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Encuentro por la calle muchos actos de psicomagia que no he dado yo. (Risas.) Es cierto que se está utilizando mucho. Al principio fui muy discreto. Estuve durante años dando consejos y anotándolos. Luego vino Gilles Farcet, e hicimos el libro Psicomagia, que él tardó cuatro años en preparar, mientras yo seguía trabajando. Cuando el libro salió en Francia tuvo un gran éxito y se tradujo al castellano y al italiano. La gente se puso a buscarme, y entonces pude hacer experimentos. Durante un año recibí, cada día, a dos personas en mi casa para tratar de elaborar las leyes de la psicomagia, pensé que era parte de mi creatividad y que, antes de que yo muriese, tenía que poder enseñársela a mi hijo Cristóbal, a mi mujer Marianne y luego a unos cuantos terapeutas. Continúo formando gente, pero el proceso es muy lento. Se necesitan, al menos, cuatro o cinco años de experiencia y mucha actividad artística.

La diferencia fundamental de esta terapia con el psicoanálisis es que éste fue creado por gente que procedía de la universidad y de la ciencia, mientras que yo he creado una técnica que viene del arte. Yo digo que un científico no puede ser terapeuta. La curación es obra de artistas y poetas. Si no, no puedes curar.

Trabaja con el cuerpo a fondo, pero teniendo en cuenta la existencia de un cuerpo fantasma, sobre el cual usted ha investigado mucho.

Yo empecé a estudiar las religiones, el tantra, el yoga, la alquimia, el zen, la medicina china, la Cábala. Me di cuenta de que cada cultura crea una biología imaginaria que funciona. Por ejemplo, estudié que el chakra muladhara, que está entre el sexo y el ano, es como una flor de cuatro pétalos que tiene en el centro un elefante con la trompa izada. En un primer momento pensé: «Verdaderamente no siento que tenga ninguna flor entre el pene y el ano». Pero cuando fui a la India decidí montar en elefante, para ver qué era eso. Y entonces supe por qué decían eso de aquel chakra: cuando montas en elefante sientes la fuerza de la naturaleza. El elefante avanza como un giroscopio, no se inclina ni a la derecha ni a la izquierda, va como una barca en un mar calmo. Es como una fuerza monumental de la tierra que la sientes entre las piernas. Entonces me di cuenta de que esas flores y ese elefante son metafóricos, hay que comprenderlo en su sentido cultural; son localizaciones que se ubican en el cuerpo, pero son imaginarias.

A mucha gente le digo que si quiere aprender masaje do-in, no presione con el pulgar el cuerpo buscando míticos meridianos. Yo le enseño en una hora a empujar con el pulgar todo el cuerpo de la persona, y los pacientes sanan. Chakras y meridianos son biologías imaginarias. El cuerpo es un todo. Me interesé por la biología imaginaria porque comprobé que, cuando imaginas tu cuerpo, lo estás creando. Castaneda tiene una biología imaginaria fuerte, con el punto de ensamblaje y todo eso, que viene del esoterismo europeo, el aura y demás. También estudié los cuerpos mutilados, los llamados «miembros fantasma».

¿Qué consejos daría para perder los miedos que padecemos?

Cada caso es distinto, pero siempre he dicho que hay que manifestarlos de una forma psicomágica. Hay que descubrir qué te da miedo y hacerlo. Si una persona teme morir, le hago pasar por un funeral, la entierro simbólicamente. A quien teme ser pobre le envío a otra ciudad a mendigar durante un día. Les hago colocarse en el límite de lo que temen. Enfrentarse a ello.

Georg Groddeck dijo algo que me gustó mucho: «Tienes miedo a lo que deseas». Si una persona tiene miedo a ser homosexual, le mando vestido de travestí a un bar de homosexuales. Para vencer al miedo, hay que dejarlo entrar en tu vida de forma concreta.

¿La medicina del futuro contemplará asignaturas como la psicomagia, el teatro o el psicochamanismo?

La medicina del futuro tendrá que integrar todo esto, aunque ya está haciéndolo. Yo tengo muchos alumnos del doctor Hamer, que han creado la biopsicogenealogía, que para mí es un delirio, pero que poco a poco se hace evidente.

Y mi amigo Jean-Claude Lapraz, médico fitoterapeuta, me envió durante dos años a sus pacientes para que yo viera si existían problemas psicológicos. Entre los dos llegamos a un principio de acuerdo que decía: «No presupongamos que todas las enfermedades son psicológicas, pero vamos a observar qué hay de psicológico en las enfermedades». Estudiamos los sucesos psíquicos en su relación con los corporales y, al mismo tiempo, los dos hacíamos nuestro trabajo.

Los médicos de hoy en día… ¿ejercen un poco de psicochamanes?

¡Pero si para la gran mayoría de ellos tú eres un número y no tienes nada que decir! Hay que reformar radicalmente el estado de la medicina: desde los hospitales hasta los hábitos. Enfermeras, médicos, no saben tratar al enfermo, piensan que al enfermo hay que tratarlo de forma cruel e impersonal, y eso no funciona. Ellos curan máquinas.

Lo fundamental en la curación es que la persona se exprese y hable. Notas, cuando curas a alguien, que se produce un cambio en la persona que ha sido escuchada. Para curar tienes que saber quién es el paciente y en qué terreno se desarrolló su enfermedad y su carácter. Para saber quién es, es imprescindible desarrollar su árbol genealógico por lo menos hasta los bisabuelos. Pero nada de esto se aplica hoy en la medicina convencional.

¿Qué opina sobre el suicidio?

