– Te las has ingeniado para pasar dos a?os sin besarla.
– Se?or, no me reproch?is ahora mi infortunio.
El se?or de Kercadiou estaba muy envarado. Echaba hacia atr?s la cabeza y su clara mirada se mostraba adusta.
– ?Ya olvidaste que me ofendiste escapando de un modo tan desconsiderado y sin darnos la menor noticia de si estabas vivo o muerto?
– Al principio era muy peligroso descubrir mi paradero. Luego, durante un tiempo, padec? necesidad, estaba casi en la miseria, pero, despu?s de lo que hab?a hecho y de la opini?n que deb?ais tener de m?, mi orgullo me imped?a apelar a vuestra ayuda. Despu?s…
– ?En la miseria? -le interrumpi? el se?or de Kercadiou.
Por un momento, sus labios temblaron. Despu?s recobr? su presencia de ?nimo y frunci? las cejas mientras observaba el esplendor del vestido de Andr?-Louis, las hebillas y los tacones rojos de su calzado, la espada con pu?o de plata incrustado de perlas, y el cabello -que ?l siempre hab?a visto despeinado- ahora cuidadosamente cortado y peinado.
– Pues ahora no pareces estar en la miseria -dijo mof?ndose de ?l.
– No lo estoy. He prosperado bastante desde entonces ac?. En eso me distingo del hijo pr?digo que vuelve s?lo para pedir ayuda. Yo he vuelto ?nicamente porque os amo, y para dec?roslo. He venido a veros en cuanto supe de vuestra presencia aqu?. ?Querido padrino! -exclam? avanzando con la mano tendida.
Pero el se?or de Kercadiou permaneci? inflexible, encastillado en su rencor, en su fr?a dignidad.
– Cualesquiera que hayan sido tus tribulaciones, no son nada comparadas con lo que merec?a tu conducta, y advierto que no han disminuido tu descaro. ?Crees que basta con llegar aqu? y exclamar «?querido padrino!» para que todo sea perdonado y olvidado? Est?s equivocado. Has hecho demasiado da?o, has atacado todo cuanto yo creo y sostengo, incluy?ndome a m?, pues traicionaste la confianza que hab?a depositado en ti. T? eres uno de los malditos granujas responsables de esta revoluci?n.
– ?Ay, ya veo que incurr?s en el error m?s com?n! Esos malditos granujas s?lo piden una Constituci?n, como les prometi? la Corona. Ellos no pod?an saber que la promesa era falsa o que su realizaci?n ser?a obstaculizada por las clases privilegiadas. Si alguien ha radicalizado esta revoluci?n son los nobles y los curas.
– ?A estas alturas todav?a te atreves a decir delante de m? tan abominables mentiras? ?Te atreves a decir que los nobles han hecho la revoluci?n cuando muchos de ellos, siguiendo el ejemplo del duque de Aiguillon, han dejado sus privilegios y hasta sus t?tulos en manos del pueblo? ?Acaso puedes negarlo?
– ?Oh, no! Despu?s de incendiar su casa, ahora tratan de apagar las llamas ech?ndole agua, y cuando fracasan le echan toda la culpa al fuego.
– Veo que has venido aqu? a hablar de pol?tica.
– Nada m?s lejos de mi intenci?n. He venido, si es posible, a explicarme. Comprender es siempre perdonar. Eso dijo Montaigne. Si yo pudiera haceros comprender…
– No puedes. Jam?s comprender? c?mo te convertiste en algo tan odioso para Breta?a.
– ?Odioso? Eso no.
– Digo odioso para los que importan. Dicen que eres Omnes Omnibus, cosa que no puedo ni quiero creer.
– Pues es cierto.
El se?or de Kercadiou se atragant?.
– ?Confiesas que eres t??
– Lo que un hombre se ha atrevido a hacer, debe atreverse a confesarlo, a menos que sea un cobarde.
– ?Oh! Seguramente fuiste muy valiente cada vez que escapabas despu?s de actuar, cuando te convertiste en c?mico de la legua para esconderte mejor y para seguir haciendo m?s da?o, cuando provocaste una revuelta en Nantes y volviste a escapar para convertirte en Dios sabe qu? cosa… ?En algo deshonesto a juzgar por la ropa que llevas! ?Dios m?o! Te aseguro que en estos dos a?os pasados he deseado muchas veces que estuvieras muerto y me desilusiona profundamente saber que no lo est?s.
