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La fiesta se desarrolló en su primera mitad bajo el signo del pacífico cotilleo. Los hombres fumaban en la biblioteca; se hablaba en frases cortas, mordaces, y se reían los ocultos significados y las maliciosas alusiones. Las mujeres, en el salón, comentaban sucesos con aire grave y pesimista, escasamente reían y su conversación se componía de monólogos alternos a los que las oyentes asentían con gestos afirmativos y nuevos monólogos que corroboraban o repetían lo antedicho. Algunos hombres jóvenes compartían los corrillos femeninos. También adoptaban un aire circunspecto y se limitaban a manifestar conformidad o acuerdo sin intervenir.

En un rincón distinguí a una linda niña, la única joven de la reunión, que conversaba con Cortabanyes. Luego me la presentaron y supe que se trataba de la hija de Savolta, que vivía interna en un colegio y que había venido a Barcelona a pasar las Navidades con sus padres. Parecía muy asustada y me confesó sus ansias por regresar junto a las monjas a las que tanto quería. Me preguntó que qué era yo y Cortabanyes dijo:

– Un joven y valioso abogado.

– ¿Trabaja usted con él? -me preguntó María Rosa Savolta señalando a mi jefe.

– A sus órdenes, para ser exacto -repliqué.

– Tiene usted suerte. No hay hombre más bueno que el señor Cortabanyes, ¿verdad?

– Verdad -respondí con cierta sorna.

– Y ese señor que hablaba con usted, ¿quién era?

– ¿Lepprince? ¿No se lo han presentado? Venga, es socio de su padre de usted.

– ¿Ya es socio, tan joven? -dijo, y se ruborizó intensamente.

Presenté a Lepprince a María Rosa Savolta porque intuí su deseo de conocerlo. Cuando ambos intercambiaban formalidades me retiré, un tanto molesto por las evidentes preferencias de la hija del magnate, y un tanto harto de hacer el títere.

JUEZ DAVIDSON. Describa de modo somero la situación de la casa del señor Savolta.

MIRANDA. Estaba enclavada en el barrio residencial de Sarriá. En un montículo que domina Barcelona y el mar. Las casas eran del tipo llamado «torre», a saber: viviendas de dos o una planta rodeadas de jardín.

J. D. ¿Dónde se celebraba la fiesta?

M. En la planta baja.

J. D. ¿Todas las habitaciones de la planta baja comunicaban con el exterior?

M. Las que yo vi, sí.

J. D. ¿Con el jardín o con la calle?

M. Con el jardín. La casa estaba emplazada en el centro del jardín. Había que atravesar un trecho de jardín para llegar a la puerta.

J. D. ¿De la puerta se pasaba directamente al salón?

M. Sí y no. Se accedía a un vestíbulo en el que había una escalinata que conducía al piso superior. Descorriendo unos paneles de madera, el salón y el vestíbulo formaban una sola pieza.

J. D. ¿Estaban descorridos los paneles de madera?

M. Sí. Se descorrieron poco antes de medianoche para dar cabida al número creciente de invitados.

J. D. Describa ahora la situación de la biblioteca.

M. La biblioteca era una pieza separada. Tenía entrada por el salón, pero no por el vestíbulo.

J. D. ¿Qué distancia mediaba entre la biblioteca y la escalinata del vestíbulo?

M. Unos doce metros…, aproximadamente, cuarenta pies.

J. D.¿Dónde se hallaba usted cuando sonaron los disparos?

M. Junto a la puerta de la biblioteca. J. D. ¿Dentro o fuera de ésta?

M. Fuera, es decir, en el salón.

J. D. ¿Lepprince estaba con usted?

M. No.

J. D. ¿Pero podía verle desde su posición?

M. No. Estaba justo detrás de mí.

J. D. ¿Dentro de la biblioteca?

M. Sí.

Llevaban media hora de charla Lepprince y la hija del magnate. Yo me impacientaba porque quería que le dejase de una vez y poder volver a nuestra conversación, pero Lepprince no cesaba de dirigirle frases y de sonreír, como un autómata. Y ella escuchaba embelesada y sonreía. Me ponían nervioso los dos, mirándose y sonriendo como si posaran para un fotógrafo, sosteniendo cada uno una bolsita llena de uvas y su copa de champaña.

Que no asistí personalmente a la fiesta. Que tuve conocimiento de los hechos a los pocos momentos de haberse producido y que, media hora más tarde, me personé en la residencia del señor Savolta. Que, según me dijeron, nadie había abandonado la casa después de producirse los hechos, salvo la persona o personas que efectuaron los disparos. Que éstos fueron hechos desde el jardín, con arma larga. Que los disparos penetraron por la cristalera del salón, en el ángulo que forma ésta con la puerta de entrada a la biblioteca…

JUEZ DAVIDSON. ¿Está seguro de que los disparos procedían del jardín y no de la biblioteca?

MIRANDA. Sí.

J. D. Sin embargo, se hallaba usted equidistante de ambos puntos.

M. Sí.

J. D. De espaldas al lugar de procedencia de los disparos.

M. Sí.

J. D. ¿Quiere repetir la descripción de la vivienda?

M. Ya lo hice. Puede leerla en las notas taquigráficas.

J. D. Ya sé que puedo leer las notas taquigráficas. Lo que quiero es que usted repita la descripción para ver si incurre en contradicciones.

