Junto con los disidentes, a los más escarceadores de ellos con motivo de este caso hasta los soltaron de los manicomios, Castro embarcó en las barcazas a miles de criminales, a los que se cansó de alimentar en sus cárceles.
Las autoridades de inmigración se llevaron las manos a la cabeza, pero ya era tarde. La descomunal marea que trajo la escoria inundó las calles de Miami, completó las filas de los pordioseros y los marginales, y al mismo tiempo las bandas callejeras, las corporaciones de asesinos y los sindicatos de narcotraficantes. Solo los hermanos Castro habrían podido meter en un puño a los gánsteres cubanos.
Miami se hizo el cielo en rejas para los bandidos ambiciosos de origen cubano en muchos casos, pero ya en una cárcel del Tío Sam, o una necrópolis. Para algunos este lugar se convirtió inicialmente en un trampolín para una rápida ascensión a los superiores eslabones de la jerarquía criminal, y solamente después se hizo necrópolis. El final, en esta ocasión, ya lo tienes diseñado y vaticinado, como el fin de la película hollywoodense “El precio del poder” con Al Pacino, siendo este el capo de la droga Tony Montana, que no reconoció bajo la influencia de la cocaína su mortalidad propia, hasta habiéndose ido al otro mundo.
Como resultado, los senadores y congresistas, los que cabildean los intereses de los oligarcas y latifundistas que perdieron sus bienes en Cuba, no pudieron hacer la mala jugada a Castro. Y, entonces, con pocas ganas, anunciaron un armisticio temporal, aumentando la cuota de visas. Se redujo la cantidad de migrantes ilegales. Pero hasta cierto tiempo. La paz entre la Cuba socialista y el pilar del mundo libre, Estados Unidos, como tal no podía existir. El embargo no ha finalizado. Venían turnándose las generaciones de cubanos en condiciones de un embargo incesante. Las numerosas sanciones económicas hacían endurecer al pueblo, formaba en la gente la diligencia y la parsimonia, pero al mismo tiempo estas venían creando a nuevos aventureros, dispuestos a aprovechar el déficit reinante en el país. Lázaro Muñero García era uno de ellos. Su “business project”, desde el punto de vista de materializarlo en la vida, no parecería ser utopía ni a los residentes habitantes del lujoso Miami, ni a los ciudadanos de Cuba, cansados del realismo socialista, que están esperando el “transfer” prohibido a Florida.
Hay que destacar las décadas de la confrontación con la más poderosa potencia, reforzaron a Fidel en la tesis de Lenin sobre la posible victoria de una revolución socialista en un solo país. Su espíritu, desmoralizado por haberse desmoronado el país de los Soviets, se afianzó a fines de los años noventa al adquirir un nuevo aliado en la persona del formidable Chávez. Lo que significaba que la guerra continuaba.
Los norteamericanos se encontraban en un estado de euforia, después de ser destruida la segunda superpotencia, disfrutaban de plena impunidad, lo que significaba menospreciar a sus enemigos. Sí, ellos aprendieron a derrocar regímenes indeseables no solamente aplicando la fuerza de una intervención directa, sino hasta valiéndose de revoluciones de colores. Pero no tomaron en consideración que Fidel con el tiempo aprendió a adaptarse a nuevos y mejores cambios en el ámbito político. Para la revolución cubana, cualquier otra neoliberal era una contrarrevolución – como se ha de portar con “la contra” en Cuba lo sabían desde la derrota de los mercenarios, saboteadores y bandidos en la Playa Girón y en los macizos montañosos del Escambray…
… Lázaro midió a Yoslaine con una mirada furiosa, murmurando impulsado por una porción sucesiva de ron:
– ¿Estás hablando de que eres miembro del Comité? Yo también soy miembro.
– No lo dudo siquiera – sonrió la chica. Con el rabillo del ojo advirtió aproximarse a un gilipolla con una gorra vasca de color verde oliva con una estrellita roja, con bigotes y una barba a lo Che Guevara. En un concurso de dobles, siendo este un pueblecito cualquiera, no tendría ningunas posibilidades de ganar un premio. Pero aquí, el estado de embriaguez de “La Rumba”, lo identificaban como héroe.
