparenta lo que hay del otro lado: la calle y las casas de enfrente. De acá veo un portón, dos ventanas, la pared medianera, después otra casa, un zaguán con una ventana al lado, dos o tres más, otra casa, esta última con verja, pero todas casitas bajas de un solo piso, y si el techo fuera corredizo como en el cine de enfrente a la plaza al irnos a dormir toda la cuadra estaría mirando el mismo jirón de firmamento, y mis vecinos cerrarían los ojos cada noche confiados, sin saber que tan imposible como tocar esas estrellas remotas sería cumplir aquello que más anhelan… Mirando a una estrella, mirándolo a él, en mí nació mi anhelo el día que lo vi por vez primera, y ese anhelo loco quiso volar a lo alto, un barrilete loco, se me escapó el piolín de la mano y se fue el barrilete alto, vano, pretencioso, quiso tocar las estrellas. Hoy sábado te vi barrilete… y estás hundido en el barro… Barro la vida, barro la ilusión, barro el parque de mi colegio después de cada lluvia. Debe haber sido por los chaparrones que faltó la de Castellano. Cada vez que falta un profesor Casals siempre aprovecha a escribir una carta a la casa o preparar las lecciones de mañana, mas hoy, durante la larga interminable hora de 10 a 11 me pidió sentarse junto a mí.
Vislumbré enseguida una sombra, pero inerte en ese banco sólo atiné a escucharlo. Empezó a contarme la película Cuéntame tu vida, casi toda, para él es la mejor película del año pasado, y de éste ¡y a mí qué me importa! ¡Ay, Casals, te creí incapaz de matar a una mosca y me mataste a mí! empezaste hablando de cine pero de repente cambiaste de tema: «Tenemos que volvernos temprano el domingo, sin ir a Adlon» dijo -«¿por qué?» respondí- «Es que el tiempo no alcanza, yo te tengo que acompañar con Héctor hasta tu casa y llegar a tiempo al colegio antes de las nueve y media» dijo – entonces no vayamos al cine, vamos a Adlon más temprano repliqué – «no, al cine vamos de todos modos, y Adlon además está vacío antes de las seis» añadió – «Pero no hay necesidad de que me vengas a acompañar vos también: vos volvés al colegio y Héctor me acompaña» añadí yo – «¿estás bromeando?» – «no, qué tiene de malo…, es mejor para todos, y vos la ves a tu Lau-rita» – «no, si yo no te acompaño a tu oasa no vamos ni al cine ni a ninguna parte» agregó rotundamente – «Es por capricho tuyo ¿para qué tenés que venir? yo me sé cuidar, seguro que Héctor prefiere salir con una chica sin llevarte a la rastra» – «¿qué decís?» – «Sí, vos sos muy chico para estar siempre entre los más grandes» – y ahí se me acercó y me dijo despacio «sos una porquería, no tendrías que estar en este colegio ¡chusma!… ¡anda con los chusmas de tu barrio a Adlon!» – y yo se lo dije «me alegro de pelearme con vos, porque me tenías cansada con tus disparates… de pretender chicas grandes y compararte con Adhemar, y tenés coraje de criticar a tu primo que es tan bueno con vos», y no me quería dejar hablar pero yo seguí: «te crees gran cosa y sos un mocosito maricón todo el día metido entre las chicas ¿ya qué tanto hablar de Adhemar? ¿estás enamorado de él acaso? anda sabiendo que nunca vas a ser como Adhemar, porque no sos más que un ma-riconcito charlatán» Se me fue la lengua, después me arrepentí y me dio miedo de que fuera a quejarse al regente del internado, que es el que lo protege. Pero se quedó mudo, al rato se levantó del banco y pidió permiso para ir al baño.
De vuelta, dándome la espalda no la dejó tranquila a la chica nueva, claro, ella es hija de extranjeros, de rusos nobles, y la madre cantante de ópera, Casals tuvo suerte de tenerla en el banco de adelante, porque Laurita o Graciela no le habrían dado charla. A la rusa le empezó con que si había visto Por quién doblan las campanas.
Me dan lástima los pupilos los sábados, cómo quedan solos, nos vamos los alumnos externos y sin clases por la tarde, pobres diablos, no saben qué hacer para que se les pase el día. Casals no la dejaba en paz a la chica nueva: «por favor queda-te, el director me va a decir que sí si le pido permiso para que te quedes a comer con los pupilos. Así te quedas y después de comer estamos en el parque y te termino de contar "Por quién doblan las campanas". La quería convencer a toda costa y se ve que me tomó rabia a muerte porque al irnos Laurita, Graciela y yo le dice a ellas «mañana las veo en Adlon».
¿Adhemar es más lindo que Héctor? bellos ojos renegridos y cabellos rubios como un maizal.
