Los paisajes de los pintores rusos hacen eco, tienen cierta semejanza, con esta melancolía bajo el plomizo cielo ruso, escapan a lo lejos de los borrosos caminos de Ningún lugar a Ninguna parte, de la tristeza a la tristeza. Ante los ojos se levantan los caminos de Savrásov y Levitán, o más bien los eviternos caminos intransitables: el deshielo de la primavera, las lluvias del otoño, las acumulaciones de nieve del invierno.
Por supuesto, no se debe exagerar – no solo el cáustico sentido de la desesperanza empapa la cultura rusa. Los rusos tenemos muchas obras, fustigantes, agudas, optimistas, llenas de fuerza y energía vital. Pero no hablamos de ellas, sino de la lírica femenina y los caminos.
El siglo XXI sigue generando poetas y pintores. Nosotros estamos conectados con nuestra gran cultura por miles de hilos invisibles, fuimos criados en ella, pero creamos nuestro propio mundo, saturado de imágenes del pasado y del presente, y nuestras miradas están fijas hacia el futuro y, por supuesto, hacia el interior de nosotros mismos. «Los caminos se entrelazaron /En un nudo apretado de serpientes enamoradas», suena la canción del grupo «Mélnitsa». Los caminos se tejen, y cada bifurcación conduce a una serie de nuevas rutas.
Así que, querido(a) lector(a), tienes en tus manos una colección de poemas de la poetisa, tu contemporáneo, Daria Rusakova. El título del libro – «Caminos» – no es casualidad. Como no es casualidad que en esta noche helada de Ginebra yo esté escribiendo esta entrada. Pocos años antes de conocer a Daria un coche alquilado me llevaba de Barcelona en dirección a Galicia y el Océano. En los auriculares sonaba una canción que aún no conocía, «Confianza» del grupo cubano «Contrabando». Mi atención fue atraída por una línea, «Abre los caminos. Yo siempre estoy contigo».
«Se hace camino al andar» – como dijo el poeta. ¿Qué camino te espera querido(a) lector(a) que sostienes en las manos este libro? Te espera un camino y países, te esperan historias de amor. De amor con igual pasión por las casas y las calles, por el hombre y el Océano, por las manifestaciones de la vida en su más sagrado y ordinario sentido. Y amor incluso por la despedida, tan frenético como por los nuevos encuentros.
Como un pasajero del trasatlántico verás en las gotas de lluvia a través de la ventanilla la fugaz belleza sombría de Moscú, aguardarás la salida del sol en la calle Rubinstein en San Petersburgo, te sumergirás en las olas del
Océano Índico, pasarás lentamente a través de las calles de Florencia y te encontrarás de repente en el Tate Modern de Londres para…
…Te diré un secreto, querido(a) lector(a): todos los caminos de este libro conducen a una única ciudad en la tierra – a La Habana. «Dulce, sombrío capricho», ciudad ideal al otro lado del mundo, donde se entrelazan todos los caminos, donde «estoy en casa», donde «Los locos dedos del guitarrista / En mis cabellos rizos».
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