Литмир - Электронная Библиотека
A
A

Su emoci?n conmovi? a Andr?-Louis, que le cogi? por un brazo.

– Eres un buen muchacho, L?andre. Me alegra haberte salvado del destino que te esperaba.

– Entonces no la amas -exclam? apasionadamente-. Nunca la amaste. Si lo hubieras hecho, no hablar?as as?. ?Dios m?o! ?De haber sido mi novia, y si hubiera ocurrido esto, yo matar?a a ese hombre! ?Me oyes? Pero t?, ?oh!, est?s ah? fumando y tomando el fresco, y hablando de ella como si no la conocieras. Deber?a partirte la cara por tus palabras.

Se quit? la mano de Andr?-Louis del brazo y lo mir? desafiante.

– Si lo hicieras -dijo Andr?-Louis- estar?as dentro de tu papel. Soltando una imprecaci?n, L?andre dio media vuelta para irse. Pero Andr?-Louis le detuvo.

– Un momento, amigo, dime una cosa: ?te casar?as ahora con ella?

– ?Que si me casar?a? -los ojos del joven chisporroteaban de pasi?n- Si ella me lo pidiera, ser?a su esclavo.

– Esclavo es la palabra exacta. Un esclavo en el Infierno.

– Para m? no hay Infierno donde ella est?, haga lo que haga. Yo no soy como t?, yo la amo de verdad. ?Me oyes?

– Hace mucho que lo s? -dijo Andr?-Louis-, aunque no sospechaba que tu enfermedad fuera tan violenta. Dios sabe que yo la amaba tambi?n, lo suficiente para compartir contigo el deseo de matar. Aunque en mi caso, la sangre azul del marqu?s de La Tour d'Azyr apenas mitigar?a ese deseo. Me gustar?a a?adirle el viscoso fluido que corre por las venas del abyecto Binet.

Por un momento se dej? arrebatar, y L?andre descubri? la sed de venganza que hab?a detr?s de su fr?a apariencia. El joven que hac?a los papeles de gal?n le estrech? la mano.

– Sab?a que estabas actuando -le dijo-; t? sientes lo mismo que yo.

– Mira a lo que conduce el rencor. Me has descubierto. Y ahora, ?qu?? ?Quieres ver al precioso marqu?s despedazado? Yo puedo ofrecerte ese hermoso espect?culo.

– ?C?mo? -se asombr? L?andre, pregunt?ndose si no ser?a otra de las bromas de Scaramouche.

– Ser? f?cil si alguien me ayuda. ?Quieres ayudarme?

– Har? todo lo que me pidas -dijo L?andre impetuosamente-. Dar?a mi vida, si fuera necesario.

Andr?-Louis le tom? otra vez por el brazo.

– Vamos a pasear un poco -dijo- y te dir? lo que vamos a hacer.

Cuando los dos regresaron, los miembros de la compa??a ya se dispon?an a comer. Clim?ne a?n no hab?a vuelto. El malestar presid?a la mesa. Colombina y Madame estaban angustiadas. La relaci?n entre Binet y su compa??a se hac?a cada vez m?s tirante.

Andr?-Louis y L?andre se sentaron donde siempre. Los ojillos de Binet no dejaban de espiarlos con un brillo maligno, mientras sus gruesos labios esbozaban una grotesca sonrisa.

– Por lo visto ahora sois muy buenos amigos -dijo zumb?n.

– Eres muy perspicaz, Binet -dijo Scaramouche en tal tono que m?s que un elogio aquello era un insulto-. Tal vez puedas adivinar tambi?n el por qu?.

– Es f?cil de adivinar.

– Si es as? ?por qu? no se lo dices a la compa??a? -le sugiri? Scaramouche y, al cabo de un rato, a?adi?-: ?Por qu? titubeas? No creo que tu desverg?enza tenga l?mites.

Binet ech? hacia atr?s su gran cabeza.

– ?Est?s buscando pelea, Scaramouche?

– ?Pelea? Est?s de guasa. Un hombre de verdad no se rebaja a pelear con gente como t?. Todos sabemos el lugar que ocupan en la estimaci?n p?blica los esposos complacientes. Pero, por todos los santos, ?puedes decirnos qu? lugar ocupan los padres complacientes?

