A Yoslaine y al mariquita infortunado, haciendo la imagen de héroe, lo estaba sacudiendo fuertemente el colega del teniente, el paticorto sargento Mendoza, cuyo sobrenombre más injurioso era la palabra “baño”. Si pasaba a visitar a alguien, Mendoza ante todo preguntaba dónde se encuentra el cuarto de baño. Todos sin excepción comprendían que en el caso dado estaba buscando un retrete – el sargento padecía de los riñones, cargado con urocistitis y hemorroides, con añadidura. En cuanto a los detenidos siempre apuraba los asuntos, era una cosa hecha a la represión y muy concreto, dando el precio para obtener la indulgencia para esta.
– Veinte – no le cedía a la chica, al mismo tiempo convencía al argentino, que había usurpado la imagen del Che, que en lo que se refiere a él no tenía ningunas pretensiones y, además, no dudaba que los veinte convertibles tendría que darlos el turista. Si no, a la palomilla nocturna de largas pernas la ha de acompañar al departamento el pernicorto guardador de la ley.
Sea como sea, el pseudo Che se despidió del último billete que disponía de veinte pesos convertibles. Los dejaron libres. El taxi a toda velocidad se dirigía al hotel barato y la chica se prometió no tener nunca más relaciones con Lázaro Muñero. Este buitre desgraciado trae solo disgustos. Es como si atrajera desdichas. Donde está Lázaro, ahí siempre hay problemas…
¿Teniente, y yo qué tengo que ver? – Ahora, cuando soltaron a la puta, ya no había motivo de temer algo. ¡No hay testigo, – no hay delito! – No estoy bajo arresto domiciliario, sino solo estoy bajo la vigilancia. ¡Resulta que ya no puedo divertirme siquiera!
– He aquí lo que has conseguido, Lázaro – el teniente cerró las esposas en las muñecas del delincuente.
– “Helado”, ¿qué ha cometido este malvado? – muy rápido preguntó el sargento Mendoza dirigiéndose al compañero. La cuestión es que Murillo, como millones de otros golosos, no era indiferente al riquísimo helado cubano de “Coppelia” y no perdía la oportunidad de comprarse un helado sin ponerse en la cola, utilizando la posición oficial. A los pequeñuelos, que les indignaba la conducta de Murillo, este les explicaba que estaba muy apresurado porque debía arrestar a un delincuente muy peligroso. Dos chiquillos suyos le pidieron a papá que les trajera helados.
A las presuposiciones razonables de los adolescentes acerca de que el helado de igual manera se derretiría hasta que el policía lo llevara hasta sus niños, el sin prole Murillo contestaba que no habría tiempo para derretirse. Él no tacañeaba en este caso, ya que se ingeniaba a exterminar la golosina como si fuera un meteoro. Necesitaba pocos minutos para acabar con los helados. Sí, minutos porque, habitualmente, ya que él no se limitaba a dos-tres porciones. La cifra aceptable para Helado era “seis”. El teniente conocía a fondo los problemas de la urinaria y otras evacuaciones, y ya un año entero intentaba obtener en el Departamento de Policía a un nuevo compañero de trabajo, que no sea tan listo como el favorito de la jefatura, el sargento Mendoza. En su labor ingrata, el apresuramiento solamente causa daño.
Este charanguero quedaba satisfecho con las menudencias y hasta no podía imaginar que en sus redes ahora quedó atrapado un “pez gordo”.
Solamente el teniente Murillo, el que decidió que no valía la pena dar a conocer el asunto a su socio, conocía de vista a Lázaro Muñero.
– Mendoza, pasa por “La Rumba” – ahí hay un magnífico cuarto de baño. Haz tus necesidades apremiantes, mientras tanto hablaré con un viejo conocido.
– Bien – sin pensarlo mucho, Baño se dirigió al club.
