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– ?Vuestro padrino! ?Y sois diputado! Pues sois el hombre que ?l necesita.

Entonces Rougane le cont? el viaje de su hijo a Par?s aquella tarde y sus resultados. Andr?-Louis no lo pens? dos veces. Que su padrino le hubiera prohibido hac?a dos a?os que entrara en su casa no ten?a ninguna importancia en aquel momento. Dej? su carruaje en la posada y fue a ver al se?or de Kercadiou.

Sorprendido a esa hora de la noche por la intempestiva aparici?n de aquel contra quien estaba tan resentido, su padrino le recibi? casi con las mismas palabras que emple? antes en una ocasi?n similar:

– ?A qu? has venido?

– A servir, en todo lo posible, a mi padrino -dijo en tono conciliador.

Pero el se?or de Kercadiou no se dej? desarmar.

– Has estado tanto tiempo alejado de m? que ten?a la esperanza de no volverte a ver.

– No me hubiera atrevido a desobedeceros si no fuera porque ahora puedo seros ?til. He hablado con Rougane, el alcalde…

– ?Qu? quieres decir cuando hablas de desobediencia?

– Me prohibisteis que volviera a vuestra casa, se?or.

Su padrino le contemplaba perplejo, indeciso.

– ?Y por eso no has venido a verme en todo este tiempo?

– Por supuesto. ?Acaso hab?a otra raz?n?

El se?or de Kercadiou segu?a mir?ndole fijamente. Entonces solt? una palabrota en voz baja. Le molestaba que tomaran sus palabras tan al pie de la letra. Durante largo tiempo hab?a esperado que Andr?-Louis volviese contrito a admitir su falta, a pedir que de nuevo le permitiera gozar de su estimaci?n. Y as? se lo hizo saber.

– Pero ?c?mo pod?a saber que vuestras palabras no expresaban realmente vuestros deseos? ?Fuisteis tan rotundo en vuestra declaraci?n! ?Y c?mo iba a expresar mi contrici?n si realmente no tengo intenci?n de enmendarme? Porque no estoy dispuesto a enmendarme, se?or. De lo cual deber?ais estar agradecido.

– ?Agradecido?

– Soy un representante del pueblo. Y eso me otorga ciertos poderes. Vuelvo muy oportunamente a Par?s. ?Quer?is que haga por vos lo que Rougane no pudo hacer? Si s?lo la mitad de lo que sospecho es cierto, la situaci?n es tan grave que me necesitar?is. Hay que llevar a Aline a un lugar seguro cuanto antes.

El se?or de Kercadiou se rindi? incondicionalmente. Avanz? unos pasos y cogi? la mano de Andr?-Louis.

– Hijo m?o -dijo visiblemente conmovido-, hay en ti cierta nobleza que no puedes negar. Si fui duro contigo, era porque luchaba contra tu propensi?n al mal. Quer?a apartarte del funesto camino de los pol?ticos que han llevado a nuestro desdichado pa?s a una situaci?n tan terrible. El enemigo en la frontera y la guerra civil a punto de estallar aqu? dentro. ?Eso es lo que han conseguido tus revolucionarios!

Andr?-Louis prefiri? no discutir y cambi? de tema.

– ?Y Aline? -y contest? a su propia pregunta-: Est? en Par?s y hay que sacarla de all? antes de que empiece la masacre que se ha estado preparando todos estos meses. El plan del joven Rougane es bueno. Por lo menos, no se me ocurre otro mejor.

– Pero el padre no quiso ni o?r hablar de ?l.

– Lo que no quiere es cargar con esa responsabilidad. Pero est? dispuesto a colaborar si yo participo. Le he dejado una nota con mi firma ordenando que se expida un salvoconducto para la se?orita Aline de Kercadiou, para ir a Par?s y regresar a Meudon. Tengo suficiente poder para que surta efecto. Le he dejado esa nota con la expresa condici?n de que s?lo la use en caso extremo, como un justificante si m?s tarde le hacen preguntas. A cambio, me ha dado este permiso.

– ?Lo conseguiste! -exclam? el se?or de Kercadiou cogiendo el papel con manos temblorosas. Se acerc? al candelabro que iluminaba una consola y lo ley?.