Binet se levant? en toda su enorme corpulencia. De un manotazo apart? la mano con que Pierrot trataba de contenerle.

– ?Maldita sea! -rugi?-. Si usas ese tono insolente conmigo, te romper? la crisma.

– Si me rozas aunque sea con el p?talo de una rosa, me dar?s el pretexto que estoy deseando para matarte.

Scaramouche estaba tan tranquilo como de costumbre, lo que hac?a que su actitud fuera mucho m?s temible. Los miembros de la compa??a se alarmaron cuando Andr?-Louis sac? de su bolsillo una pistola que nadie sab?a que ten?a.

– Estoy armado, Binet -dijo-, esto es s?lo una advertencia. Vu?lveme a provocar y te matar? como si fueras una asquerosa babosa, que es a lo que m?s te pareces, una babosa sin alma ni cerebro. Cada vez que lo pienso, me da asco tener que compartir esta mesa contigo. Se me revuelve el est?mago.

Rechaz? su plato y se levant?, a?adiendo:

– Voy a comer al piso de abajo con los criados.

– Yo tambi?n voy contigo -dijo Colombina.

Aquello fue como una se?al. De haber sido un plan preconcebido, no hubiera funcionado tan bien. Binet estaba convencido de que era una conspiraci?n, pues detr?s de Colombina se march? L?andre, y detr?s de ?ste, Polichinela, y luego se fueron todos hasta dejarlo solo, sentado a la cabecera de una mesa vac?a, en una habitaci?n vac?a, ro?do por la rabia y por el miedo.

Se qued? pensativo y as? lo encontr? media hora despu?s su hija, cuando regres? de su excursi?n y entr? en la sala.

Estaba algo p?lida, y un poco acoquinada ante la perspectiva de enfrentarse con las miradas de toda la compa??a. Al ver que all? s?lo estaba su padre, se detuvo en la puerta.

– ?D?nde est?n todos? -pregunt? haciendo un esfuerzo por fingir naturalidad.

El se?or Binet alz? la barbilla y la mir? con los ojos inyectados en sangre. Frunci? el ce?o, apret? los labios y carraspe?. Contempl? a su hija contento de verla tan bonita, tan elegante con su largo abrigo de pieles, su manguito y el sombrero donde rutilaba una hebilla de diamantes de imitaci?n. Con una hija as?, no ten?a que temerle al futuro ni a las tretas que pudiera urdir Scaramouche.

Pero al hablar su tono de voz no denotaba aquel optimismo.

– ?Al fin has vuelto, cabeza loca! -refunfu??-. Ya empezaba a preguntarme si ibas a actuar esta noche. No me hubiera sorprendido que no llegaras a tiempo para la funci?n. Desde que has escogido interpretar tu nuevo y elegante papel haciendo caso omiso de mis consejos, nada puede sorprenderme.

La joven cruz? la habitaci?n y se apoy? en la mesa, mir?ndolo con aburrimiento.

– No tengo nada de que arrepentirme -dijo.

– Todos los necios dicen lo mismo. Si fuera verdad, no lo dir?an. Y t? haces lo mismo que ellos. T? vas a lo tuyo, a tu aire, a pesar de los consejos de la experiencia. Acabar?s con mi vida, hija, ?qu? sabes t? de los hombres?

– De momento, no puedo quejarme -dijo ella.

– Pero tal vez despu?s descubras que habr?as hecho mejor escuchando los consejos de tu viejo padre. Mientras tu marqu?s te anhelaba, no hab?a nada que no pudieras obtener de ?l. Mientras s?lo le permitieras que te besara la punta de los dedos… ?maldita sea!… era entonces cuando ten?as que haber construido tu porvenir. Aunque vivas mil a?os nunca volver?s a tener otra ocasi?n como ?sta, y la has desperdiciado… ?por qu??

La muchacha se sent?.

– Eres s?rdido -dijo enojada.

