CAP?TULO PRIMERO Transici?n
Es lamentable -escrib?a Andr?-Louis desde Par?s a Le Chapelier, en una carta que a?n se conserva- que me haya despojado definitivamente del ropaje de Scaramouche, puesto que no hay otro m?s adecuado para m?. Todo parece indicar que mi papel es provocar siempre la conflagraci?n y luego escapar antes de que me alcance el fuego. Es algo humillante. Y trato de consolarme con Epicteto -?lo has le?do?-, quien dec?a que no somos m?s que actores de una obra de teatro donde desempe?amos el papel que nos ha asignado el director. Sin embargo, no me consuela haber sido escogido para un papel tan despreciable que casi siempre consiste en el arte de escurrir el bulto. Pero si no soy valiente, al menos soy prudente, de modo que si me falta alguna virtud, puedo reivindicar otra con creces. En una ocasi?n fui condenado a la horca por sedici?n. ?Iba a quedarme de brazos cruzados para que me ahorcaran? Esta vez me ahorcar?an por varios motivos, incluyendo un asesinato, aunque en realidad no s? si el ignominioso Binet est? vivo o muerto a causa del plomo que le aloj? en su asquerosa panza. Me gustar?a que estuviera muerto. Y en el Infierno. Pero en realidad me da lo mismo. En el terreno personal, tengo problemas. He gastado lo poco que pude llevarme cuando hu? de Nantes aquella terrible noche, y las dos ?nicas profesiones que conozco -las leyes y el escenario- est?n cerradas para m?, ya que no puedo buscar empleo en ninguna de las dos sin delatarme y ponerme en manos del verdugo. As? las cosas, es posible que me muera de hambre, sobre todo tomando en cuenta el precio de los v?veres en esta fam?lica ciudad. Y otra vez busco consuelo en Epicteto: «Es mejor -dec?a-morir de hambre tras haber vivido sin aflicci?n ni miedo, que vivir en la abundancia pero con el esp?ritu turbado». Lo m?s probable es que muera en la forma que ?l considera tan envidiable. Que no me parezca tan envidiable no hace m?s que probar que como estoico no doy la talla.
Existe otra carta suya, fechada en la misma ?poca y dirigida al marqu?s de La Tour d'Azyr, que public? el se?or ?mile Quersac en su libro Corrientes subterr?neas en la revoluci?n de Breta?a, exhumada por ?l de los archivos de Rennes, donde deposit? esa carta el se?or de Lesdigui?res, quien a su vez la hab?a recibido de manos del marqu?s como parte de la documentaci?n judicial.
Los peri?dicos de Par?s -dice la carta-, que han reflejado con lujo de detalles la reyerta en el Teatro Feydau y descubierto la verdadera identidad de su autor, Scaramouche, me informan tambi?n que hab?is escapado al destino que os preparaba cuando suscit? aquel hurac?n de indignaci?n p?blica. No cre?is que lamento vuestra salvaci?n. Al contrario, me alegro. Matar justicieramente tiene la desventaja de que el ajusticiado no se entera de que se ha hecho justicia. De haber muerto aquella noche, de haber sido descuartizado en el teatro, ahora estar?ais durmiendo un eterno sue?o imperturbable. Y eso me atormentar?a. Es mejor que el culpable exp?e sus delitos en el tormento que en la muerte s?bita. No estoy seguro de que exista un Infierno en la otra vida, pero s? s? que lo hay en ?sta. Y deseo que continu?is viviendo un poco, para que prob?is algo de su amargura.