Apenas hubo frotado un segundo el culo sobresaliente de Yoslaine, el imitador de Che le hizo soltar el humo del cigarro y le comunicó que ella le gustaba mucho:
– ¡Linda muchacha! ¡Magnífico! ¡Admirablemente buena! ¡Soy soltero, soy alegría!
De que ella era guapa, Yoslaine no lo dudaba. No necesitaba de los cumplidos de este “frico”, mientras, que el pseudo Che, que en el momento dado estaba solo, le convenía. Se pudo averiguar que él, como el ídolo favorito, es argentino, y está residiendo en un hotel de dos estrellas y eso no tiene nada que ver con que el portamonedas esté vacío, sino exclusivamente relacionado a la esencia del ascetismo de los guerrilleros.
– Entérate, solo de manera cuidadosa, si tiene dinero – susurró al oído de la puta el impaciente Lázaro.
–No es un consejo de un chico, sino de un adulto – dijo rabiosamente Yoslaine, preguntándole a quema ropa al argentino. – ¿Tienes dinero?
– Treinta pesos convertibles – le dio a conocer “El Che”.
– Es poco – la puta balanceó negativamente la cabeza – ¡Cuarenta!
– En el hotel hay aún – lo reconoció de pocas ganas el imitador.
– ¿Estás con carro? – ¡Que pregunta estúpida, cómo el huésped de un hotel de dos estrellas puede tener un coche! – Bien, habrá que tomar un taxi hasta el hotel. Te esperaré en el coche. En Cárdenas tengo una casa. Eso requerirá de ti quince pesos más. ¿De acuerdo?
El argentino se puso a fumar un “Cohíba”, imitando así un ataque de asma. Luego, mostrando una fila alineada de dientes blancos, expresó:
– ¡Forever!
– Hoy tendré que follar con un loco – comentó el caso la muchacha Yoslaine.
El proxeneta hizo salir a la chica, y a un viejo conocido, que estaba a la salida, le entregó un peso arrugado. El taxista taciturno con una impenetrable cara de confidente precisó la dirección del punto de destino. La verdad es que cuando el chófer vio al argentino con la imagen del Che comprendió que esta situación no huele a propina. Tales idiotas pagan de acuerdo a las indicaciones del taxímetro. La chica ya había empujado al Che en el salón y estaba dispuesta a zambullirse en él. Lázaro la paró.
– ¡¿Y mis diez?! – mantenía fuertemente el asa de la portezuela.
– Lo dejamos para después – intentó deslizarse la moza.
– ¡Eso no estaba así acordado! – estando ya a punto de gritar, refunfuñó Lázaro.
– OK. Dame, por favor, diez convertibles a cuenta de mi honorario – se dirigió ella al argentino. Aquel no pudo extraer inmediatamente del bolsillo trasero del pantalón el billete arrugado y se lo entregó a la doncella.
Yoslaine descontenta le alargó el dinero a su guía, y despidiéndose le regaló una mirada despreciativa.
Lázaro tomó lo suyo, echó una risita nerviosa con la esquina de la boca, e invitó a la señora al salón con un gesto de comediante con el fin de golpear demostrativamente la portezuela.
Todo fue así. Golpeó con la portezuela y arrimó el billete arrugado a la nariz. Por lo visto, quería una vez más cerciorarse de que el dinero, sin embargo, huele. En ese dulce momento una mano velluda, aplicando un brusco movimiento, arrancó el muy arrugadísimo billete debajo del órgano olfatorio de Lázaro.
“¡Diablo!” – maldijo a todo el mundo el jinetero desgraciado, concibiendo que le está tocando el brazo una mano fuerte y pesada, la del morrocotudo teniente Manuel Murillo. Este había sido puesto a vigilar al ex barman después de la prisión. Junto con el sargento Esteban de Mendoza los dos eran un par de policías conocidos en el distrito, a los cuales los llamaban Grande y Pequeño. Estos sobrenombres eran los más neutrales de todos los apodos y motes, los cuales servían para denominarlos a sus espaldas.
– ¡Hasta cuánto puede jugar uno! – soltó con amenaza el teniente corpulento.