– ?S?rdido, yo? Conozco muy bien este asco de mundo y cre? que t? tambi?n lo conoc?as. Ten?as la carta de triunfo, y hubiera sido para siempre tuya si hubieses jugado bien tus cartas, como yo te orden?. Bueno, pues ya has jugado tu carta, y ?d?nde est? el triunfo? El viento se lo llev?. Y habr? que dar gracias a Dios si no se lleva otras cosas, por ejemplo, la compa??a si seguimos como vamos. Ese granuja de Scaramouche los ha confabulado a todos contra m?. Siguiendo su ejemplo, todos se han vuelto puritanos. No volver?n a sentarse a la mesa conmigo. -Pantalone balbuceaba entre rabioso y sarc?stico-. Fue tu amiguito Scaramouche quien les dio el ejemplo a seguir. No contento con eso, amenaz? con matarme y me llam?… Pero ?qu? mas da? Lo que importa es el peligro que entra?a que la Compa??a Binet descubra que puede abrirse paso sin el se?or Binet y sin su hija. Ese canalla bastardo me lo ha ido robando todo poco a poco. Ahora tiene en su poder a la compa??a, y es lo bastante ingrato, lo bastante vil, para hacer uso de ese poder.

– D?jalo que haga lo que quiera -dijo ella sin darle importancia.

– ?Dejarle? -se asust? Pantalone-. ?Y qu? ser? de nosotros?

– En cualquier caso, la Compa??a Binet ya no es importante -dijo ella-. Muy pronto ir? a Par?s, donde hay mejores teatros que el Feydau. All? est? el Palais Royal, el Ambig? Comique, la Comedia Francesa. Incluso es posible que tenga mi propio teatro.

Los ojos de Binet casi se sal?an de sus ?rbitas, y puso su gorda mano sobre las de Clim?ne. Ella not? que su padre temblaba.

– ?Te ha prometido eso? ?Te lo ha prometido?

Ella le mir? inclinando la cabeza en gesto afirmativo, mir?ndolo p?caramente y con una sonrisita en sus labios perfectos.

– Por lo menos no me lo neg? cuando se lo ped? -contest? absolutamente convencida de que todo saldr?a a pedir de boca.

– ?Bah! -exclam? Binet con una mueca de disgusto y retirando su mano-. ?No te lo neg?! -se burl? de ella y a?adi? encolerizado-: Si hubieras seguido mis consejos, el marqu?s hubiera accedido a todo, te hubiese dado cualquier cosa que le pidieras, pues ?l tiene poder para hacerlo. Pero has cambiado la certeza por la probabilidad, y yo odio las probabilidades. ?Dios m?o! Me he pasado la vida viviendo de probabilidades, y muri?ndome de hambre, pues las probabilidades no se comen.

Si Clim?ne hubiera sospechado la conversaci?n que en aquel momento ten?a lugar en el castillo de Sautron, no se hubiese re?do tan ir?nicamente de los funestos vaticinios de su padre. Pero estaba destinada a no saber nunca nada de aquella entrevista, lo cual fue su m?s cruel castigo. Ella culpar?a de todo -tanto el fin de sus esperanzas con el marqu?s como la s?bita disgregaci?n de la Compa??a Binet – al vengativo y ruin Scaramouche.

De todas maneras, aunque el se?or de Sautron no hubiera advertido al marqu?s, los sucesos de aquella noche en el Teatro Feydau le hubieran dado suficientes motivos para suspender una aventura llena de emociones demasiado desagradables. En cuanto a la disoluci?n de la compa??a, evidentemente ser?a obra de Andr?-Louis, aunque no era algo que hubiera buscado deliberadamente.

Prueba de ello es que en el intermedio del segundo acto, Scaramouche entr? en el camerino donde estaban Polichinela y Rhodomont. Polichinela estaba cambi?ndose de traje.

– No hace falta que os disfrac?is -advirti?-. No creo que la obra siga despu?s de mi entrada con L?andre en el pr?ximo acto.

– ?Qu? quieres decir?

– Ya lo ver?is -dijo poniendo un papel sobre la mesa de Polichinela, que estaba repleta de cosm?ticos para maquillaje-. Leed esto. Es una especie de testamento en favor de la compa??a. He sido abogado, y os garantizo que el documento est? en orden. Todos vosotros ser?is los beneficiarios de los derechos correspondientes a mi parte como socio de la compa??a.

– Pero ?quieres decir que vas a dejarnos? -exclam? Polichinela alarmado, mientras la mirada sorprendida de Rhodomont hac?a la misma pregunta.

35
{"b":"37770","o":1}