Scaramouche se encogi? de hombros elocuentemente. Polichinela dijo melanc?lico:
– Por supuesto, esto estaba previsto. Pero ?por qu? tienes que ser el ?nico que se vaya? Eres t? quien ha hecho de nosotros lo que somos, eres la verdadera cabeza de la troupe; nos has convertido en una aut?ntica compa??a de teatro. Si alguien tiene que irse, que sea Binet, Binet y su infernal hija. ?Oh, si te vas, todos nos iremos contigo!
– ?Ay! -a?adi? Rhodomont-. Bastante hemos sufrido con ese brib?n.
– Ya hab?a pensado en esa posibilidad -dijo Andr?-Louis- y no por vanidad, sino por confianza en vuestra amistad. Si sigo vivo despu?s de ?sta, os prometo que considerar? esa posibilidad.
– ?Seguir vivo? -preguntaron los dos actores al un?sono.
Polichinela se puso en pie. -?Qu? locura tienes en mente?
– Por una parte, voy a darle una satisfacci?n a L?andre, y por otra, tengo una pelea pendiente con alguien…
En ese momento sonaron los tres golpes de bast?n en el escenario.
– ?Me llaman a escena! -dijo Scaramouche-. Guarda ese papel, Polichinela. Aunque despu?s de todo, quiz? no sea necesario.
Y sali?. Rhodomont y Polichinela se miraron at?nitos.
– ?Qu? demonios se traer? entre manos? -pregunt? Rhodomont.
– Lo mejor ser? ir a verlo -contest? el otro.
A pesar de lo que le dijo Scaramouche, Polichinela termin? de vestirse apresuradamente y sigui? a Rhodomont.
Al acercarse a los bastidores una salva de aplausos los recibi?. Eran algo m?s que aplausos, se trataba de aplausos bastante ins?litos. Cuando cesaron, se oy? la voz de Scaramouche vibrando como una campana:
– Ya ves, amigo L?andre, que cuando hablas del Tercer Estado hay que explicarse mejor. ?Qu? es, exactamente, el Tercer Estado?
– Nada -respondi? L?andre.
Desde los bastidores se oy? el sofocado murmullo de asombro del p?blico, pero enseguida vino otra pregunta de Scaramouche:
– Desgraciadamente es cierto. Pero ?qu? tendr?a que ser?
– Todo -dijo L?andre.
Los espectadores redoblaron su ovaci?n, ahora m?s en?rgica por lo inesperado de la r?plica.
– Cierto es tambi?n -dijo Scaramouche-, es m?s, eso es lo que ser?, lo que ya es. ?Acaso lo dudas?
– No, lo espero -dijo L?andre, que todo lo hab?a ensayado en secreto con su compa?ero.
– Puedes estar seguro -dijo Scaramouche, otra vez en medio de estruendosas aclamaciones.
Polichinela y Rhodomont volvieron a mirarse, y ?ste gui?? un ojo no sin alegr?a.
– ?Maldita sea! -rebuzn? alguien detr?s de ellos-. ?Otra vez empieza el granuja con sus mensajes pol?ticos?
Los dos actores se volvieron para encontrarse frente a frente con Binet. A paso de lobo hab?a llegado hasta ellos, y ahora estaba all? con su traje escarlata de Pantalone y los ojillos centelleando de ira a ambos lados de su narizota de cart?n. Pero de nuevo la voz de Scaramouche capt? toda su atenci?n. El actor hab?a avanzado hasta el borde del proscenio.
– L?andre -dijo al p?blico- duda a veces, porque es de los que todav?a adoran al carcomido ?dolo del Privilegio. Por eso teme creer en una verdad que empieza a resplandecer para todo el mundo. ?Podr? convencerle? ?Tendr? que decirle c?mo una turba de nobles, escoltados por criados armados, unos seiscientos hombres en total, trataron de doblegar al Tercer Estado de Rennes hace pocas semanas? ?Tendr? que recordarle la conducta marcial demostrada en esa ocasi?n por el Tercer Estado, y c?mo limpiaron las calles de esa chusma de nobles encanallados… de cette canaille noble 1 ?