Si tienes una enfermedad grave, incurable, el suicidio es una opción posible. La gente tiene derecho a terminar con su vida. La vida no es prolongar una agonía. La medicina actual prolonga el dolor, y eso es terrible.

¿Cómo ve la forma en que nuestra sociedad afronta la muerte?

Es una monstruosidad cómo se nace y cómo se muere. Así no se debería venir al mundo, habría que recuperar el nacer y morir en el hogar.

Entender la vida

La vida entera ¿no es acaso un milagro?

Es rica. Si tú observas atentamente un prado, te das cuenta de que cada planta es de un verde diferente, cada mariquita es distinta de otra. Muchos conocemos la anécdota de ese hombre que fotografió los copos de nieve y descubrió que cada uno era diferente: miles de millones de copos, cada cual con su forma. Es decir, todo es variedad, diferencia. Pero, al mismo tiempo, todo está comunicado, estamos unidos por secretos hilos. La vida es una creación milagrosa. Toda la realidad es una pura unión de hilos mentales, emocionales…

Hay que andar de puntillas, ligeramente, sobre el mundo sin padecer la realidad…

Los pasos son importantes. Todo el ser se refleja en la planta de los pies, adonde llegan todas tus terminaciones. Los pasos nos definen. Los seres amados, los perros y los gatos, por ejemplo, conocen nuestros pasos. Pero hay gente que vive muy encerrada en su mente y se despreocupa de sus pasos, como si la tierra fuera realmente sucia y pudiera mancharle los pies.

Cuando me fui de Chile yo tenía 23 años, a mi vuelta tenía 63. Las calles estaban llenas de recuerdos, de emotividad; allí estaba toda mi adolescencia, llena de poesía. Andaba sobre las aceras acariciándolas con las suelas de los zapatos. Los actos hacia los otros deben ser tan delicados como los pasos que damos en un terreno que es parte nuestra.

¿Qué significa «no padecer» la realidad?

La persona que no controla su territorio no controla su existencia. Si uno no es consciente se deja llevar, no sólo exteriormente sino también con los pensamientos que le asaltan. Es muy vulnerable a deseos y sentimientos. Por ejemplo, vives tranquilo con tu mujer y, ¡catástrofe!, de repente pierdes el control porque te has enamorado de otra. No hay que sufrir la realidad, hay que navegar sobre ella, superar vientos y tempestades. En medio de los golpes del mar y los signos, hay que avanzar tranquilamente y mirar hacia el puerto a donde vas.

En Nueva York, cuando estaba montando mi película La montaña sagrada, tuve problemas de todo tipo y empapaba con mi sudor seis o siete camisetas cada noche. Fui a ver a un sabio chino que me habían recomendado. Era poeta, gran maestro de tai-chi y médico. Nada más verme, me dijo: «¿Cuál es su finalidad en la vida?». Yo me quedé traspuesto, sin respuesta. Él prosiguió: «Si usted no me cuenta cuál es su finalidad en la vida, yo no le puedo curar». Entonces entendí que si un barco atraviesa la vida sin finalidad no llega a ningún puerto. Lo que permite que la vida no nos devore es tener una finalidad. Cuanto más alta sea, más lejos nos llevará.

Como místico no tengo más que una finalidad: conocer a Dios. No el Dios del que se habla por todas partes, sino de esa cosa increíble que mueve el universo. Más allá todavía: disolverme tranquilamente en él. Ésa es mi finalidad y, para ello, no hace falta ser un gurú, ni un iluminado ni otro monigote por el estilo.

¿Debemos actuar en la vida como en un gran sueño?

Como en un sueño lúcido, no como en una pesadilla. Y cuanto más lúcido es un sueño menos sueño es. Pasar el río es pasar la vida. Plena felicidad a pesar del pleno sufrimiento. A mí las guerras no me gustan. He pasado por muchas: empecé con la mundial… No soy de los que creen que el ser humano deba angustiarse.

Pero el hecho es que vivimos llenos de angustia…

Recuerda que María y Zacarías ven un ángel y que, por dos veces, el ángel les dice que no teman. Estaba escribiendo Los Evangelios para sanar y me vino esta escena a la cabeza. Yo creo que el ángel les quita el miedo. El primer paso para entrar en la conciencia divina y cósmica es perder el miedo. ¿Por qué? Porque la esencia de los animales es tener miedo, y ello nos limita. Nuestro cuerpo tiene miedo a ser comido. Esto es lo primero y más básico. Películas como Alien o Tiburón se dirigen a ese fondo primitivo: ser devorado o no tener que comer.

El miedo, por otra parte, es útil. Si los niños no aprendieran que no tienen que quemarse, morirían todos. El miedo preserva la vida, sin él no vivimos, pero en cambio el pánico es otra cosa. La angustia es el miedo a lo desconocido. Cuando no sabes de qué tienes miedo, entonces se produce angustia. Lo esencial no es tanto librarse del miedo como no dejarse dominar por el pánico.

Dice que el amor crece en la medida en que la crítica decrece. ¿Cómo debemos actuar frente a los defectos de los demás?

El enemigo del amor es la crítica al otro. Si alguien te critica es porque no te ama. Hay que aceptar al otro tal como es. Ahora bien, criticar es una cosa y el juicio objetivo es otra. Enjuiciar es malo, pero saber qué le sucede a los demás es bueno. Hay que decir al otro: «Yo no te critico porque te quiero, pero veo tus límites y me gustaría hacerte consciente de ellos para que tú hagas lo que quieras». Eso no es crítica.

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