Entonces dio una palmada y grit? con voz chillona:
– ?B?noit!
Luego se dirigi? a la chimenea con el rostro p?rpura y tembloroso.
– Muerto -prosigui?-, podr?a perdonarte como a quien ha pagado sus maldades y su locura. Pero estando vivo, jam?s podr? perdonarte. Has ido demasiado lejos, y s?lo Dios sabe c?mo acabar?s. B?noit -a?adi? cuando vio entrar al criado-, acompa?a al se?or Andr?-Louis Moreau a la puerta.
El tono del anciano era en?rgico. Ante aquel rapapolvo a guisa de despedida, Andr?-Louis se qued? p?lido, conteniendo a medias su dolor, pero con el coraz?n en un pu?o. Vio al pobre B?noit, alzando sus brazos temblorosos en un amago de reproche a su amo. Y entonces se oy? otra voz, fresca, cantar?na, pero tambi?n algo indignada:
– ?T?o! -y luego exclam?-: ?Andr?! -Era una voz calurosa, que denotaba alegr?a, aunque mezclada con un timbre de sorpresa.
Los tres hombres se volvieron para ver a Aline entrando por una de las grandes puertas ventanas del jard?n. Llevaba una de esas cofias de lechera que eran el ?ltimo grito de la moda, aunque sin la escarapela tricolor que generalmente sol?a adornar ese tocado. Andr?-Louis sonri? al verla. A su mente acudi? el recuerdo de su ?ltimo encuentro con ella. Se vio en las calles de Nantes, ardiendo de indignaci?n mientras la carroza de Aline se alejaba por la avenida de Gigan.
Ahora ella ven?a hacia ?l con las manos tendidas, con las mejillas ligeramente ruborizadas y una sonrisa de bienvenida. ?l hizo una profunda reverencia y bes? su mano en silencio.
Entonces, con una mirada y un gesto, Aline le indic? a B?noit que pod?a retirarse, y con voz imperiosa se convirti? en abogada de Andr? ante la ?spera despedida que hab?a escuchado al asomarse a la ventana que daba al jard?n.
– Querido t?o -dijo dejando a Andr?-Louis y acerc?ndose al se?or de Kercadiou-, me asombra vuestra actitud. ?C?mo permit?s que un mal humor pasajero sea superior a todo el cari?o que sent?s por Andr??
– Yo no le tengo ning?n cari?o. Eso era antes. ?l quiso prescindir de mi cari?o. ?Que se vaya al diablo! Y no permitir? que te inmiscuyas en este asunto.
– Pero si ?l mismo ha confesado que ha hecho mal…
– ?l no confiesa absolutamente nada. Viene aqu? a discutir conmigo sobre esos infernales Derechos del Hombre. Lejos de arrepentirse, se enorgullece de haber sido, como aseguran todos los bretones, el canalla que se ocult? bajo el seud?nimo de Omnes Omnibus. ?Puedo perdonarle eso?
Ella se volvi? a Andr?-Louis:
– ?Es eso verdad? ?No te arrepientes, Andr?, ni siquiera ahora que puedes ver todo el da?o que nos han hecho?