Asesinasteis a Philippe de Vilmorin porque tem?ais lo que llamasteis su «peligroso don de la elocuencia». Aquel d?a jur? que vuestra diab?lica acci?n no dar?a frutos, pues la voz que hab?ais asesinado resonar?a como un clar?n por todo el pa?s. ?ste es mi concepto de venganza. ?Hab?is comprobado c?mo he empezado a ejecutarla y c?mo seguir? haci?ndolo cada vez que se presente la ocasi?n? Al otro d?a de vuestro crimen, durante mi arenga al pueblo de Rennes, ?no o?steis la voz de Philippe de Vilmorin proclamando sus ideas con ardor y pasi?n superiores a las suyas, gracias a que el esp?ritu de la justicia me inflam? con su ayuda? En Nantes, en la voz de Omnes Omnibus -de nuevo mi voz- pidiendo el dominio del Tercer Estado, ?no o?steis otra vez la voz de Philippe de Vilmorin? ?Hab?is pensado que fueron sus ideas y no un hombre lo que asesinasteis, ideas resucitadas en m?, su amigo superviviente? ?Comprend?is que fueron esas mismas ideas las que invalidaron vuestro recurso a las armas, cuando fuisteis derrotado en Rennes y obligado a esconderos en el convento de los franciscanos? Y aquella noche, cuando desde el escenario del Teatro Feydau fuisteis desenmascarado, ?no escuchasteis otra vez la voz de Philippe de Vilmorin, aquel peligroso don de la elocuencia que tan neciamente cre?steis silenciar con una estocada? As? pues, esa voz que resuena desde la tumba, os perseguir? incansablemente hasta que se?is arrojado al Infierno. Ahora lamentar?is no haberme matado tambi?n como os invit? a hacer en aquella ocasi?n. Disfruto imaginando la amargura de vuestro arrepentimiento. Sentir la frustraci?n de haber perdido una oportunidad como aqu?lla es el peor infierno para el alma, sobre todo para la vuestra. ?stas son las razones por las que me alegro de que os salvarais de la batalla campal en el Teatro Feydau, aunque confieso que no era ?sa mi intenci?n cuando la provoqu?. Por eso estoy contento de que sig?is con vida, rabiando y sufriendo en la sombra, sabiendo al fin -puesto que no tuvisteis la lucidez de comprenderlo antes- que la voz de Philippe de Vilmorin no dejar? de denunciaros, cada vez con mayor insistencia, hasta que, despu?s de vivir temeroso, caig?is ensangrentado a manos del justo castigo que el peligroso don de la elocuencia de vuestra v?ctima ha levantado contra vos.
Curiosamente en esta carta no se menciona a la se?orita Binet. Pudiera tratarse de una falta de sinceridad de su autor, acaso un gesto vanidoso, pues no quiere dar a entender que estaba herido por el desaire de Clim?ne, y de este modo la acci?n que protagoniz? en el Teatro Feydau aparece solamente como parte de la misi?n que ?l mismo se impuso.
Estas dos cartas, ambas fechadas en abril de aquel ano de 1789, trajeron como resultado que Andr?-Louis Moreau fuera buscado con m?s intensidad.
Le Chapelier lo buscaba para ayudarlo, insistiendo en que se metiera de lleno en la pol?tica. Cada vez que hab?a una vacante, los electores de Nantes tambi?n lo buscaban, o sea, buscaban a Omnes Omnibus, cuya identidad real a?n desconoc?an. Y, por otra parte, tanto el marqu?s de La Tour d'Azyr como el procurador del rey, el se?or de Lesdigui?res, lo buscaban para mandarlo al cadalso.
Con af?n no menos vengativo, tambi?n le buscaba Binet, quien por desgracia se hab?a restablecido de su herida para enfrentarse a la ruina total. Los miembros de su compa??a le hab?an abandonado durante su convalecencia. Ahora, reconstituida bajo la direcci?n de Polichinela, la troupe trataba con alg?n ?xito de seguir el camino se?alado por Andr?-Louis. De resultas del mot?n en el teatro, el se?or marqu?s no pudo expresarle personalmente a la se?orita Binet su prop?sito de poner fin a sus relaciones, y se vio obligado a escribirle desde su castillo unos d?as m?s tarde. Para que la muchacha no quedara demasiado atribulada, tambi?n le envi? un billete por valor de cien luises. A pesar de lo cual, la carta casi fulmin? a la infortunada Clim?ne y, para colmo, su padre volvi? a reprocharle que se hubiera entregado tan prematuramente haciendo caso omiso de sus sabios consejos. Padre e hija atribu?an la decisi?n del marqu?s a la reyerta del Teatro Feydau. Por lo dem?s, hac?an responsable de todo a Scaramouche, y pensaban con rencor que el muy sinverg?enza se hab?a vengado de manera desproporcionada. Sin embargo, Clim?ne lleg? a considerar que hubiera sido mejor seguir con Scaramouche, casarse con ?l, y dejar en sus manos la misi?n de llevarla a la c?spide de su estrellato, cosa ahora del todo imposible. Esas reflexiones eran suficiente castigo para ella, pues como tan acertadamente escribi? Andr?-Louis, no hay peor infierno que «la frustraci?n de haber perdido una oportunidad».
