22.05 Un parroquiano (no el que tiene monos en la cara, sino otro) me señala colocando el dedo índice de su mano derecha en la punta de mi nariz y dice que mi cara le suena. El que me haya reconocido bajo la apariencia (y sustancia) del Santo Padre me indica que debe de ser persona devota y, por lo tanto, digna de toda confianza. Le respondo que sin duda se confunde y para desviar su atención y la de los demás en mi persona invito a una ronda. Viéndome dispuesto al gasto, el camarero dice que acaban de salir de la cocina unos callos que están de rechupete. Pongo sobre el mostrador algunos billetes (cinco millones de pesetas) y digo que vengan aquí esos callos, que por dinero no ha de quedar.
22.12 El parroquiano devoto dice que ni hablar, que yo ya he pagado los vinos y que los callos corren de su cuenta. A continuación añade que no faltaría más. Insisto en que lo de los callos ha sido idea mía y que, por consiguiente, es justo que los pague yo.
22.17 Una mujer (también parroquiana), que acaba de tumbar la segunda botella de anís, interviene para proponer que no sigamos discutiendo. Se mete la mano en el escote y la saca llena de unos billetes sucios y arrugados., que arroja sobre el mostrador. Otro parroquiano, creyendo que aquellos billetes son los callos, se come cuatro de un bocado. La mujer afirma que ella invita. El parroquiano piadoso replica que a él no le invita ninguna mujer. Explica que los tiene muy bien puestos.
22.24 Como a todas éstas los callos no aparecen, los reclamo golpeando el mostrador con un cenicero. Rompo el cenicero y desportillo el mármol del mostrador. El camarero sirve vino. Un parroquiano que hasta entonces ha permanecido mudo dice que va a obsequiarnos con unas soleares. Canta con mucho sentimiento la canción titulada 1092387nqfp983j41093 (güerve a mi lao, sorra ) y todos damos palmas y jaleamos diciendo ele, ele (7v5, 7v5). El pío parroquiano dice que por fin ha hecho memoria y que ya sabe quién soy: Jorge Sepúlveda.
22.41 (aproximadamente) El parroquiano cantaor abre tanto la boca par expresar su penita, que se le cae la dentadura postiza en la fuente de las albóndigas. Cuando mete la mano para recuperarla, el camarero le golpea la cabeza con un queso de bola y le dice que ya está bien, que en lo que va de semana ya se lleva comidas ocho albóndigas con el truco de la dentadura, pero que él no es un (ininteligible) y que las lleva contabilizadas. El cantaor amonestado replica que él no necesita robar albóndigas de esta pocilga, que él ha sido el rey de la copla en París y que siempre que quiere tiene mesa puesta en Maxim’s . Por toda respuesta, el camarero sirve vino.
23.00 o 24.00 El andoba que tiene monos en la cara pone en nuestro conocimiento que él podría haber sido alguien, porque no le han faltado nunca las ideas ni los arrestos necesarios para llevarlas a cabo, pero que se han conjurado tres cosas para impedir su éxito, a saber a) la mala suerte, b) su inclinación por el vino, el juego y las mujeres y c) la inquina de algunas personas poderosas que prefiere no nombrar. La guarrona que antes se ha sacado el parné del tetamen salta y dice que eso nada, monada , que las causas verdaderas de que el tío sea lo que es son en realidad éstas: a) la vagancia, b) la vagancia y c) la vagancia, y que ya está harta de oír tanta mentira y tanta fantasía.
? Salen finalmente de la cocina los callos andando por su propio pie. La furcia dice que ella es la única que puede vanagloriarse de algo, pues hasta hace muy poco era una hembra de bandera , por lo cual en su barrio era conocida por el sobrenombre de la bomba de Oklahoma . Añade que si ahora la vemos un poco estropeada, no es por la edad, sino por otras causas, a saber a) su inmoderada afición a las judías secas, b) las palizas que le han dado los hombres y c) la operación de cirugía estética algo chapucera que le hizo cierto médico del seguro, cuyo nombre prefiere no mentar. A continuación se pone a llorar. Entonces yo voy y le digo que no llore, que para mí es la mujer más hermosa y atractiva que jamás he visto y que de buena gana contraería matrimonio con ella, pero que me lo impide el hecho de ser extraterrestre y estar sólo de paso, camino de otras galaxias, a lo que ella responde que esto es lo que le dicen todos. El gachó de los monos le dice que deje ya de dar el (ininteligible) y que se calle, a lo que replica ella (muy bien replicado), que a ella no la hace callar ni la (ininteligible) que la parió y que ella dice lo que le sale de la alcachofa y que qué pasa. Y entonces voy yo y le arreo una (ininteligible) en toda la boca al tío que la ha faltao o quizá se la arreo a otro, pero me da igual, y les digo a todos que a mi novia no la falta nadie.
Negra noche. El que ha recibido se levanta del suelo, me coge por las orejas y me hace dar vueltas en el aire como un ventilador. Aprovechando el incidente, el cantaor se mete un puñado de albóndigas en la boca. El camarero le da con una sartén en el estómago y le obliga a devolver las albóndigas (o una materia similar) a su lugar de origen. Entra la policía nacional blandiendo porras. Consigo arrancarle la porra de las manos a un policía nacional y golpear con ella al otro policía nacional o al mismo policía nacional. Las cosas parecen complicarse. Decido desintegrarme, pero confundo la fórmula y desintegro dos chiringuitos del Moll de la Fusta. Somos conducidos a la comisaría.