– Ahora escucha, guapetón – haciendo una mueca terrible y, además, empujando con el dedo índice en el pecho del sospechoso, rugió a Lázaro el policía – Tu amiguito Julio César ya no tendrá la oportunidad de ingresar en el “Club de Cantineros”. Aunque resultó ser un chivato de primera. Tu cómplice te entregó con los callos, y lo hizo como en la palma de la mano. Es así como arreglaron el asunto con el alemán. Lo de “Che Guevara” es una buena jugada tuya – hay que acostumbrarse, ya que estarás encarcelado en la ciudad de la guerrilla, en Santa Clara. Estarás tras las rejas unos veinte años, como político. Un robo con allanamiento en un hotel es un sabotaje ideal contra uno de los artículos fundamentales del presupuesto del estado. ¿Sabes qué instrucciones nos cursan antes de montar la patrulla? Nos advierten que soplemos el polvo de los turistas. ¿Y no ves eso? ¡La policía vial no los detiene por exceso de velocidad, y hasta no los multan en el caso de conducir en estado de embriaguez! Nos tapamos los ojos a todo eso. Solamente que vengan de turistas al país. ¡Que traigan esas divisas malditas! ¿¡Y tú qué estás haciendo?! Estás socavando. ¡Eso es! ¡Estás socavando! ¿Pero lo sabes que estás socavando?
Al haber concebido que de improviso llegó el apocalipsis, la frente de Lázaro se cubrió de sudor. Meneaba la cabeza de manera inadecuada, pero el teniente Murillo percibió esos gestos como respuesta negativa a su pregunta. ¡No lo sabes! Cómo puedes saberlo… Serán las bases… Estás socavándolas. ¿Crees dársela con queso a todos? Es que dispongo de información, que en aquella ocasión lograste alcanzar Miami. A todos les dijiste que habías ido de pesca. ¡Es sabido que varios meses estuviste fuera de aquí! ¿Crees que somos tontos? Simplemente nos compadecimos de ti y de tu madre. ¡Cómo nos agradeciste, bastardo! ¿Puede ser que los gusanos de Miami te hayan dado una misión – saquear a los turistas en Varadero y en Guardalavaca, para reducir el flujo de extranjeros y debilitar la economía de la Cuba Libre?
– Suéltame, Manuel… – imploró sollozando Lázaro – tengo trescientos dólares… Devolveré el brazalete y la videocámara. Y la ropa interior…
La conversación iba adquiriendo para el señor Murillo una forma específica, comercial. Continuando de esta manera la conversación se podría obtener un gran dineral… Si no hubieran partido los huéspedes alemanes de Cuba sin sus declaraciones, ya que el robo tuvo lugar un día antes del vuelo a Frankfurt, el teniente no se habría internado en las explicaciones del corriente momento político al proxeneta y alborotador incorregible, tal como era el detenido Lázaro Muñero. Pero las víctimas se esfumaron. El socio de Lázaro se derrumbó, el ayudante eterno del barman Julio César, pudo haber denigrado al amiguito. Quién lo sabe. Le dieron unos buenos garrotazos, y este desolló al primero, que le vino a la mente, solamente para poder justificarse así. Pues, había que llegar a un acuerdo hasta que volviese Mendoza.
– Hoy, de ti espero el brazalete y el dinero. La videocámara me la traerás mañana. Hasta la mañana ya te habré fabricado una coartada verosímil, lo que está balbuceando tu amigo Julio César no es admisible. No hay huellas dactilares tuyas, y solamente los alemanes podrán identificarte. A propósito, esto ha de ser lo más difícil. Cálmate, las declaraciones de los testigos son de mi incumbencia. Lo más importante es que hoy ya habrá que devolver a los burgueses aunque sea el brazalete y, tenlo bien claro, la lealtad del equipo de investigación no es algo gratuito. En el caso dado, trescientas divisas no serán bastante para cubrir el asunto – se rascó la barbilla “el bonachón simpatizante” Murillo.
– Esto es todo lo que pudo conseguir hoy… – juró el ladrón esperanzado – el brazalete y el dinero lo tiene mi chica. Habrá que pasar por su casa y traerlos. No está lejos, en Cárdenas.
– Vale, la pasta restante la devuelves luego. Tendrás que disponer aproximadamente de una suma como la de hoy. Hazlo sin apresurarte mucho. Me las devolverás al cabo de cinco días. ¿Qué te parece? Solamente no más tarde de los próximos días de descanso. Habrá que hacerlo a tiempo – el domingo es mi cumpleaños. De tu parte un regalo.
– Pues, me voy a buscar el brazalete y el dinero… ¿Manuel, puedes quitarme las esposas? – Lázaro, al tropezar con la habitual manera corrupta de los patrulleros, gradualmente, iba recuperándose.