M. La casa estaba situada en el área residencial de Sarriá, rodeada de jardín. Había que cruzar un trecho…

A la medianoche Savolta se subió a la escalera del vestíbulo y reclamó silencio. Unos criados atenuaron las luces salvo aquellas que iluminaban directamente al magnate. Sin otro punto donde mirar los invitados concentraron su atención en Savolta.

– Queridos amigos -dijo éste-, tengo de nuevo el placer de veros a todos reunidos en esta vuestra casa. Dentro de unos minutos, el año 1917 dejará de existir y un nuevo año empezará su curso. El placer de reuniros en estos segundos memorables…

Entonces, o quizá después, empezaron a sonar los disparos. Cuando decía no sé qué del cambio de año y pasar el puente todos unidos.

Al principio fue sólo una explosión

Al principio fue sólo una explosión y un ruido de cristales rotos. Luego gritos y otra explosión. Oí silbar las balas sobre mi cabeza, pero no me moví, paralizado como estaba por la sorpresa. Varios invitados se habían agazapado, tirado por los suelos o refugiado detrás del que tenían más próximo. Todo fue muy rápido, no recuerdo cuántos disparos siguieron a los dos primeros, pero fueron muchos y muy seguidos. Creo que vi a Lepprince y a María Rosa Savolta boca abajo y pensé que los habían matado. Y a Claudedeu ordenando que apagasen las luces y que todo el mundo se pusiese a cubierto. Había quien chillaba «¡La luz! ¡La luz!», y otros gritaban como si hubiesen sido heridos. Los disparos cesaron en seguida.

No habían durado casi nada

No habían durado casi nada. En cambio, los gritos se prolongaron y la oscuridad, también. Al final, viendo que no había más disparos, un criado hizo funcionar los interruptores y volvió la claridad y nos dejó cegados. A mi alrededor había llantos y nervios desbocados y unos decían que había que llamar a la policía y otros decían que había que cerrar las puertas y las ventanas y nadie se movía. La mayor parte de los invitados seguía tendida, pero no parecían heridos, porque miraban a todas partes con los ojos muy abiertos. Entonces sonó un grito desgarrador a mi espalda y era María Rosa Savolta que llamaba a su padre así: «¡Papá!», y todos vimos al magnate muerto. Las barandillas de la escalera habían saltado en pedazos, la alfombra se había convertido en polvo y los escalones de mármol, acribillados, daban la impresión de ser de arena.

El mestre Roca carraspeó y dijo con voz trémula y pausada:

– Y así vine a parar, como quizá recordéis, en lo que llamé, tal vez con imprevisión de las consecuencias, «la muerte y legado del Anarquismo», frase que provocó al parecer escándalo en muchos seguidores de la Idea y reproches a mi persona, que no me han dolido, pues contenían más devoción a la Idea que rencor contra sus aparentes detractores. No obstante, el interés y la polémica nada tienen que ver con la «muerte» o la «vida» del tema debatido. En la Italia del siglo XV se desataron apasionados intereses y fructíferas polémicas en torno a la cultura clásica de Grecia y Roma, mas, decidme, ¿resucitaron con ello aquellas culturas? Se objetará probablemente que las culturas estaban vivas, puesto que promovieron un interés «vivo», y que sólo estaban muertas sus fuentes. Pero, en realidad, lo que sucede es que se nos hace difícil entender, a nosotros, los mortales, el verdadero sentido de la palabra «muerte» y más aún su realidad, el hecho esencial que la constituye.

»Permitidme, pues, que humildemente me ratifique; sin altanería, pero con firmeza: el anarquismo ha muerto como muere la semilla. Falta saber, no obstante, si ha muerto agostado en la tierra estéril o si, como en la parábola evangélica, se ha transformado en flor, en fruto y en árbol; en nuevas semillas. Y afirmo, y ruego que me perdonéis por ser tan categórico, pero lo juzgo necesario para no caer en una cortés y huera charla de salón, afirmo, digo, que toda idea política, social y filosófica, muere tan pronto como surge a la luz y se transfigura, como la crisálida, en acción. Ésa es la misión de la idea: desencadenar los acontecimientos, transmutarse, y de ahí su grandeza, del campo etéreo del pensamiento incorporal al campo material; mover montañas, según frase de la Biblia, ese bello libro tan mal utilizado. Y por eso, porque la idea deviene un hecho y los hechos cambian el curso de la Historia, las ideas deben morir y renacer, no permanecer petrificadas, fósiles, conservadas como piezas de museo, como adornos bellos, si queréis, pero aptos sólo para el lucimiento del erudito y del crítico sutil e imaginativo.

»Ésa es la verdad, lo digo sin jactancia, y la verdad escandaliza; es como la luz, que hiere los ojos del que vive habituado a la oscuridad. Y ése es mi mensaje, amigos míos. Que salgáis de aquí meditando, no la idea, sino la acción. La acción infinita, sin límites, sin rémora ni meta. Las ideas son el pasado, la acción es el futuro, lo nuevo, lo por venir, la esperanza, la felicidad.

IV

Los recuerdos de aquella época, por acción del tiempo, se han uniformado y convertido en detalles de un solo cuadro. Desaparecida la impresión que me produjeron en su momento, limadas sus asperezas por la lija de nuevos sufrimientos, las imágenes se mezclan, felices o luctuosas, en un plano único y sin relieve. Como una danza lánguida vista en el fondo del espejo de un salón ochocentista y provinciano, los recuerdos adquieren un aura de santidad que los transfigura y difumina.

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