Un delirante aplauso lo oblig? a hacer una pausa. La ?ltima frase del parlamento de Scaramouche hab?a puesto el dedo en la llaga. A los del p?blico que hab?an sufrido aquella infame denominaci?n de «canallas», les encant? la ocurrencia de que ahora se volviera contra los nobles que la hab?an acu?ado.
– Pero quiero hablaros de su jefe -prosigui? Scaramouche dirigi?ndose al p?blico-, que es le plus noble de cette canaille ou bien le plus canaille de ces nobles11 . Vosotros le conoc?is. Le teme a muchas cosas, pero sobre todo, a la voz de la verdad. Cuando la verdad es dicha con elocuencia, los de su clase tratan de silenciarla al instante. Por eso acaudill? a sus pares y a sus servidumbres, y les llev? para que asesinaran a infortunados burgueses s?lo por el delito de haber levantado la voz. Pero esos infortunados burgueses se negaron a ser asesinados en las calles de Rennes. Se les ocurri? que ya que los nobles hab?an decretado que corriera la sangre, pod?a muy bien ser la sangre de los nobles la que corriera. Y formaron en orden de batalla -la noble chusma contra la chusma de los nobles-, y lo hicieron tan bien, que los arist?cratas, con el se?or de La Tour d'Azyr a la cabeza, huyeron en tropel hasta refugiarse en el convento de los franciscanos. Gracias a ese sagrado santuario, algunos sobrevivieron y entre ellos, el arrogante jefe de todos, el marqu?s de La Tour d'Azyr. Todos conoc?is a ese esforzado marqu?s, a ese gran se?or de horca y cuchillo.
La sala estall? con el ruido de una tempestad que s?lo ces? un poco cuando se oy? de nuevo la voz de Scaramouche:
– ?Oh, qu? espect?culo tan maravilloso fue ver a ese gran cazador corriendo como una liebre para esconderse en el convento de los franciscanos! Desde entonces nadie le ha vuelto a ver por Rennes. Y sin embargo, desde entonces Rennes no ansia otra cosa que volverlo a ver. Pero es curioso que siendo tan valiente, sea tan discreto. ?Y d?nde cre?is que se ha refugiado ese gran noble que quer?a lavar las calles de Rennes con la sangre de sus ciudadanos, ese hombre que hubiera hecho una carnicer?a con j?venes y viejos, con cualquiera de los que ?l llama la canaille, con tal de silenciar la voz de la raz?n y la libertad que hoy ya empieza a o?rse en toda Francia? ?D?nde cre?is que se esconde? Pues aqu?, en Nantes.
Se oy? otro vocer?o, pero Scaramouche prosigui?:
– ?Qu? dec?s? ?Que no puede ser? Pues yo os garantizo, amigos m?os, que en este momento est? aqu?, en este teatro, acechando sin ser visto desde aquel palco. Pero es demasiado t?mido para mostrarse en p?blico. ?Oh, es un caballero tan modesto! Pero est? all?, detr?s de esas cortinas. ?No os mostrar?is ante vuestros amigos, marqu?s de La Tour d'Azyr, y ya que consider?is que la elocuencia es un don tan peligroso, no les dirigir?is ni una sola palabra? Si no lo hac?is; creer?n que estoy mintiendo cuando les digo que est?is aqu?…
A pesar de lo que Andr?-Louis pensara de ?l, el se?or de La Tour d'Azyr no era un cobarde. Decir que se escond?a en Nantes no era cierto. El marqu?s iba y ven?a p?blica y descaradamente. Lo que pasaba era que los habitantes de Nantes hasta ese momento ignoraban su presencia entre ellos, s?lo porque ?l hab?a desde?ado notificarles su llegada, del mismo modo que hubiera desde?ado ocult?rsela.
Al verse as? desafiado, y a pesar del peligroso ambiente que se respiraba en el teatro, donde el p?blico era mayoritariamente burgu?s, el marqu?s de La Tour d'Azyr se opuso a la resistencia de Chabrillanne y descorri? las cortinas del palco mostr?ndose s?bitamente, p?lido, pero ecu?nime y desde?oso. Primero mir? al osado Scaramouche y luego a los que desde abajo le manifestaban su hostilidad. Crispando los pu?os y enarbolando amenazadores bastones en el aire, la gente multiplicaba sus alaridos:
– ?Asesino! ?Canalla! ?Cobarde! ?Traidor!