Era una clara invitaci?n, una s?plica para que se arrepintiera e hiciera las paces con su padrino. Por un momento, casi se conmovi?. Pero luego, considerando que era un subterfugio indigno, contest? con el dolor vibrando en su voz:
– Confesar arrepentimiento ser?a como confesar un crimen monstruoso. ?No os dais cuenta? ?Oh, se?or, un poco de paciencia, por favor, y os lo explicar? todo! Dec?s que soy en parte al menos responsable de cuanto os ha sucedido. Mis exhortaciones al pueblo, primero en Rennes y luego en Nantes, dec?s que influyeron en lo que luego all? tuvo lugar. Es posible. No puedo negarlo categ?ricamente. Despu?s vino la revoluci?n y el derramamiento de sangre. Y puede que a?n no haya ocurrido lo peor. Pero arrepentirse significa reconocer que se ha obrado mal. ?C?mo voy a admitir que he obrado mal y cargar sobre mi conciencia con toda esa sangre derramada? Voy a hablaros con el coraz?n en la mano, para que ve?is cuan lejos estoy del arrepentimiento. Lo que hice, lo hice contra mis convicciones de aquella ?poca. Como no hab?a justicia en Francia para castigar al asesino de Philippe de Vilmorin, no me qued? m?s remedio que seguir mi propio camino para conseguir ese prop?sito. Entonces descubr? que yo estaba en un error, y que Philippe de Vilmorin y los que pensaban como ?l ten?an raz?n. Cuando en un gobierno no hay justicia, la emancipaci?n del hombre es imposible. Pero yo pensaba que fuera cual fuera la clase que llegara al gobierno, abusar?a del poder. Despu?s comprend? que la ?nica garant?a contra el abuso del poder es que el gobierno est? en manos del pueblo. Si no hubiera comprendido esto, ?cu?l ser?a ahora mi situaci?n? Me remorder?a la conciencia pensando incesantemente que, por una insensata tentativa de venganza, hab?a perpetrado un mal mucho m?s atroz que el que trataba de vengar. As? pues, deb?is comprender que no tengo nada de qu? arrepentirme, sino m?s bien al contrario, pues cuando a Francia le sea otorgado el inestimable beneficio de una Constituci?n, como pronto suceder?, podr? enorgullecerme del papel que he desempe?ado para que eso sea posible.
Hizo una pausa. El rostro del se?or de Kercadiou estaba al rojo vivo.
– ?Has terminado ya? -pregunt? ?speramente.
– Si me hab?is comprendido, s?.
– ?Oh, s?! Te he comprendido… y te repito que te vayas.
Andr?-Louis se encogi? de hombros y agach? la cabeza. Despu?s del anhelo y la alegr?a que le hab?a impulsado a acudir all?, lo desped?an con cajas destempladas. Mir? a Aline. Su rostro estaba p?lido y turbado. Esta vez no se le ocurr?a nada para ayudarlo. En su excesiva honestidad, Andr?-Louis hab?a quemado todas sus naves.
– Muy bien, se?or. Quiero que record?is, cuando me haya ido, que no he venido en busca de ayuda ni obligado por la necesidad. Como ya dije, no soy el hijo pr?digo. Nada necesito, nada pido, soy due?o de mi destino, y s?lo vine estimulado por el cari?o y la gratitud que continuar? profes?ndoos.
– ?Oh, s?! -exclam? Aline volvi?ndose a su t?o. Al fin encontraba un argumento a favor de Andr?, o al menos eso pensaba-. ?sa es la pura verdad. Seguro que…
Exasperado, su t?o le orden? que se callara.
– Quiz?s a partir de ahora -prosigui? Andr?-Louis- lo que os he dicho sirva para que pens?is en m? m?s bondadosamente.
– A partir de ahora no tendr? ocasi?n de pensar en ti. Te repito que te marches.
Andr?-Louis mir? un instante a Aline, como si a?n vacilara.
Ella le contest? mirando a su furioso t?o, encogi?ndose levemente de hombros y frunciendo el ce?o, profundamente desalentada. Era como si dijera: «Ya ves el humor que tiene. No hay nada que hacer».
Con la gracia que la pr?ctica de la esgrima le hab?a dado, Andr?-Louis salud? y sali?.
– ?Oh, esto es cruel, muy cruel! -grit? Aline con voz ahogada, retorci?ndose las manos y dirigi?ndose a la puerta ventana por la que antes hab?a entrado.
– ?Aline! ?Adonde vas? -grit? su t?o.
– No sabemos d?nde encontrarle…
– Ni falta que hace…
– Puede que nunca volvamos a verle.
– Es lo que fervientemente deseo.
– ?Uf! -exclam? Aline y sali? al jard?n.
Su t?o la llam? orden?ndole que volviera. Pero Aline, que era una chica obediente, se tap? los o?dos para poder desobedecer y corri? hacia el camino para alcanzar a Andr?-Louis.