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– Ahora tengo muchas relaciones, pero ya no se las doy a nadie. En la misma casa en que vivo hay dinero enterrado, pero está muy hondo. Mandé llamar un pocero y lo puse a escarbar al pie de un naranjo. Cuando iban ya más de siete metros le dije que le parara. "Pero si todavía no hay agua". "No le hace, ya saldrá. Hasta ái pago". Y desde el día siguiente yo le seguí dando solo. A los nueve metros empecé a sacar monos. Puros monos de barro, unos quebrados como éstos, miren: éste tiene una culebra enrollada en la cabeza, éste está tocando un pito. Otros tienen las maní tas así adelante, como de perro. Otros tienen unos copetes de danzante. Pero nada de dinero, puros monos. Si los pagan bien los sigo sacando, si no, mejor los dejo enterrados.

Ahora no me queda más remedio que ponerme a escarbar al pie del otro naranjo.

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…levanta la piedra y allí me encontrarás, hiende el leño y yo estoy allí…

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Procura cuál es el cerrito del Soyate. Hay una mata de soyate en forma de cruz, no habiendo otra de tamaño y figura. Puesto en la cruz para donde sale el sol, se cuenta como cien pasos más o menos. Están tres soromutas tapando la puerta de la cueva, donde hay un montón de dinero que hace el bulto como de diez fanegas de maíz, y adelante está otro montón más mediano de monedas coloradas que no sé qué monedas serán.

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Sí, las labores quedan a la merced de Dios, pero uno debe estar listo. Yo sigo yendo al campo casi todos los días, y dos o tres mozos están al pendiente de las milpas. Hay que impedir la entrada de animales dañeros y atacar a gusanos y langostas. Por fortuna, parece que éste no fue año de plagas. Pero quedan otros azotes, como las malas yerbas y el chagüiste. Éste parece ser un rocío malsano y misterioso que enferma y seca las plantas. Nada se puede contra él. "Cordero de Dios que quitas los pecados del mundo, líbranos del chagüiste…"

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– Nadie pudo convencerla de que se quedara con la criatura, si es que le nacía. "Yo te lo apadrino", no faltó quien le dijera.

Cambió mucho desde antes que se le notara, y ya no se ocupaba con nadie. A todos les decía que no. Apenas si bailaba y ya después ni eso. Nomás hacía el puro quehacer. Se veía más bonita que antes y a todas nos llamaba la atención, como que caminaba sin pisar el suelo. Tenía su cuarto muy bien arreglado y allí se estaba cuando no había quehacer. Hasta compró una muñeca y yo la oía a veces como que hablaba sola.

El día que se tomó la estricnina yo la hallé retorciéndose. No quería gritar y se tapaba la boca mordiéndose las manos. No duró pero tal vez ya tenía rato. Toda su preocupación era que el niño no se le fuera a salir antes de tiempo, fíjense nomás, apretaba bien las piernas, se las abrazaba y entonces se tapaba la boca con las rodillas, hasta que se murió. Como ella quiso, con todo y su niño. Cuando la tendimos se veía muy bonita, como si siempre hubiera sido muchacha.

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– Ahora que andaba yo tan contento entre los surcos, tentando los elotes más gordos, me quedé asustado ante uno verdaderamente monstruoso. Su crecimiento había hecho estallar las hojas que lo envolvían. En vez de ser blancos, sus granos eran negros como una dentadura podrida y enorme.

Me quedé muy impresionado, a pesar de que Florentino el mayordomo me aseguró que ese fenómeno ocurre todos los años y que no hay labor donde no aparezcan los tecolotes, como aquí les dicen. Para mí fue como un mal presagio encontrar, entre todo aquel verdor, esa caricatura de fruto, esa mueca del mal que en todas partes aparece.

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Cada vez que se muere una mujer de la vida alegre, sucede algo muy bonito y muy triste. Una o dos de sus compañeras, o la dueña de la casa en que pecaba, salen a pedir el vestido de una muchacha honrada para enterrarla con ropa limpia.

Ahora que Paulina se envenenó, doña María la Matraca fue a conseguir el vestido. Tenía todas las casas del pueblo a su disposición, pero se le ocurrió ir a casa de don Fidencio, a medio día, para pedir un traje de Chayo, ella sabría por qué.

Salió a recibirla la mamá y le dijo que con mucho gusto. Pero volvió con las manos vacías.

– Perdóneme usted, pero mi hija no quiso. Dice que le da miedo pensar en su vestido enterrado… Y los de las otras muchachas están muy chicos, ya ve usted, son unas niñas.

Doña María se despidió sin más, pensando que Chayo tenía razón: su vestido ya no servía para enterrar a una güila. No estaba hablando de más Odilón aquella noche en que le contó, ya bien borracho, que le había quitado los seis centavos a la hija de don Fidencio el mero día del temblor. "Ya ve, me debería dar mi comisión. Yo trabajo por todos estos rumbos para llenarle el congal…"

Para no errarle, doña María la Matraca dirigió sus pasos a casa de Chonita, una beata quedada y fea a más no poder. La misma que le dio un traje negro para enterrar a la Gallina sin Pico.