– Si ma?ana por la ma?ana -dijo Andr?-Louis- mand?is ese documento a Par?s con el joven Rougane, Aline estar? aqu? al mediod?a. Por supuesto, esta noche no se podr?a hacer nada sin levantar sospechas. Es demasiado tarde. Y ahora, padrino, ya sab?is exactamente por qu? he violado vuestra prohibici?n de venir aqu?. Si en otra cosa puedo serviros, aprovechando que estoy aqu?, s?lo ten?is que decirlo.

– S?. Necesito otro favor, Andr?. ?No te dijo Rougane que hab?a otras personas…?

– Mencion? a la se?ora de Plougastel y a su lacayo.

– ?Y entonces por qu?…? -el se?or de Kercadiou no sigui? al ver que Andr?-Louis mov?a solemnemente la cabeza.

– Eso es imposible -dijo.

El se?or de Kercadiou se qued? at?nito.

– ?Imposible? Pero… ?por qu??

– Se?or, s?lo puedo hacer esto por Aline sin remordimiento. Por Aline ser?a capaz de faltar a mis principios. Pero el caso de la se?ora de Plougastel es distinto. Ni Aline ni ninguno de los suyos est?n implicados en ciertas actividades contrarrevolucionarias que son el verdadero origen de las calamidades que ahora tienen lugar. Puedo procurar que Aline salga de Par?s sin tener nada que reprocharme, convencido de que no hago nada censurable, y sin exponerme a ser interrogado. Pero la se?ora de Plougastel es la esposa del conde de Plougastel, que como todo el mundo sabe es un activo agente entre la corte y los emigrados.

– Ella no tiene la culpa de eso -grit? el se?or de Kercadiou, consternado.

– Es verdad. Pero en cualquier momento pudieran llamarla para que pruebe que no ha tomado parte en esos tejemanejes. Se sabe que hoy ha estado en Par?s. Si ma?ana la buscaran y descubrieran que se ha ido, sin duda se har?an investigaciones que demostrar?an que he faltado a mi deber abusando de mis poderes para fines personales. Como comprender?is, padrino, ser?a exponerme a un riesgo demasiado grande por una desconocida.

– ?Una desconocida? -le reproch? el se?or de Kercadiou.

– Pr?cticamente lo es para m? -dijo Andr?-Louis.

– Pero no para m?, Andr?. Es mi prima y mi mejor amiga.

?Dios m?o! Lo que acabas de decir no hace m?s que confirmar que es absolutamente necesario que salga de Par?s. ?Andr?-Louis, tienes que salvarla a toda costa, pues su caso es mucho m?s urgente que el de Aline!

Suplicante, tembloroso, con el rostro p?lido y la frente perlada de sudor, aqu?l no era el mismo se?or de Kercadiou que minutos antes hab?a recibido a Andr?-Louis.

– Padrino, no se?is irrazonable. No puedo hacer eso. Rescatarla a ella podr?a acarrearle una desgracia a Aline, y tambi?n a nosotros dos.

– Pues habr? que correr el riesgo.

– Por supuesto, ten?is raz?n al hablar s?lo por vos…

– Y por ti tambi?n, Andr?: puedes creerme, hijo m?o. ?Por ti tambi?n! -exclam? acerc?ndose al joven-. Te imploro que creas en mi palabra de honor, y que obtengas ese permiso para la se?ora de Plougastel.

Andr?-Louis miraba desconcertado a su padrino.

– Es incre?ble -dijo-. Tengo un grato recuerdo del inter?s que esa dama me demostr? durante unos d?as cuando yo era un ni?o, y m?s recientemente, en Par?s, cuando quiso convertirme a lo que ella supon?a el credo pol?tico m?s correcto. Pero eso no basta para que arriesgue el pescuezo por ella. No, ni tampoco vuestro pescuezo ni el de Aline.

– ?Pero, Andr?!…

– ?sta es mi ?ltima palabra, se?or. Se me hace tarde y esta noche quiero dormir en Par?s.