Pero el hombre se manten?a firme frente a la tormenta, siempre sonriendo con inefable desprecio. Esperaba un poco de silencio para hablar. Pero esper? en vano, como muy pronto comprendi?. Su mueca de desprecio, que no se tom? el trabajo de disimular, s?lo serv?a para acicatear el odio hacia ?l.
La platea se convirti? en un pandem?nium. Aqu? y all? los hombres se liaban a pu?etazos, y ya se ve?an brillar algunas espadas, aunque por suerte estaban todos tan apretujados, que apenas si pod?an desenvainarlas. Los que iban acompa?ados de damas, y los t?midos por naturaleza, abandonaron precipitadamente el teatro convertido en campo de batalla, mientras los m?s iracundos romp?an las sillas para usarlas a guisa de garrotes y arrancaban los candelabros de las paredes us?ndolos como armas arrojadizas. Uno de esos candeleros de aplique, arrojado por un arist?crata desde un palco, estuvo a punto de romperle la cabeza a Scaramouche, quien segu?a en medio del escenario, contemplando triunfal las consecuencias de su morcilla convertida en arenga. Conociendo la inflamable sustancia de que estaba hecho aquel p?blico, hab?a arrojado con acierto la tea de la discordia. All? estaban los representantes de uno y otro bando enzarzados en aquella reyerta que ya era el preludio de la gran conmoci?n que agitar?a a toda Francia. Los llamamientos resonaban en el teatro:
– ?Abajo la canaille! -vociferaban unos. -?Abajo los privilegiados! -aullaban otros. Y por encima de la griter?a, se o?a, tenazmente, el grito de: -?Al palco! ?Muerte al carnicero de Rennes! ?Muerte al marqu?s de La Tour d'Azyr que le ha declarado la guerra al pueblo! Una avalancha de gente se abalanz? a una de las puertas de la platea que daba a la escalera que conduc?a a los palcos.
Entonces, mientras la lucha y el caos se esparc?an a la velocidad de un rayo m?s all? del teatro, llegando incluso a la calle, el palco del se?or de La Tour d'Azyr se convirti? en el centro de los ataques de los burgueses y en el basti?n no s?lo de los arist?cratas, sino tambi?n de los que en cierta forma estaban ligados a la nobleza.
El marqu?s de La Tour d'Azyr hab?a dejado su palco para encontrarse con los que se le un?an. Y ahora, en la platea, un grupo de furibundos caballeros trataba de abrirse paso hasta el escenario, a trav?s del foso de la orquesta, para castigar al audaz comediante responsable de aquella revuelta. Pero otro grupo de hombres, que apoyaba a Andr?-Louis, les opuso resistencia oblig?ndolos a retroceder.
En vista de esto, y acord?ndose del candelera que le hab?an arrojado, Scaramouche se volvi? a L?andre, que permanec?a a su lado, y le dijo:
– Ha llegado la hora de irnos.
L?andre, l?vido bajo el maquillaje, sobrecogido por aquel estallido multitudinario que nunca hubiera podido imaginar, tartaje? una frase de asentimiento. Pero era demasiado tarde, pues en ese momento los atacaban por la espalda.
El se?or Binet hab?a conseguido avanzar dejando atr?s a Polichinela y a Rhodomont, quienes lo hab?an contenido hasta el ?ltimo momento. Seis nobles, asiduos visitantes del camerino de Clim?ne, irrumpieron en el escenario, dispuestos a descuartizar al canalla que hab?a provocado aquella ri?a tumultuaria, y fueron ellos quienes apartaron a los dos actores que aguantaban a Binet. Segu?an a Pantalone, con las espadas desenvainadas, pero detr?s de ellos tambi?n ven?an Polichinela, Rhodomont, Arlequ?n, Pierrot, Pasquariel y Basque, armados con todo lo que pudieron coger apresuradamente para defender al hombre con quien tanto simpatizaban y en quien ahora depositaban todas sus esperanzas.