Y bueno, que se guarden su Adlon, que vayan mañana domingo, que yo iré alguna vez… ¿pero cuándo? ¿cuándo si no ahora? ¿no es acaso este el momento de vivir y divertirse? ¿si no es ahora cuándo va a ser?
Yo y mis vecinos no podemos tocar las estrellas, pero otros sí pueden, y es ese mi gran quebranto. Mis mejores años los voy a pasar detrás de esta cortina de cretona.
Miércoles – Diario querido: soles y lunas se han sucedido en la bóveda del cielo sin que nosotros tuviéramos nuestro encuentro acostumbrado, el encuentro del alma con su espejo, y si en días pasados en ti me he visto descarnadamente flaca (el egoísmo devora), o desgreñadamente ridicula (los sueños me despeinan), hoy quisiera verme no bonita (¿no es ya un progreso?) sino con impecable delantal blanco (nada de tablitas, ni adornos vanos, pero blanco niveo), prolijamente peinada hacia atrás, con el lacio cabello cubriendo apenas el cuello y las puntas levemente rizadas. Lo importante, diario mío, no sería en cambio el cabello, ni el delantal, sino una mirada inteligente y segura como las manos que manejan el bisturí, o las tijeras, o el odiado torno de la amable dentista del sindicato.
No me imaginaba hoy miércoles ir a Buenos Aires pero mi padre vio ayer a la atenta dentista y fijó la cita para mí hoy. ¡Qué disparate! pensé, tener que ir al dentista en un día de clases cuando mañana jueves tenemos nada menos que Zoología, Matemáticas y Castellano, pero cuando la atenta dentista me dijo que todo en la vida es cuestión de organizarse, porque hay tiempo para todo, me di cuenta de que muy cierto era.
De ida había ya aprovechado en el tren para dar un vistazo a los teoremas (fresquitos en mi mente, gracias a la clara exposición del profesor y a mi propia atención), y de vuelta a casa en el viaje leí Zoología y después de la cena media hora para Castellano, pasé en limpio el dibujo de los arácnidos y ya estoy libre, otra vez junto a ti. He cumplido con mi deber.
Y bien dijo la oportuna dentista que hay tiempo para todo, aun para caminar un poco por el centro. Hoy había sido un día inesperadamente caluroso, con los primeros calores dan ganas de tirar al diablo las porquerías de lana, por suerte ya no me quedan chicos los vestidos del año que pasó, y pude ponerme el celestito de algodón, con el bolerito. No me cabe duda de que es mi único vestido como la gente.
Qué suerte que ya tenía aprendido el teorema, llegué encantada y caminé sin apocamientos por la elegante avenida arbolada donde me dijo Laurita que estaban las únicas telas importadas de París que hay en Buenos Aires. Las vi, realidad y sueño netamente separados por un cristal de escaparate. Y seguí caminando, tantas, tantas cosas hermosas para comprar y si me hubiesen hecho elegir entre todas, no habría podido decidir, porque renunciar al pañuelo de gasa morada habría sido tan imposible como dejar de lado el manguito de visón, y mi cabeza explotaba, querido amigo. Qué rabia, qué indignación dan a veces ciertas cosas. Esa avenida es hermosa, amplia, la gente camina sin prisa pero con un despreocupado aire de saber adonde van y la calzada presenta una cierta subida caminando hada el puerto, pero éste no se ve, en lo más alto hay una aristocrática plaza, embebida de sol, y un rascacielos cierra el paso, y así «decorosamente tapa la vista del río y su rumoroso puerto», según las palabras de la Chancha, perdón, la profesora de Castellano.
En la plaza a la sombra, en cambio, me di cuenta del brusco cambio de temperatura que se preparaba, de golpe se levantó un viento del río, no mucho más que una brisa, pero penetrante. Qué ganas de meterme en casa, y tomar un mate caliente, en la avenida yo sin haberme llevado ningún abrigo qué escalofríos me empezaron a correr por la columna vertebral, el vestido parecía que me abrigaba tanto como una telita de araña. Pero en ninguna de esas casas me podía meter, mi ciudad cambia de temperatura sin avisarnos nunca, de un momento a otro, cambia de humor, risas y llantos como en los niños que ríen y lloran caprichosamente. Y me tuve que ir corriendo al consultorio, y total apenas si llegué con veinte minutos de adelanto. Qué actividad, qué ir y venir, qué hermoso es ser útil a la humanidad, esa capacitada y además hermosa mujer que me atendió no descansa un minuto durante horas, de pie junto a sus pacientes, yendo y viniendo por algodones y líquidos curativos. Ella es la que sabe adonde va y no los holgazanes mentecatos inútiles de la avenida, y quiero sentir el rumor afiebrado del puerto, señora Chancha, no me venga usted con que hay que ocultar al trabajador y su sudor, y alabando a ese rascacielos porque oculta de la vista de los ricachones (y de sus conciencias) el espectáculo feroz (y hasta ayer triste por lo mal remunerado) del trabajo.