Mientras todos lo buscaban con tanto ah?nco, Andr?-Louis Moreau viv?a pr?cticamente en la clandestinidad. Mientras la polic?a de Par?s, espoleada por el procurador del rey desde Rennes, le buscaba en vano, ?l viv?a en una casa a dos pasos del Palais Royal, en la rue du Hasard, adonde precisamente el azar quiso llevarlo.
Lo que en su carta a Le Chapelier aparec?a como una posibilidad, finalmente ocurri?. Estaba en la miseria. Se hab?a quedado sin dinero, incluyendo el que obtuvo por la venta de las prendas y otros art?culos personales de los que hab?a podido prescindir.
Tan desesperado estaba que una ma?ana de abril, mientras andaba curioseando por la rue du Hasard, se detuvo a leer un anuncio clavado en la puerta de una casa que ca?a a la izquierda, casi llegando a la rue de Richelieu. Tal vez el nombre de su calle, tan ligado a la casualidad, estaba a punto de obrar un milagro. El aviso estaba escrito a mano, con letra rotunda, y anunciaba que el se?or Bertrand des Amis, que viv?a en el segundo piso de aquella casa, precisaba un joven con apostura que supiera algo de esgrima. Cuatro flores de lis y dos espadas cruzadas blasonaban el anuncio, debajo del cual se le?a en letras de oro:
BERTRAND DES AMIS
Maestro de Esgrima de la Academia del Rey
Andr?-Louis se qued? un rato pensando. ?l reun?a las cualidades all? descritas. Era joven, apuesto, y en Nantes hab?a adquirido las nociones elementales de aquel arte. Por su aspecto, el aviso parec?a reci?n colocado, por lo tanto, a?n no deb?an de haberse presentado muchos candidatos, y tal vez por esa raz?n el se?or Bertrand des Amis no se mostrara tan exigente. En cualquier caso, Andr?-Louis llevaba todo un d?a sin comer, y aunque aquel empleo -cuya naturaleza a ciencia cierta a?n no conoc?a- no encajaba con sus vocaciones, ahora no estaba para peque?eces.
Adem?s, le gust? ese nombre de Bertrand des Amis. Era una feliz combinaci?n que suger?a una mezcla de amistad 1 y caballerosidad. Por otra parte, ya que la profesi?n de maestro de esgrima era tan caballeresca, lo m?s probable era que Bertrand des Amis no le hiciera demasiadas preguntas.
As? pues subi? hasta el segundo piso, en cuyo rellano vio una puerta con el r?tulo «Academia del Se?or Bertrand des Amis». La empuj? y entr? en una antesala poco amueblada. Desde una habitaci?n cercana, llegaba un ruido de pisadas y de aceros entrechocando, dominados por una voz vibrante, que hablaba ciertamente franc?s, pero una clase de franc?s que s?lo se oye en una escuela de esgrima:
– Coulez! Mais, coulez done! ?As?! ?Ahora el ataque de cuarta al flanco! ?En guardia! ??sta es la respuesta! Empecemos de nuevo. ?Eso es! Guardia en tercera. Ahora viene el corte y luego la quinta sacando la espada de debajo… Oh, mais allongez! Allongez! Allez au fond! -la voz gritaba en tono de reconvenci?n-. Vamos, eso est? mejor.