– ?No, no! ?Espera! -el se?or de Gavrillac demostraba una indecible angustia-. Andr?-Louis, tienes que salvar a esa se?ora…

Hab?a en su insistencia y en su exaltaci?n algo tan delirante, que Andr?-Louis se vio obligado a pensar que detr?s de todo aquello hab?a alguna obscura y misteriosa raz?n.

– ?Tengo que salvarla? -repiti?-. ?Y por qu?? ?Qu? raz?n pod?is ofrecerme?

– La raz?n m?s contundente.

– Dejad que sea yo quien juzgue si es una raz?n contundente -dijo Andr?-Louis aumentando la desesperaci?n del se?or de Kercadiou. Arrugando la frente, empez? a dar vueltas por la habitaci?n con las manos cruzadas a la espalda. Al fin se detuvo frente a su ahijado.

– ?No te basta con mi palabra para creer que esa raz?n existe? -exclam? angustiado.

– ?En un asunto en el que me juego la vida? ?Oh, se?or, seamos razonables!

– Si te dijera cu?l es la raz?n, faltar?a a mi palabra de honor y a mi juramento -dijo el se?or de Kercadiou girando sobre los talones y retorci?ndose las manos. Y entonces, volvi?ndose a Andr?-Louis, a?adi?-: Pero en este caso tan extremo y desesperado, ya que insistes con tan poca generosidad, no me queda m?s remedio que dec?rtelo. Que Dios me ayude, pues no tengo elecci?n. Ella lo comprender? cuando se entere. Andr?, hijo m?o… -hizo una pausa, asustado, y puso una mano en el hombro de su ahijado, quien se asombr? al ver que su padrino estaba llorando-. ?La condesa de Plougastel es tu madre!

Se hizo un largo silencio. Andr?-Louis apenas pudo comprender lo que acababan de decirle. Cuando al fin lo comprendi?, su primer impulso fue gritar. Pero se domin?, actuando como un estoico. Siempre ten?a que estar representando alg?n papel. Estaba en su naturaleza. Una naturaleza a la que segu?a siendo fiel incluso en aquel momento supremo. Se mantuvo callado hasta que, obedeciendo a su instinto histri?nico, pudo convencerse a s? mismo de que hablaba sin emoci?n.

– ?Ah, ya veo! -dijo con frialdad.

Se remont? al pasado. R?pidamente revivi? los recuerdos que conservaba de la se?ora de Plougastel, su singular aunque espor?dico inter?s por ?l, la curiosa efusi?n de afecto y vehemencia que siempre le manifestaba, y s?lo entonces comprendi? todo lo que hasta entonces tanto le hab?a intrigado.

– ?Ah, ahora comprendo! -dijo y a?adi?-: ?C?mo pude ser tan tonto y no darme cuenta antes!

El se?or de Kercadiou fue quien grit?, quien retrocedi? como si hubiera recibido una bofetada.

– ?Por el amor de Dios, Andr?-Louis! ?Es que no tienes coraz?n? ?C?mo puedes tomar semejante revelaci?n con tanta indolencia?

– ?Y c?mo quer?is que la tome? ?Debe sorprenderme descubrir que tengo una madre? Al fin y al cabo, para nacer es indispensable tener una madre.

Entonces se sent? abruptamente, para que no se notara que le temblaban las piernas. Sac? un pa?uelo para secarse la frente sudorosa. Y s?bitamente empez? a llorar.

Al ver aquellas l?grimas, el se?or de Kercadiou se acerc?, se sent? a su lado y le abraz? cari?osamente.

– Andr?-Louis, mi pobre muchacho -murmur?-. Fui… fui lo bastante tonto para creer que no ten?as coraz?n. Me has enga?ado con tu infernal fingimiento, y ahora veo… veo…

No estaba muy seguro de lo que ve?a, o m?s bien vacilaba al querer expresarlo.

– No es nada, se?or. Estoy agotado y… y estoy resfriado. -Entonces comprendi? que aquello era superior a sus fuerzas y, cansado de fingir, pregunt?-: Pero ?por qu? tanto misterio? ?Por qu? me lo ocultaron todo?

– As? ten?a que ser, Andr?… por prudencia…

– Pero ?por qu?? Confesadlo todo, se?or. Ya que me hab?is dicho tanto, necesito saber el resto.

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