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– Yo no quise ser Jefe de Manzana y me felicito. Por todas partes hay quejas, a pesar de que a cada quien se le da un recibo por el dinero que entrega. Todo mundo da su opinión, y no hay dos que se pongan de acuerdo. Unos dicen que lo del castillo pirotécnico es un verdadero disparate, por lo que va a salir costando, "que mejor habría sido fundir de nuevo la campana mayor, que está rajada desde a principios de siglo; otros, que el dinero debía guardarse para hacer las torres de la Parroquia, que nuestros abuelos dejaron sin construir… Afortunadamente, lo único en que todos están de acuerdo es en lo de la Coronación Pontificia de Señor San José, y en realidad, ya no hace falta hablar de más, porque entre lo que cuestan las coronas y los gastos de la ceremonia, no va a haber dinero que ajuste…

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Don Fidencio, que tanto se enfurecía porque la gente le manoseaba las velas; no dijo ni pío cuando supo que le desgraciaron la hija. Se quedó hecho un santo Job, con todas las llagas por dentro. Tomó una copa más de coñac, puso su firma en el documento que amparaba sus compras de cera a doña María la Matraca, y salió a la calle, a la noche de los burdeles.

Hizo el camino hasta su casa muy lentamente, no por la banqueta sino por media calle, viendo con mucha atención las desigualdades y los charcos del empedrado. Llegó sin darse cuenta, más tarde que de costumbre, y se fue a la cama sin merendar.

– Estoy cansado, muy cansado, pero ya arreglé el asunto de la cera…

– Bendito sea Dios.

De esa noche, don Fidencio hizo un monumento silencioso a la humillación, y consumió en ella todas sus reservas de cólera. Al día siguiente mostró al mundo otra cara, transfigurada por la injusticia. Puso sobre el mostrador toda su existencia de velas de cera blanca y dejó que las gentes del pueblo las manosearan a su antojo, les clavaran la uña y se fueran sin comprarlas…

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Dejé pasar ocho días sin ir a la labor y me encontré con una desagradable novedad. Sembré en tierra fértil (hablo del Tacamo y no de Tiachepa) y esto ha dado ocasión a que junto a las milpas se desarrollen otras plantas igualmente vigorosas que las están ahogando materialmente: el chayotillo y el tacote. Tenemos, pues, que hacer la casanga y tumbar con guango toda esta cizaña. Yo quería casanguear cuanto antes, pero Florentino me ha dicho que debemos esperar a que engorden más los elotes, porque así de tiernos se asustan y no cuajan como se debe. Aunque no creo en supersticiones, voy a dejar pasar una semana para reunir el dinero que me costará la operación imprevista que va a aumentar considerablemente los gastos de mi labor.

A propósito, el negocio de la zapatería va de mal en peor gracias al abandono en que se encuentra.

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En terrenos de la hacienda de El Rincón ha aparecido una banda de facinerosos que asaltan, roban y secuestran a los pobres trabajadores de ese lugar, al grado de haber dado muerte a un pobre comerciante que volvía de este pueblo después de vender una carga de naranjas. Se sabe ya que fuerzas del Gobierno salieron a perseguir a los bandidos hasta poner coto a sus desmanes.

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Continúo, Reverendo Padre, mi carta de ayer, porque considero su intervención muy necesaria y urgente. El dinero se ha reunido y sigue reuniéndose en cantidades verdaderamente asombrosas, como nunca antes, sobre todo desde que se supo lo de la Coronación. Y la Parroquia se está comprometiendo en muchísimos gastos que yo considero innecesarios. El señor Cura, Dios le perdone, parece estar un poco fuera de sí. Y el señor Farías, ante la sorpresa de todos, está abiertamente también de parte de los indígenas y en contra de los propietarios de aquí. Yo creo, en mi humilde opinión, que ha llegado el momento de tomar muy serias e inmediatas providencias. Por lo pronto, gestionar ante el señor Arzobispo que se nombre un párroco auxiliar, de preferencia joven y enérgico, que ponga orden en el caos.

El señor Cura, además de su edad avanzada y en virtud de su actividad casi febril, ha visto recrudecido un viejo padecimiento, así que a nadie le extrañaría su traslado a Guadalajara, para que encuentre reposo y la atención médica necesaria. ¡Bendito sea Dios!

En lo que se refiere a las coronas de oro, han sido hechas por cuenta y riesgo del señor Farías, autor de la idea, con la promesa verbal del señor Cura de que la suma gastada, que es muy cuantiosa, le será devuelta aquí. Este señor ha comenzado a hacer fuertes inversiones en Zapotlán, con la idea de establecer nuevas fuentes de trabajo, y está ofreciendo, y pagando ya a algunas gentes, sueldos muy altos que pueden trastornar la economía de toda la región.

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